Todo comenzó con la Palabra. “Él dijo, y fue hecho; él mandó, y existió” (Sal. 33:9). “Por la fe entendemos haber sido constituido el universo por la Palabra de Dios” (Heb. 11:3). “Y dijo Dios. (Gén.1:3). Dios hablaba, y por el poder de su Palabra los cielos se iban poblando de mundos, de astros, de planetas, de constelaciones y de galaxias. “Y dijo Dios. Él hablaba, y los mundos se iban llenando de luz, de vida, animal y vegetal; todo surgía de la nada. Todo vino a la existencia por la Palabra, y todo continúa existiendo por la Palabra, pues el Supremo Hacedor es quien “sustenta todas las cosas con la Palabra de su poder” (Heb. 1:3).

Esta Palabra debe ser todo en la vida de un ministro de Dios. Es la luz que ilumina para la eternidad. Es la espada que penetra y corta. Es el fuego, el alimento, el Espíritu y la vida. Es el martillo y el yunque donde se despedazan todas las filosofías humanas. “Sumamente pura es tu palabra” (Sal. 119:140). “En mi corazón he guardado tus dichos (tu Palabra), para no pecar contra ti” (Sal. 119:11). “Y ellos le han vencido por medio… de la Palabra del testimonio” (Apoc. 12:11). ¡Cuán íntima debe ser la relación que debemos mantener con la Palabra del Dios viviente!

Las bendiciones de la Palabra

 “Bienaventurado el que lee, y los que oyen las palabras” (Apoc. 1:3). “Siendo renacidos… por la Palabra de Dios que vive y permanece para siempre” (1 Ped. 1:23). “Mi madre y mis hermanos son los que oyen la Palabra de Dios, y la hacen” (Luc. 8:21). Es, pues, mediante el estudio y la obediencia a la Palabra como estamos en más íntima relación con Dios. “¿Se complace Jehová tanto en los holocaustos y víctimas, como en que se obedezca a las palabras de Jehová?” (1 Sam. 15:22). “El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán” (Mat. 24: 35).

Satanás y la Palabra

 “Del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás” (Gén. 2:17). Satanás arremetió contra la Palabra de Dios. Sembró duda y desconfianza al formular una declaración contraria a la Palabra. “¿Con que Dios os ha dicho: No comáis de todo árbol del huerto?” (Gén. 3:1). Satanás contradijo lo que Dios había afirmado, y con sólo agregar una palabra logró engañar a Eva. “Ciertamente morirás”, había dicho Dios. “No moriréis”, dijo la serpiente. A través de los siglos ha sido la meta del adversario restarle importancia a la Palabra. Jesús dijo: “Cuando alguno oye la Palabra del reino… viene el malo, y arrebata lo que fue sembrado en su corazón” (Mat. 13:19). “La semilla es la Palabra de Dios” (Luc. 8:11).

Circulan muchos libros que contienen textos bíblicos, y que parecieran haber venido del infierno. Los agentes del enemigo continúan falsificando la Palabra, adulterándola e invalidándola. Y para su propia condenación, hay quienes alteran la Palabra.

“Y crecía la Palabra del Señor”

La iglesia primitiva centró su actividad en la Palabra. “La Palabra del Señor crecía y se multiplicaba” (Hech. 12:24). “Crecía y prevalecía poderosamente la Palabra del Señor” (Hech. 19:20). Los predicadores y los miembros de iglesia depositaban fe y confianza en la Palabra. La divulgaban, predicaban y enseñaban. Daban testimonio acerca de ella a tiempo y fuera de tiempo. A medianoche, en una cárcel, Pablo y Silas oraban para poder predicar la Palabra con libertad y osadía. “Los que fueron esparcidos iban por todas partes anunciando el Evangelio”, la Palabra (Hech. 8:4). “Se juntó casi toda la ciudad para oír la Palabra de Dios” (Hech. 13:44). “Recibieron la Palabra con toda solicitud, escudriñando cada día las Escrituras para ver si estas cosas eran así”, por lo cual se los llama nobles (Hech. 17:11).

Apolo era un varón poderoso en las Escrituras. Y Pablo se entregó totalmente a la Palabra. “Y se detuvo allí un año y seis meses, enseñándoles la Palabra de Dios” (Hech. 18:11).

