Las venerables páginas de la Biblia carecen casi por completo de información acerca de la vida y el carácter de las esposas de los ministros.

 Investigando en el Antiguo Testamento, encontramos una alusión a la muerte de la esposa del profeta. Ezequiel, a quien él amaba entrañablemente; figura también una sucinta descripción del carácter voluble y liviano de la esposa de Oseas, la cual, despreciando el amor de su esposo, prefirió seguir los caminos tortuosos de la lascivia.

 En el Nuevo Testamento encontramos seis referencias distintas acerca de la admirable personalidad de Priscila, leal esposa de Aquila, uno de los más consagrados misioneros de la iglesia cristiana primitiva. Sí, son sólo seis referencias, pero con ellas, sin gran esfuerzo de imaginación, tenemos lo necesario para trazar el cuadro de la esposa ideal de un ministro.

 La primera vez que el relato sagrado menciona su nombre, la encontramos en Ponto. Luego la hallaremos en Roma, la vetusta ciudad de las siete colinas. De la capital del imperio realiza un viaje a Corinto, desde donde se traslada a Éfeso. Luego regresa a Roma y de nuevo se dirige a Éfeso. Mientras cumple este extenso y duro itinerario, siempre la vemos acompañando a su esposo en sus heroicas y fatigosas andanzas misioneras.

 Cierta vez se le preguntó a la esposa de un misionero en qué lugar le agradaría vivir, y ella respondió sin vacilar: “En el lugar donde mi esposo se sentiría más feliz”. Aquila encontraba felicidad en el servicio de Dios, felicidad que se completaba en la dedicación de Priscila quien, animosa, lo acompañaba siempre en sus azarosas incursiones por el mundo de los gentiles.

 Se cuenta que la esposa de Pasteur, aquel notable hombre de ciencia, desde el mismo comienzo de su vida matrimonial resolvió que el laboratorio de su esposo siempre estaría en primer lugar; y con admirable estoicismo cumplió esta resolución en su vida. Al cumplir 35 años de casada escribió a uno de sus hijos: “Tu padre anda absorto en sus pensamientos, habla poco, duerme poco, se levanta de madrugada; en una palabra, continúa la vida que, yo comencé con él, hace hoy 35 años”. En estas palabras encontramos sintetizado el inmenso sacrificio de una esposa, que ayudó a realizar admirables descubrimientos científicos.

 Es indudable que el sacrificio de Priscila también fue grande, mientras le permitía a su esposo realizar una obra fecunda e inmortal.

 En aquellos tiempos no era frecuente encontrar a una mujer que se destacara por su cultura. Priscila constituye una noble excepción. Cuando oyeron en una sinagoga de Éfeso la palabra erudita de Apolo, “varón elocuente, poderoso en las Escrituras”, y advirtieron que le faltaba una comprensión más cabal de la verdadera obra de Cristo, ella y su esposo lo invitaron a su casa, y razonando inteligentemente, “le declararon más particularmente el camino de Dios”. Como resultado de esta entrevista, Apolo “adquirió una comprensión más clara de las Escrituras, y llegó a ser uno de los abogados más capaces de la fe cristiana” (Los Hechos de los Apóstoles, pág. 195).

 Cuán destacada es la contribución hecha a la causa del Evangelio por la esposa del pastor cuando, valiéndose de un sólido y profundo conocimiento de las verdades bíblicas, se esfuerza por secundar las nobles y consagradas tareas de su marido.

 La lealtad de esta extraordinaria mujer hacia Cristo y su iglesia merece destacarse más todavía, porque ésta es una característica imprescindible de la vida de la esposa ideal de un ministro. Según el relato sagrado, Aquila y Priscila, en un momento de grave peligro para la iglesia, cuando los enemigos de la verdad conspiraban amenazadoramente contra la vida de Pablo, en un gesto de valor y audacia “expusieron sus cabezas” a fin de salvar a Pablo de las criminales maquinaciones de los adversarios.

 La última noticia que tenemos de Priscila nos la da la postrera epístola escrita por Pablo desde su sórdida prisión, de la cual ya no sería liberado, cosa que él presentía. En esa carta dirigida a Timoteo, inserta un afectuoso saludo a Priscila y Aquila, abnegados compañeros en la esperanza.

 Transcurrieron casi diez años, y en ese lapso, a pesar de la fe vacilante de mucho., encontramos a Priscila y a su abnegado compañero perseverando en las agitadas batallas del evangelismo.

 Después de este postrer saludo de Pablo, no volvemos a encontrar en la Revelación otra referencia a esta notable mujer. De manera que desconocemos cómo murió, si en la tranquilidad de su dulce hogar, o como mártir enfrentando la furia de las sanguinarias fieras, en el Coliseo romano. Basta saber que fue fiel en el cumplimiento de sus deberes para con Dios y los hombres.

 Al destacar las virtudes (pie adornaron el carácter de Priscila, registramos en las páginas de El Ministerio, en este número especial, un justo homenaje a esta virtuosa mujer, quien siempre se manifestó leal en todo sentido a su esposo, y fiel a los ideales de la cruz.