Sermón pronunciado en la ceremonia de ordenación al ministerio, llevada a cabo durante el XXI Congreso de la Unión Austral, el 27 de diciembre de 1969.

Aquí estamos reunidos, la iglesia de Dios y su ministerio, para la ordenación de trece nuevos pastores.

La ordenación de un ministro en la Iglesia Adventista del Séptimo Día es una de las ocasiones más conmovedoras y una de las más bellas ceremonias. Es la separación e investidura de un hombre, llamado por Dios y elegido por él, para el ejercicio de la más bella y santa de las vocaciones: el ministerio evangélico.

Esta separación e investidura se hace por la oración e imposición de las manos del santo ministerio.

Al recordar que Dios tuvo un único Hijo y lo hizo ministro, comprendemos la solemnidad y la importancia de este momento, especialmente cuando se imponen las manos.

Jesucristo dejó todo: su Padre, su trono, sus compañeros y vino como misionero a esta tierra para ser un ministro del reino de Dios. Pablo también dejó todo para ser ministro; también Pedro y Andrés, Juan y Santiago, Mateo, Zaqueo, nosotros y muchos otros; y ahora también vosotros, los trece.

“Yo os elegí…”

De uno de los sermones de Jesucristo, el Pastor de las ovejas, deseo extraer algunos pensamientos para vuestra meditación en esta tarde, para que también os acompañen en vuestra vida como ministros. Me refiero a las palabras que encontramos en el capítulo 15 del Evangelio de San Juan. Este es uno de los capítulos maravillosos de la Biblia y se halla entre dos también muy importantes: el 14, donde el gran Pastor anuncia que vendrá otra vez, y el 16, donde da la certeza del éxito de su misión en las siguientes palabras: “Estas cosas os he hablado para que en mí tengáis paz. En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo” (Juan 16: 33; la cursiva es nuestra).

Por eso es que en el capítulo 15 el Señor habla de un modo muy personal de la unión íntima y necesaria que debe existir entre él y su obrero, antes de que regrese para establecer el reino eterno. Creo que este sermón del gran Pastor se aplica a nosotros hoy y sus palabras son las que usaré en este momento de vuestra ordenación.

Deseo desde ahora destacar el versículo 16 e impresionaros con lo que el Señor dice allí: “No me elegisteis vosotros a mí, sino que yo os elegí a vosotros, y os he puesto para que vayáis y llevéis fruto, y vuestro fruto permanezca; para que todo lo que pidiereis al Padre en mi nombre, él os lo dé”. (La cursiva es nuestra.)

Notemos cómo presentan este versículo algunas traducciones:

Versión Moderna: “Vosotros no me elegisteis a mí, sino que yo os elegí a vosotros, y os he designado a fin de que vayáis y llevéis mucho fruto”. (La cursiva es nuestra.)

American Standard Versión (1901), en inglés: “I have chosen you, and ordained you…” (Os he escogido y ordenado.) (La cursiva es nuestra).

¡Qué>„ pensamiento! ¡Que un hombre sea escogido, elegido, designado y ordenando por Dios para el trabajo especial de llevar almas a Jesús! No hay otro objetivo en este Servicio de ordenación. Vosotros no estáis siendo separados para otra responsabilidad que no sea la salvación de almas.” Jesús vino a “buscar y salvar lo que se había perdido” (Luc. 19:10) y ésa es también vuestra principal misión.

Ser ordenado como ministro de Dios es asumir la mayor responsabilidad impuesta alguna vez a un hombre.

Dios siempre escogió y separó hombres: a Abrahán, Moisés, Elíseo, Isaías, Pablo; a nosotros y a vosotros ahora. Qué seguridad y confianza da el saber que Jesús mismo es quien escoge y ordena. Puedo verlo andando por la Judea y la hermosa Galilea buscando hombres (Mat. 4:18-22). Junto al lago de Genezaret llamó a Pedro y a Andrés, hijos de Jonás; en el camino a Galilea llamó a Santiago y Juan, hijos de Zebedeo; más tarde a Leví Mateo, hijo de Alfeo.

Hoy también el Señor escogió y separó para el santo ministerio a Juan, hijo de Castillo; a Warren, hijo de Ashworth; a Benjamín, hijo de Gómez; a José, hijo de Luque; a Carlos, hijo de Marsollier: a Jorge, hijo de Mato; a Pedro, hijo de Orué; a Alberto, hijo de Pereira; a Julio, hijo de Peverini; a Néstor, hijo de Sard; a Víctor, hijo de Schulz; a Gilberto, hijo de Treves y a Pedro, hijo de Tabuenca.

Vosotros seréis nuestros colaboradores y pastores del rebaño del Señor.

¿Cómo y dónde os usará el gran Pastor? Si él nos pudiese anticipar el futuro de cada uno, diría que algunos tendrán que dedicarse a la dura y espinosa tarea de administrar; otros serán profesores, departamentales, y la mayoría continuará como pastores y evangelistas; ya tenemos un médico y un redactor entre los trece, así como había un Lucas también médico y escritor, en el grupo.

Algunos serán llamados a lugares duros y difíciles en la patria o en el extranjero, y quién sabe si uno no tendrá que dar hasta su vida por su fe. Esa fue la experiencia de los valdenses. Acabo de leer un libro sobre ese pueblo fiel, muchas veces casi diezmado, pero de una fe a toda prueba en sus días. Entre sus líderes se destaca Josué Gianavello, héroe de Rorá, quien en un momento épico, cuando se encontraban cercados por los enemigos, les dice a sus conciudadanos: “¡Nada sea más fuerte que vuestra fe!” ¿Estáis dispuestos a hacer lo mismo?

