En el corazón de todos los hombres, incluso en el de los buenos cristianos, se libra una batalla tan real como una guerra literalmente declarada. Es una batalla por la integridad, la decencia y la pureza; una lucha que emplea fuerzas que parecen humanamente incontrolables. Y muchos están perdiendo esa batalla.

Aunque las recientes revelaciones de abusos sexuales cometidos por sacerdotes católicos hayan minado la confianza de los fieles en esa iglesia, en los Estados Unidos hace ya tiempo que la casa protestante, en este aspecto, no está precisamente en orden. En este artículo nos referiremos a la sexualidad masculina en su conjunto, y que en alguna medida resume las fallas pastorales en este sentido. Las indiscreciones que de vez en cuando cometen los pastores son, en mi opinión, la manifestación de una sexualidad distorsionada, una realidad que enfrentan muchos hombres.

Un don distorsionado

El sexo es un precioso don de Dios. Pero de todos los dones de la creación es probablemente el que más nos complica la vida. Hay más posibilidades de pecado en el ámbito de la sexualidad que en casi cualquier otro aspecto de la vida. La amonestación de Pablo a los tesalonicenses pone de manifiesto el poder que el sexo ejercía en sus días.

En más de treinta años de ejercicio de la profesión, al trabajar con hombres cristianos y pastores, no he encontrado un tema más desconcertante que este. A pesar de la revolución sexual, o tal vez por causa de ella, los hombres parecen cada vez más confundidos frente a la sexualidad. Luchan para comprender su poder, para ponerla bajo control y, por sobre todo, para santificarla de acuerdo con la advertencia de Pablo.

¿Por qué será que muchos luchan tanto para equilibrar la acción de sus hormonas con su deseo de ser buenos maridos y pastores consagrados y fieles? Una razón es que las tensiones de la vida sexual aparentemente concuerdan con “la concupiscencia de la carne”. Otra es que vivimos en una época sobrecargada de estímulos sexuales.

Esos hombres están empeñados en una lucha que es indiscutible, como todo consejero familiar lo sabe. Hasta para los hombres buenos es difícil establecer la diferencia que existe entre la sexualidad sana y la anormal. Muchos temen que por el hecho de tener una sexualidad bien definida padecen de alguna desviación sexual. Otros temen ser pervertidos, o sexual mente anormales.

El fondo de la cuestión consiste en que todos los hombres luchan para conservar la cabeza por encima de las turbulentas olas de su testosterona. El impulso sexual es una fuerza poderosa en los hombres sanos, y lógicamente algunos luchan más que otros. Los hombres dotados de un fuerte impulso sexual pueden desarrollar fácilmente un intenso sentimiento de culpa y de aborrecimiento de sí mismos, incluso cuando ese impulso no es anormal.

El deber de controlar los impulsos sexuales y canalizarlos para que tengan una expresión apropiada es el desafío que todos enfrentamos. Pero, ¿cómo lo podremos conseguir? ¿Cuál es en realidad el problema? Por cierto, no es la sexualidad en sí misma, ya que ella forma parte de la creación de Dios. Yo creo que este don divino ha sido distorsionado, y los hombres en especial han perdido el rumbo. Lo que Dios quería que fuera una experiencia de unión feliz y trascendente entre un hombre y una mujer, terminó siendo un problema terrible y lleno de frustraciones.

Las causas de la distorsión

Se puede encontrar muchas causas de la distorsión sexual. La primera es el velo del silencio. Alguien dijo que una característica de los hombres consiste en guardan silencio. Eso aumenta la distorsión de la sexualidad masculina. Aunque la mayor parte de los hombres piense mucho en el sexo, se trata de algo personal e íntimo que no se discute abiertamente. Ni siquiera admiten con cuánta frecuencia piensan en el asunto.

Algunos hombres hacen bromas acerca el sexo, pero les cuesta hablar en serio acerca de él. ¿Con qué resultados? Muchos muchachos crecen luchando para distinguir entre lo que es normal y saludable, y lo que es enfermizo y pecaminoso. No tienen idea de lo que es normal al respecto, porque no saben lo que los demás piensan y sienten en lo íntimo de su ser.

Ese velo de silencio puede tener consecuencias devastadoras. Por un lado, los muchachos no reciben de parte de sus padres una información correcta y sana acerca del sexo durante su desarrollo. Lo que aprenden con los amigos está lleno de las distorsiones y el sentimiento de culpa que están tan ligados al sexo en algunos hogares cristianos.

Por otro lado, este silencio de los hombres tiene una consecuencia mucho más seria aún: los padres no pueden ayudar a sus hijos a desarrollar una sexualidad normal. Muchos hijos no conciben a sus padres como seres dotados de sexualidad, y eso puede, por ejemplo, impedirles aprender a comportarse debidamente delante de una mujer. Sin modelos adecuados, los hijos desarrollan una sexualidad desviada, y en muchos casos inmoral y peligrosa.

La pornografía televisiva y cibernética es una segunda fuente de distorsión sexual. No existe una amenaza más grande para una sexualidad masculina sana y santificada que la pornografía. Está devastando a nuestros hijos y provoca una pléyade de viciosos atrapados por esas imágenes que los estimulan sexualmente. Por medio de la pornografía y de los medios de comunicación que la difunden, muchos hombres han llegado a desarrollar una sexualidad exacerbada, obsesiva y compulsiva. Se han concentrado en los aspectos físicos de la sexualidad humana, y por eso obran compulsiva y obsesivamente en relación con ella.

