En la lucha milenaria entre el bien y el mal, el enemigo está localizado e identificado. Es casi unánime la opinión entre los cristianos en el sentido de que Satanás hizo de este mundo un campo de batalla. Su principal tarea consiste en desvirtuar o paralizar el progreso espiritual de los hijos de Dios. A pesar de eso, el apóstol Pablo, por medio de su Epístola a los Efesios, en el capítulo seis, nos invita a considerar las características de este conflicto en el que estamos inmersos, las zonas que debemos cuidar especialmente y la provisión divina que reafirma la victoria del pueblo de Dios.

El Señor no nos ha dado a conocer la fecha de la segunda venida de Cristo (Mat. 24:36). No obstante, podemos tener la convicción, basada en la Biblia, de que será precedida por un conflicto espiritual (Efe. 6:10-19). Dios ha puesto en acción todas las potestades del cielo para proteger a sus hijos y derrotar a los seres espirituales que comenzaron una “guerra civil” contra el Padre y, particularmente, contra su Hijo.

Las características del conflicto

¿Cuáles son las características de este conflicto? En primer lugar, se trata de un ataque contra Cristo y su iglesia. No podemos separar estos dos factores (Mat. 16:18). “Satanás es el enemigo de Cristo”.[1] Las evidencias de este conflicto incluyen las tentaciones que sufrió el Salvador (Mat. 4:1-11) y sus enfrentamientos con los demonios según nos los cuentan diversos relatos bíblicos (Luc. 22:31-34; Gál 5:16,17; Efe. 6:10-12).

Si los ojos del pueblo de Dios “se abrieran para percibir a los ángeles caídos que actúan en los que se sienten cómodos o se consideran seguros, nuestras reacciones serían diferentes”.[2] Dios, en Cristo, enfrentó al enemigo, y la iglesia debe seguir ese ejemplo divino. Hay mucho que perder y mucho que ganar en este conflicto. La iglesia no puede aceptar la paz a cualquier precio.

“Si aceptamos bajar nuestros brazos, arriar el estandarte ensangrentado y llegamos a ser cautivos y siervos de Satanás, podríamos quedar libres del conflicto y el sufrimiento. Pero esa paz se obtendría solamente con la pérdida de Cristo y del Cielo. No podemos aceptar la paz en esas condiciones. Que haya guerra y más guerra hasta el fin de la historia de este mundo, en vez de una paz obtenida por medio de la apostasía y el pecado”.[3] Esta declaración pone en evidencia dos cosas: Primero, que “la vida cristiana es una guerra constante”.[4] Segundo, que “la iglesia militante no es la iglesia triunfante”.[5] Es evidente que esta guerra espiritual es total y absoluta, y que no hay otro conflicto en el cual podamos participar.

En segundo lugar, el gran conflicto es una contienda de naturaleza espiritual. De acuerdo con Efesios 6:12, el enemigo es espiritual, y la contienda también lo es. Aun cuando el apóstol habla de paz (Efe. 6:15), el interés fundamental del capítulo es espiritual y no psicológico.

La paz no es solamente quietud emocional; implica la salvación del ser entero. El evangelio de paz (6:15) es la buena nueva de que Dios se reconcilió con el hombre y que éste puede tener ahora paz con él (Rom. 2:10). Es también un poder que protege al hombre en su ser interior (Fil. 4:7) y que gobierna su corazón (Col. 3:15).[6] La batalla real es espiritual, y no está limitada, por ejemplo, a las finanzas de la iglesia. Si una congregación no tiene dinero significa que está perdiendo la batalla en la dimensión espiritual. La batalla no está centrada, ni mucho menos, en un doméstico de la fe. No podemos damos el lujo de luchar los unos contra los otros. Para fraseando al apóstol, no es la “carne” de un creyente el enemigo que debemos enfrentar. El conflicto es de naturaleza espiritual.

