Algunos países celebran semanas especiales dedicadas a la seguridad y a la prevención contra los incendios. Es bueno que como iglesia nos preocupemos de proteger nuestros edificios. La pérdida de dinero debida a descuido puede significar menor ganancia de almas por falta de fondos. De tanto en tanto suelen aparecer en nuestras publicaciones artículos que instan a una mayor vigilancia de nuestras propiedades inmobiliarias.

NECESIDAD DE UN INCENDIO ESPIRITUAL

Nadie desearía que una iglesia se incendiara físicamente, pero, ¿quién negará la necesidad de que se declare un incendio espiritual en nuestra organización? Es digno de estudio el repetido uso del simbolismo del fuego en las Escrituras. Se describe a la Trinidad en términos relacionados con el fuego y sus efectos. Deuteronomio 4:24 declara: “Porque Jehová tu Dios es fuego consumidor”. La revelación de Dios en una zarza ardiente impresionó profundamente a Moisés con un sentido de la pureza y el poder de Dios. Cuando el Señor se comunicó con Moisés en las alturas del Sinaí, “había descendido sobre él en fuego; y el humo subía como el humo de un horno, y todo el monte se estremecía en gran manera” (Exo. 19:18). “Desde los cielos te hizo oír su voz, para enseñarte; y sobre la tierra te mostró su gran fuego” (Deut. 4:36). La terrible grandeza de esta escena de llama y humo sostuvo la autoridad y la dignidad del carácter escrito de Dios, los Diez Mandamientos.

Al describir la forma física de Dios, Daniel registró que “su rostro parecía un relámpago, y sus ojos como antorchas de fuego” (Dan. 10:6). La descripción de Cristo que da Juan está de acuerdo con la de Daniel cuando compara los ojos de Cristo a una “llama de fuego” y sus pies a “columnas de fuego”. Se hace referencia a nuestro Señor como a un “fuego purificador” (Mal. 3:2). Estas descripciones están en armonía con el concepto de la columna de fuego que guiaba y daba calor a los israelitas de noche durante su jornada por el desierto.

ÁNGELES, SERES VIVIENTES Y LA PALABRA

Los ángeles de Dios son asemejados a “flamas de fuego” (Sal. 104:4). La visión de Ezequiel de los cuatro seres vivientes era tan vivamente radiante que él los describió en términos de fuego y relámpagos. “Cuanto a la semejanza de los seres vivientes, su aspecto era como de carbones de fuego encendidos, como visión de hachones encendidos que andaba entre los seres vivientes; y el fuego resplandecía, y del fuego salían relámpagos” (Eze. 1:13). Jeremías cita las palabras del Señor: “¿No es mi palabra como fuego…?” (Jer. 23:29). Es significativa la siguiente promesa de Dios a Jeremías: “Porque dijeron esta palabra, he aquí yo pongo mis palabras en tu boca por fuego, y a este pueblo por leña, y los consumirá” (Jer. 5:14). La experiencia de este mismo profeta, que en cierto momento de su vida declaró que iba a dejar de predicar, lo llevó a reconocer la naturaleza y la influencia de la Palabra de Dios en su propia vida. “No obstante, había en mi corazón como un fuego ardiente metido en mis huesos; traté de sufrirlo, y no pude” (Jer. 20:9).

De manera que el fuego o su equivalente es uno de los términos más usados en relación con la descripción de la Deidad y de su programa de salvación.

EL FUEGO SIMBOLIZA LA ACEPTACIÓN

En diferentes ocasiones Dios expresó su aceptación de personas y cosas con el uso de fuego. El fuego pasó por entre los animales divididos y las aves devorándolos cuando Dios hizo un pacto con Abrahán (Gén. 15). Una gloriosa demostración de fuego del cielo consumió el sacrificio ofrecido por Moisés en la inauguración del tabernáculo. Tan sobrecogedora fue esta experiencia que los israelitas, viendo el fuego, “alabaron, y se postraron sobre sus rostros” (Lev. 9:24). Los padres de Sansón fueron testigos de la aceptación de su ofrenda mediante un fuego encendido divinamente, junto con la ascensión del ángel del Señor en las llamas ardientes (Juec. 13:19, 20).

Otra manifestación del fuego celestial tuvo lugar en la inauguración del templo de Salomón. Este gran dirigente acababa de terminar su oración de dedicación en la cual elocuentemente había solicitado las misericordias de Dios. Una llama de fuego por mandato de Dios “consumió el holocausto y las víctimas; y la gloria de Jehová llenó la casa” (2 Crón. 7:1). El efecto de este dinámico despliegue de gloria y poder hizo que los sacerdotes no entraran en el templo por cierto tiempo. El impacto de esta escena esplendorosa movió a los hijos de Israel a postrarse sobre sus rostros en el pavimento, adorando y alabando a Jehová diciendo: “Porque él es bueno, y su misericordia es para siempre” (cap. 7:3).

EL PROFETA DEL FUEGO

El nombre de Elias y el fuego son casi sinónimos. La prueba de la supremacía de Dios o de Baal estaba basada en el fuego. “Y el Dios que respondiere por medio de fuego, ése sea Dios” (1 Rey. 18:24). El hecho de que el agua, el polvo, las piedras, la leña y el holocausto fueran devorados revela la naturaleza totalmente consumidora del fuego enviado por Dios en el monte Carmelo. Ese fuego no dejó ninguna duda en el corazón de los presentes en cuanto a quién era Dios. “Viéndolo todo el pueblo, se postraron y dijeron: ¡Jehová es el Dios, Jehová es el Dios!” (1 Rey. 18:39).

