Uno de los más formidables enemigos que tuvo que encarar el cristianismo durante el siglo II fue el sistema herético conocido bajo el nombre de gnosticismo, el cual durante largo tiempo procuró sofocar al cristianismo, que con tanta celeridad avanzaba ganando adeptos en todo el mundo conocido.

 Fue este sistema una de las más fantásticas invenciones de la imaginación humana. Tomaba su nombre del vocablo griego gnosis, que significa “ciencia, conocimiento”. Era una hibridación de cristianismo, judaísmo, dualismo persa, budismo, y otros diversos elementos de Ja filosofía y teosofía oriental. Aseveraban los partidarios de este sistema de filosofía religiosa que ellos poseían el verdadero conocimiento de las cosas celestiales.

 El Oriente fue la cuna de este enmarañado sistema que con el tiempo ocupó también un lugar importante en el pensamiento europeo, debido a las grandes conquistas de Alejandro Magno que pusieron a los griegos en contacto con las ideas orientales y causaron la diseminación de las mismas.

 Había un gran número de sectas gnósticos, entre ellas las de Basílides, Valentín, Carpócrates, y la de los Ofitas, todas originarias de Alejandría, aquella gran metrópoli de Egipto fundada en 331 AC por Alejandro Magno. El historiador Lars P. Qualben se refiere a esta ciudad como el “invernáculo del gnosticismo” [1] ya que su ambiente cosmopolita en el que se codeaban el griego, el judío y el egipcio se prestaba en una forma especial para su desarrollo. De ahí que el gnosticismo hebreo estuviera en auge en este gran centro intelectual. En la Siria también existió una forma de gnosticismo que hacía más énfasis sobre el dualismo, debido a la proximidad de este país a Persia. Destacose en Siria un tal Saturnino como el mejor representante del gnosticismo. Pero fue Alejandría la que con más gallardía y éxito levantó en alto la bandera de este falso sistema filosófico-religioso.

 Tan profundas, intrincadas y minuciosas son las creencias gnósticas que podremos hacer tan sólo un rápido recorrido de sus principales doctrinas o “puntos de fe”:

 1. El dualismo, o sea, la existencia de dos dioses —el dios verdadero y el demiurgo, o dios opuesto al verdadero y a toda luz y conocimiento celeste, quien creó la tierra. Puédese notar aquí la influencia de los persas, quienes creían en la existencia de dos poderosas fuerzas antagónicas.

 2. El demiurgo o dios inferior, con la ayuda de sus ángeles, creó la tierra. De ahí Ja teoría gnóstica de que el mal es inherente a toda materia y a todo lo que se percibe por medio de los sentidos. Por lo tanto, negaban los gnósticos categóricamente la encarnación del Hijo de Dios, declarando que era imposible para un ser divino asumir un cuerpo material. Argüían ellos que la encarnación fue una mera “apariencia” y que realmente no se llevó a cabo. Siendo innato el mal en lo material, los gnósticos asumieron una actitud hostil hacia el cuerpo humano. Para demostrar su hostilidad, se volvieron ellos rigurosamente ascéticos, practicando toda suerte de vicios y obscenidades. De estos rudimentos, se desarrollaron el anacoretismo y monasticismo de los siglos subsiguientes.

 3. El problema del origen del mal que ha ocupado las mentes de los hombres desde tiempos inmemoriales, absorbía también grandemente el interés de los gnósticos. Establecieron ellos la hipótesis de que todo lo material es esencialmente malo y que vencer por completo lo material, inclusive el cuerpo, es la tarea de todo hombre mientras viva y lo que al final obtendrá su salvación, que para ellos era el completo desprendimiento de lo material y sensorio y la absorción en las “esferas espirituales”, algo así como el nirvana de los budistas, quienes influyeron mucho sobre el gnosticismo. Ya que reclamaban para sí la verdadera “gnosis”, pensaban que por medio de ella se librarían de las garras del demiurgo, el dios de todo lo material.

 4. Hay tres clases de hombres en el mundo —los materiales o camales, los psíquicos, y los pneumáticos o espirituales. Era la creencia gnóstica que de éstos, sólo los espirituales eran capaces de comprender las cosas celestiales y de ser salvos. Este concepto dio lugar a la idea de la predestinación, que aún hoy día sostienen algunos.

 5. El universo, al igual que la humanidad, está dividido en tres partes —la región material o visible, compuesta de fuego, agua, tierra y aire; la hebdómada o porción “psíquica”, compuesta de éter, llamada también la región de los siete planetas; y por último, la ogdóada o región espiritual o “tercer cielo”, compuesta de “las sustancias más puras’, y donde mora el Infinito Dios. Entre Ja región material y la espiritual, existían, según los gnósticos, una infinidad de seres intermediarios conocidos conjuntamente en el idioma griego como plérome, concepto que, con el correr de los años, dio lugar a la introducción en Ja iglesia de las imágenes, la veneración de los santos, el sacerdocio, y la jerarquía eclesiástica.