Una tercera característica del conflicto es su naturaleza universal y su continuidad en el tiempo. Para algunos soldados odiar al enemigo (Satanás) significa odiar el conflicto, o por lo menos negarlo. Pero nadie puede escapar de él. Es universal. En verdad, cada día parece ser más intenso y más sutil. “Esto ha sido siempre aplicable al pueblo de Dios en toda época, pero cuánto más lo es en el caso de la iglesia remanente, que debe hacer frente a las constantes y poderosísimas obras del poder de las tinieblas en este último tiempo”.[7] Al entrar en un nuevo año, que ha sido esperado con especial expectativa, “que nadie imagine que la obtención de la vida eterna mediante la obra llevada a cabo por Cristo no implica lucha y conflicto. El apóstol declara: ‘Porque no tenemos lucha contra sangre y carne.” (Efe. 6:12). Siempre se nos debe encontrar librando la buena batalla de la fe”.[8] La bendita contrapartida de esta realidad espiritual es que “todo el cielo está deseoso de ayudar a aquellos por quienes Cristo murió”.[9]

La cuarta característica es que el conflicto tiene aspectos externos e internos. De acuerdo con el punto de vista de los siervos de Dios, el conflicto espiritual se manifiesta por dentro y por fuera. Efesios 6:12 parece indicar que “por detrás de las estructuras y las instituciones visibles de la sociedad y la cultura, las fuerzas del mal están actuando, y usan su poder invisible para esclavizar y cegar a los creyentes”.[10] Por otro lado, Elena de White escribió que “la iglesia peleará contra enemigos visibles e invisibles”.[11] El conflicto parece aún más complejo cuando se observa su aspecto interno, en el corazón del creyente. La orden de Efesios 6:10, en el sentido de que somos fuertes en el Señor y en el poder de su fuerza, se funda en Efesios 3:16, donde encontramos la promesa de que somos “fortalecidos con poder en el hombre interior por su Espíritu”.

Finalmente, este conflicto se libra entre dos grupos. El ejército que se opone a Cristo está compuesto por ángeles caídos. Esos ángeles son seres espirituales (Efe. 6:12). Son seres personales dotados de inteligencia y voluntad. Tienen naturaleza moral y, por lo tanto, tienen obligaciones morales; por consiguiente, recibieron el castigo que merecía su desobediencia. La Biblia califica a los ángeles que cayeron como mentirosos y pecadores (Juan 8:44; 1 Juan 3:8-10). Siempre están inclinados a destruir la obra del Señor (Luc. 11:21; 2 Tes. 2:9; 1 Ped. 5:8).[12]

Ese propósito maligno se lleva a cabo mediante cuatro tipos de poderes sobrehumanos: principados, potestades, gobernadores de las tinieblas de este mundo y huestes espirituales de maldad en las regiones celestes (Efe. 6:12).

El poderoso ejército de Dios está compuesto por ángeles santos (Sal. 103:20; Col. 1:16; Efe. 1:21; 3:10; Heb. 1:14). Ese ejército comparte el objetivo central de la epístola a los Efesios, que es “la regeneración de la familia humana de acuerdo con el designio original de Dios”.[13]

Las zonas a las que debemos prestar atención

El plan divino de regenerar a la familia humana requiere la participación activa del pueblo de Dios, que necesita ejercer cuidado con respecto a por lo menos cinco temas espirituales importantes. El primero consiste en no huir del conflicto, porque eso significaría que le damos la espalda al enemigo. La armadura que le ofrece Dios a sus hijos protege especialmente la parte delantera del cuerpo. El escudo de la fe (Efe. 6:16) parece decirnos que Cristo no es sólo salvación, sino seguridad. Estas dos cosas requieren que permanezcamos firmes delante del enemigo, pero no en una actitud temeraria o arrogante. Si no fuera así, ¿cómo entender la provisión de la armadura de Dios sino como el deseo divino de evitar heridas y muertes innecesarias?

