Todos los ministros deberían tomar en serio la orden del Señor expresada en estos términos: “Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo” (Mat. 28:19).

El Señor quería decir exactamente lo que leemos. Esto debería ser una fuente de valor e inspiración, más aún cuando vemos los frutos producidos por la obediencia a esa orden.

A veces podemos concebir la idea de que nuestra obra consiste en algo distinto de hacer discípulos y bautizarlos. Resulta fácil olvidar las conclusiones de los apóstoles concernientes a sus propias responsabilidades,

expresadas en estas palabras: “No es justo que nosotros dejemos la palabra de Dios, para servir a las mesas” (Hech. 6:2). Esta conclusión inspirada hizo posible que ellos llevaran el Evangelio a todo el mundo en esa generación. Tal vez cuando adoptemos esa misma idea el Evangelio otra vez será llevado a todo el mundo en esta generación.

HAY MUCHOS MINISTROS CONFUNDIDOS

Cuando predicamos fielmente el Evangelio hay poder para hacer discípulos. ¿Qué debemos hacer con ellos cuando los hemos conseguido? Jesús dijo que debían ser bautizados. Quisiera que pensásemos en estas interrogaciones: ¿Quiénes deben ser bautizados? ¿Cuándo deben ser bautizados? ¿Por qué deben ser bautizados?

Sé que muchos ministros están confundidos debido a esto. Algunas veces cuando recibimos los informes de bautismos que contienen los totales alcanzados por cada pastor, comenzamos a oír comentarios como éstos: “¿Cuántos de ellos serán niños, me pregunto?” o bien, “Debe de haberlos bautizado apresuradamente”.

Después de escuchar muchos comentarios por el estilo, he llegado a la conclusión de que no expresan tanto envidia, como parecería a primera vista, sino que más bien revelan una mente confundida por esta pregunta: ¿Quiénes deben ser bautizados? ¿Cuándo? ¿Cómo?

Todos nosotros, estoy seguro, creemos declaraciones como ésta: “Hay necesidad de una preparación más cabal de parte de los catecúmenos”. Conocemos también el consejo según el cual no debe haber “prisa indebida” para bautizar a los candidatos. Sin embargo, me atrevo a decir que ni uno en cien ministros comprenden cabalmente en toda su extensión la significación de estas declaraciones.

Por ejemplo, un pastor declaró que el ni pensaría en bautizar a un niño antes de que tenga doce años de edad. Otro ministro afirmaba que ni por nada bautizaría a una persona que no hubiese asistido por lo menos seis semanas a la escuela sabática. Otro dijo que él no bautizaría a nadie que fumase a no ser después de un mes de haber dejado completamente de fumar. Estas declaraciones no se habrían hecho nunca si no hubiera quienes están preocupados por este asunto. En lugar de indicar certidumbre esas declaraciones, revelan justamente lo opuesto. Pero esas expresiones no tienen apoyo en la Biblia ni en los escritos del espíritu de profecía.

BAUTIZADO DESPUES DE MEDIA NOCHE

En el Nuevo Testamento encontramos un incidente interesante que puede influir en la cuestión que analizamos. El equipo de Pablo y Silas fue a celebrar reuniones en Filipos. Sabían que su mensaje no era muy popular, pero de todos modos lo predicaron. Pronto estuvieron encarcelados. La medianoche encontró a estos dos luchadores de la cruz cantando himnos de alabanza y orando a Dios. Repentinamente hubo un terremoto. El ángel del Señor vino y libertó a Pablo y Silas.

Según las leyes de aquellos tiempos, cualquier carcelero que dejara escapar a sus prisioneros debía pagar con su vida. El carcelero, pensando que los prisioneros habían huido, intentó matarse. Pero Pablo le gritó: “No te hagas ningún mal, pues todos estamos aquí”. El guardián quedó tan conmovido por lo que había ocurrido, que quiso saber qué predicaban esos hombres. Escuchó las enseñanzas del Evangelio. Las aceptó a medida que las escuchaba. Fue bautizado esa misma noche. Pensad en esto: estudios bíblicos comenzados después de medianoche, y toda la familia bautizada antes del amanecer. Actualmente hay algunos que no se regocijarían con un informe como éste. El relato dice que la gente de aquel lugar se “regocijó”.

