Alimentar la relación con Dios es algo prioritario. No es sólo la fuente de nuestra alegría y nuestra fuerza, sino también el único medio por el cual fructifica nuestra vida espiritual.

Cuando los neumáticos de mi auto resbalaron y se salieron de la autopista, el salto que se produjo me despertó y de repente me vi delante de un gran árbol que me cerraba el paso. Presioné fuertemente el freno, pero el auto se estrelló contra el árbol. Después, al salir de entre las ruinas, le agradecí a Dios por haberme protegido de daños más graves y hasta de la muerte.

El compromiso que acababa de atender me llevó a sufrir ese accidente. Por años había puesto el despertador a las 4:50 de la mañana. Entonces me levantaba y me vestía. A las 5:00 ya estaba en el escritorio listo para la devoción personal y, enseguida, trabajaba por algunas horas. Con cierta frecuencia no conseguía que mi mente se concentrara en el trabajo, y el tiempo se me iba sin producir nada.

Me había convencido de que podía funcionar bien con sólo seis horas de sueño. Después de todo, ya que era un pastor con muchas responsabilidades, ¿por qué no podía hacer más durmiendo menos? No era raro que durante el día me sintiera soñoliento e intranquilo. Kara vez trabajaba con eficiencia. Y, de vez en cuando, mientras manejaba también me dormía.

Ahora comprendo que muchas de esas cosas eran síntomas del “síndrome del superhombre” Es una afección común entre los pastores, y consiste en negar nuestras necesidades humanas y nuestras limitaciones, al tratar de satisfacer las necesidades de los demás. Creemos que lo más importante es atender las necesidades de los miembros de la iglesia. Después de todo, el mundo está en peligro y tenemos que hacer lo posible para tratar de salvar a tantos como se pueda. Siempre estamos apurados. Es irónico, pero de esa manera logramos menos que si aceptáramos nuestra humanidad tal como es.

Durante años no me di cuenta de los síntomas del síndrome del superhombre en mi vida diaria. Aunque mis motivos parecían nobles, descubrí que había otras fuerzas escondidas debajo de la superficie.

¿Cuáles son los síntomas, las causas y las consecuencias de este síndrome? ¿Qué podemos hacer para superarlo?

LOS SÍNTOMAS

Un síntoma básico consiste en intentar hacer feliz a todo el mundo. Queremos vivir de acuerdo con la imagen y las expectativas de la gente, aunque todo eso sea irreal. Luchamos por satisfacer todas sus necesidades y nos cuesta decir “no” cuando nos piden algo.

Es posible que mentalmente hayamos intentado hacerlo todo para conservar ante la gente la imagen del héroe que soluciona todos los problemas. Nos vemos como individuos extraordinarios, tal vez medio mesiánicos, menos vulnerables que los demás a las propias necesidades personales. Si sacamos a alguno de un apuro nos sentimos bien con nosotros mismos.

En nuestro afán por atender todas las necesidades de la congregación, exprimimos cada vez más nuestro tiempo, hasta que lo que nos queda se dedica totalmente al trabajo. Poco a poco descartamos las necesidades que tiene todo ser humano normal. Creemos que podemos prescindir de ellas. Reprimimos nuestra necesidad de un descanso adecuado, de ocio, de renovación espiritual y de crecimiento personal. Dedicar tiempo a admirar un bello paisaje es un lujo que rara vez nos damos. Nos engañamos a nosotros mismos al creer que no necesitamos alimento. Y al negar nuestra humanidad, vivimos detrás de la máscara de la autosuficiencia.

Además, escondemos nuestro verdadero yo con el temor de que se descubran nuestras debilidades y luchas. La frustración aparece cuando le fallamos a alguien. Sencillamente no podemos satisfacer todas las expectativas, especialmente cuando están en conflicto. Tampoco podemos ser el personaje perfecto que pretendemos ser. A pesar de nuestros mejores esfuerzos, nos sentimos culpables e hipócritas. Nuestra sensación de incapacidad aumenta nuestra frustración.

Las consecuencias

¿Qué consecuencias tiene el síndrome del superhombre? Al aumentar las expectativas y las demandas, surge el cansancio. Por eso choqué con ese árbol. En otra ocasión sentí por días enteros náuseas y debilidad, porque mi cuerpo estaba protestando contra las exigencias que se le estaban imponiendo.

En medio de la fatiga y la frustración, comenzamos a enojamos con aquellos a los que queremos ayudar. Al convertirse nuestro trabajo en una carga que difícilmente podemos llevar, la alegría huye de nuestro corazón y en lugar de ella aparece la ira.

Sepultados por demandas y necesidades humanas, descuidamos la salud espiritual que resulta de la comunión con Dios. Poco a poco perdemos el agudo sentido del llamado divino y de la energía espiritual que él inspira. Aunque por fuera parecemos eficaces, espiritualmente estamos secos.

El desánimo espiritual es la consecuencia lógica de haber gastado nuestras reservas interiores sin habernos recuperado espiritual y personalmente. Esta sensación también surge de nuestra incapacidad de conservar la imagen del superhombre. Finalmente descuidamos nuestra familia. En teoría sabemos que es nuestro primer, más grande y más importante campo misionero, pero en la práctica dejamos de vivir a la altura de ese ideal. Al tratar de satisfacer las expectativas y las necesidades de lo demás, no nos alcanza el tiempo para atender a nuestra familia. “Ellos van a entender —nos decimos vez tras vez, racionalizando—. Algún día, cuando mis compromisos sean menores, los voy a atender” Eso, con el tiempo, nos puede separar de ellos e incluso de Dios. Mi problema contribuyó para que mis hijos mayores tuvieran una adolescencia difícil.