El promedio de los hombres está bombardeado hoy por todos lados por estímulos sexuales. Se ha descubierto que la publicidad que apela al sexo vende más que cualquier otra. Pocos hombres se pueden sustraer a esa influencia. La pornografía también alimenta expectativas de deleites irreales, cambia el concepto que los hombres tienen de las mujeres, que pasan a ser meros objetos sexuales, y fomenta la sexualidad sin compromisos. Eso significa que muchos hombres consumidores de pornografía no saben relacionarse con las mujeres, y les resulta muy difícil solucionar ese problema.

Pero la pornografía es sólo la punta del iceberg. El sexo difundido por Internet se está convirtiendo en la principal fuente de pornografía. Existen hoy miles de páginas de Internet que ofrecen sexo explícito en medio de una privacidad total. Eso ya es una gran tentación para los hombres cristianos. Hay un aspecto del tema que es más temible aún: la pornografía convertida en sexo virtual. En ese caso, las computadoras ligadas a Internet ofrecen una variedad de experiencias sexuales, en tiempo real, con parejas virtuales. Eso envicia de tal modo que se la califica como abuso en la lista de las preocupaciones sociales.

Finalmente, la tercera fuente de distorsión sexual se relaciona con la pubertad, la adolescencia y ese largo período de “espera” La influencia deletérea de la pornografía es particularmente grave (liando atrapa a los jóvenes. En este aspecto debemos estar especialmente atentos a un importante efecto biológico: la pubertad cada vez comienza antes. Esta realidad siempre aparece como una sorpresa para la gente en todo lugar donde doy conferencias acerca de este asunto. Tanto para los chicos como para las chicas, mientras más desarrollada esté la cultura en medio de la que viven, más precoz será su pubertad. Muchos factores, incluso una vida sana y una mejor nutrición, se consideran como causas del fenómeno.

Hace doscientos años la pubertad aparecía a los 17 o 18 años, cuando el joven se acercaba a la edad de casarse. El período de espera para concretar el sexo era corto. Cuando yo era adolescente, la edad de la pubertad era los trece años. Mis nietos están llegando ahora a esa etapa de la vida alrededor de los once años. ¿Quién sabe cuándo se va a estabilizar este fenómeno? Da miedo pensar que chicos de once años están físicamente maduros para engendrar bebés, pero no para alimentarlos ni criarlos. Pero esa es la realidad del mundo de hoy.

Por otro lado, la adolescencia aparentemente se está alargando. Hasta hace poco creíamos que terminaba cuando el joven concluía la enseñanza media. Muchos estudios sociológicos nos dicen que hoy la adolescencia no termina antes de los 28 o 30 años, porque algunos hombres no están en condiciones de sostener una familia hasta que terminan la facultad y comienza a trabajar.

En resumen, el período de espera entre la pubertad y el momento en que un joven puede tener relaciones sexuales legítimas, dentro del matrimonio, es demasiado largo y se sigue prolongando. Ese largo período de espera es rico en oportunidades para que el joven desarrolle distorsiones sexuales.

Las alternativas seculares, comunes hoy, son el sexo libre de cualquier compromiso, con el riesgo de embarazos no deseados y las distorsiones psicológicas, culturales y sociales tan comunes, o la masturbación asociada a la pornografía. No es raro que se produzca una combinación de ambas situaciones. Con toda seguridad, una fuerte dependencia de la pornografía puede crear en los hombres, en esa etapa de la vida, serias tendencias al vicio que difícilmente se podrán desarraigar.

EL CAMINO SALUDABLE

En vista de lo que hemos dicho hasta ahora, nunca será exagerado decir cuán importante es que abordemos este tema en nuestras iglesias. No hay otra estructura social en la que podamos poner nuestras esperanzas. Debemos darle la más alta prioridad al desarrollo de una sana sexualidad entre los jóvenes, especialmente de los chicos.

También debemos ayudar a los hombres. Acusarlos porque al parecer están fuera de control, no les sirve de nada. Eso sólo provoca más sentimiento de culpa, más remordimiento y más silencio. La batalla sólo tendrá éxito si les ayudamos a desarrollar una sexualidad sana. Los desafíos, en este aspecto, son enormes, y no quiero causar la impresión de que existen soluciones rápidas y fáciles. Pero, para empezar, presentamos a continuación algunas ideas prácticas que nos pueden ayudar a reconstruir ese maravilloso don que Dios nos dio al creamos:

Intervención divina. Aunque se ofrezcan muchas terapias al respecto, sólo el poder de Dios puede rescatar al hombre de toda distorsión sexual.

Rompamos el velo del silencio. Debemos ayudar a la iglesia a romper ese velo que envuelve a la sexualidad. Ya llegó el tiempo para que encaremos una discusión franca y abierta del tema en las iglesias acerca de los peligros de las fantasías sexuales, de la exposición de los niños a la pornografía, y acerca de la importancia de una vida equilibrada y saludable. Cuando la vida de alguien está llena de significado, las tentaciones sexuales pierden su fuerza.

Ayuda a los cónyuges. los matrimonios necesitan que se los ayude a tratar sus problemas sexuales, las iglesias que se mantienen al margen de esos asuntos, o que no ofrecen ayuda a los cónyuges en sus luchas y diferencias, sólo están perpetuando el problema.

Ayuda a los hijos. Los padres necesitan aprender a ayudar a sus hijos, especialmente a los más chicos, a desarrollar una sana sexualidad. Se lo debe hacer sin fingir, sin provocar sentimientos de culpa, que es la manera más común de actuar de los padres, inconscientemente, por cierto.

No van a terminar los problemas que enfrentan los hombres cuando quieren desarrollar una sexualidad santificada. los desafíos serán cada vez mayores. No obstante, la iglesia debe estar comprometida con la restauración de una sexualidad santificada.

Sobre el autor: Doctor en Filosofía. Profesor de Psicología en el Seminario Teológico Fuller, Pasadena, California, Estados Unidos