Al pensar en esta conmovedora historia, no puedo dejar de preguntarme si todos los hijos de esa familia tenían doce o más años de edad. Si supiera la respuesta, sería de gran utilidad para mí. Algunos pastores piensan firmemente que un niño no debería bautizarse hasta que tenga edad suficiente para comprender el significado del bautismo. Todos sabemos que en la Iglesia Adventista no se acepta el bautismo de los bebés, lo cual constituye un punto doctrinal. Y un bebé es una criatura sin responsabilidad, que no sabe hablar ni puede comprender muchas cosas.

JAIME WHITE Y EL BAUTISMO

Recuerdo un incidente ocurrido en los primeros años de la Iglesia Adventista. En cierta iglesia de Maine, había un grupo de diez o doce niños que deseaban ser bautizados. Pidieron con insistencia a sus padres y a los dirigentes de la iglesia que invitaran a un ministro para que los bautizase. Toda la iglesia procuró desanimarlos. Los niños no desistieron, de modo que algunos padres optaron por escribir al pastor Jaime White para que viniera a bautizarlos. Los feligreses se sorprendieron cuando oyeron la noticia, y preguntaron: “¿Qué piensa el Sr. White que estos bebés pueden decir acerca de su experiencia?”

Sin embargo, el pastor White no se desanimó más de lo que se habían desanimado los niños. Examinó a esos niños cuyas edades iban de siete a quince años, decidió que estaban preparados, y procedió a administrar el rito. No tiene sentido pensar que este pastor los bautizó deseoso de aumentar el número de conversos, porque en ese tiempo sus propios conversos sumaban veintenas cada año. Los bautizó por dos razones: primero, sintió que Dios lo había llamado a administrar ese rito; segundo, estaba seguro de que los niños estaban preparados para recibirlo.

¿QUIEN JUZGA QUE?

Pensemos en esta pregunta: ¿Quién debería ser bautizado? En primer término, si predicamos como deberíamos hacerlo, la gente se convencerá de que debe bautizarse. Después de que Felipe estudió con el eunuco, éste preguntó: “¿Qué impide que yo sea bautizado?” Este hombre había comprendido el Evangelio. Lo había aceptado. Quería ser bautizado.

Los requisitos previos al bautismo establecidos por la Biblia son clarísimos y muy sencillos: (1) La persona debe ser enseñada. (2) Debe creer. (3) Debe arrepentirse. Quisiera señalar que el hombre puede juzgar únicamente lo que se indica en el primer punto. Yo puedo juzgar si una persona ha sido enseñada. En cambio, debo aceptar la palabra de esa persona en cuanto a su creencia y su arrepentimiento.

En lo que atañe a la enseñanza, la Biblia dice únicamente que la gente debe ser enseñada. No dice que durante una semana, un mes, un año o un día. Solamente que debe ser enseñada. En el caso del eunuco, Felipe estuvo con él sólo poco tiempo antes de que él formulara la pregunta: “Aquí hay agua; ¿qué impide que yo sea bautizado?”

Recordemos cuando Pedro fue llamado a la casa de Cornelio. No quería ir, pero fue. Pedro reconoció la dirección de Dios en ello, y llegando a la casa de Cornelio, comenzó a predicar el Evangelio. Ahora bien, antes de que Pedro terminara su sermón ordenó que esa gente fuera bautizada. En Hechos 10:47 leemos: “Entonces respondió Pedro: ¿Puede acaso alguno impedir el agua, para que no sean bautizados estos que han recibido el Espíritu Santo también como nosotros? Y mandó bautizarles en el nombre del Señor Jesús”.

Lo que Pedro hizo en este caso, fue criticado en las “oficinas” de la administración. Pedro fue a explicar lo que había ocurrido, y añadió esta interesante declaración: “¿Quién era yo que pudiese estorbar a Dios?”

