Durante la primera mitad de nuestro siglo, Harry Emerson Fosdick fue considerado por muchos como la figura más importante del pulpito protestante. Su teología era discutida, al punto que algunos llegaron a la conclusión de que no era “un auténtico representante de la religión cristiana”.[1] Sin embargo, pocos podrán negar que era un orador eminente y de éxito. Alguien dijo que ocupó “en Nueva York… algo así como el puesto que Henry Ward Beecher ocupó en Brooklyn” [2]; y otros vieron en él al “verdadero sucesor de Phillip Brooks”.[3] A lo largo de la mayor parte de su vida activa, sólo se pudo tener acceso a sus conferencias por medio de la presentación de entradas adquiridas previamente. Los libros en que se recopilaron sus sermones, conferencias y ensayos, exceden el millón de ejemplares vendidos. Los millones de personas que constituyeron el auditorio de su programa semanal de radio durante casi dos décadas, y la extensa masa de sus lectores, son una clara evidencia de que sus discursos fueron obras de arte, merecedores de ser reconocidos como tales.

El éxito es algo fundamental en la predicación

     Para Fosdick, el éxito era fundamental en el arte de hablar en público. La predicación de éxito, en su opinión, no admitía bancos vacíos. Animaban su teoría los motivos que, en su concepto, impulsan a la gente a escuchar las predicaciones. Podemos comprobar la importancia que le dio al éxito de la predicación por medio de un famoso artículo suyo aparecido en el Harper’s Magazine en 1928, bajo el siguiente título: “¿Qué sucede con la predicación?” Hela aquí:

     “La gente no se interesa en nada tanto como en sí misma, en sus propios problemas y la forma de solucionarlos. Esto es fundamental. Ninguna predicación que lo desconozca podrá comenzar a mover a la congregación. Es el punto de partida de toda oratoria de éxito, y a lo menos esta vez coinciden los requisitos prácticos indispensables para lograr el éxito, con los ideales de servicio”.

     Según Fosdick, la condición indispensable para lograr el éxito en la predicación es el interés: “El problema básico del sermón mediocre, aunque sea inofensivo, consiste en su carencia de interés. No tiene importancia. Daría lo mismo si no se lo predicara”.[4]

     Los sermones de Fosdick han sido estudiados cuidadosamente con el propósito de descubrir los factores que lo hacían tan interesantes para quienes los escuchaban. Analizaremos tres de esos factores: los dos últimos fueron aplicados por Fosdick de una manera muy singular.

Despierta el interés

    1. La predicación de éxito despierta el interés porque nos lleva de lo general a lo particular y de lo abstracto a lo concreto. Los auditorios de Fosdick, por lo general, pertenecían a las clases más elevadas. Este hecho, y la forma como encaraba su predicación -trataba de solucionar problemas reales-, podrían haber transformado sus conferencias en una serie de argumentos, minuciosamente elaborados, “sumamente intelectuales”, como pensaba uno de sus amables críticos[5], para ser la mejor clase de predicación.

     Aunque en el desarrollo de sus sermones empleaba argumentos, trataba de no perderse en los detalles. En vez de probar algo apilando dato sobre dato o texto bíblico sobre texto bíblico, empleaba ilustraciones, analogías y metáforas, para magnificar sus proposiciones y dirigir la atención de sus oyentes hacia ellas.

     Empleaba frecuentemente lo que se denomina montaje, es a saber, una sucesión de incidentes para aclarar un punto. Por ejemplo, los hermanos Wright que luchan contra las burlas y los fracasos; Hellen Keller que alcanza la victoria sobre tantas desventuras; Cirano de Bergerac, quebrantado y agonizante, pero capaz de decir: “Una cosa me queda sin mancha… mi blanca pluma”; Sócrates cuando bebe la cicuta; Jesús clavado en la cruz. En otras palabras, los grandes éxitos de la historia que se sobreponen a las derrotas, todos encerrados en un sólo párrafo.[6] Las ilustraciones de Fosdick eran breves y casi siempre las llevaba hasta la culminación seleccionando cuidadosamente sus declaraciones.

