Cuando Pablo escribió su carta a los Gálatas, entre otras cosas, estaba preocupado por la integridad del evangelio. Aparentemente, durante su ausencia se habían introducido nuevas enseñanzas bajo la premisa de que faltaba algo en lo que el propio Pablo había enseñado. Para Scot McKnight, “se conoce bien cuál es el problema de la carta a los Gálatas, al menos en lo general. En dos palabras, el problema era el legalismo judaizante” (Gálatas: Del texto bíblico a una aplicación contemporánea, p. 22). Al sostener que los cristianos debían ser circuncidados, estaban afirmando que Cristo no era suficiente. De acuerdo con John Stott, Pablo “los acusa no solo de abandonar el evangelio de la gracia por otro evangelio, sino de abandonar a Aquel que los había llamado a la gracia” (The Message of Galatians, p. 23).

El progresismo, a su vez, alimenta el mismo principio de abandono del evangelio, disminuyendo, invalidando y dejando de lado la Palabra. Se crea una especie de relectura disimulada, sarcástica e irreverente del evangelio, negando su poder para restaurar y transformar al ser humano. Disfrazado de evangelio, no deja de ser un emprendimiento ideológico y humanista, incapaz de hacer por el ser humano aquello que solo la Cruz puede hacer. En comparación con los legalistas, que agregan cosas al evangelio, los progresistas sustraen.

La gran cuestión no es lo que el progresismo cristiano defiende, sino si su fundamento es bíblico o no. Esto implica que citar la Biblia no es suficiente. Abrir la Biblia y predicar sermones “cristocéntricos” no nos vuelve cristianos bíblicos. Considerar la Escritura en su totalidad, utilizar una hermenéutica correcta, el método adecuado y realizar una aplicación correcta es lo que nos vuelve bíblicos. Si no hacemos eso, tendremos una Biblia esculpida a nuestra propia imagen. “Ya no estaremos obedeciendo a Dios, sino que estaremos siguiendo nuestros propios pensamientos, sentimientos y preferencias (Alisa Childers, Another Gospel?, p. 166).

Esta es una advertencia muy relevante acerca de tu responsabilidad con relación a las Escrituras, ya sea que seas un predicador, un lector o investigador. Elena de White escribió: “Los grandes hombres y mujeres y quienes profesan ser sumamente buenos, pueden llevar a cabo obras terribles impulsados por su fanatismo y por lo exaltado del cargo que ocupan, y vanagloriarse al mismo tiempo de que están sirviendo a Dios. No conviene confiar en ellos. Usted y yo necesitamos a cualquier precio la verdad bíblica. Como los nobles bereanos, queremos escudriñar cada día las Escrituras con ferviente oración, para conocer la verdad, y entonces obedecerla, cueste lo que costare” (Cristo triunfante, p. 80).

El evangelio, como afirmó Pablo, es el poder de Dios (Rom. 1:8). Cualquier intento de disminuir el evangelio también es un lamentable intento de restringir su poder. Ante esta realidad, no podemos olvidar que todos necesitamos de su gracia, no importa la condición en la que nos encontremos. La gracia es suficiente para el legalista, pues en ella hay poder para obedecer; la gracia también es suficiente para el progresista, pues en ella hay poder para transformar. El legalismo sin gracia es un cristianismo estéril; el progresismo sin la gracia es un cristianismo contemplativo. Legalistas y progresistas necesitan encontrar en las Escrituras el poder del evangelio por el cual Dios es capaz de justificar al pecador, santificar toda su vida y glorificarlo en la venida de Cristo.

Sobre el autor: Secretario ministerial para la Iglesia Adventista en Sudamérica