Aunque nunca llegue a ser totalmente perfecto aquí, en la tierra, el cristiano cuenta con la obra todopoderosa del Espíritu Santo para crecer y desarrollar la madurez espiritual.

La Biblia enseña que el verdadero cristiano debe crecer en la gracia y en la semejanza a Jesucristo. Siempre tiene hambre y sed de justicia. Busca con fervor la santidad. La repetida exhortación de las Escrituras relativa a la perfección del creyente no es una experiencia que esté fuera del alcance de aquéllos a quienes se dirige la Palabra: debe ser posible, dentro de la estructura de la vida cristiana aquí, en la tierra. Si así no fuera, no habría razón para que los escritores bíblicos insistieran en el asunto. Es bueno recordar que esa exhortación se aplica a los creyentes de todas las épocas.

El único significado válido para las palabras “perfecto” y “perfección” es el que le otorga la Biblia. Por lo tanto, es imperativo que estudiemos el asunto tratando de captar, en la mayor medida posible, el significado y el uso que la Biblia asigna a la perfección, para evitar, de este modo, las interpretaciones arbitrarias y personales.

Téleios

La palabra griega más importante que ha sido traducida como “perfecto”, en el Nuevo Testamento, es téleios. Deriva del sustantivo telos, que generalmente se traduce como “blanco”, “meta”, “propósito”, “fin”, y casi invariablemente describe el logro de la madurez espiritual, una creciente estabilidad cristiana y un inconmovible sometimiento al Dios vivo.

Pablo emplea esa palabra cada vez que se refiere a un cristiano perfecto o maduro, en contraste con los que continúan siendo bebés espirituales. “Hermanos, no seáis niños en el modo de pensar, sino sed niños en la malicia, pero maduros (téleios) en el modo de pensar” (1 Cor. 14:20).

“Porque debiendo ser ya maestros, después de tanto tiempo, tenéis necesidad de que se os vuelva a enseñar cuáles son los primeros rudimentos de las palabras de Dios; y habéis llegado a ser tales que tenéis necesidad de leche, y no de alimento sólido. Y todo aquel que participa de la leche es inexperto en la palabra de justicia, porque es niño; pero el alimento sólido es para los que han alcanzado madurez, para los que por el uso tienen los sentidos ejercitados en el discernimiento del bien y del mal. Por tanto, dejando ya los rudimentos de la doctrina de Cristo, vamos adelante a la perfección (téleios)” (Heb. 5:12-6:1).

En este punto, el autor está preocupado porque muchos cristianos todavía estaban usando el alimento espiritual y mental de la infancia; no estaban creciendo. En un momento en el que ya deberían haber sido lo suficientemente perfectos (maduros) para instruir y guiar a otros en la fe cristiana, todavía necesitaban ser tratados como niños.

Pablo siente lo mismo con res­ pecto a algunos miembros de la iglesia de Corinto. En 1 Corintios 2:6 declara que “hablamos sabiduría entre los que han alcanzado madurez (téleios)” e, inmediatamente, añade: “De manera que yo, hermanos, no pude hablaros como a espirituales, sino como a carnales, como a niños en Cristo. Os di a beber leche, y no vianda; porque aún no erais capaces, ni sois capaces todavía, porque aún sois camales; pues habiendo entre vosotros celos, contiendas y disensiones, ¿no sois carnales, y andáis como hombres?” (1 Cor. 3:1-3). Pablo contrasta a los bebés espirituales de la iglesia con los que designa como perfectos, o creyentes plenamente maduros. La falta de madurez de la iglesia de Corinto le impidió comprender las cosas profundas de Dios.

Tal como el apóstol lo entendía, el propósito de todo pastor cristiano debería ser guiar a su rebaño hacia la perfección, es decir, a la madurez de carácter, ya que Dios ha proporcionado los dones necesarios para alcanzar esa experiencia. “Y él mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y maestros, a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo, hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Elijo de Dios, a un varón perfecto (téleios), a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo” (Efe. 4:11-13).

El propósito de la vida cristiana consiste en alcanzar la madurez. Pablo no usa la palabra téleios en el sentido de que los creyentes de Corinto y Éfeso estaban libres de pecado, sino para describir una etapa de madurez espiritual que caracteriza, en toda circunstancia, a los que están firmes en la fe.