    Conocía el manejo de la metáfora o el símil. Sus imágenes más vividas eran producto de su imaginación: Decía que la sociedad industrial moderna era “en gran parte como el tren subterráneo: Agrupa a la gente físicamente sin unirla espiritualmente”.[7] “La mente -dijo-, camina con las nuevas ideas con tanta dificultad como los pies con zapatos nuevos”.[8] Ocasionalmente condensaba su pensamiento en una frase: “Con solo pintar la bomba, no limpiarás el agua del pozo”. Muy a menudo utilizó la antítesis: “A menos que nos las arreglemos para manejar los cambios, los cambios se las arreglarán para manejarnos a nosotros”.

     Incansable buscador de material ilustrativo, tenía la habilidad de descubrir circunstancias inusuales y de observar los sucesos del pasado desde un nuevo punto de vista. Recurrió con frecuencia a su experiencia personal. Recordaba vívidamente los detalles del balde de frambuesas que su madre le ordenaba recoger, o la pileta que había construido junto con otros niños al levantar un dique en un arroyo.[9] Leyó muchas biografías: Phillip Brooks, Daniel Webster, Thomas Jefferson, Gladstone, Elizabeth Fry, Henry Ward Beecher, y cientos de otras. (Es muy difícil, y requiere una energía prodigiosa el hablar en términos específicos en vez de generales, citar una línea exacta de una biografía en lugar de parafrasearla vagamente, pero vale la pena, porque despierta el interés del auditorio.)

     De vez en cuando se refería a las noticias del periódico: La mujer que luego de hacer la limpieza vendió unos libros viejos a un comprador ambulante, sólo para recordar demasiado tarde que en uno de ellos había ocultado cuatro mil dólares; había “vendido muy barato lo que era caro”.[10]

     Amaba la música y la utilizó en sus ilustraciones, como asimismo la poesía. Las empleó para explicar las indescriptibles emociones de la religión: “Escuchamos la Novena Sinfonía de Beethoven ejecutada por Toscanini de tal forma que al terminar descendemos como si lo hiciéramos del monte de la transfiguración, y llevamos su gloria hasta la calle”.[11]

     Fosdick comprendía que para despertar el interés y mantenerlo, el orador debe convertir en ojos los oídos de su auditorio.

Se refiere a problemas y necesidades concretos

     2. La predicación de éxito despierta el interés porque trata los problemas y las necesidades de quien escucha. Ciertamente, el elemento más significativo y distintivo de la teoría de Fosdick y de su oratoria práctica, era la importancia que le otorgaba al auditorio, no solamente como el punto focal de su predicación, sino como determinante de la composición y del resultado de su método. Llegó así a considerar cada sermón como una oportunidad para aconsejar a los miembros de su congregación de acuerdo con sus necesidades personales.

     Su preocupación por el auditorio resalta en la introducción de todos sus sermones. Quería que sus oyentes se dijeran a sí mismos, tanto en la introducción como durante el desarrollo del sermón: “Está poniendo el dedo en la llaga”.[12]

     “Cada sermón —dijo— tendría que tener como objetivo principal la solución de un problema importante y vital que pese sobre las conciencias para sacudir las mentes y afectar las vidas. Todo sermón que encare un problema real, arroje luz sobre él y ayude a algunas personas a encontrar una solución práctica, no carecerá de interés. Mi ideal para un sermón -explicó- es el que aborda problemas reales desde el púlpito y discute asuntos reales, con gente real y de un modo real”.[13] Para él, el objeto del sermón tenía prioridad sobre el sujeto. Le resultaba difícil comenzar la preparación de un sermón hasta no tener claramente definida una dificultad que la gente estuviera enfrentando, una pregunta que se estuviera formulando, un pecado que estuviera cometiendo, alguna idea confusa que estuviera aceptando.