 Ningún tratado sobre el gnosticismo estaría completo si no se mencionase a Marción (c. 120), obispo de Sínope, ciudad de Ponto, en Asia Menor, quien por sus tendencias gnósticas fue excomulgado en 144. Fue el primero en divorciar el judaísmo del gnosticismo, aseverando que el Jehová del Antiguo Testamento era el demiurgo que creó el mundo material, y por lo tanto un Dios imperfecto, opuesto al verdadero. Todo lo que en el Nuevo Testamento se oponía a su teoría lo declaró espurio. Ya que las dos terceras partes del Nuevo Testamento no cuadraban con su doctrina, Marción lo rechazó todo, salvo los escritos de S. Lucas y S. Pablo, de los cuales sólo aceptó una edición mutilada del Evangelio según S. Lucas, la cual revisó cuidadosamente, y diez de las Epístolas de S. Pablo, rehusando reconocer las llamadas pastorales. Ha sido reconocido Marción en la historia como “el primer crítico racionalista, uno de los precursores de la escuela moderna de la ‘alta crítica’”. [2]

 Por largo tiempo el gnosticismo tanto en Oriente como en Occidente amenazó suprimir el cristianismo. Surgió en un período de transición del orden de cosas pagano al cristiano, cuando el cristianismo estaba en su infancia y su doctrina y organización estaba aún en estado de formación.

 El insigne historiador Philip Schaff se refiere a las herejías de los tiempos apostólicos como “caricaturas… de la verdadera doctrina”. [3] En particular señaló el gnosticismo como “paganismo bautizado”. [4] Y en verdad lo era ya que en las enseñanzas gnósticas podían reconocerse la nomenclatura y conceptos del cristianismo, y la imitación de los ritos cristianos. Pretendían los gnósticos que sus doctrinas eran una revelación esotérica del Señor Jesucristo y sus apóstoles. Denominaban sus obras literarias con nombres iguales a los de los libros que ahora forman parte de las Sagradas Escrituras, tales como “Los Hechos”, “Apocalipsis”, y gran número de “Evangelios” y “Epístolas” —todas obras apócrifas.

 Largo tiempo lidió el cristianismo con el gnosticismo, que en efecto era una tergiversación espantosa de sus sanas enseñanzas. La Epístola a los Colosenses dícese haberse escrito principalmente para contrarrestar la influencia del gnosticismo. En dicha epístola alude el apóstol S. Pablo al ascetismo y la adoración de ángeles característicos del gnosticismo: “Que ninguno os defraude de vuestro galardón, haciendo alarde de humildad y culto de ángeles”.[5] En la lucha contra este falso sistema se destacaron más tarde S. Hipólito, S. Ireneo, Orígenes, Teodoreto, y S. Epifanio —todos ellos conocidos como “los historiadores del gnosticismo”. La iglesia se activó aún más bajo el impacto del gnosticismo, cristalizando su propia teología, y estableciendo normas definitivas a las cuales debía ajustarse todo el que profesara ser cristiano, tales como el Credo de los Apóstoles y la estructura del Canon del Nuevo Testamento, esta última para salvaguardar a la iglesia de la literatura espuria de los gnósticos.

 El gnosticismo propiamente dicho por fin pasó al olvido, aunque dejó sus marcas evidentes en muchas falsas enseñanzas religiosas que han subsistido aún hasta nuestros tiempos. Pero si fuéramos a señalar la doctrina más pestilencial de los gnósticos, sin titubear podría decirse que fue la negación completa de la encarnación del Hijo de Dios —el corazón mismo del cristianismo. Las sanguinarias y agitadas controversias sobre la naturaleza y persona de nuestro Señor Jesucristo que siguieron a la era del gnosticismo, son evidencia de los efectos nocivos de esta teoría. Dicha teoría ha asumido la forma en algunas sectas modernas de negar la deidad de nuestro Señor, conceptuándoselo como mero hombre, no como todo hombre y a la vez todo Dios —Hijo de hombre e Hijo de Dios— en el cual mora “toda la plenitud de la deidad corporalmente”. [6] Con razón ha escrito Moorehead: “No hay apenas ni una forma de escepticismo o misticismo moderno, por extravagante que sea, que no tenga su duplicado o gérmenes en la era apostólica”. [7]

 Bien le había amonestado el apóstol S. Pablo a Timoteo: “Guarda el depósito, dando de mano a las profanas palabrerías y contradicciones de la mal llamada ciencia [8] de la cual algunos haciendo alarde erraron en la fe”.[9]

 Aunque algunos erraron, el cristianismo al fin obtuvo la victoria sobre el gnosticismo, uno de los más formidables rivales que haya tenido que afrontar.

Sobre el autor: Pastor de la iglesia de habla castellana de Santa María, California


Referencias

[1] Lars P. Qualben, A History of the Christian Church, pág. 75.

[2] F. J. Foakes-Jackson, The History of the Christian Church, pág. 140.

[3] Philip Schaff, The History of the Christian Church, Vol. I, pág. 565.

[4] Id., pág. 566.

[5] Colosenses 2:18 (Bover-Cantera).

[6] Colosenses 2:9 (Id.).

[7] Outline Studies in the New Testament, Vol. II, pág. 75.

[8] Del vocablo griego gnosis, del cual se deriva el nombre de los gnósticos.

[9] 1 Timoteo 6:20 (Bover-Cantera).