El segundo punto que debemos cuidar es evitar una actitud derrotista o triunfalista en el conflicto. La persona derrotista es la que concentra su atención sólo en el poder del enemigo y que considera la segunda venida de Cristo como una esperanza casi equivalente a la dudosa expresión: “Tal vez me salve”. El triunfalista considera sólo la victoria de Cristo en la cruz, y no considera que el mismo Cristo victorioso nos ofrece una armadura (Efe. 6:13) para enfrentar la confederación del mal. Parece que el apóstol nos está diciendo que no hay esperanza de que prevalezcamos contra esa confederación satánica sin la armadura de Dios. Las dos actitudes reflejan una comprensión parcial del plan de Dios para la salvación de sus hijos. Mientras “el reino de Dios permanece como una esperanza escatológica”,[14] el Espíritu Santo nos otorga “una esperanza que no es sólo una actitud optimista acerca del futuro”.[15]

El otro aspecto que requiere especial cuidado de nuestra parte es el imperativo de aplicar la estrategia y las tácticas de Cristo en esta guerra espiritual. La estrategia establece los objetivos de la guerra, y proporciona una visión total del conflicto. En el caso de la iglesia, la estrategia consiste en predicar el evangelio en todo el mundo (Mat. 28:18-20). Las tácticas son los pasos que se dan y los medios que se emplean para alcanzar los fines establecidos por la estrategia. Nuestra fortaleza reside en la estrategia[16] y no tanto en las tácticas o los medios. Estos últimos siempre han sido y serán escasos.

Todo ejército necesita estrategias y tácticas. Existen por lo menos dos tipos de ejército: uno que se mantiene a la defensiva: que trata de conservar sus posiciones. El otro ataca, avanza adecuadamente hacia su objetivo, con el fin de ocupar el territorio. La Biblia habla acerca de detenerse o avanzar,[17] y también encontramos esos conceptos en los escritos de Elena de White.[18] En los dos tipos de ejército hay tres elementos: el matemático, el biológico y el psicológico.

En el elemento matemático (en él predomina el énfasis en los datos estadísticos, en el uso de variables conocidas, y se preocupa de condiciones fijas, principalmente relativas al espacio y el tiempo), la meta a alcanzar es geográfica, es decir, la ocupación del territorio. La pregunta pertinente es: ¿Cómo sucede esto? La imagen de un ejército inmóvil, fijo en sus trincheras, podría favorecer al diablo. Permite que tengamos a mano muchos recursos, sólo eso, y nos quedamos atascados dentro de una maquinaria oxidada. Como contrapartida del dinamismo engañoso, disfrazado y mentiroso de Satanás, deberíamos ser un ejército influyente, invulnerable, que se esparce como el gas. No es suficiente que nos contentemos con ganar terreno. Parece más adecuado seguir la imagen de un ejército ágil, dinámico.

En el elemento biológico encontramos a la humanidad lista para la batalla. Es el punto de inserción de la vida y la muerte, de las lágrimas y las sepulturas. La variable en este caso es la humanidad. Los hombres y las mujeres son sensibles y muchas veces son ilógicos. Si conocen la fuerza del enemigo, la menosprecian; en general dejan a un lado a los que están en la reserva y a los ancianos. Pero no es eso lo que recomendó el profeta Joel (Joel 2:28). Los biológicamente ancianos, aunque no estén representados muchas veces por las estadísticas, son imprescindibles sin embargo. La táctica de un pastor joven puede ser correcta en un noventa por ciento; no obstante, los “dispensables”, el diez por ciento (los ancianos y los niños), pueden ser la clave de la comunicación (oración) con Dios en medio de este conflicto. Y algo más: la gerontología nos ayuda a comprender que el contingente de los ancianos sólo puede ser conducido por intuición, ya que tienen sus propias motivaciones.

La estrategia de Cristo siempre tomó en cuenta a las personas. Son más importantes y completas que el equipo que se usa en la guerra. La armadura está al servicio del hombre, y no el hombre al servicio de la armadura. Por lo tanto, no se trata de “unidades” sino de individuos. Ahora bien, si disponen de materiales para la batalla (1 Cor. 9:7), tanto mejor.

El “ataque” será normal: no contra la gente, sino contra sistemas de creencias, contra una determinada visión del mundo, contra la falsa seguridad en la que muchos ponen su confianza. En esa situación, la armadura nos recuerda que nunca se le exponen los objetivos al enemigo. No queremos perder a nadie.