    En la presentación de sus sermones, Fosdick, que había estudiado la importancia de la inflexión de la voz, la postura y los ademanes, no era partidario de estos recursos porque los consideraba carentes de sinceridad y, por lo mismo, artificiales. Creía que el cuerpo y la voz del predicador deberían reflejar las reacciones visibles del público. Su concepto de que la predicación gira en torno del auditorio significaba que para él un sermón debía ser una “conversación animada” con la congregación, para tratar algún problema vital de la vida espiritual. El resultado final debería ser el de una charla sencilla, directa, útil, iluminadora, entre el predicador y su congregación. Esa predicación, cuyo centro es el público, necesita que el predicador, sobre todo, conozca a su gente, la comprenda y se preocupe por ella.

Es más psicológica que lógica

     3. La predicación de éxito despierta el interés porque es más psicológica que lógica. En este aspecto Fosdick se desvía de nuevo de lo que parecía ser la norma en homilética en ese tiempo. Si el predicador está más interesado en satisfacer las necesidades espirituales de su gente que en exponer un pasaje de las Escrituras, no se limitará a hilvanar algunas aplicaciones prácticas en medio de su exposición. Por el contrario, comenzará por ellas. Tan importante es la organización de los pensamientos de un sermón que Fosdick declaró: “No necesita (el predicador) utilizar un texto diferente ni otro material para su sermón, pues si define correctamente su objetivo ordenará su material en forma diferente. Preparará su sermón de acuerdo con el verdadero interés de su congregación”.[14]

    Debido a su concepto de la predicación, la parte de sus sermones que los estudiosos actualmente reconocen como la introducción, era considerablemente más larga que lo usual, quizás un cuarto del total de sus sermones. Sus introducciones normalmente tenían cuatro propósitos: (1) Presentar un problema que era real en la mente de quienes lo escuchaban. (2) Recalcar la importancia del problema mostrando la forma en que afectaba a la mayoría o a los principales aspectos de la vida. (3) Relacionar los problemas con la forma de vida presentada en la Biblia. (4) Establecer con claridad una verdad importante (una idea central o un tema importante). Esta gran verdad (sólo una) se transformaba en el centro alrededor del cual giraba el mensaje.

Ideada para persuadir

    Esta forma de encarar sus temas estaba ideada para persuadir. En el momento cuando el predicador lleva a su congregación al punto extremo con respecto al problema que está tratando, le presenta serenamente la solución que le tiene que ofrecer.

     Fosdick era muy cuidadoso al relacionar la idea central con los puntos principales (generalmente tres). Esos puntos principales eran fácilmente reconocibles por expresiones como: “En primer lugar”, “por otra parte”, “consideremos nuevamente”, “y una cosa más”. Pasaba de un punto a otro por medio de claras oraciones que señalaban la transición. A menudo esas oraciones eran resúmenes o repasos de los puntos tratados previamente, y a la vez una introducción del punto que se iba a desarrollar.

     Muchos de sus sermones contienen tres ideas subordinadas al tema principal. Explicó este hecho diciendo que el auditorio no puede captar más de tres ideas a la vez. Cuando se le preguntó por qué preparaba sus sermones de manera que el primer punto era el más largo y tenía más fuerza intelectual, explicó que era debido a que el auditorio se va familiarizando más y más con el tema a medida que también aumentan su cansancio, y la emoción natural del orador. “Digan lo que quieren decirles desde el principio… lograrán el efecto deseado si les muestran la elevada montaña vez tras vez, y cada vez que lo hagan parecerá más grande”.[15] La cumbre de un sermón debería basarse en “la culminación emocional de un llamado, y debería causar una impresión moral, en vez de ser una culminación de ideas”.[16]

     Fosdick mantenía la profunda convicción de que la organización del material seleccionado para un sermón es vital para el éxito de la predicación. Los cristianos evangélicos pueden no estar de acuerdo con el uso más bien casual que hacía Fosdick de las Escrituras en su predicación. Los que insisten en que la verdadera predicación debe ser bíblica pueden no estar de acuerdo con su opinión de que la exposición elaborada de las Escrituras comúnmente asociada con la “predicación expositiva”, es tediosa y no despierta el interés de la gente hoy en día. Sin embargo, los predicadores evangélicos están demostrando actualmente que la predicación bíblica y la predicación interesante no son incompatibles.