Cuando escribe a los filipenses, se ubica entre los “perfectos”: “Hermanos, yo mismo no pretendo haberlo ya alcanzado; pero una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está adelante, prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús. Así que, todos los que somos perfectos (téleios), esto mismo sintamos” (Fil. 3:13-15). El principal propósito del ministerio de Pablo era “presentar perfecto (téleios: plenamente maduro) en Cristo Jesús a todo hombre” (Col. 1:28).

En el griego clásico, siempre se usa téleios para referirse a la gente total mente adulta, a los animales que han crecido en plenitud y a la fruta madura. El ideal del cristiano es Jesucristo, y continuamente debemos luchar para alcanzar su estatura. La palabra no se refiere a una perfección sin pecado; los santos de la Biblia, como Pablo, han sido los primeros en declarar su necesidad decrecimiento, mientras se refieren a su naturaleza pecaminosa. El proceso de perfección y madurez prosigue durante toda la vida.

En la Biblia, no encontramos en ninguna parte que el creyente afirme haber alcanzado la perfección impecable, aunque se lo describa como perfecto (maduro). Además de peligrosa, tal afirmación revela una ceguera espiritual que le impide al declarante ser honesto consigo mismo. Lo que afirma la Palabra de Dios es que es posible alcanzar, en esta vida, la madurez y la estabilidad espiritual. La enseñanza de que el hombre pecador puede alcanzar la perfección absoluta aquí, en la tierra, no tiene sustento bíblico, y la misma naturaleza humana la desmiente. Pero esa realidad no excluye el hecho de que debe haber un crecimiento en la dirección de la perfección.

Que el uso bíblico de la palabra téleios no implica perfección absoluta se advierte cuando se menciona que los creyentes son perfectos, mientras están avanzando hacia el ideal cristiano. “Si alguno no ofende en palabra, éste es varón perfecto (téleios)” (Sant. 3:2). Mas tenga la paciencia su obra completa, para que seáis perfectos (téleios) y cabales, sin que os falte cosa alguna” (Sant. 1:4). Aquí, se describe al hombre perfecto o maduro como alguien que tiene pleno dominio sobre su lengua y que persevera sin vacilar en el camino de la fe. El progreso no es el mismo para todos los cristianos. En algunos, la perfección se evidencia mediante su amor a los enemigos (Mat. 5:43-48); en otros, se manifiesta en la perseverancia y la fidelidad en medio de las pruebas. Otros, en cambio, la revelan por medio del control de sus lenguas.

En otras palabras, el propósito de Dios en esta vida es la madurez espiritual en todas las circunstancias. Cristo se dio a sí mismo para salvarnos, y el Espíritu Santo vive en el creyente para que pueda crecer espiritual mente. “Estando persuadido de esto, que el que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo” (Fil. 1:6). Aunque afirmaba que Cristo vivía en él, Pablo aspiraba a una meta más elevada. El Espíritu Santo nos guía toda la vida en dirección de esa meta; pero no existe etapa final en el camino de la perfección, porque cada progreso espiritual nos revela que hay más cimas que alcanzar. El privilegio del cristiano consiste en experimentar, aquí y ahora, el poder de la presencia del Espíritu Santo, que produce el continuo crecimiento y la madurez espiritual.

Katartízo

La segunda palabra griega que se traduce como “perfecto” en el Nuevo Testamento es katartízo. Significa “estar completamente preparado” para servir, en la iglesia, a la causa de Dios. Esta palabra aparece en los siguientes pasajes de la Escritura:

“El discípulo no es superior a su maestro; más todo el que fuere perfeccionado (katartízo), será como su maestro” (Luc. 6:40).

“Por lo demás, hermanos, tened gozo, perfeccionaos (katartízo), consolaos, sed de un mismo sentir, y vivid en paz; y el Dios de paz y de amor estará con vosotros” (2 Cor. 13:11).

“Y el Dios de paz […] os haga aptos (katartízo) en toda buena obra para que hagáis su voluntad” (Heb. 13:20, 21).