El tercer elemento es la multitud en acción. Aquí se considera la capacidad de ánimo espiritual y psicológica de los hombres y las mujeres. Se toman en cuenta sus complejidades y sus cambios, el cultivo de lo que les llama la atención y les despierta el interés. Se trabaja básicamente en tres áreas: el conocimiento de la manera de pensar del enemigo, la alimentación de la mente de la gente que apoya y, lo más importante, el cultivo de la mente del soldado.

La preparación básica de éste es el cuarto elemento básico que vamos a considerar. De acuerdo con el apóstol Pedro, los soldados cristianos también son sacerdotes de Dios (1 Ped. 2:5-10). Él nos ofrece el concepto bíblico de la condición de los miembros del ejército. En la iglesia todos somos sacerdotes y soldados, aunque no todos los sacerdotes son ministros. En este concepto se incluyen los privilegios y las responsabilidades de cada creyente. Los privilegios o “los atributos cristianos no se dan como adornos para inspirar admiración, sino que los talentos se deben usar para hacer la obra de Dios. Debemos prestar atención a las palabras de Pablo… en Efesios 6:10 al 18”.[19] La recompensa no es financiera; su única “ganancia” es su amor a Cristo.

Sus responsabilidades se comprenden mejor en el contexto de las imágenes colectivas que presenta el apóstol Pedro, entre las cuales se encuentran las piedras vivas (vers. 5), la casa espiritual, la nación santa, el pueblo escogido, el sacerdocio real, el pueblo adquirido (vers. 9). Esas imágenes excluyen todo individualismo. Cada soldado obra anunciando las virtudes de Cristo, no para beneficio personal, sino para el bien común de la iglesia, para gloria y honra de Dios.

Es importante capacitar al soldado calificado.[20] Eso significa sencillamente seguir la instrucción de Dios, que “no desea que un verdadero soldado de la cruz permanezca en la ignorancia o en las tinieblas”.[21] ¿Cómo preparar a los soldados? Las instrucciones mezclan la teoría con la práctica, o sea, “no deberían esperar hasta que sepan todo para comenzar a comunicarse con los demás; no deberían pensar que tienen que dominar todo lo que le corresponde a la obra de un ministro para predicar un sermón”.[22] Los “comandantes” estarán más preocupados de lo que piensan los soldados que de lo que hacen.

Al pensar en el conflicto, Pablo le escribió a los efesios, y los exhortó a ser fuertes (Efe. 6:10), no débiles, fluctuantes, descuidados e inconstantes como las olas del mar. Necesitaban ser fuertes en el Señor, en el poder de su fuerza.

Esto nos lleva al quinto asunto que requiere nuestra atención, es decir, a evitar confiar en la moralidad humana. Ésa es la zona más delicada y compleja para el espíritu humano, y requiere atención especial.

En la mente de la mayoría de nuestros contemporáneos, el cristianismo es ante todo un sistema de moral. El aspecto espiritual de nuestra fe, con la excepción de unos pocos, está olvidado. Incluso entre los cristianos hay confusión al respecto. Nos olvidamos del hecho de que la revelación de Dios nada tiene que ver con la moralidad exterior, absolutamente nada.

La Toráh, como Palabra de Dios, es la mismísima revelación del Señor. Determina lo que separa la vida de la muerte, y representa la total soberanía de Dios. Del mismo modo, lo que Jesús dice en los evangelios no es sólo moralidad exterior. Tiene un carácter existencial, y descansa en una transformación radical del ser. Lo que Pablo dice en sus cartas no es moralidad superficial, sino indicaciones prácticas respaldadas por el ejemplo. No hay un sistema puramente moral en la revelación de Dios en Jesucristo. No hay preceptos morales que puedan existir independientemente, y por esa razón tener validez universal para la elaboración de un sistema.