Hay que pagar un precio

     Es evidente que se debe pagar un precio. En 1933 Edgar De Witt Jones escribió acerca de Fosdick: ‘‘Por treinta años… ha estado encerrado en su escritorio cinco mañanas por semana. No permite que le lleven un mensaje, ni que lo llamen por teléfono, ni que lo visiten. Recluido allí trabaja afanosamente para preparar sus sermones”.[17] Esa preparación lo indujo a leer “cada libro importante que aparecía en casi todas las disciplinas”. Escribió: “Sin ese estudio constante, permanente, bien organizado, no sé cómo puede un hombre crecer en su ministerio en general y en su predicación en particular”.[18]

     Dejando a un lado su posición teológica, no podemos negar que este predicador que año tras año congregó multitudes que debían conseguir entradas para poder escucharlo, y que “podía predicar en un teatro o en un granero, e igualmente cautivar a su auditorio”[19], debía tener una teoría de la comunicación que vale la pena estudiar.

Sobre el autor: Es profesor de Organización de Iglesia en el Seminario Teológico Adventista de la Universidad Andrews, Berrien Springs, Michigan, Estados Unidos.


Referencias:

[1] Catholic World, CXXXIV, 799, octubre de 1931, pág. 100.

[2] Current Opinión, diciembre de 1924, pág. 756.

[3] Roy C. McCall, “Harry Emerson Fosdick: a Study in Sources of Effectiveness”, en Harry Emerson Fosdick’s Art of Preaching, Lionel Crocker, editor; Springfield, Illinois, Estados Unidos; impreso por Charles C. Thomas en 1971, pág. 115.

[4] Harry Emerson Fosdick, “What is the Matter with Preaching?”, Harper’s Magazine, CLVII, julio de 1928, págs. 131-141.

[5] Joseph Fort Newton, editor, If I Had Only One Sermon to Preach; Harper and Brothers, Nueva York; 1932; pág. 108.

[6] Fosdick, The Hope of The World: Twenty-five Sermons on Christianity Today; Harper and Brothers, Nueva York; 1933; págs. 83, 84.

[7] Id., pág. 105.

[8] Fosdick, Adventurous Religion; Harper and Brothers, Nueva York; 1926; pág. 244.

[9] The Secret of Victorious Living: Sermons on Christianity Today, págs. 2, 89.

[10] The Hope of the World, pág. 79.

[11] Successful Christian Living: Sermons on Christianity Today; Harper and Brothers, Nueva York; 1937; pág. 76.

[12] McCall, “Harry Emerson Fosdick: Paragon and Paradox”, Quarterly Journal of Speech, XXIX, octubre de 1953, pág. 286.

[13] Fosdick, “What is the Matter with Preaching?”, Harper’s Magazine, CLVII, julio de 4928, págs. 131-141.

[14] Lionel Crocker, “The Rhetorical Theory of Harry Emerson Fosdick”, Harry Emerson Fosdick’s Art of Preaching, pág. 234.

[15] McCall, op.cit. , pág. 288.

[16] Edmund H. Linn, “Harry Emerson Fosdick and the Technique of Organization”, Anthology; Lionel Crocker, editor, pág. 234.

[17] Edgar de Witt Jones, American Preachers of Today, Bobbs-Merrill Co., Inc., Indianápolis, Estados Unidos, 1933, pág. 29.

[18] Linn, op. cit., pág. 119.

[19] McCall, op. cit., pág. 286.