Elena G. De White considera Hechos 13:1-3 como un informe de la ordenación de Pablo y Bernabé al ministerio evangélico. “Dios había bendecido abundantemente las labores de Pablo y Bernabé durante el año que permanecieron con los creyentes de Antioquía. Pero ni uno ni otro había sido ordenado todavía formalmente para el ministerio evangélico. Habían llegado a un punto en su experiencia cristiana cuando Dios estaba por encomendarles el cumplimiento de una empresa misionera difícil, en cuya prosecución necesitarían todos los beneficios que pudieran obtenerse por medio de la iglesia” (Los Hechos de los Apóstoles, pág. 132).

            Hechos 13:2 indica que la instrucción del Espíritu Santo a la Iglesia de Antioquía de ordenar a Pablo y a Bernabé, probablemente por medio de uno de los profetas que allí había, fue dada ya sea en el transcurso de un servicio público de adoración especialmente convocado y acompañado de ayuno; o en alguna otra ocasión de su ministerio, mientras ayunaban. Notemos cómo se identifica a los que ordenan y a los que son ordenados:

  1. “Indicó a la iglesia por revelación que se los apartara públicamente para la obra del ministerio” (Id., pág. 133).

            “Dios se comunicaba con los devotos profetas y maestros de la iglesia de Antioquía” (The Story of Redemption, pág. 303).

  • En la página 101 de Primeros Escritos, Elena de White habla de los que deberían ordenar a los hombres para el ministerio. “Los hermanos de experiencia y de sano criterio deben reunirse, y siguiendo la Palabra de Dios y la sanción del Espíritu Santo, debieran, con ferviente oración, imponer las manos a aquellos que” etc.

            En Testimonies, tomo 1, pág. 209, escribe: “Vi que Dios ha depositado sobre sus ministros escogidos la tarea de decidir quién es idóneo para la obra sagrada; y en unión con la iglesia y la manifestación del Espíritu Santo deben decidir quiénes lo son, y quiénes no lo son”.

            Hechos 13: 3 habla de ayuno, oración e imposición de manos, y de un cometido oficial, lo cual implica la bendición y la plena autorización de la iglesia. En Los Hechos de los Apóstoles, págs. 132, 133 y 134, la Hna. White añade: “Antes de ser enviados como misioneros al mundo pagano, estos apóstoles fueron dedicados solemnemente a Dios con ayuno y oración por la imposición de las manos… Y cuando los ministros de la iglesia de Antioquía pusieron sus manos sobre Pablo y Bernabé, pidieron a Dios, por medio de ese acto, que concediera su bendición a los apóstoles escogidos”. Por encima de esto, es bueno notar que “las circunstancias relacionadas con la separación de Pablo y Bernabé por el Espíritu Santo para una determinada clase de servicio, muestran claramente que el Señor obra por medio de instrumentos designados por él en su iglesia organizada” (Id., pág. 134).

            Marcos 3: 14 indica el primer paso que se dio para organizar la iglesia cristiana. “Cuando Jesús hubo dado su instrucción a los discípulos, congregó al pequeño grupo en derredor suyo, y arrodillándose en medio de ellos y poniendo sus manos sobre sus cabezas, ofreció una oración para dedicarlos a su obra sagrada. Así fueron ordenados al ministerio evangélico los discípulos del Señor” (El Deseado de Todas las Gentes, pág. 263). “Con la ordenación de los doce, se dio el primer paso en la organización de la iglesia que después de la partida de Cristo habría de continuar su obra en la tierra” (Los Hechos de los Apóstoles, pág. 16).

            En la página 133 del mismo libro, refiriéndose a la imposición de manos, Elena de White se remonta a los antecedentes del Antiguo Testamento: Al padre judío que bendecía a sus hijos mediante la reverente imposición de las manos sobre sus cabezas; y al que, revestido con autoridad sacerdotal, ponía sus manos sobre el animal dedicado al sacrificio. Ella ve en esos casos, mediante los cuales se otorgaba una bendición y se apartaba o dedicaba algo para un propósito específico, una analogía con lo que ocurre en la ordenación. En la misma obra, pág. 78, Elena G. de White menciona la ordenación de los setenta ancianos a quienes Moisés eligió para que compartieran con él las responsabilidades de la dirección.

¿Qué se confiere en la ordenación?

            “Plena autoridad eclesiástica” según Los Hechos de los Apóstoles, pág. 133. “Su ordenación fue un reconocimiento público de su elección divina para llevar a los gentiles las alegres nuevas del Evangelio.

            “Tanto Pablo como Bernabé habían recibido ya su comisión de Dios mismo, y la ceremonia de la imposición de las manos no añadía ninguna gracia, cualidad o virtud. Era una forma reconocida de designación para un cargo señalado, y un reconocimiento de la autoridad de la persona para ese cargo… Cuando los ministros de la iglesia de Antioquía pusieron sus manos sobre Pablo y Bernabé, pidieron a Dios, por medio de ese acto, que concediera su bendición a los apóstoles escogidos, al dedicarlos a la obra específica para la cual habían sido designados” (Id., págs. 133, 134).

            A continuación, la Sra. de White, en esa misma referencia, condena la injustificada importancia que se le dio posteriormente a la ordenación, como si “sobre los que recibían la ordenación descendía inmediatamente un poder que los calificaba para toda tarea ministerial. Pero en el relato de la dedicación de esos apóstoles no hay indicios de que hubieran recibido facultad alguna por el mero hecho de que se les hubiera impuesto las manos”.

