El ministerio pastoral tiene sus altibajos, pero nada en el mundo supera la satisfacción que produce.

Datos estadísticos indican una elevada y creciente incidencia del abandono del ministerio pastoral en los Estados Unidos. En agosto de 1998, el Dr. James Dobson escribió un artículo titulado “La iglesia y el Titánica: lo que tienen en común”, en el sitio www.family.org/docstudy/newsletters/ a0002430.cfm

En ese artículo, mostró que aproximadamente ciento cincuenta pastores abandonan su vocación, cada mes, debido a fallas morales, desánimo espiritual o contiendas con sus congregaciones.

En cualquier lugar del mundo, los factores estresantes que impactan la vida pastoral pueden variar en intensidad, pero el impacto es poderoso. La revista Focus on the Family [Foco en la familia] sugiere, a partir de sus investigaciones, que el 80% de los pastores está desanimado o enfrenta depresión, mientras que el 40% experimenta desánimo, trabaja de manera frenética y alimenta expectativas irreales, de acuerdo con Dobson.

Los que desarrollan el ministerio pastoral saben que puede ser un trabajo estresante, frustrante, imprevisible y difícil. Además, por otro lado, también muestran que este trabajo puede ser inmensamente agradable, desafiante y compensador. El desafío, pensando a largo plazo, incluye el aprendizaje de convivir con lo negativo. Este proceso marca la diferencia entre progresar en el ministerio o sencillamente sobrevivir o incluso abandonarlo.

En circunstancias normales, manejamos el estrés de la vida; pero otras veces, cuando una situación estresante en particular o algunas de ellas se combinan, las señales de advertencia comienzan a aparecer.

Entonces, el trabajo pastoral, normalmente significativo y compensador, se hace cansador y desgastante. Ese miembro de iglesia que siempre le ve el lado negativo a las cosas, se convierte en “una piedra en el zapato”, en lugar de ser una causa de comentarios divertidos que generalmente se hacen cuando la vida está equilibrada. Las reuniones son dirigidas de manera fastidiosa, desprovistas de entusiasmo, mientras que nuestras reservas emocionales son rápidamente drenadas. El descanso nocturno, que normalmente era agradable y restaurador, se transforma en una experiencia difícil, que nos impone largas horas de insomnio. Como resultado, tendremos nuestras defensas físicas y emocionales reducidas.

En este artículo, relato algo que ha configurado mi experiencia en el ministerio pastoral, incluyendo los factores que me han conservado firme en la respuesta al llamado que el Señor me hizo. Por más diferente que pueda haber sido su experiencia, espero que reciba ánimo y entusiasmo de lo que aprendí. Enfrenté ocasiones en que todos los factores de estrés que enumero a continuación me atacaron juntos; todos, en poco tiempo. Pero estoy vivo, para contar la historia y compartir por qué todavía soy pastor.

Factores que provocan tensión

* Muerte. Uno de los factores que provocan estrés pastoral es la muerte. Puede ser de algún familiar, alguien de nuestro círculo de amistad o sencillamente miembros de nuestras congregaciones. Eso pesa sobre nuestros hombros. En verdad, la muerte es uno de los principales estresores de la vida, independientemente de la ocupación de una persona. Por naturaleza, el ministerio es una vocación en la que la convivencia con la muerte permanecerá como parte de las actividades.

* Mudanzas. El ministerio pastoral parece incluir una cuota muy elevada de mudanzas. Nuestro hijo mayor, con solo 7 años, ha celebrado cada cumpleaños en una casa distinta. Junto al estrés causado por la mudanza en sí, siempre se encuentra el desafío de volver a establecer un vínculo con nuevas personas, nuevas casas, nuevos médicos, nuevas escuelas, nuevos vecindarios, etc. Si bien, a fin de cuentas, no pertenecemos a este mundo, necesitamos interactuar con las personas y las cosas que nos rodean. Dios nos creó como parte de una comunidad, y cada vez que nos separamos de un grupo, esto significa mucho estrés.

* Relaciones administrativas. Esto se ha convertido en una de las cosas que, a veces, no satisface nuestras expectativas. Hay ocasiones en que los dirigentes toman decisiones que nos impactan, pero tenemos poco que decir o hacer en relación con ellas. En otras ocasiones, observamos algún nivel de sufrimiento infligido sobre otras personas. Hay situaciones en que determinadas personas parecen ejercer demasiada influencia sobre individuos o actividades, mientras que otras no tienen la menor influencia. Incluso otras veces, los objetivos de la administración parecen chocar con las expectativas de la iglesia local.

En esos casos, ser pastor parece ser un trabajo claramente difícil. Como pastor, su lealtad es, por sobre todo, a Dios. Pero, si la iglesia y el Campo entran en algún nivel de controversia, aunque sea mínimo, ¿puede usted mantener distancia imparcial? A veces, nuestro sistema premia a los que permanecen de parte de los superiores, y no a los que defienden los intereses locales. Pero, para que el sistema sea saludable, la iglesia local también necesita ser saludable.

