Ya tuve la oportunidad de ayudar a muchas víctimas de abuso sexual. Lamentablemente, son más numerosas de lo que imaginamos. No existe sólo una causa aislada de abuso sexual. Son muchas, tanto en el ámbito individual como en el sociocultural. Los especialistas señalan cuatro condiciones previas para el abuso sexual. La primera es la motivación, que está compuesta de tres factores: la congruencia emocional (cuando el abuso satisface alguna necesidad emocional del agresor), la excitación sexual (cuando el niño es una fuente potencial de satisfacción sexual) y la incapacidad para mantener una relación sexual normal.

La segunda es la ausencia de inhibidores internos. Cuando se los derriba o se los vence, el riesgo de abuso es alto.

La tercera es la ausencia de inhibidores externos. Los dos primeros tienen que ver con el agresor, pero el último tiene que ver con la supervisión y el cuidado que recibe la víctima de otras personas, ya se trate de familiares, vecinos o amigos.

El mayor inhibidor externo en el seno de una familia es la presencia protectora de los padres. Si ésta no existe, y si el niño o la niña están cerca de alguien con tendencias hacia el abuso y sin inhibidores internos, el riesgo aumenta peligrosamente. Eso explica por qué los hijos de los padres que trabajan, o que están separados, o enfermos o fallecidos, son más vulnerables al ataque sexual que los que se encuentran protegidos por un adulto.

La cuarta condición previa se produce cuando se vence la resistencia del niño. El cariño de los padres y la educación preventiva aumentan la resistencia de los niños. Por otro lado, la coerción, las amenazas, los regalos, la inmadurez, el retardo mental, la ignorancia y el soborno debilitan la resistencia infantil.

Cerca del 80 % de los casos de abuso sexual se produce en el seno de las familias de alcohólicos. Paradójicamente, a continuación, están las familias muy religiosas. Según ciertos estudios, muchos de los agresores provienen de familias sumamente moralistas, o que pertenecen a grupos con orientación religiosa fundamentalista, en los cuales la religiosidad se exhibe en público, pero no se practica en privado.

Las consecuencias

Los efectos inmediatos del abuso sexual, que también sirven como indicadores de que el hecho sucedió, pueden ser físicos, psicológicos y de conducta.

Entre los efectos físicos se encuentran las heridas, la presencia de sangre en la zona genital, inflamaciones o infecciones de la uretra, la vagina o el ano, dolores de estómago y de cabeza, vómitos, alteraciones del apetito, enfermedades de transmisión sexual y embarazo.

Entre los efectos psicológicos figuran ansiedad, agitación, pesadillas, fobias, pánico, vergüenza, sentimiento de culpa y de desamparo, falta de concentración, ira, aislamiento y depresión.

Entre las manifestaciones relativas al comportamiento se encuentran una conducta sexual sin inhibiciones (masturbación, modales seductores en la manera de hablar, de vestirse y de actuar). Un bajo rendimiento escolar, una actividad desmesurada. Los miedos y las fobias también forman parte de la lista.

Pero las consecuencias posteriores son las más perjudiciales porque pueden causar la infelicidad por el resto de la vida tanto de la víctima como de los que se relacionan con ella. Un niño que ha sido víctima de abuso sexual, y que no ha recibido ayuda profesional oportuna, puede quedar perjudicado de por vida. Puede alterar su identidad, la satisfacción familiar, el éxito profesional y su relación con Dios.

Hay una especie de síndrome de daño que permanece si la víctima sufrió dolor físico durante el abuso. Es como si se sintiera herida para siempre, y que la falta algo. Esto ejerce una influencia muy fuerte sobre la estima propia del niño, que se siente en desventaja frente a los demás.

Los padres, avergonzados por lo que sucedió, y con miedo de que el hecho se repita, limitan la relación del niño fuera de la casa con otros de su edad. De esa manera se altera la vida social de la criatura, lo que genera incapacidad para cultivar amistades. Es común que las víctimas del abuso sexual se consideren poco atrayentes, limitadas o inútiles.

Niveles de culpa

En algunas personas el sentimiento de culpa surge casi instantáneamente. En otras después de que se revela el secreto. Ese sentimiento aparece en tres niveles. En el primero la víctima se siente culpable al creer que es responsable de lo que sucedió. A veces la familia, la sociedad, los médicos y los jueces contribuyen a que se produzca esta situación.