Prioridad

El crecimiento, la explosión, la dispersión y la penetración alcanzados por la iglesia primitiva se debieron a que le dieron prioridad a la Palabra. Estudiaban la Palabra, la investigaban, la predicaban, oraban por ella y, sobre todo, vivían sus enseñanzas. Prioridad ministerial, prioridad pastoral. “No es justo que nosotros (los ministros, los predicadores) dejemos la Palabra de Dios, para servir a las mesas” (Hech. 6: 2). La Palabra era el centro de la vida de la iglesia; era lo más grande, lo mejor y lo más importante para sus predicadores. Le daban prioridad a la Palabra del Dios viviente. “Y nosotros persistiremos en la oración y el ministerio de la Palabra” (Hech. 6: 4). Sí, el ministerio de la Palabra, el estudio de la Palabra, la predicación de la Palabra en público y de casa en casa era una tarea intransferible, prioritaria.

Otros que no fueran ministros ni predicadores atenderían las mesas, cuidarían de las viudas y los pobres. Otros atenderían las actividades seculares y materiales de la iglesia, otros se ocuparían de las construcciones y los presupuestos. Era irrazonable que los predicadores dejaran de predicar la Palabra.

“Que prediques la Palabra”

 “Así será mi Palabra que sale de mi boca; no volverá a mí vacía, sino que hará lo que yo quiero, y será prosperada en aquello para que la envié” (Isa. 55:11). Los discípulos predicaban “confiados en el Señor, el cual daba testimonio a la Palabra” (Hech. 14:3).

Cuando fuimos investidos con autoridad eclesiástica, se nos aconsejó que predicáramos la Palabra y solamente la Palabra. El Espíritu Santo nada tiene que ver con mi ministerio, con mi predicación, cuando me levanto ante una congregación y no predico la Palabra. Cuando hablo de mí mismo, el Espíritu Santo no está presente. Dios tiene un compromiso con su Palabra. Obra por su intermedio. El Espíritu actúa mediante ella.

¡Cuántas reuniones están desprovistas del Espíritu porque se deja la Palabra a un lado! Cuando, al visitar los hogares, dejamos de leer la Palabra, cuando dejamos de ensalzarla y glorificarla, estamos empobreciendo a las ovejas del rebaño. Apreciados ministros, el compromiso de Dios es con su Palabra. “En tu palabra echaré la red” (Luc. 5:5). “¿Cómo oirán sin haber quien les predique (la Palabra)?” (Rom. 10:14).

La Palabra forma parte importantísima de la armadura del cristiano. Al visitar algunos museos en Europa podemos ver famosas espadas que fueron empuñadas por poderosos monarcas. Nuestra espada se llama “la espada del Espíritu” (Efe. 6:17). Es la única arma que vence al diablo. “Escrito está. . . Escrito está… Escrito está… El diablo entonces le dejó; y he aquí vinieron ángeles y le servían” (Mat. 4:4, 7, 10, 11). Todo el poder del cielo está comprometido con la Palabra. Todo comenzó con la Palabra. Todo terminará con la acción de la Palabra.

 “Y he aquí un caballo blanco, y el que lo montaba… sus ojos eran como llama de fuego, y había en su cabeza muchas diademas… Estaba vestido de una ropa teñida en sangre… De su boca sale una espada aguda”. “Y su nombre es: EL VERBO DE DIOS” (Apoc. 19:11-15). Es la Palabra de Dios, es el Rey de reyes, el Señor de señores, el vencedor de todas las guerras, el que triunfa en todas las batallas. “Si… mis palabras permanecen en vosotros...” (Juan 15:7). “Por la Palabra es como Cristo mora en sus seguidores” (El Deseado de Todas las Gentes, pág. 631).

Ministros de Dios, amados pastores del rebaño: Volvamos a la Palabra. Dediquemos al estudio y a la meditación de sus promesas las mejores horas de la mañana. Otras tantas deben ser dedicadas a abrir la Palabra en los hogares, mostrándoles el Cordero de Dios que quita el pecado. Hagamos de la Biblia y de sus verdades el centro de nuestra predicación. Y sea la más elevada de todas nuestras metas vivir lo que enseña la Palabra.