* La muerte de un sueño. Recuerdo haber trabajado en una Asociación en la que recibí un distrito con tres iglesias. Reuní a los líderes y establecimos juntos el programa de trabajo. Iniciamos las actividades y, como resultado, se construyeron muchas relaciones positivas y encaminamos a muchas personas a Cristo. Entonces, la noticia explotó como una bomba: yo estaba siendo transferido. Ese fue, sin duda, un acto que llevó a la muerte de muchos sueños que habíamos compartido con esos hermanos.

* Exceso de trabajo. El pastorado es una actividad que nunca termina. Jamás llegaremos al punto en que hayamos visitado suficientemente a las personas, realizado bastantes reuniones, implementado blancos plenamente satisfactorios o aconsejado bastante a las personas. El resultado de esto es que podemos caer fácilmente en la trampa del hacer sin detenernos nunca porque, en ese caso, nos quedamos con un sentimiento de culpabilidad.

Por alguna razón, nos sentimos mejor cuando las personas admiran nuestro trabajo incesante. Por otro lado, la verdad es que nunca podremos hacer todo lo que se necesita o desearíamos hacer. Hay tiempo para trabajar ardua e incansablemente, y también tiempo de parar y reposar. Jamás deberíamos siquiera pensar en ser indolentes. Mucho menos deberíamos dejarnos seducir por el hecho de que algunos colegas estén siendo “promovidos” como resultado de su trabajo excesivo, en detrimento de su familia y de la visión general del trabajo.

¿Por qué continuó como pastor?

¿Qué fue lo que, entonces, me ha conservado en el ministerio pastoral? El comienzo y el fin de la respuesta a esa indagación residen en las Escrituras, y el primer versículo se encuentra en la carta de Pablo a los Efesios.

* Conciencia de llamado. “Pablo, apóstol de Jesucristo por la voluntad de Dios” (Efe. 1:1). El valiente apóstol a los gentiles tenía conciencia de no haber sido escogido por causa de su superioridad intelectual, su habilidad personal o su capacidad como orador, sino por causa de la voluntad de Dios. Como Pablo, estoy aquí “por la voluntad de Dios”. Eso significa que él proveerá todos los recursos necesarios a fin de cumplir el llamado que me hizo, al igual que satisfará todas mis necesidades.

Recuerdo haber asistido a muchos concilios y reuniones pastorales, al inicio de mi trabajo, después de los cuales me sentía desanimado, casi frustrado, ante lo que varios expositores hablaban acerca de cómo deberíamos ser como pastores. Desanimado, me preguntaba si algún día esas expectativas podrían tener eco en mí. Hoy, por otra parte, esas reuniones y concilios ya no me incomodan; por el contrario, me causan alegría. Con el pasar de los años, comprendí que Dios llama a cada uno de nosotros a ministrar dentro de nuestras características. Puede aprender de otros y ser enriquecido por ellos. Mi ministerio es desarrollado por causa de la voluntad de Dios, no por causa de la voluntad de los líderes locales o de la administración del Campo.

* Expectativas. Es normal que alimentemos altas y bajas expectativas. Jesús mismo fue desde la altura del monte de la transfiguración, en la presencia del Padre, a la frustración y la fragilidad, con las contiendas y la incomprensión de los discípulos (Luc. 9:28-45). Después de un fin de semana lleno de actividades, se espera una baja de adrenalina para el lunes. Mantener la “máquina en fimcionamiento” sin freno, no solo atenta contra el plan de Dios sino también puede causar un trágico accidente más tarde.

*El periodo sabático. El propio Jesús dedicó tiempo a descansar. El ministerio incluye el trato con las personas, y esta actividad incluye relaciones; y las relaciones requieren tiempo. Durante el ministerio de Cristo, encontramos que hubo ocasiones en que las multitudes lo seguían doquiera que iba. Pero el Maestro sencillamente se retiraba a algún lugar tranquilo. En Juan 12, la multitud lo declaró Mesías, y en el versículo 36, el evangelista sencillamente declara que él “se fue y se ocultó de ellos”. En Mateo 14:13, el Maestro se apartó de las multitudes, después de escuchar la noticia acerca de Juan el Bautista. De  manera similar, en Juan 6:15, el pueblo buscaba proclamarlo rey, pero no lo encontró, porque “volvió a retirarse al monte él solo”. Si Jesús no fue “dirigido” conforme al deseo de la multitud, ¿deberíamos dejarnos guiar por ese deseo, cualquiera que sea el modo en que se revele?

De hecho, el principio del reposo tiene su origen en Génesis y es anunciado claramente en Éxodo 20. Seis días nos fueron dados para el trabajo, pero el séptimo es día de reposo. En el ejercicio de mi pastorado, frecuentemente participo en la predicación, la enseñanza, el aconsejamiento, la solución de problemas y la conducción de mi automóvil durante largas distancias durante el sábado. Aunque haya mucho que puedo hacer para conservar las bendiciones inherentes a ese día, no puede ser descrito como un día de reposo más de lo que lo era para los sacerdotes del Antiguo Testamento.

