Cómo desarrollar un ministerio importante y eficaz en medio de corrientes filosóficas antagónicas.

La sociedad está a merced de las ondas del secularismo. Los marcos espirituales e intelectuales dignos y permanentes parecen cosas del pasado. El relativismo totalitario ha sustituido a la permanencia y la certidumbre de los absolutos eternos. Lo único constante parecen ser los cambios. En muchas mentes, Dios ha sido reducido a la nada. Dejó de ser un ser trascendente, todopoderoso y personal, y pasó a ser una simple influencia.

Las verdades eternas que alguna vez orientaron a la sociedad se rechazan ahora como si fueran mitos anticuados que no tienen ningún mensaje para nosotros. La gente se está buscando a sí misma; pero el rechazo de las verdades divinas reduce esa búsqueda a la nada. La soledad se manifiesta hasta en los grandes conglomerados urbanos. Los cónyuges que han vivido juntos durante años son incapaces de satisfacer sus mutuas necesidades de compañerismo. La cosmovisión naturalista del ateísmo reemplazó a la cosmovisión teísta acerca del origen y el destino de la vida. Como lo dijo el astrónomo Cari Sagan: “El cosmos es todo lo que es, fue y será”.[1] La historia se entiende como una serie de eventos del pasado sin destino claro y determinado. Lo correcto y lo incorrecto ya no se fundan en el carácter de un Dios inmutable; la verdad es aquello que los hombres piensen, sientan y perciban.

El humanismo secularizado es la base de la enseñanza que se imparte en muchas escuelas y universidades. Aunque afirme principios enraizados en la tradición judeocristiana, niega la veracidad de la Fuente de esas ideas. En él hay lugar para muchos puntos de vista contradictorios. Y los que abrazan esas contradicciones terminan preguntándose cómo podrán integrarse en el confuso mundo de ideas resultante. No es sorprendente que la humanidad sufra de una especie de esquizofrenia espiritual permanente.

Cosmovisiones secularizadas

Cierto Manifiesto Humanista Secular proclama con audacia: “Encontramos muy poca evidencia para creer en la existencia de lo sobrenatural […] como no somos teístas, comenzamos por los humanos y no por Dios; por la naturaleza y no por la Deidad. Tal vez la naturaleza sea más amplia y profunda de lo que sabemos ahora, pero cualquier nuevo descubrimiento aumentará nuestro conocimiento de lo natural […]. Pero no encontraremos ningún propósito divino ni providencia para la especie humana. Aunque no conozcamos todo, los humanos somos responsables de lo que somos o seremos. Ninguna deidad nos salvará; tenemos que salvarnos nosotros a nosotros mismos”.[2]

A la par del naturalismo, encontramos la filosofía de la Nueva Era, que ejerce influencia sobre la religión tradicional y la reemplaza, como una fuerza difusa que todo lo impregna. Stanley Krippner, especialista en patologías del sueño del Centro Médico Maimónides de Nueva York, escribió lo siguiente: “La Nueva Era […] llegó. Muchos de los que creían en eventos parapsicológicos se convencieron por experiencia personal, no por la investigación. Hoy, mucha gente está teniendo experiencias que interpreta como paranormales […]. Cada vez más personas están practicando meditación e hipnosis, y están usando drogas psicodélicas […] están prestando atención al sueño y a los sueños. Todas esas actividades abren un camino fértil a los eventos paranormales.[3]

A pesar de los progresos de la tecnología y de la ciencia, y de la difusión del naturalismo en la sociedad, la gente anhela lo sobrenatural y lo paranormal. Desea una conciencia alterada. La filosofía de la Nueva Era declara que todo y todos tienen “esencia divina” en sí mismos; sólo se necesita un cambio en la conciencia para que se revele esa divinidad innata. Y las teorías de la Nueva Era están per- meando la educación, las actividades recreativas, los deportes, las artes, la ciencia y la salud.

Un mensaje que impresione

Como pastor, a veces me siento tocado por la necesidad de hablar con credibilidad, convicción y eficacia con esa gente afectada por esas corrientes filosóficas. A veces, siento la inclinación de hablar sólo con los que tienen mi misma cosmovisión; pero tengo la responsabilidad de alcanzar a todos, y no siempre sé cómo comunicarme de manera que mi mensaje cause la impresión deseada.

En mi intento de ser convincente en una era escéptica, recurro a algunas ideas: 1) Mi mensaje debe ser universal; 2) Debo tratar de satisfacer las necesidades más íntimas de la gente de todas partes; 3) Debo tratar de responder las preguntas que todos enfrentan; 4) Debo presentar a Dios como el único capaz de llenar el vacío que existe, y dar estabilidad, paz, seguridad y amor a la vida humana; 5) Debo demostrar que la permanente profusión de guerras, inmoralidades, pobreza y otros males sólo prueba el fracaso de los seres humanos cuando se independizan de Dios; 6) Mi vida debe ser ejemplar; 7) Me debo comprometer con la educación moral de los jóvenes: debo transmitir la verdad a la siguiente generación.

Preguntas fundamentales

La gente de todos los tiempos se ha enfrentado con preguntas tales como: ¿De dónde venimos? ¿Por qué estamos aquí? ¿Hacia dónde vamos? Filósofos v eruditos han tratado de responder esas preguntas, y algunas veces sus respuestas se han acercado a la verdad; pero siguen siendo limitadas, inadecuadas e insuficientes. La gente le sigue buscando significado, propósito y destino a la vida. Cada generación se enfrasca en esta búsqueda de manera diferente, pero siempre en forma absorbente. Y, al llegar a este punto, mi ministerio adquiere importancia.

