Muchas gracias, mi pastor,
porque cuando nací me dedicó a Jesús.
Perdóneme si entonces no pude participar de su alegría.
yo ni siquiera lo conocía…
¡Pero mamá me contó que usted me miraba y sonreía!
Y yo, inocente, en sus brazos, ¡sólo lloraba!
Así comenzó nuestra amistad.
Muchas gracias, pastor,
Porque cuando crecí, usted hizo una fiesta para mí.
Era el día de mi bautismo. Usted sonreía y yo lloraba.
Y así, abrazados en esa agua casi helada,
otra vez usted me dedicó a Jesús.
Pero hubo una época, querido pastor,
cuando me puse a transitar las calles de la iniquidad.
Entonces, usted encontró a esta oveja que se había
apartado del rebaño.
Lo sé; usted sufrió mucho, y de rodillas imploró
misericordia para mí.
Reviví el primer amor y volví al redil.
Y, al devolverme usted a Jesús, nuestra amistad creció.
Sabe, pastor amigo,
al recordar ahora esa noche de domingo, frente al altar,
no sé cuál de los dos temblaba más:
si usted, porque celebraba su primer casamiento,
o yo, porque me estaba casando.
Fue muy lindo, porque Jesús también estuvo allí.
Cuando nació mi primer hijo usted lo celebró conmigo,
y me enseñó a formar una familia feliz.
Hoy, junto a mis hijos, nietos y bisnietos,
con mis cabellos blancos unidos a los suyos.
Estoy para decirle al mundo que la jornada no ha sido fácil.
Pero estamos venciendo, porque el amor de Jesús siempre nos unió.
Ahora tengo la seguridad de que usted, mi pastor, amigo y hermano,
cerrará mis ojos, sabiendo que en la mañana de la resurrección.
Me presentará de nuevo a Jesús.
Y así, usted y yo seremos para siempre ovejas del mismo Pastor,
y viviremos juntos por la eternidad.
Sobre la autora: Miembro de la Iglesia de Sete Lagoas, Mato Grosso, Rep. Del Brasil.