CONCLUSIÓN

Afin de presentar una armonía entre los datos obtenidos mediante el esfuerzo científico y el testimonio aportado por la inspiración, uno debe disponer de modelos que tengan relación con ambos. Tales modelos incluyen una interpretación de los datos obtenidos mediante un estudio científico de la naturaleza, y también una interpretación de las declaraciones dadas por los profetas que han sido inspirados por Dios. La Iglesia Adventista del Séptimo Día ha asumido la posición de afirmar que este tipo de modelo exitoso existe, que un “correcto entendimiento de ambas [la ciencia y la Palabra de Dios] siempre probará que se hallan en armonía” (Testimonies, tomo 8, pág. 258).

    Es importante comprender con claridad la especificación o limitación que el cristianismo ortodoxo exige en el desarrollo de modelos para relacionar armoniosamente la ciencia experimental con la revelación.

    La primera especificación es que todas las entidades en el universo, sean visibles o invisibles, han sido creadas por Cristo. “Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho” (Juan 1:3). “En él fueron creadas todas las cosas, las que hay en los cielos y las que hay en la tierra, visibles e invisibles… todo fue creado por medio de él y para él. Y él es antes de todas las cosas” (Col. 1:16, 17). “Tú hiciste los cielos, y los cielos de los cielos con todo su ejército, la tierra y todo lo que está en ella, los mares y todo lo que hay en ellos” (Neh. 9:6). (Véanse también Heb. 1:3; Efe. 3:9; 1 Cor. 8:6; Apoc. 14:7; Isa. 45:18.)

    La segunda especificación es que el universo material no es independiente ni actúa por sí, sino que es una continua expresión de la voluntad de Dios. “Todas las cosas en él [en Jesucristo] subsisten (Col. 1:17). “Sólo hay un Dios, el Padre, del cual proceden todas las cosas, y nosotros somos para él, y un Señor Jesucristo, por medio del cual son todas las cosas, y nosotros por medio de él” (1 Cor. 8:6). “Tú hiciste los cielos, y los cielos de los cielos, con todo su ejército, la tierra y todo lo que está en ella, los mares y todo lo que hay en ellos; y tú vivificas todas estas cosas” (Neh. 9:6). (Véase también El Ministerio de Curación, págs. 323-325.)

    La tercera especificación no está explícitamente declarada en la Biblia pero es completamente consecuente con los requisitos más conservadores de la interpretación bíblica. Es que Dios trajo la materia elemental a la existencia durante el episodio de la creación descripto por Moisés. Esta especificación fue hecha en Signs on the Times, del 13 de marzo de 1884, por Elena de White, como sigue: “Moisés escribió bajo la conducción del Espíritu de Dios, y una correcta teoría de la geología, nunca pretenderá descubrimientos que no puedan ser compatibles con sus declaraciones. La idea con la cual tropiezan muchos, de que Dios no creó la materia cuando llamó al mundo a la existencia, limita el poder del Santo de Israel”. En Testimonies, tomo 8, pág. 258 afirma: “La teoría de que Dios no creó la materia cuando llamó al mundo a la existencia no tiene fundamento. En la formación de nuestro mundo, Dios no dependía de la materia preexistente”.

    Ambos contextos y el empleo usual de los términos indican que el autor de esas declaraciones estaba hablando de la actividad creadora que ocurrió durante los primeros seis días de la creación como se describen en el libro del Génesis. Estas citas especifican con claridad que en la actividad creativa descripta por Moisés, Dios no dependía o estaba obligado por la materia preexistente, y que la materia elemental que previamente no existía, fue traída a la existencia durante este episodio creador. Las declaraciones no limitan la creación de la materia elemental a ninguna porción de la semana de la creación durante la cual el mundo a que se hace referencia en 2 Pedro 3:6 fue traído a la existencia.