¿Por qué era necesario bautizar a esa gente? Ya habían creído. Ya se habían arrepentido. Dios los estaba guiando con su Santo Espíritu. Si esto era así, no había por qué esperar hasta el otoño, la primavera, esto o lo otro. Después de todo, habrán pensado los dirigentes de ese tiempo, esa gente había sido pagana durante muchos años. Si se apresuraban a bautizarlos, podían volver a algunas de las prácticas paganas. Y, al fin y al cabo, el bautismo no es la salvación. Pero Pedro puso punto final a esos pensamientos: “¿Quién era yo que pudiese estorbar a Dios?”

A veces parece que nosotros no le atribuimos al bautismo la misma importancia que la iglesia primitiva le daba. Cuando los hombres que oyeron la predicación llena de Espíritu Santo en el día de Pentecostés se convencieron que eran pecadores, y preguntaron cómo podrían librarse de esta terrible carga de la condenación, recibieron una respuesta directa: “Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados” (Hech. 2:38). Estos hombres estaban bajo una carga intolerable de pecado. Querían librarse de ella. No podían soportarla. ¿Qué hizo el apóstol? Los bautizó ese mismo día.

Algunos ministros son como ese tímido joven que estaba muy enamorado pero al mismo tiempo temía mucho las responsabilidades del matrimonio. Su sueño más querido era unirse con la joven que había elegido. Estaba deseoso de hacerlo, pero las responsabilidades de cuidar una familia llenaban de temor su tímido corazón. Así también nuestro sueño más apreciado como pastores es bautizar a veintenas de personas, pero nos asusta la visión de nuestra responsabilidad. Estas preguntas surgen: ¿Está listo? ¿Tiene edad suficiente? ¿Qué dirán los miembros de la iglesia? ¿Qué dirán los compañeros en el ministerio? ¿Puedo realmente saber si serán fieles? ¿Cómo puedo saber qué debo hacer?

El problema es que con frecuencia tomamos las responsabilidades de Dios en nuestras propias manos. Procuramos leer en los corazones cuando el Señor nos ha dicho claramente que no podemos hacerlo- ¿Cómo podría alguien saber quién va a continuar y ser fiel hasta el fin? Ni siquiera sabemos esto de nosotros mismos- Debemos orar todos los días acerca de esto. Se nos ha dicho que se apagarán algunas de nuestras luces más brillantes- Cuando ocurra esto, ¿iremos a buscar en los registros quién lo bautizó, para echarle la culpa?

Nosotros los pastores algunas veces somos inconsecuentes. Somos capaces recorrer tierra y mar, dejar de comer Y descansar, y dejar sola a nuestra familia, a fin de hacer un discípulo. Cuando lo hemos conseguido, dilatamos el momento del bautismo hasta que pierde interés. No es que no queremos hacer lo que es correcto. Es que no hemos decidido en qué consiste lo correcto. Tememos asistir a esa persona en su nacimiento espiritual por miedo a que nazca un cristiano con una experiencia espiritual deformada.

NUESTRO BLANCO CONSISTE EN BAUTIZAR A LA GENTE

En mi opinión, cada ministro debería tener el blanco personal de bautizar a cada alma no bautizada que encuentre. Debería decirles que ése es su blanco, que desea hacerlo para su propio bien, y que el bautismo es uno de los pasos que conducen al reino.

¿Quiénes deberían ser bautizados? Todos los que sean enseñados, que crean y se arrepientan. ¿Cuándo deberían ser bautizados? Cuandoquiera que se haya logrado lo que antecede. ¿Por qué deberían ser bautizados? Porque el bautismo es uno de los requisitos que Cristo ha puesto a la puerta de su iglesia. La gente debe ser bautizada. “Ha hecho de él una condición positiva que todos deben cumplir si desean ser considerados bajo la autoridad del Padre, del Hijo y el Espíritu Santo” (Joyas de los Testimonios, tomo 2, pág. 389).

A veces es bueno volver a examinar la razón por la cual somos ministros, nuestra verdadera obra. Nuestro llamamiento de Dios es que hagamos discípulos y los bauticemos. Es bueno si los que no están bautizados piensan en el bautismo cuando nos ven. Deberían pensar que estamos preocupados por su salvación. Los pastores deberíamos manifestar a través de nuestro celo ferviente que anhelamos que todos los que no están bautizados sean sepultados con Cristo en las aguas bautismales.

Sobre el autor: Evangelista de la Asociación de Iowa