Como nos lo muestra el libro del Génesis, el pecado no se originó en el mundo por medio del conocimiento en sí, sino mediante el conocimiento del bien y del mal. Lo que Dios no acepta es que nosotros decidamos qué está bien y qué está mal. Desde el punto de vista bíblico, el bien es la voluntad de Dios. Y eso es todo. Lo que Dios decide, sea lo que fuere, eso es el bien. Cuando construimos un sistema de moralidad, cuando decidimos lo que es correcto, por esa misma razón llegamos a ser totalmente pecadores. Por eso Jesús combatió a los fariseos. Se consideraban moralmente superiores a la gente. Vivían, según ellos, una vida excelsa. Se creían perfectamente obedientes y virtuosos. Pero habían reemplazado poco a poco la Palabra viva de Dios, que jamás puede depender de mandamientos humanos, por su propia moralidad.

En los evangelios descubrimos que Cristo constantemente quebranta preceptos religiosos y reglas morales forjados por los hombres. Nos señala el camino: “Sígueme”, nos dice; y no nos hace una lista de cosas que debemos hacer o dejar de hacer. Nos mostró claramente lo que significa ser libres. Una libertad que se disfruta al obedecer a la siempre renovada Palabra de Dios.

La revelación implica un ataque a la moralidad basada en preceptos humanos, tal como lo expone maravillosamente Jesús en sus parábolas. Basta examinar, entre otras, las del reino, la del hijo pródigo, la de los talentos, la de los obreros de la viña, la del siervo infiel. En todas ellas el protagonista no vivió una vida intachable. La enseñanza se basa en mostrar al pecador transformado por el poder de la gracia de Jesús.

Por supuesto, no debemos fomentar ni el robo, ni la violencia, ni el adulterio ni cosas semejantes. Por el contrario, la conducta a la cual se nos llama sobrepuja la simple moralidad humana, porque ésta muchas veces puede impedir que nos encontremos realmente con Dios y que desarrollemos una vida cristiana sin fallas. La moralidad humana se especializa en condenar. A Cristo mismo lo condenó gente que se creía moralmente superior.

Uno de los dramas básicos en la historia del cristianismo, uno de sus retrocesos más decisivos, ha sido el intento de transformar la Palabra en un código de moral. Es difícil descubrir las causas de este fenómeno. Parece que a los cristianos les cuesta vivir en una atmósfera de libertad y amor. Hay que imponer normas. Hay que señalar deberes.

Desde fines del siglo segundo de la era cristiana, la iglesia no cesó de multiplicar las reglas morales en oposición al evangelio. Ajustar la conducta a cierto código moral llegó a ser la norma de la vida cristiana. La vida devocional y la oración se transformaron en reglas morales. El cristianismo se convirtió en un sistema de moral, y la teología experimentó profundas transformaciones, en consonancia con la preeminencia que se le dio a las obras.

“¿Son las muchas buenas obras realidades en las cuales alguien puede confiar para considerarse un buen cristiano? No; el tipo de gente que Jesús comparó con un suelo rocoso son los que confían en sus propias buenas obras; se sienten fuertes con su propia fuerza, y confían en sus propias buenas obras; son fuertes por sí mismas y se basan en su propia justicia. No son fuertes en el Señor y en la fuerza de su poder (Efe. 6:10)”.[23] La moralidad humana puede producir gente mentalmente conservadora, pero cuyos pies son liberales. Enfrentamos un gran peligro cuando pensamos que todo lo que necesitamos es conocimiento intelectual y un vocabulario especial para sustentar nuestra posición doctrinaria o religiosa. No se trata de posiciones ni lugares. Incluso en la habitación donde Cristo y sus discípulos estaban tomando la Santa Cena se encontraba Satanás haciendo su obra. Pablo no sólo nos advierte del peligro, sino que además nos da una promesa: “Vestios de toda la armadura de Dios, para que podáis estar firmes contra las asechanzas del diablo” (Efe. 6:11). “Demos cuidadosa atención a este consejo. Si no fuera posible que fuéramos fortalecidos, Dios no lo habría dicho”.[24]

Las posibilidades de ser fuertes (Efe. 6:10,11) son dones de Dios, porque “todas las buenas cualidades que poseen los hombres son dones de Dios”.[25] Cristo es el mayor don del Cielo, “y en él está nuestra única oportunidad para vencer en lo que se refiere a la moral… Su poder divino, combinado con la humanidad, ganó para el hombre una victoria infinita. Nuestro representante en esa victoria elevó a la humanidad en la escala del valor moral de Dios”.[26] “Nuestra voluntad finita debe ser sometida a la voluntad del Infinito; la voluntad humana debe unirse a la divina. Esto traerá al Espíritu Santo en ayuda nuestra”.[27]

Provisión divina

El Señor le proporcionó a su pueblo los medios devocionales necesarios para que pudiera depender de él, y con ellos le dio la lección de la interdependencia que debe existir entre los ministros y los hermanos voluntarios, a lo que le añadió el desafío de la predicación del evangelio.