    Puesto que Dios puede traer a la existencia a la materia elemental y es responsable por toda la materia elemental en el universo, muchos encuentran natural su- poner que la materia elemental primaria fue traída a medida que se la requería en cada uno de los sucesos de la semana de la creación. La creación de Eva parece que claramente incluyera la introducción de materia elemental no existente en forma previa. Milagros tales como alimentar una multitud de 5.000 (Mat. 14:13-21), la restauración de una mano seca (12:9-13) y la sanidad dada a un hombre de más de cuarenta años que nunca había caminado (Hech. 3:1-10; 4:22) exigen materia elemental que inicialmente no se hallaba presente en el sitio específico en cuestión. Parecería innecesario y poco elegante para Dios, reunir del suelo, las rocas y el aire vecinos, los átomos necesarios en esos actos de creación.

    La cuarta y quinta especificaciones tienen que ver con la historia de la vida orgánica en este planeta y las presenta el libro del Génesis. El libro del Génesis cayó en desuso cuando el darwinismo comenzó a dominar el pensamiento humano. Pero si el Génesis no puede ser considerado con seguridad en su significado más directo y evidente, los siguientes tampoco son dignos de confianza: Las Crónicas; los Salmos; los evangelios de Marcos, Lucas y Juan; las epístolas de Pablo, (particularmente Romanos, 1 Corintios y 1 Timoteo); las epístolas de Pedro y el libro de Judas. Los escritores de estas porciones de la Biblia expresan implícita confianza en la exactitud y confiabilidad del Génesis (1 Crón. 1; Sal. 19, 33, 95, 104, 136; Luc. 3:23-28; Mar. 10:6; Juan 5:46, 47; Rom. 5; 1 Cor. 15:22, 45; 1 Tim. 2:13, 14; 1 Ped. 3:20; 2 Ped. 2:5; 3:5, 6; Jud. 14).

    Las palabras de nuestro Señor registradas en Juan 5:46, 47 debieran ser suficiente respuesta para los cristianos para las preguntas concernientes a la integridad del Génesis. “Pero si no creéis a sus escritos [a los de Moisés], ¿cómo creeréis a mis palabras?” Para aquellos a quienes Jesús hablaba, los escritos de Moisés significaban claramente el Pentateuco —los primeros cinco libros de la Biblia. Es digno de destacar que en la declaración registrada en Juan 5: 47 Jesús dice “escritos”, plural; de otro modo muchos podrían decir que se refirió sólo al Éxodo, o Levítico, o Números o Deuteronomio.

    Los capítulos 5 y 11 del Génesis contienen genealogías que no dejan al lector depender del significado indefinido de la palabra hebrea traducida como hijo. Esa palabra puede significar cualquier descendiente, y puede cubrir largos periodos. Las genealogías presentadas en Génesis 5 y 11 son únicas porque especifican la edad del padre en el momento del nacimiento del hijo, y la edad de ese hijo cuando él a su vez tiene un hijo. Así parece no haber más razón para no tomar en cuenta los capítulos 5 y 11 de Génesis de la que hay para restar consideración a las especificaciones que ese libro da acerca de la semana literal de la creación.

    Los detalles de esas genealogías juntamente con la profecía registrada en Génesis 15:13 establecen dos períodos de tiempo muy significativos: 1.656 años entre la conformación de la superficie de este planeta en un mundo ideal apto con vida animal y vegetal como se lo describe en los primeros dos capítulos del Génesis, y la destrucción de este mundo como está registrada en los capítulos 7 y 8 y en 2 Pedro 3:6; un período de aproximadamente 900 años de duración entre la destrucción del mundo por el diluvio universal y el éxodo del pueblo hebreo de la esclavitud en Egipto. De estas deducciones pueden ser fácilmente extraídas las especificaciones restantes acerca de modelos para armonizar las observaciones científicas con el testimonio inspirado.

    La cuarta especificación es que el episodio creativo que hizo surgir la vida en este planeta ocurrió hace aproximadamente 6.000 años.