El porqué

Aunque la importancia y la urgencia de las tareas que me había dado Dios eran mi motivación consciente y racional, gradualmente descubrí que cuatro fuerzas inconscientes y poderosas estaban obrando para modelar mi comportamiento. Si es suficientemente fuerte, una de ellas basta para poner en marcha el síndrome del superhombre.

La primera de esas fuerzas era la baja estima propia que yo había sufrido desde que era joven. Genera una aguda necesidad de aprobación, de modo que yo buscaba la aceptación y el aprecio de los demás, y quería que me vieran como el héroe que los había rescatado. Ese complejo de inferioridad me indujo a luchar por alcanzar el éxito, con el fin de probarme a mí mismo que valía como persona

Desgraciadamente, la anestesia del triunfo mitigó el dolor sólo temporalmente, antes de que necesitara otra dosis de esa anestesia. La verdad, entonces, era que mi deseo de ser un superhombre había brotado del sentimiento de que yo, en realidad, estaba por debajo del promedio de mis semejantes.

La segunda fuerza tiene que ver con el hecho de que podemos tener una teología equivocada, en el sentido de que creemos que los siervos de Dios no deben considerar sus propias necesidades ni sus deseos o, por lo menos, los deben ubicar bien abajo en la lista de sus prioridades. Creemos que atender esos deseos es una manifestación de egoísmo. En esa teología, la bella realidad de la muerte del yo termina convirtiéndose en nuestra asesina.

Como parte de este síndrome está nuestro legítimo deseo de darle significado a nuestra vida, pero encarado de forma equivocada. Dios nos creó para amarlo, obedecerle y servirlo de acuerdo con nuestros dones, nuestras oportunidades y su llamado. En eso encontramos nuestro más alto propósito y realización, especialmente si hacemos lo mejor posible y dejamos los resultados en manos de Dios. Como en mi caso, el problema aparece cuando equiparamos el significado con los triunfos exteriores. Yo creía equivocadamente que mientras más trabajara para Dios, más valiosa sería mi vida.

Finalmente, en algunos casos de síndrome del superhombre, una fuerza más sutil es el temor a la dependencia, que resulta de muchas situaciones de la infancia. Algunos han tenido padres supercontroladores y sobreprotectores, como fue mi caso. Al llegar a la edad adulta tememos que la dependencia de alguien nos lleve a ahogar nuestro espíritu. Por eso decidimos que no necesitamos del apoyo de los demás.

Saquémonos la careta

Tratar de ser más de lo que somos nos lleva a ser menos de lo que podríamos ser. ¿Cómo podemos tener una vida más equilibrada, que honre a Dios? Con su ayuda podemos dar los siguientes pasos y sacarnos la careta

Primero, necesitamos reconocer nuestras necesidades humanas. Como lodos los demás, nos cansamos, nos frustramos y recibimos heridas. Necesitamos refrigerar y renovar la mente, el cuerpo y el espíritu. Como líderes sometidos a niveles especiales de estrés, necesitamos amor, apoyo y muestras de ánimo por parte de la familia y de los amigos. Si nos cuesta buscar y aceptar eso, necesitamos descubrir el porqué de la situación.

Segundo, debemos darle prioridad a nuestra relación con Dios. Él no sólo es la Fuente de nuestra alegría y de nuestra fuerza, sino también el único medio por el cual nuestra vida espiritual puede fructificar. “Yo soy la vid —dice Jesús—, vosotros los pámpanos; el que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque separados de mí nada podéis hacer” (Juan 15:5).

Tercero, necesitamos demostrar nuestra humanidad ante los demás. Bill Hybels, pastor de una iglesia sumamente numerosa, ha intentado ser franco con sus oficiales y su congregación, y ha descartado cualquier idea de perfección. Ese comportamiento habilita a los demás para que se identifiquen con nosotros, nos da más credibilidad y aumenta la eficacia de nuestro ministerio.

Cuarto, necesitamos hacer conscientemente lo mejor posible, y dejar los resultados con Dios. Uno de mis profesores en el seminario compartió su experiencia como consejero con una mujer que quena suicidarse: “Tengo que ir a casa a donnir —le dijo a la mujer—. Si mañana todavía está viva, seguiremos conversando”. ¿Era insensible este pastor? De ninguna manera. Se había dado cuenta de que había hecho todo lo posible en favor de ella, y que no estaba capacitado para resolver todos los problemas. La mujer sobrevivió.

Aunque surjan emergencias que requieran horas y más horas de atención, eso no se debe convertir en la norma de nuestro ministerio. Cuando trabajo y descanso de forma equilibrada, descubro que produzco y creo más. Hago más, lo hago mejor y con más alegría.

Quinto: Necesitamos practicar lo que predicamos: que Dios está en el control de nuestra vida. Debemos servir fielmente, creyendo que no somos nosotros sino Dios el que prospera nuestro ministerio tal como él lo decidió (1 Cor. 3:6-8).

Sobre el autor: Doctor en Ministerio. Profesor de Liderazgo en el Seminario Teológico de Springfield, Missouri, Estados Unidos.