“Mas el Dios de toda gracia, que nos llamó a su gloria eterna en Jesucristo, después que hayáis padecido un poco de tiempo, él mismo os perfeccione (katartízo), afirme, fortalezca y establezca” (1 Ped. 5:10).

“Y él mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y maestros, a fin de perfeccionar (katartízo) a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo” (Efe. 4:11, 12).

Toda interpretación de la doctrina de la perfección debe estar en armonía con la Palabra de Dios; si no es así, será falsa.

El fin de la gracia y de la salvación

¿Qué enseñan la Biblia y los escritos de Elena de White acerca del fin del tiempo de gracia? Para algunos, cuando eso ocurra, los méritos de la expiación ya no estarán disponibles como antes. Creen que, al término de la intercesión de Cristo, su poder salvador y su gracia perdonadora ya no estarán disponibles ni serán necesarios. Pero, ¿qué significa realmente Apocalipsis 22:11?

Él contexto de este versículo es la confrontación del hombre con los mensajes, las advertencias y los juicios finales de Dios. Mediante esos instrumentos, el Señor se dirige a todos los habitantes del mundo con las palabras y los actos más solemnes para referirse a la situación pecaminosa de los seres humanos. Ese versículo se refiere a las actitudes finales de los salvados, por un lado, y de los perdidos por el otro. Cuando termina el tiempo de gracia, el destino eterno de los hombres se fija para siempre. Ya es demasiado tarde para cambiar.

La palabra clave del versículo es eti, que se traduce como “todavía”. Quien persista en la impiedad, lo seguirá haciendo; lo mismo hará el que se solaza en la inmundicia. En cambio, el que escogió el camino de Cristo lo seguirá recorriendo. No habrá más ayuda para que el impío se reforme de sus malos caminos. La palabra “todavía” proclama el carácter definitivo de las decisiones asumidas por los seres humanos. El inmundo se seguirá contaminando. Y, mientras que el impío se sigue sumergiendo en las profundidades del mal, el justo se eleva a mayores alturas en el camino de la santidad.

El fin del tiempo de gracia es el momento cuando todo lo que el hombre ha hecho determinará su destino final: será justo o impío para siempre. El Espíritu Santo se habrá retirado de la tierra y, sin él, no habrá manera de resistir al mal ni a las fuerzas satánicas que invaden el corazón. El impío estará esclavizado para siempre; y el justo estará para siempre libre. Por haber elegido a Jesús, Dios le concederá todas las oportunidades y las ayudas de su gracia a fin de que continúe en el camino de la justicia. El impío estará, entonces, fuera del alcance de la redención. En cambio, el justo ya no se puede perder. El texto no habla de impecabilidad, sino del carácter final, que será la consecuencia de las decisiones que se tomen previamente. Lo pecaminoso del perdido aumentará, y lo mismo ocurrirá con la santidad del redimido.

La Hna. White nos dice que la gracia termina, para algunos, todos los días: “Cada día termina el tiempo de gracia para algunos” (Patriarcas y profetas, p. 135). “Para algunos, el tiempo de gracia está terminando; y ¿están bien? ¿Están preparados para la vida futura?” (Testimonies, t. 5, p. 18). No se trata del máximo desarrollo del pecado, por un lado, o de la conquista de la impecabilidad, por el otro. Aquéllos para quienes la gracia termina ahora, están dedicados al aumento de su impiedad y a su crecimiento en ella. El justo, en cambio, persiste y crece en la justicia. Es una cuestión de definición final: eso es lo que sucederá cuando se cierre la puerta de la gracia para el mundo.

Al referirse a esto, la Hna. White escribió: “Entonces vi que Jesús no dejaría el Lugar Santísimo antes de que estuviesen decididos todos los casos, ya para salvación, ya para destrucción” (Primeros escritos, p. 36). “Cuando termine el mensaje del tercer ángel, la misericordia divina no intercederá más por los habitantes culpables de la tierra” (El conflicto de los siglos, p. 671).

El justo manifiesta una inalterable sumisión a Cristo: “El mundo ha sido sometido a la prueba final, y todos los que han resultado fieles a los preceptos divinos han recibido ‘el sello del Dios vivo” (Apoc. 7:2). Entonces, Jesús dejará de interceder en el Santuario celestial” (Ibíd.).

