Cierta madre preguntó a su hijo si le había gustado su primer día en la escuela.

–¡Lo odié! -respondió-. Me pusieron en un aula llena de niños, todos lejos de mí.

Súbitamente, ese nuevo alumno descubrió que podría estar solo en la multitud. Las personas que se unen a una iglesia en la que no participan, por lo tanto, se sienten en una condición idéntica a esta.

Estudios en crecimiento de iglesia señalan tres componentes esenciales para que los nuevos integrantes permanezcan en la fraternidad eclesiástica: habilidad para articular sus creencias, relaciones activas con amigos y ministerio personal significativo. La falta de uno de estos componentes hace que el creyente sobreviva en estado de debilidad. Si faltan dos, el nuevo miembro ya estará siendo expulsado de la fraternidad que tan prestamente abrazó.

Un nuevo miembro sin amigos es una tragedia; sencillamente, una estadística. Y, no es de extrañar, esa estadística se convierte en una realidad en nuestras iglesias. Aun cuando este asunto preocupe a todas las denominaciones, los adventistas tienen mayor desafío que los otros, por causa de los factores peculiares que rodean la instrucción doctrinaria administrada a los futuros miembros.

El reclutamiento típico de nuevos miembros por la evangelización adventista ha enfatizado posiciones teológicas singulares de la iglesia, en comparación con otros a los que les falta toda la verdad. Así, los adventistas reciben personas teológicamente convencidas, que abrazan las posiciones doctrinales de la denominación y se unen a la iglesia local, algunas veces, solamente sobre la base de esas convicciones teológicas.

Aun cuando las convicciones teológicas sean necesarias, solas son insuficientes para conservar a los nuevos creyentes. Si el alto nivel de confianza en la veracidad de la doctrina adventista no se ve acompañado por la amistad y la participación, las expectativas pueden ser despedazadas. Como resultado, los nuevos creyentes pueden experimentar rechazo, sufrimiento y furia, en el momento en que necesitan amor, aceptación y perdón. Al experimentar esos sentimientos, se ponen fuera del compromiso con otros creyentes.

John Savage, pastor metodista, entrevistó a un grupo de miembros inactivos con respecto a sus razones para haber dejado la iglesia. Descubrió que “cada una de las 23 personas entrevistadas dijo que nadie de la iglesia intentó saber la razón de su pérdida de interés o de su apartamiento. Un tercio de ese grupo lloró durante la entrevista, indicando la intensidad de los sentimientos pendientes”.[1]

Al sentirse innecesarios e indeseados, esos nuevos hermanos desarrollaron una actitud de indiferencia ante el rechazo. El autor Ken Abraham afirma: “Muchos psicólogos concuerdan en que el opuesto del amor no es el odio; es la indiferencia. Por ejemplo, una pareja con problemas conyugales tiene mejor chance de reconciliación si hay sentimientos entre ellos, independientemente de cuán negativos sean esos sentimientos. Pero si la pareja es indiferente en sus sentimientos, llevará mucho tiempo para reencontrar el amor que antes los unió […]. Lo mismo se aplica al campo espiritual. La indiferencia es asesina. Incluso las reacciones negativas son mejores que ninguna reacción. Si siente que se está deslizando en dirección a la indiferencia espiritual, debe actuar correctamente ¡sin demora!”[2]

Por otro lado, en lugar de reconocer sus propias actitudes de abandono o la subsecuente reacción de indiferencia de los nuevos miembros, los miembros antiguos pueden concluir que el proceso de adoctrinamiento de los nuevos fue insuficiente, y que esa es la causa de apostasía.

Además de eso, pastores o miembros cuyas energías son direccionadas al constante reclutamiento de los nuevos miembros son rotulados como interesados solo por los “números”. Esta transferencia destructiva de culpabilidades niega el propio mandato de la comisión evangélica, de llevar las buenas nuevas a toda criatura debajo del cielo.

Las personas no son números, cuando las amamos, valoramos, oramos con ellas y por ellas, y ministramos a sus necesidades. Los números son importantes solo porque representan a personas que necesitan ser alcanzadas para Cristo. Cuando comprendamos los números a partir de esta perspectiva, entenderemos que un individuo permanece como número hasta que alguien lo convierta en su amigo y le dedique interés personal. Hacer amigos se convierte, entonces, no solo en un excelente y muy necesario método de conservar nuevos creyentes, sino también en una estrategia evangelizados efectiva.

Sobre el autor: Secretario ministerial de la Asociación General.


Referencias

[1] John Savage, The Apathetic and Bore Church Member [El miembro de iglesia apático y aburrido] (Reynoldsburg, OH: Lead Consultants, 1981), p. 57.

[2] Ken Abraham, The Disillusioned Christian [El cristiano desilusionado] (San Bernardino, CA: Here’s Life Publishers, 1991), p. 127.