El conflicto es espiritual, y no se puede encontrar a Dios en medio de él usando una computadora. Sólo es posible encontrarlo por medio de la Palabra y la oración. Esas son las armas, defensivas y ofensivas, con las que Dios equipó a su pueblo. El enemigo es espiritual, y la guerra también es espiritual. Por eso necesitamos del poder espiritual que procede de esas fuentes. Aunque el mundo organizado y espiritual de Satanás sea invisible y tenebroso, la defensa y el ataque de los santos no lo son. No luchamos como el mundo. En cuanto a la eficacia de la Palabra de Dios, se nos recomienda que “estemos preparados para resistir mediante la Palabra de Dios, la única arma que podemos usar con éxito”.[28]

Siendo que la iglesia ha sido reclutada para actuar bajo la dirección del equipo que corresponde, y lleva a cabo las maniobras que corresponden y dispone de la oración (Efe. 6:18), su tarea se debe hacer en el Espíritu y no en la carne (Rom. 8:9). Estar “en la carne” es “vivir una vida sólo en el nivel humano, con exclusión de todo lo que se relaciona con Dios”.[29] Cuando el Señor es el centro de todo, “ ‘más podemos nosotros con nuestras oraciones que todos nuestros enemigos con sus jactancias’ ”.[30]

¿Qué tienen en común el estudio de la Palabra y la oración? El objetivo principal de Satanás en este conflicto es destruir nuestra comunión con el Altísimo. Los demonios se oponen “al progreso espiritual del pueblo de Dios”.[31] Debemos tener cuidado con el fin de que nuestra comunicación con él sea fluida.

Una comunicación apropiada con Dios también produce una comunicación apropiada entre los pastores y los hermanos. Cristo envió a sus discípulos de dos en dos (Mat. 10; Luc. 10), para que tuvieran en cuenta que nadie es completo en sí mismo. Hay necesidad de interdependencia espiritual en el ejército de Cristo. Más todavía: mientras más énfasis se ponga sobre cosas externas más bajo será el nivel de eficiencia de la persona. Las líneas de comunicación no funcionan por subordinación sino por coordinación. El control sólo se ejerce por medio de la influencia y el consejo, por un conocimiento superior, por la autoridad de Cristo y de su Espíritu, y nunca por medio del autoritarismo. La unión espiritual y metodológica entre los pastores y los hermanos voluntarios es indispensable para terminar la obra de la predicación.

Junto con el cultivo de las virtudes “pasivas” del estudio de la Palabra y la oración, se nos invita a predicar el evangelio en todo el mundo, incluso a los que se oponen a la obra de Cristo. No podemos alimentar malos sentimiento hacia aquellos a quienes pretendemos evangelizar (Mat. 5:44- 48). Tenemos, en medio del conflicto de los siglos, la irrenunciable necesidad de predicar el evangelio (Efe. 6:20), una comisión que nosotros mismos no escogimos (Efe. 3:7).[32] Podríamos preguntar como Isaías: “¿Hasta cuándo, Señor?” (Isa. 6:11). No existe registro en la Biblia de que algún predicador del evangelio se haya jubilado alguna vez.

El conflicto terminará en ocasión de la segunda venida de Cristo. Él y sus millones de ángeles influyen para que los enemigos huyan desesperados, pidiéndole a las rocas que los eliminen (Apoc. 6:15,16). Entonces quedará en evidencia para siempre que la batalla se gana independientemente de la fuerza humana. Entonces tendrá importancia el hecho de que la iglesia haya prestado su servicio con perfecta disposición. La estrategia (Mat. 28:18-20) recibirá su convalidación, y todas las tácticas humanas serán gloriosamente superadas.