Vivir sin Mediador no significa vivir sin la justicia de Cristo, o sin el Espíritu Santo o sin la gracia del Señor: una vez que todos los casos hayan sido decididos para salvación o para perdición, la obra de nuestro Abogado habrá concluido. Satanás no puede seguir acusando a los santos, porque Cristo ya rebatió todos esos cargos. Los casos de los santos se trajeron ante el tribunal del Cielo, y Cristo intercedió por ellos, asegurándoles una sentencia favorable. Nada podrá, entonces, revertir ese veredicto. No hay nada más que decir. Aparte de Satanás y sus huestes, el universo entero concuerda perfectamente con el veredicto de Cristo en favor de los santos. Todas las preguntas relativas a su futuro ya fueron contestadas. Ningún miembro de la Deidad necesita defenderlos más.

Debido a su inmutable posición delante de Dios, ya no existe necesidad de que Cristo siga intercediendo ante el Padre para su salvación o redención. Se declaró que los santos son los herederos legales de la Nueva Tierra. Su condición, de allí en adelante, es de justificación y vindicación finales ante el tribunal de Dios y el universo inmaculado. El hecho de que hayan elegido la justicia de Cristo les confiere el derecho a recibir una naturaleza inmaculada y parte en su herencia eterna, en ocasión de la segunda venida de Jesús. Entonces, lo corruptible se revestirá de incorruptibilidad, y lo mortal de inmortalidad (1 Cor. 15:52).

“Mientras más clara sea nuestra visión de la inmaculada e infinita pureza de Cristo, nos sentiremos como Daniel, cuando contempló la gloria del Señor y dijo: ‘Mi belleza se convirtió en corrupción’. No podemos decir no tengo pecado’, hasta que este cuerpo vil sea cambiado y modelado de acuerdo con su cuerpo glorioso. Pero si siempre tratamos de seguir a Jesús, nos corresponde la bendita esperanza de encontramos delante del trono de Dios sin mancha ni arruga, completos en Cristo, revestidos de su justicia y su perfección” (Signs of the Times, 23 de marzo de 1888).

La condición de los santos y su experiencia

¿Cuál será la condición espiritual de los santos cuando se cierre el tiempo de gracia? ¿Manifestarán, de alguna manera, una condición que corresponda a la naturaleza pecaminosa? Si así fuera, ¿estarían disponibles la sangre expiatoria y los méritos de Cristo?

La Sra. White describe a los santos durante “el tiempo de angustia de Jacob”, y dice de ellos que “tendrán un profundo sentimiento de sus faltas y, al examinar su vida, verán desvanecerse sus esperanzas […] Si el pueblo de Dios tuviera pecados inconfesos que aparecieran ante ellos cuando los torturen el temor y la angustia, serían abrumados; la desesperación anularía su fe […] Pero; aunque tengan un profundo sentido de su indignidad, no tendrán pecados ocultos que revelar” (Patriarcas y profetas, p. 200).

“Mientras Satanás acusa al pueblo de Dios, haciendo hincapié en sus pecados, el Señor le permite probarlos hasta el extremo, La confianza de ellos en Dios, su fe y su firmeza serán rigurosamente probadas […] Reconocen plenamente su debilidad e indignidad” (El conflicto de los siglos, p. 676).

“Por la entrega de sí mismo y por su confiada fe, Jacob alcanzó lo que no había podido alcanzar con su propia fuerza […] Así ocurrirá con los que vivan en los últimos días. Cuando los peligros los rodeen y la desesperación se apodere de su alma, deberán depender únicamente de los méritos de la expiación. Nada podemos hacer por nosotros mismos. En toda nuestra desamparada indignidad, debemos confiar en los méritos del Salvador crucificado y resucitado. Nadie perecerá jamás mientras haga esto” (Patriarcas y profetas, p. 201).

Dos hechos surgen de estas declaraciones: primero, a algunos de los santos les faltará la fe después de terminado el tiempo de gracia, lo que les producirá angustia y conflicto. Pero la falta de fe corresponde a una condición pecaminosa, lo que niega la idea de que los santos habrán alcanzado una perfección absoluta. Si están libres de pecado, y de lo que algunos llaman pecado original”, ¿cómo es posible que manifiesten semejante falta de fe? ¡dea de la perfección sin pecado no aparece en ninguna parte en los escritos de Elena de White.