Separe un día libre en la semana y, como un atleta maratonista, aprenderá a dosificar el paso, de manera que pueda disputar la carrera del ministerio y de la vida hasta su conclusión. Tome un día libre semanal, y llegará al fin del año comprometido con su ministerio, feliz, tranquilo, en lugar de estar desgastado, agotado y presto a explotar.

Durante los años de mi formación académica, tuve la oportunidad de trabajar en una fábrica durante las vacaciones. Hacía mandados, limpieza; de todo un poco. El primer año, trabajamos el día siguiente a la Navidad, que en algunas partes del mundo también es feriado, y también trabajamos el día de Año Nuevo. En verdad, paramos solamente en Navidad y durante los sábados. El período de trabajo iba del inicio de la mañana hasta el fin de la tarde. Pero al año siguiente fueron respetados todos los feriados de esa época, tuvimos también un domingo libre, y sucedió algo sorprendente: produjimos más que en las vacaciones anteriores.

Así sucede en el ministerio pastoral: menos puede representar más. Reserve un día libre en la semana, y acabará sorprendido ante lo que podrá conseguir. Para mí, el beneficio familiar es significativo y evidente, pues cuando tengo que oficiar en un funeral o tengo algún otro imprevisto que me robe ese día, la consecuencia se puede percibir inmediatamente en el comportamiento de mis hijos.

En nuestro día libre, podemos desarrollar con la familia otros intereses que sirvan como “válvulas de escape” para las tensiones del trabajo. Puede ser la jardinería, viajes cortos, pequeños arreglos en el automóvil, el cuidado de una huerta, la fotografía; cualquier otra cosa. Algo que tenga comienzo y fin; una actividad que podamos señalar y decir con satisfacción: “Hice esto”.

* Decir “No” Aquí está una lección difícil de aprender. Como pastores, queremos hacer todo lo que podamos en favor de otros. Por otro lado, no podemos hacer todas las cosas. Aprender a establecer prioridades marca la diferencia entre estar ocupado pero no tener un objetivo, y un ministerio que sea significativo.

* Aprender de los errores. Si, eventualmente, hacemos algo que no funciona, eso no debería ser razón para castigarnos; por el contrario, deberíamos aprender de esa experiencia y no repetir el error en el futuro. Alguien ha dicho que aprendemos mucho más de nuestros errores que de nuestros aciertos. Por otro lado, primeramente debemos estar dispuestos a reconocer el error y hacer los ajustes requeridos.

* Tener amigos. En algún lugar, de alguna forma, en algún momento, tiene que encontrar un amigo o un mentor. Esa persona deberá ser alguien con quien pueda desahogarse, abrir el corazón, sin miedo de ser censurado o recriminado. Puede ser de la ciudad en la que trabaja o de algún lugar distante; puede ser joven, anciano, y de cualquier profesión. En mi caso, tengo mi padre, pastor jubilado, y otro colega de un distrito vecino.

* Ejercicio físico. Somos seres integrales, cuyo bienestar físico ejerce impacto sobre nuestra vida espiritual y emocional. La práctica regular de ejercicios ayuda a bajar el estrés negativo, manteniendo el ánimo elevado.

* Mirar a Jesús. En los años de mi adolescencia, aprendí, a duras penas, la lección de mantener la mirada fija en Jesucristo. Me había habituado a mirar más y más a la iglesia y a sus componentes, tanto a los miembros como a sus directivos. El resultado fue que me desanimaba cada vez más. Todavía hoy intento siempre recordar esa lección, pues el cinismo puede convertirse en un subproducto inevitable de la práctica de centrarnos en las personas. El cinismo le quita vigor a la vida espiritual, dejándola pálida, anémica y, finalmente, puede causar su muerte.

Cuando sus líderes parecen no corresponder a sus expectativas, agreden con palabras o toman decisiones equivocadas, la mejor actitud es adjudicar esto a la naturaleza humana pecaminosa, frágil e imperfecta que todos poseemos. Ningún ser humano es perfecto. Cuando nos centramos en Cristo, la respuesta de “espanto y pavor” ante una administración inepta o ante los creyentes en falta enmudece, porque nuestra atención está puesta en mayores y mejores cosas. ¡Me concentro en Jesús! “Puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe, el cual por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra del trono de Dios” (Heb. 12:2).

Conclusión

El ministerio pastoral puede tener muchos altibajos. Pero vivir el llamado de Dios, acompañar los momentos más significativos -buenos y malos- de la vida de una persona confortando, aconsejando y orientándola; ver a hombres y mujeres que son librados del pecado y se unen a Cristo, gracias a la influencia de nuestro trabajo junto con Cristo, es algo que nada en el mundo puede superar. Podemos y debemos aprender a convivir con situaciones negativas, manteniendo la conexión viva con el Señor de la obra. A fin de cuentas, ¿de qué le sirve a un ministro ganar todo el mundo pero perder su propia alma? (Mar. 8:36).

Sobre el autor: Pastor en Lilydale, Australia.