Sobre el autor: Es doctor en Ministerio y profesor de Teología en el Seminario Adventista Latinoamericano de Engenheiro Coelho, São Paulo, Brasil.


Referencias:

  • [1] Elena G. de White, Spiritual Gifts [Dones espirituales], t. 4, p. 62.
  • [3] White, Review and Herald [La Revista Adventista en inglés], 8 de mayo de 1888, p. 9.
  • [4]  Peter’s Counsel to Parents [El consejo de Pedro a los padres] (Campground, California), p. 23.

[5] George E. Ladd, Theology of the New Testament [Teología del Nuevo Testamento] (Grand Rapids, Michigan, Eerdmands, 1974), p. 492.

  • [7] White, A fin de conocerle, p. 348.
  • [8] White, Bible Echo and Signs of the Times [El eco bíblico y las señales de los tiempos], 1° de abril de 1892.
  • [9] White, The General Conference Bulletin [El boletín de la Asociación General), 8 de abril de 1901.

[10] Millard E. Erickson, Christian Theology [Teología cristiana] (Grand Rapids, Michigan, Baker, 1990), p. 650.

[11] White, La fe por la cual vivo, p. 327.

[12] L. Berkhoff, Teología sistemática (Grand Rapids, Michigan, Tell, edición castellana de 1987), pp. 169,170.

[13] Richard Erickson, Evangelical Commentary on the Bible [Comentario exegético de la Biblia] (Grand Rapids, Michigan, Walter A. Elwell, editor, Baker, 1989), p. 1021.

[14] George E. Ladd, Ibíd., p. 306.

[15] Ibíd., p. 491.

[16] Al escribir acerca de la gran comisión de Mateo 28, Elena de White dice que Cristo “les ordenó que fuesen valientes y fuertes; porque Uno más poderoso que los ángeles estaría en sus filas: el General de los ejércitos del cielo” (Los hechos de los apóstoles, p. 24).

[17] La Biblia dice que somos peregrinos, que debemos dar testimonio hasta los confines de la Tierra, correr como atletas con los ojos puestos en Cristo (Heb. 12:1, 2). Pero también registra imágenes de firme resistencia, como en Efesios 6:13 y 14).

[18] “El orden establecido en la primera iglesia cristiana la habilitó para seguir firmemente adelante como un ejército disciplinado, revestido de la armadura de Dios. Los grupos de fieles, aunque esparcidos en un dilatado territorio, eran todos miembros de un solo cuerpo y actuaban de concierto y en mutua armonía” (Los hechos de los apóstoles, p. 80).

[19] White, Bible Training School [Escuela de entrenamiento bíblico], 1° de junio de 1903.

[20] La Sra. de White recomendó que los afectados por circunstancias tales como la apostasía y la rebelión “debieran quedarse en casa y emplear su fuerza mental y física en un cargo de menor responsabilidad, donde no tengan que enfrentar una oposición tan fuerte” (Testimonies, t. 2, p. 515).

[21] White, Bible Training School, 1° de junio de 1911.

[22] White, Bible Echo and Signs of the Times [Eco bíblico y las señales de los tiempos], 1° de abril de 1892.

[23] White, Review and Herald [La Revista Adventista en inglés], 7 de junio de 1892.

[24] White, Ellen G. White, 1888 Materials [Materiales de Elena de White referidos a 1888], p. 1013.

[25] White, Patriarcas y profetas, p. 775.

[26] White, The Health Reformer [El reformador de la salud], 1° de septiembre de 1878, p. 11.

[27] White, God’s Amazing Grace [La maravillosa gracia de Dios], p. 196.

[28] White, Spiritual Gifts [Dones espirituales], t. 4, p. 92.

[29] Ladd, Ibíd., p. 369.

[30] Martín Lutero, citado por Elena G. de White en El conflicto de los siglos, p. 222.

[31] Erickson, Ibíd., p. 449.

[32] Ladd, Ibíd., p. 381.