En primer lugar, si se me llamó para dar respuestas satisfactorias a estas preguntas, debo cumplir mi llamado. Puedo comenzar presentando a la humanidad como una especie creada a la imagen de un Dios amoroso, trascendente y todopoderoso, que siempre está con nosotros y que además nos cuida. Esto contribuirá a que muchos satisfagan su deseo de saber cuál es su origen.

Si puedo presentar adecuadamente el hecho de que fuimos creados para la gloria de este Dios, que tiene un plan para cada ser humano y que va a volver pronto, puedo contestar las preguntas referentes al motivo y el destino de la existencia. Para conseguirlo, lo debo hacer de manera contundente y significativa, en relación con la fe que sustento y que debo compartir con el mundo, en medio del que me encuentro.

En segundo lugar, tenemos que comprometernos a ser testigos de Dios. Sproul dijo: “Nuestra tarea consiste en lograr que sea visible el reino invisible de Jesús. El mundo está envuelto en tinieblas. En medio de ellas, nada se ve. No nos sorprende que se nos haya llamado a ser la luz del mundo. Cada uno de nosotros tiene una misión. Se nos envió para que fuéramos testigos de Cristo. Eso significa que somos misioneros”.[4]

Debemos identificarnos con la gente tal como lo hizo Jesús, y a continuación alimentar al hambriento, vestir al desnudo, albergar al sin techo, consolar al angustiado, compartir la esperanza y animar al abatido de corazón. Nuestra fuerza y eficiencia no se basan en dogmas de fe bien articulados, sino en vidas motivadas por el amor activo, purificadas del egoísmo, puestas al servicio de la humanidad.

En el mundo, pero no del mundo

Nuestra relevancia y trascendencia en el mundo no depende de que nos conformemos ciegamente a él o que nos acomodemos en forma irresponsable a las corrientes filosóficas que prevalecen. Pero vivimos en el mundo, y no podemos escapar de su realidad. Por lo tanto, nuestra tarea no consiste en huir de lo secular sino del secularismo. Debemos amar a la humanidad y al mundo, pero no a la mundanalidad. Jamás debemos promover el sincretismo, como lo hacen algunos cristianos que tratan de combinar el cristianismo con el secularismo.

Como lo advirtió Sproul, “si tratamos de hacer eso (combinar el cristianismo con el secularismo), el resultado será un híbrido grotesco. Será tan estéril como una muía sin posibilidades de reproducirse. Si tratamos de hacer una síntesis de cosmovisiones radicalmente opuestas, inevitablemente sumergimos a una en la otra. El resultado de semejante “cruza” no será ni cristianismo ni secularismo. Si un cristiano participa del secularismo, su visión ya no es cristiana; si un secularista se sumerge en el cristianismo, deja de ser secularista”.[5]

La importancia de nuestro paso por el mundo se debe fundar en los inmutables y eternos principios de la revelación que Dios hace de sí en la Biblia, cuya culminación fue la Palabra hecha carne en la persona de Jesucristo. La revelación especial de Dios por medio de las Escrituras es nuestra fuente principal. Ese conocimiento y esa experiencia deben ser nuestro punto de partida. ¡Sí! Porque los seres humanos todavía necesitamos a Dios, como lo hemos necesitado desde el principio del mundo. A pesar de nuestras fallas y de que nuestra espiritualidad es débil, tenemos necesidades esenciales que sólo Dios puede satisfacer. La gente de todas partes todavía quiere conocer a un Dios a quien pueda amar y en quien pueda confiar. El Señor, nuestro Creador, escribió este anhelo en cada fibra de nuestro ser.

Mi papel, entonces, como pastor y predicador, es presentar, mediante la palabra y el ejemplo, el mensaje de un Dios amoroso, de manera que la gente lo vea, sienta su necesidad de él y lo busque, para encontrar plena satisfacción existencia.

Importancia y autenticidad

Darle significado e importancia a la vida, en medio de un mundo incrédulo, requiere vivir en forma ejemplar. No debe haber discrepancia ni conflicto de valores en mi vida; ni diferencias entre lo que digo y lo que hago. En la mayor medida de lo posible, mis valores, tanto los que pregono como los que practico, deben ser idénticos. Mi vida debe seguir el modelo de Jesús tan de cerca como resulte posible. Mi religión debe ser auténtica.

Un sermón vivo es el mejor sermón. En verdad, ese sermón jamás se predicará a menos que vaya acompañado de una vida cristiana genuina. Esa autenticidad, o integridad personal, tiene mucho que ver con la importancia que le imprimimos a nuestra proclamación del evangelio.

El poder de una vida cristiana bien vivida llevará al ateo más recalcitrante a considerar la posibilidad de la existencia de Dios, aunque los argumentos racionales no ejerzan ninguna influencia sobre él.

Sobre el autor: Doctor en Filosofía. Director de la Licenciatura en Artes y Religión de la Universidad Andrews, Berrien Springs, Michigan, Estados Unidos.


Referencia

[1] Carl Sagan, Cosmos (Nueva York: Randon House, 1980), p. 4.

[2] http//wwvv.americanhumsist.org/manifes-to2.htm

[3] Stanley Krippner, en W. James Sire, The Universo Next Door [El universo de al lado] (Downers Grove: InterVarsity Press, 1976), p. 159.

[4] R. C. Sproul, Life views [Conceptos acerca de la vida) (Grand Rapids: Fleming H. Revell, 1896), p. 38.

[5] Ibid.