Pregunta 22 (continuación)

II. Concepto adventista de las profecías del reino

  1. Promesas hechas a Abrahán. El Antiguo Testamento establece claramente que el pueblo hebreo, los descendientes de los doce hijos de Jacob, fue elegido especialmente por Dios como el instrumento que debía dar a conocer su plan de salvación. Las Escrituras fueron dadas mediante él; el Mesías, el Cristo, saldría de él; y por medio de él todas las naciones del mundo recibirían la bendición de la salvación. Sin embargo, el Antiguo Testamento también establece claramente —y esto a menudo no se lo toma en cuenta— que esta categoría de pueblo especial era condicional.

Dios, en varias ocasiones, hizo promesas a Abrahán, uno de los antecesores de este pueblo: que sería bendecido, que su simiente sería numerosa y se convertiría en una gran nación, que recibiría la tierra de Canaán. que esta comarca se extendería desde el “río de Egipto” (el Wadi el-Arish) hasta el río Eufrates. (Véanse Gén. 12:1-3; 13:14-17: 15:5, 7, 18-21; 18:18, 19; 22:15-18).

  • Promesas formuladas a Israel en el Sinai. Cuando Dios comenzó a cumplir estas promesas a los descendientes de Abrahán sacándolos de Egipto para llevarlos a la Tierra Prometida y convertirlos en una nación, realizó un pacto con ellos en el Sinaí. Desde el comienzo estableció claramente la naturaleza condicional de las promesas hechas a la nueva nación de Israel, como pueblo escogido de Dios:

“Ahora, pues, si diereis oído a mi voz, y guardareis mi pacto, vosotros seréis mi especial tesoro sobre todos los pueblos; porque mía es toda la tierra. Y vosotros me seréis un reino de sacerdotes, y gente santa” (Exo. 19:5, 6).

            Su condición como pueblo especial de Dios dependía de un si.

Cerca de cuarenta años después, cuando la segunda generación estaba a las puertas de la Tierra Prometida, Moisés en su discurso de despedida les dijo claramente (Deut. 7:8) que si esperaban ver el cumplimiento de las profecías hechas a sus padres, debían tener fe en que “Jehová tu Dios es Dios, Dios fiel, que guarda el pacto y la misericordia a los que le aman y guardan sus mandamientos, hasta mil generaciones” (Deut. 7:9). Les dijo que si guardaban los mandamientos (Deut. 7:11, 12) el Señor “guardará contigo el pacto… que juró a tus padres”. Por otra parte, si desobedecían a Dios perecerían como las naciones que ellos estaban por despojar. (Deut. 8:1, 19, 20). Véase la advertencia de que la tierra los vomitaría, así como había vomitado a sus antecesores. (Lev. 18:26-28; 20:22.) En una larga serie de bendiciones y maldiciones (Deut. 27-30), las siguientes bendiciones están condicionadas a la obediencia a los mandamientos de Dios: santidad, conducción, prosperidad. Las maldiciones incluyen pestilencia, hambre, pobreza, derrota, esparcimiento entre las naciones —con la promesa, sin embargo, de volver del exilio si se arrepentían.

La presentación de las maldiciones junto con las bendiciones muestra claramente que cuando Dios dice: “Te daré” las diferentes bendiciones, quiere decir: “Quiero darte” o “Me propongo darte”. Pero los israelitas no quedaron en la duda en lo que respecta a las condiciones bajo las que ganarían o perderían las bendiciones prometidas.

Notemos las declaraciones específicas de la naturaleza condicional de las promesas y las profecías hechas a la nación de Israel literal en relación con todos los puntos abarcados por las promesas realizadas a Abrahán. En todos los casos el cumplimiento de la promesa estaba condicionado por la obediencia: a) su condición como pueblo elegido (Exo. 19:5, 6; Deut. 28:9); b) una gran nación (Deut. 28:1, 7, 9, 10, 13; compárese con los vers. 15, 25, 48); c) una nación santa (Exo. 19:6; Deut. 28:9); d) bendiciones (Deut. 7:9-14; 28:144 [compárese con los vers. 15-68]; 30:16, 19); e) la tierra (Deut. 8:1, 7-9; 30:19, 20 [compárese con Lev. 18:26-28; Deut. 28:15, 64]; 1 Rey. 9:3, 6, 7; 1 Crón. 28:8; 2 Crón. 7:16, 19, 20; Eze. 33:24-26; 36:26-28); f) la permanencia del trono de David (1 Rey. 2:3, 4; 8:25; 9:4, 5; 1 Crón. 28:4-9; 2 Crón. 6:16; 2 Crón. 7:17-22); g) bendición para las demás naciones (Eze. 36:23, 33-36; 37:23, 28).

Pero como cumplieron sólo parcialmente las condiciones, las promesas se cumplieron sólo parcialmente en la historia del pueblo hebreo.

  • Promesas hechas a David y Salomón. A David, a quien Dios escogió “para que perpetuamente fuese rey sobre Israel” (1 Crón. 28:4), y a Salomón su hijo, se otorgó el cumplimiento de muchas de las primeras promesas realizadas a Israel: un nombre grande, una gran nación, prosperidad, victoria y paz, dominio sobre otras naciones, “desde el río de Egipto hasta el río grande, el río Éufrates” (Gén. 15:18; compárese con 1 Rey. 4:21). Además, en el tiempo de David Dios se propuso que Israel “nunca más sea removido” (2 Sam. 7:10; 1 Crón. 17:9).

Esto no contradice las declaraciones anteriores según las cuales Israel poseería la tierra bajo la condición de obediencia (Deut. 8:1, 19-20), y tampoco es invalidado por el hecho de que posteriormente el pueblo fue desterrado de sus posesiones. Dios no deseaba que Israel fuese arrojado de la tierra por culpa de sus pecados, como tampoco desea que nadie se pierda por rechazar la salvación. (Eze. 33:11; 2 Ped. 3:9.) David entendió que esta promesa era condicional, según se advierte claramente en su discurso pronunciado en ocasión de la coronación de Salomón, cuando dijo al pueblo reunido: “Guardad e inquirid todos los preceptos de Jehová vuestro Dios, para que poseáis la buena tierra, y la dejéis en herencia a vuestros hijos después de vosotros perpetuamente” (1 Crón. 28:8).

Además, también reconoció como condicional la promesa hecha a Salomón: “Yo confirmaré su reino para siempre, si él se esforzare a poner por obra mis mandamientos y mis decretos, como en este día (vers. 6, 7).

Después de la edificación del templo, Dios repitió la misma promesa a Salomón en persona, y condicionó la perduración del reinado, del templo y de la posesión de la tierra a la fidelidad a Dios (1 Rey. 9:3-9; 2 Crón. 7:16-22).

(Continuará)