El enfermo rey Ocozías que había caído por la ventana de una sala, envió mensajeros a Baal-zebub dios de Ecrón para saber si sanaría o no. Dios instruyó a Elias para que interceptara a esos mensajeros con un reproche en forma de pregunta: “¿No hay Dios en Israel, que vais a consultar a Baal-zebub dios de Ecrón?” (2 Rey. 1:3). La insolente exigencia de Ocozías en respuesta a esta pregunta costó la vida de 102 personas. Dos grupos de cincuenta soldados con un capitán cada uno, oyeron esta oración fúnebre de labios de este profeta del fuego: “Si yo soy varón de Dios, descienda fuego del cielo, y consúmate con tus cincuenta. Y descendió fuego del cielo, que lo consumió a él y a sus cincuenta” (cap. 1:10). No había duda de que Dios aceptaba a Elias como su profeta. Lo probó con el fuego.

ASCENSIÓN POR EL FUEGO

La salida de Elias de esta tierra fue en un carro de fuego con caballos de fuego (cap. 2:11). El sucesor de Elias, Elíseo, oró para que los ojos de su siervo contemplaran una escena semejante en Dotan. El Señor respondió a este pedido, “y miró; y he aquí que el monte estaba lleno de gente de a caballo, y de carros de fuego alrededor de Elíseo” (cap. 6:17).

Gedeón fue otra persona que vivió la envidiable experiencia de ser testigo de la aceptación mediante el fuego. Vio al ángel de Jehová extender el báculo y tocar con la punta del mismo la carne y los panes sin levadura de su ofrenda hasta que salió un fuego de la peña que los consumió (Juec. 6:21).

Se le pidió a David que hiciera la terrible elección de escoger uno de tres castigos posibles. Tenía que hacerlo debido a su acción necia de tomar el censo de los israelitas, y la decisión significaba la vida de muchas personas. Tenía que elegir entre el hambre, la espada o la pestilencia. David escogió caer entre las manos de Dios antes que en las de los hombres. Por orden de Dios, David compró un solar y ofrendas de Ornán. Allí edificó un altar, puso el sacrificio, y Dios no solamente hizo cesar la pestilencia, sino que “le respondió por fuego desde los cielos en el altar del holocausto” (1 Crón. 21:26).

EQUIVALENTE MODERNO DE LA ACEPTACIÓN MEDIANTE EL FUEGO

En nuestra época más esclarecida (?) en cuanto a religión, no se conocen casos de la aceptación de Dios mediante un despliegue exterior de fuego. Sin embargo, no es menos necesaria la aceptación de Dios hoy de lo que lo era hace varios milenios. ¿Podría ser que la iglesia diera evidencia de esta aceptación exhibiendo el “oro refinado en fuego” (Apoc. 3:18)? ¿Podría ser que una congregación que posee este oro de la fe y del amor haga aparecer a la iglesia como si estuviera en llamas? ¿Podría ser que si nosotros como ministros damos la pauta consagrando nuestras vidas a la tarea de conseguir este oro probado por el fuego nuestros miembros siguieran nuestro ejemplo?

RETROCESO SIGNIFICA EXTINCIÓN

El simbolismo del fuego implica tremendas lecciones para la iglesia hoy. El fuego es activo, nunca pasivo. El fuego tiene que avanzar —el retroceso significa la extinción. No puede ser estático, o dejará de ser fuego. El fuego no puede descansar, siempre se está moviendo. Barre con todo, lo cubre todo, nunca se detiene. El fuego nunca se limita a sí mismo —siempre comparte con otros. El fuego es entusiasta, nunca reticente. Incansable para alcanzar su propósito. El fuego nunca se escatima a sí mismo. Nunca se detiene para preguntar, sino que sigue consumiendo. Para vivir, el fuego debe consumir. No puede alimentarse de la nada. Al fuego le interesa una sola cosa —arder. No puede ser desviado —quema todo lo que encuentra en su camino. El fuego significa rendición de parte de lo que arde. El resultado es contagioso.

NACIDA PARA ARDER

Así ocurre con la iglesia que da testimonio hoy. Ponedla en cadenas, desterradla a una isla, pisoteadla, inundadla con agua, haced lo que queráis en contra de ella, pero seguirá ardiendo. Eso fue lo que ocurrió con la iglesia del Nuevo Testamento. La oposición sólo pudo echar viento avivando su llama hasta que produjo un incendio enorme que trajo gloriosamente a toda la tierra el calor del Evangelio de Cristo. Una iglesia incendiada para Dios es uno de los pensamientos más animadores que la mente pueda alimentar. Una iglesia con un propósito único, avanzando constantemente, completamente entregada, inextinguible en espíritu —éste es el plan de Dios para el movimiento adventista. Quiera Dios que el simbolismo del fuego sea una realidad espiritual en nuestro medio. Como en el antiguo santuario, arda “el fuego… continuamente en el altar; no se apagará” (Lev. 6:13).

¡La iglesia nació para arder!

Sobre el autor: Secretario de la Asociación Ministerial de la Asociación General.