El segundo hecho es que la salvación, por medio de la gracia y los méritos expiatorios de Cristo, sigue beneficiando a los santos después de concluido el tiempo de gracia. Los creyentes siguen confiando en los méritos de Cristo. La gracia es el eterno y gratuito favor de Dios en favor del indigno culpable; no tiene nada que ver con supuestos méritos humanos y perfección absoluta. Supera la incapacidad humana, manifestada, inclusive, en los santos después de la terminación del tiempo de gracia. Los pecadores son los únicos seres por los que se preocupa la gracia. La limitación espiritual y la imperfección de los santos requiere la aplicación de los méritos expiatorios de nuestro Señor y que su justicia esté disponible. La corrupción estará presente en los santos mientras estén en este cuerpo mortal.

Por consiguiente, durante el tiempo de “angustia de Jacob”, el temor y el recelo, la flaqueza y la indignidad, revelan la insuficiencia y la condición pecaminosa de los santos. El Dios eterno sigue siendo su refugio. En todo momento siguen siendo salvos por causa de la maravillosa gracia de Dios. En ningún lugar de las Escrituras existe evidencia que indique el más tenue cambio en la salvación por la gracia que se dispensa diariamente a los santos.

Incluso después de terminada la obra intercesora de Cristo y de que todos los casos hayan sido decididos, Dios continuará siendo nuestro socorro. Estará más cerca de nosotros que nunca. Si la justicia de Dios está disponible, también lo está su gracia. Es falsa la idea de que Cristo, por haber cesado en su obra mediadora, se encuentra en una posición diferente con respecto a su pueblo; quien crea esto, deja de entender la doctrina bíblica de que la salvación por la gracia continúa vigente en todos los tiempos.

En concomitancia con la falsa enseñanza de la perfección sin pecado, está la idea de que la gracia salvadora no es necesaria y que el creyente debe poseer una perfección absoluta si desea estar seguro. Este ha sido siempre el problema de los que no aceptan su verdadera condición pecaminosa. Al finalizar el tiempo de gracia, súbitamente vemos que nuestra fuerza se convierte en flaqueza, para que no podamos vivir como si fuéramos ley para nosotros mismos y para que entendamos que sólo viviremos si dependemos de Cristo. La experiencia de los santos una vez concluido el tiempo de gracia revela que estar salvo es desprenderse de la insensatez de poner el yo en el centro de la vida. A pesar de que pretenden negarlo, los defensores de la perfección absoluta se aferran precisamente de eso, de modo que su flaqueza y su indignidad se puedan transformar en poder antes de la segunda venida de Cristo.

La salvación por la gracia no es un remedio como cualquier otro. Su obra no es un pase mágico; no es algo que, al finalizar el tiempo de gracia, nos garantizará que nunca más tendremos un problema espiritual. La gracia salvadora invita a los santos a aceptar su condición pecaminosa incluso hasta la venida de Cristo. El Señor nos está diciendo que no hay salida, fuera de la comprensión de que la gracia es suficiente en medio de nuestra flaqueza y que nuestra condición pecaminosa no se transforma automáticamente, ni pasamos a vivir vidas sin las luchas y las agonías del mundo hasta el regreso de Jesús: vivimos constantemente bajo su poder y su gracia salvadora.

Frente a esto, algunas palabras de la Sra. White acerca de ciertas enseñanzas incorrectas merecen una reflexiva consideración:

“Tomáis pasajes de los Testimonios que hablan acerca del fin del tiempo de gracia, del zarandeo del pueblo de Dios, y habláis de que surgirá de ese pueblo otro pueblo más puro, más santo. Todo eso le agrada al enemigo. No debemos adoptar innecesariamente un procedimiento que cause divergencias y suscite disensiones. No debemos causar la impresión de que no se han aceptado nuestras ideas particulares porque a los pastores les falta fe y andan en tinieblas” (Joyas de los testimonios, t. 1, p. 179).