No sé si conocéis a este pastor. Espero que sí. Tíquico era un hombre de absoluta confianza del apóstol San Pablo. Era enviado a las iglesias para llevar las informaciones sobre el progreso de la obra en general. Parece un trabajo sencillo, pero implicaba una gran responsabilidad. Veamos lo que dice Pablo: “Para que también vosotros sepáis mis asuntos, y lo que hago, todo os lo hará saber Tíquico, hermano amado y fiel ministro en el Señor, él cual envié a vosotros para esto mismo, para que sepáis lo tocante a nosotros, y que consuele vuestros corazones” (Efe. 6:21, 22). El mismo trabajo le fue confiado en relación con los colosenses. (Col. 4:7.)

Igualmente Tito, “verdadero hijo en la común fe” (Tito 1:4), recibía mediante Tíquico las informaciones y las instrucciones de su padre espiritual. (Tito 3:12.)

Apreciados compañeros en el ministerio, tengo gran respeto por este siervo de Dios. Pocas veces se menciona su nombre en las Sagradas Escrituras. No escribió ninguna epístola; no se habla de sus grandes discursos; no se dice nada si edificó u organizó iglesias; nada se dice si se reunía con los ancianos y diáconos, si realizaba milagros o trabajos extraordinarios; sin embargo se le encomendó, a mi parecer, uno de los trabajos más difíciles: servir como enlace entre el ministerio y las iglesias. Era como un “boletín viviente” de Pablo enviado a sus conversos. Era el coordinador, diríamos hoy, el hombre de relaciones públicas y humanas entre las comunidades cristianas y el apostolado. Era un hombre que sabía aprovechar las oportunidades y hablar para proporcionar consuelo y confirmación en las iglesias, mostrando cómo Dios bendecía el ministerio de su Palabra. Ese pastor Tíquico era un gran personaje.

¿Qué cuentan los pastores cuando pasan por las iglesias? ¿De qué hablan cuando se encuentran con sus colegas? Cuántas veces la gente oye lo siguiente: “No confío en el pastor”. En otras ocasiones: “No quiero hablar con el pastor Z”. Y hasta oímos decir: “Yo tenía en grande estima al pastor N, pero ahora ya no”. Esto nos produce mucha tristeza. ¿Qué ha ocurrido? ¿Por qué los miembros pierden la confianza en sus pastores? Debe de haber algo malo. Veamos algunos testimonios que la sierva del Señor nos ha transmitido:

“Hay pecadores entre los ministros… Dios no obra con ellos, porque no puede soportar la presencia del pecado… Si habéis de ser santos en el cielo, debéis en primer lugar ser santos en la tierra… Existe gran necesidad de que nuestros hermanos venzan las faltas secretas. El desagrado de Dios, como una nube, pende sobre muchos de ellos. Las iglesias están débiles. El egoísmo, la falta de caridad, la codicia, la envidia, las malas sospechas, la falsedad, el robo, la sensualidad, la licencia y el adulterio, están registrados contra algunos de los que pretenden creer la solemne y sagrada verdad para este tiempo… Ministros, por causa de Cristo, comenzad la obra por vosotros mismos. Por vuestra vida no santificada habéis colocado piedras de tropiezo delante de vuestros propios hijos y delante de los no creyentes. Alguno de vosotros actuáis por impulso, a base de pasión y prejuicio, y traéis a Dios ofrendas impuras, manchadas. Por causa de Cristo limpiad el campamento, comenzando, por la gracia de Cristo, la obra personal de purificar el alma de la contaminación moral. Un ministro jovial en el púlpito, o uno que se esfuerza en exceso para obtener alabanza, es un espectáculo que crucifica al Hijo de Dios de nuevo, y lo pone en abierta vergüenza” (Testimonios para los Ministros, págs. 142-144).

“Id a los que suponéis que están en error, hablad con ellos, no actuando con duplicidad e hipocresía, y reuniéndoos con ellos días tras día con aparente camaradería, y al mismo tiempo tramando contra ellos en perfecta unidad con los agentes satánicos que están en operación para desarraigar, para derribar, para quitar de la institución a aquellos a quienes quieren exonerar los elementos no creyentes, mientras no se habla una sola palabra con los hermanos o hermanas en la fe para redimirlos, para sanarlos, si están en error; y si no están en error, para defender lo justo, y poner el reproche donde corresponde: sobre los que traman una obra mala, porque Satanás está detrás de la escena” (Id., pág. 278).

“¿Han sido los cristianos autorizados por Dios para criticarse y condenarse unos a otros? ¿Es honroso, o aun honrado, arrancar de los labios de otro, bajo disfraz de amistad, secretos que le han sido confiados, y luego perjudicarle por medio del conocimiento así adquirido? ¿Es acaso caridad cristiana recoger todo informe que flota, desenterrar todo lo que arrojaría sospecha sobre el carácter de otro, y luego deleitarse en emplearlo para perjudicarle? Satanás se regocija cuando puede difamar o herir a quien sigue a Cristo. Él es “el acusador de nuestros hermanos” (Apoc. 12:10). ¿Le ayudarán en su obra los cristianos?” (Joyas de los Testimonios, tomo 2, pág. 23).

¿Podría usted, amigo pastor, ser un Tíquico entre las iglesias de Dios? Si no, es tiempo de comprender cuál es la verdadera posición de un ministro cristiano y realizar las reformas necesarias, si es necesario, para ser aprobados por el Omnipotente.

¡Ojalá el Señor nos diese más Tíquicos, que sean dignos de confianza en la palabra y en el trato! Más obreros que enaltezcan a Dios y su obra y procuren edificar la confianza en sus dirigentes terrenos. Alguien dirá: “Pero no es posible comulgar con el error”. Muy bien, pero la Biblia nos da la solución para esos casos. Vaya al culpable, procure hablarle con amor y corregirlo, pero nunca divulgue sus errores ante otras personas.

Qué gran pastor era ese Tíquico. Qué buenos sus viajes de aquí para allá, llevando los saludos de los apóstoles a la iglesias, animando, consolando, intercediendo, engrandeciendo a Dios, a sus siervos y a la obra. Era un inspirador de valor y compartía las bendiciones que Dios había proporcionado.

¿Ha sido usted, compañero en la obra, un Tíquico en la viña del Señor?

“Por lo demás, hermanos, todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre; si hay virtud alguna, si algo digno de alabanza, en esto pensad” (Fil. 4: 8).

Sobre el autor: Presidente de la Unión Este Brasileña