El segundo nivel de culpabilidad aparece cuando el secreto deja de serlo. En ese caso la víctima se siente responsable por haber denunciado el hecho primero a la familia, y después a los médicos y a las autoridades. El tercer nivel es consecuencia de los cambios que se producen en el comportamiento familiar. Después del descubrimiento del hecho y la consiguiente denuncia, nada volverá a ser igual ni para la víctima ni para los miembros de su familia. Es común que la familia se cambie de casa, de iglesia y hasta de religión. Por lo general, a la víctima la mandan a otra escuela. Si el padre es el agresor, la desintegración familiar es total. Las familias se dividen entre los que están en favor de la denuncia y los que están en contra de ella. Frente a eso la víctima se siente culpable, porque el resentimiento de los que estaban en contra de la denuncia recae sobre ella.

La sexualidad de la víctima también se altera. Los estudios practicados revelan que las víctimas de incesto, por ejemplo, sufren disfunciones sexuales: algunas no logran excitarse, otras sufren de anorgasmia primaria o secundaria. Hay quienes se entregan a la promiscuidad y la prostitución, otras a la pornografía y algunas víctimas se vuelven a su vez abusadores sexuales. También existen los que no logran tener una identidad sexual propia y pueden llegar a la homosexualidad.

Reacciones

La lista de las consecuencias es grande, lo que depende de la edad y el sexo de la víctima, el momento de la agresión, la cantidad de veces que se produjo, su relación con el agresor y si el hecho estuvo acompañado de violencia o no. Mientras más edad tenga el agresor y mientras más cercano sea a la víctima, más grande será el trauma.

Cuando nos enteramos de un caso de abuso en nuestra comunidad, ciertas reacciones son naturales. Primero puede haber incredulidad, si el abusador es un miembro respetable de la iglesia, o podemos reaccionar con indignación. Podemos tener miedo al no saber cómo tratar el caso. Sea como fuere, es responsabilidad de los ministros del evangelio ayudar a las familias que experimentan esta tragedia.

El agresor, la familia y la iglesia necesitan saber que la gracia de Cristo puede transformar las tendencias heredadas y adquiridas. Por lo tanto, es posible una restauración completa al obrar en colaboración con los instrumentos divinos. Todas las heridas pueden sanar por la gracia de Jesús. Alabado sea Dios por esto.

Cómo ayudar

  • Muchos pastores no tienen la preparación ni la experiencia adecuadas para tratar asuntos de esta naturaleza. Al mismo tiempo que cuidan del aspecto espiritual, deben buscar la ayuda de un psicólogo cristiano y experimentado.
  • Preste atención a los síntomas, pero no trate el caso con brusquedad. Eso podría parecer amenazador. Cree un ambiente de confianza, apoyo, preocupación genuina y de confidencia. La persona finalmente se abrirá y dará a conocer el hecho. •Los niños casi nunca mienten cuando dicen que han sido víctimas de abuso sexual. Las dudas y la falta de sensibilidad es una traición a la confianza. No manifieste incredulidad y garantícele que hará todo lo posible para averiguar el caso y proteger a la víctima.
  • Verifique toda la historia. Esa actitud confirmará su interés en ayudar. Observe la espontaneidad y la consistencia de las respuestas. Use un lenguaje comprensible al interrogar.
  • Nunca insinúe que el niño pudo tener la culpa de lo que sucedió. •Las víctimas de abuso sexual necesitan oídos confiables, respetuosos, sinceros y cristianos.
  • La víctima de abuso sexual debe estar segura de que su pastor no la juzgará, ni la condenará ni la avergonzará. Por eso, evite las expresiones de horror y desaprobación.
  • Esto es algo confidencial. No le pida al niño que cuente en presencia de terceros lo que sucedió. Usted mismo obre con prudencia al relatar los hechos ante la junta de la iglesia o de la escuela, etc.
  • Transmita la seguridad de que la víctima de abuso sexual sigue teniendo hacia usted la misma confianza que siempre tuvo.
  • Es muy importante que la persona sepa que sigue siendo objeto del amor de Dios, y que él quiere curar sus dolores y heridas emocionales, y restaurar su vida por completo.
  • Movilice todas las fuerzas disponibles en la iglesia para que, como comunidad espiritual, ayude a la familia a recuperarse del trauma que ha experimentado.
  • Es natural que algunos miembros se sientan indignados, que otros manifiesten incredulidad y que se produzcan divisiones. Algunos se sentirán inclinados a perdonar; otros querrán “hacer justicia” Ore a Dios pidiendo sabiduría y prudencia al poner en armonía todos esos sentimientos.
  • Al agresor se lo debe tratar como cualquier otro miembro que ha caído en falta. Es probable que también esté sufriendo. Necesita del perdón de Dios, de la familia de la víctima, de sí mismo y de la iglesia. Necesita ayuda espiritual y terapia especializada.

Sobre el autor: Doctor en Filosofía, consejero matrimonial y profesor en el Centro Universitario Adventista, San Pablo, Brasil.