Los días que están delante del ministerio adventista son días que exigirán de vosotros más y más fidelidad, valor y sacrificio. Pablo, escribiendo a Timoteo la segunda carta le dice: “Sufre penalidades como buen soldado de Jesucristo. Ninguno que milita se enreda en los negocios de la vida, a fin de agradar a aquel que lo tomó por soldado… Palabra fiel es ésta: si somos muertos con él, también viviremos con él; si sufrimos, también reinaremos con él” (2 Tim. 2:3, 4, 11, 12, la cursiva es nuestra).

La Hna. White nos dejó la siguiente advertencia: “Está muy cerca el momento en que habrá en el mundo una tristeza que ningún bálsamo humano podrá disipar. Se está retirando el Espíritu de Dios… Pero los fieles mensajeros de Dios han de seguir rápidamente adelante con su obra. Vestidos con la armadura celestial, han de avanzar intrépida y victoriosamente, sin cejar en su lucha” (Servicio Cristiano, págs. 67, 71).

¿Cómo podréis avanzar con seguridad y victoria? Volvamos al maravilloso capítulo 15 de San Juan. Allí el gran Pastor nos muestra cuatro pasos que nos ayudarán a vivir una vida ministerial victoriosa:

1. “Permaneced en mí” (vers. 4). Esto significa comunión con Jesús en el ministerio. ¿Cómo? “Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros” (vers. 7; la cursiva es nuestra). Sí, el estudio y la meditación de la Palabra de Dios es lo que identifica al ministro con el gran Pastor. ¿El resultado? “El que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto… En esto es glorificado mi Padre, en que llevéis mucho fruto, y seáis así mis discípulos” (vers. 5, 8; la cursiva es nuestra).

2. “Pedid todo lo que queréis” (vers. 7). Esto significa vida de oración con Jesús en el ministerio. El poder de la oración es algo extraordinario. Jorge Müller escribió: “No hay nada que Satanás tema tanto como la oración… Lo que más le interesa a Satanás es impedir que los cristianos oren lo suficiente… Él se ríe de nuestro trabajo, se burla de nuestra sabiduría, pero teme cuando oramos”. ¿Cuál será el resultado de orar? “Pedid… y os será hecho” (vers. 7).

3. “Permaneced en mi amor” (vers. 9). Esto significa amor a Jesús en el ministerio. ¿Cómo? “Si guardareis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; así como yo he guardado los mandamientos de mi Padre, y permanezco en su amor” (vers. 10; la cursiva es nuestra).

Sin lugar a dudas el hombre moderno está en el camino de la ilegalidad. Seguirá la ley del más fuerte; la ley de amor de Dios será corrompida, criticada y violada, porque el egoísmo y el orgullo tomarán el lugar del amor. Pero el ministro de Dios deberá ser fiel a la ley; deberá estar en la brecha, cerrando el muro. Obedecer es permanecer en el amor de Dios. 4. “Que os améis unos a otros” (vers. 12).

Esto significa amor al prójimo en el ministerio. ¿Cómo cumplir ese mandamiento? “Como yo os he amado” (vers. 12; la cursiva es nuestra). Continúa Jesús: “Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos” (vers. 13; la cursiva es nuestra). En 1851 Livingstone escribió: “Es una gran cosa ser misionero… Dios tenía un Hijo único, y fue misionero… Es gran cosa seguir, por más débiles que seamos, las pisadas del gran Maestro y misionero modelo… No soy más que un pobre imitador, no obstante deseo continuar siendo su imitador. Espero vivir para su servicio y en eso quiero morir. Es un gran honor ser colaborador de Dios”. El ministro debe amar a su semejante; quien no ama no puede ser ministro. La vida del ministro es una vida de amor. En vuestro ministerio, amad, amad a todos sin distinción de raza, color de la piel, instrucción o religión. Si fuera necesario, amad hasta dar la vida, como lo hizo Jesús.

Conclusión

¿Por qué pronunció Jesús este sermón? He aquí la respuesta: “Estas cosas os he hablado, para que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea cumplido” (vers. 11; la cursiva es nuestra).

Sí, no hay gozo mayor que ser un ministro ganador de almas. Dije al comienzo que veía entre vosotros al futuro presidente, al departamental, al director de un colegio, al gerente, etc. Pero no son esas responsabilidades las que dan gozo. Por el contrario, producen una clase de preocupación que aflige. Una vida permanente en Jesús, en su amor y en el amor al prójimo es una vida de gozo, de ese gozo completo de que habla el gran Pastor.

Es precisamente eso lo que os está diciendo en esta tarde: “No me elegisteis vosotros a mí, sino que yo os elegí a vosotros, y os he puesto para que vayáis y llevéis fruto, y vuestro fruto permanezca; para que todo lo que pidiereis al Padre en mi nombre, él os lo dé. Esto os mando: Que os améis unos a otros” (vers. 16, 17).

Dentro de pocos minutos recibiréis la imposición de las manos. Será un momento de gozo para cada uno de vosotros. Que este gozo, el gozo de un ministerio vitalicio, permanezca con vosotros cada día. Luchad cada día, hasta el fin.

Cuando termine la lucha, vendrá entonces el gozo completo: ¡ver a Jesús cara a cara! ¡Ver las almas que cada uno de vosotros salvó! Ha llegado el momento de la imposición de las manos. Oíd una vez más las palabras del gran Pastor: “Yo os elegí a vosotros, y os he puesto…”

Sobre el autor: Secretario de la División Sudamericana.