    De acuerdo con la quinta especificación, la fisonomía general de nuestro planeta como lo conocemos en la actualidad rige sólo desde hace aproximadamente 4.400 años, el tiempo que ha pasado desde el diluvio descripto en Génesis 7 y 8.

    Algunos defensores de la ortodoxia agregan una especificación adicional haciendo que el término tierra designe a este planeta entero toda vez que los autores bíblicos la emplean en un sentido general. En esos casos críticos se puede esperar que la Biblia defina sus propios términos y no deje al lector dependiendo del uso contemporáneo de las palabras escogidas por los traductores. La asociación de los términos “cielos” (atmósfera) y “mar” y “tierra” en Apocalipsis 14:7 como también en el mandamiento referido al sábado, en Nehemías 9:6, y Apocalipsis 10:6, juntamente con la consideración de Génesis 6:13 y 2 Pedro 3:6 (el diluvio destruyó la organización de la superficie, no el planeta entero) indican que el término “tierra” como se lo emplea en la Biblia designa solamente la porción sólida de la superficie de nuestro planeta, o una particular organización de esa parte sólida, a menos que un significado más amplio o más limitado sea claramente exigido por el contexto.

    Hay muchos que objetan la simple actitud de fe en la Palabra de Dios implícita en las especificaciones de los 6.000 y 4.400 años. Preguntan cómo se puede armonizar una limitación de 4.400 años con la antigüedad de las civilizaciones china y egipcia, con los datos resultantes del radiocarbono, y con ciertas observaciones geológicas. En respuesta a esas preguntas podemos expresar confianza en que ningún acto de la historia completamente verificado y que ninguna organización científica firmemente establecida contradice las claras enseñanzas de la Biblia. La información incompleta y las leyendas inexactas proveen amplias bases para especulaciones que no armonizan con las cinco especificaciones básicas consideradas anteriormente. Debemos tener confianza de que se puede confiar y depender de Dios a la perfección. Debemos confiar en sus revelaciones hasta que esté disponible una evidencia concluyente. Moisés nos proporciona una ilustración de la actitud que es necesaria para salvaguardarnos del error y de la pérdida de las bendiciones que podríamos obtener del compañerismo con Dios. Al escoger a un líder para el establecimiento de su obra en los tiempos del Antiguo Testamento, como en el caso de hacer de Pablo un pionero en el establecimiento de la iglesia cristiana, Dios eligió a un hombre de gran habilidad natural que había recibido la mejor educación que el mundo de aquel tiempo podía proveer. Cuarenta años exitosos como pastor le dieron a Moisés una experiencia con la flora y la fauna del desierto que agregó un inmenso y grandioso caudal de conocimiento práctico a la botánica y la zoología que él había estudiado en la universidad real de Egipto. El capítulo 4 del Éxodo (vers. 3 y 4) describe una dramática situación en la que Moisés prudentemente huye de una serpiente grande y venenosa. Dios lo llama de entre la zarza ardiente y le ordena a Moisés que se detenga y tome a la serpiente por la cola. Cualquiera que conoce a la serpiente sabe que Moisés no habría estado allí se hubiera hecho esto una vez antes. Para manifestar confianza en Dios y en su palabra Moisés hubo de forzarse a sí mismo, con el evidente riesgo de su vida, a actuar en forma contraria a su experiencia y educación previas. Moisés disfrutó de grandes bendiciones como resultado de responder con implícita confianza en Dios.

    No se nos llama a nosotros a que tomemos por la cola a las serpientes agresivas y venenosas. Para muchos de nosotros la actitud de riesgo se halla en aceptar las enseñanzas de la Biblia concernientes a la facultad creadora de Dios y a su control de los fenómenos naturales; en el exhortar a los hombres de todas las nacionalidades y de todos los niveles y tipos de educación a adorar a Aquel que hizo “los cielos, la tierra y el mar y todo lo que en ellos hay”.

Sobre el autor: Del Walla Walla College