En los campos donde el joven David apacentara sus rebaños, había todavía pastores que velaban. Durante las silenciosas horas de la noche, hablaban del Salvador prometido, y oraban por la venida del Rey al trono de David. “Y he aquí el ángel del Señor vino sobre ellos, y la claridad de Dios los cercó de resplandor; y tuvieron gran temor. Mas el ángel les dijo: No temáis; porque he aquí os doy nuevas de gran gozo, que será para todo el pueblo: Que os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es Cristo el Señor”.
Al oír estas palabras, las mentes de los atentos pastores se llenaron de visiones gloriosas. ¡El Libertador había nacido en Israel! Con su llegada, se asociaban el poder, la exaltación, el triunfo. Pero el ángel debía prepararlos para reconocer a su Salvador en la pobreza y humillación. “Esto os será por señal —les dijo—: hallaréis al niño envuelto en pañales, echado en un pesebre”.
El mensajero celestial había calmado sus temores. Les había dicho cómo hallar a Jesús. Con tierna consideración por su debilidad humana, les había dado tiempo para acostumbrarse al resplandor divino. Luego el gozo y la gloria no pudieron ya mantenerse ocultos. Toda la llanura quedó iluminada por el resplandor de las huestes divinas. La tierra enmudeció, y el cielo se inclinó para escuchar el canto:
“Gloria en las alturas a Dios, y en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres”.
. ¡Ojalá la humanidad pudiese reconocer hoy aquel canto! La declaración hecha entonces, la nota pulsada, irá ampliando sus ecos hasta el fin del tiempo, y repercutirá hasta los últimos confines de la tierra. Cuando el sol de justicia salga, con sanidad en sus alas, aquel himno será repetido por la voz de una gran multitud, como la voz de muchas aguas, diciendo: “Aleluya: porque reinó el Señor nuestro Dios Todopoderoso” (Apoc. 19:6).
Al desaparecer los ángeles, la luz se disipó, y las tinieblas volvieron a invadir las colinas de Belén. Pero en la memoria de los pastores quedó el cuadro más resplandeciente que hayan contemplado los ojos humanos. “Y aconteció que como los ángeles se fueron de ellos al cielo, los pastores dijeron los unos a los otros: Pasemos pues hasta Belén y veamos esto que ha sucedido, que el Señor nos ha manifestado. Y vinieron apriesa, y hallaron a María, y a José, y al niño acostado en el pesebre”.
Con gran gozo salieron y dieron a conocer cuanto habían visto y oído. “Y todos los que oyeron, se maravillaban de lo que los pastores les decían. Mas María guardaba todas estas cosas, confiriéndolas en su corazón. Y se volvieron los pastores glorificando y alabando a Dios” (El Deseado de Todas las Gentes, pág. 37).