            En Primeros Escritos, pág. 101, se amplían los conceptos al explicar que, mediante la ordenación, Dios aparta a los hombres “para que se dediquen por completo a su obra. Este acto revelaría la sanción que la iglesia les da para que salgan como emisarios a proclamar el mensaje más solemne que haya sido dado alguna vez a los hombres”.

¿Qué autoriza a realizar la ordenación?

            En Los Hechos de los Apóstoles, págs. 132 y 133, se enumeran tres cosas que están autorizados a hacer los que son ordenados al ministerio:

  1. Enseñar la verdad.
  2. Administrar el rito del bautismo.
  3. Organizar iglesias. (Esta enumeración precede a estas palabras: “Siendo investidos con plena autoridad eclesiástica”.)

En Primeros Escritos, págs. 101 a 104, se añade:

  • Administrar los ritos de la casa del Señor.
  • Asegurar la paz, la armonía y la unión de la grey, para evitar que sea engañada por falsos maestros.

¿Quiénes debieran ser ordenados?

  1. Los médicos misioneros cuyas labores sean mayormente espirituales. “La obra del verdadero médico misionero es mayormente de carácter espiritual. Incluye la oración y la imposición de manos [¿una referencia a la oración por los enfermos que se presenta en Santiago 5: 14, 15?]; por lo tanto, debiera separárselos para esta obra con la misma solemnidad con que se aparta al ministro del Evangelio. Los que son elegidos para desempeñarse como médicos misioneros deben ser separados con este fin. Esto los fortalecerá contra la tentación a apartarse de la obra en el sanatorio para dedicarse al ejercicio privado de la profesión. No debiera permitirse que ningún motivo egoísta aparte al obrero de su puesto y su deber” (El Evangelismo, págs 397, 398).
  2. Los diáconos. Deben ser aptos para instruir en la verdad, pero mayormente para atender los asuntos materiales de la iglesia. “Los siete hombres elegidos fueron solemnemente separados para el cumplimiento de sus tareas por medio de la oración y la imposición de las manos. Los que recibían esta ordenación no eran eximidos por ello de enseñar la fe. Por el contrario, se afirma que Esteban, lleno de gracia y de poder, hacía grandes prodigios y milagros entre la gente. Los diáconos eran plenamente capaces de instruir al pueblo en lo atinente a la verdad. Eran, además, hombres de juicio sereno y discreto, sumamente aptos para tratar casos -difíciles de pruebas, murmuraciones o envidias.

“La elección de estos hombres para que atendieran los negocios de la iglesia, a fin de que los apóstoles se pudieran dedicar plenamente a su tarea especial de enseñar la verdad, fue muy bendecida por Dios. La iglesia aumentó en número y poder. ‘Y crecía la palabra del Señor, y el número de los discípulos se multiplicaba grandemente en Jerusalén; también muchos de los sacerdotes obedecían a la fe’. Al igual que en los días de los apóstoles, es necesario que se mantenga el mismo orden y sistema en la iglesia de hoy. La prosperidad de la causa depende en buena medida de que sus diversos departamentos sean conducidos por hombres capacitados, que sean idóneos para desempeñar sus cargos” (The Story of demption, págs. 260, 261. La cursiva es nuestra).

  • Los pastores. Son los que Dios ha llamado para impartir la Palabra y enseñar. “Los que son elegidos por Dios para ser líderes en su causa, encargados de la supervisión general de los intereses espirituales de la iglesia, debieran ser relevados, en lo posible, de los cuidados y perplejidades de naturaleza temporal. Los que han sido llamados por Dios para impartir la Palabra y enseñar, deberían tener tiempo para meditar, orar y estudiar las Escrituras. Su clara percepción espiritual se empaña si se ocupan de los detalles de menor importancia de los negocios de la iglesia, y al tratar con los diversos temperamentos de los que se reúnen para atender sus asuntos. Es conveniente que todos los problemas de naturaleza temporal sean sometidos a los oficiales que correspondan para que los consideren y solucionen. Pero si son tan difíciles que exceden su capacidad, deberían someterlos al consejo de los encargados de supervigilar la iglesia” (The Story of. Redemption, págs. 260, 261). (Compárese con Los Hechos de los Apóstoles, págs. 74, 75.
  • Los ancianos. Debe haberlos en cada iglesia. Hechos 14:23.

Requisitos para la ordenación

            En Hechos 11:22-24, 26 y 13:1-3 se enumeran las siguientes cualidades del candidato a la ordenación:

  1. Debe ser designado por la iglesia.
  2. Debe comprender, haber experimentado y predicar el Evangelio de la gracia de Dios.
  3. Debe ser un buen hombre, lleno del Espíritu Santo y de fe.
  4. Su labor, con la ayuda de Dios, debe dar frutos.

En Primeros Escritos, págs. 100-102, se agregan algunos requisitos más:

  • Debe ser un hombre que haya dado pruebas de que es capaz de gobernar debidamente su propio hogar y conservar el orden en su propia familia.
  • Debe haber demostrado que puede iluminar a los que están en tinieblas.
  • Debe haber dado evidencia^ de que ha sido llamado por Dios.
  • Debe ser santo. “Dios no confiará el cuidado de su preciosa grey a hombres cuyo juicio y ánimo han sido debilitados por errores anteriores, como el así llamado perfeccionismo y el espiritismo, hombres que por su conducta mientras estaban en tales errores lo deshonraron y trajeron oprobio sobre la causa de la verdad. Aunque se consideren libres del error y competentes para enseñar este último mensaje, Dios no los aceptará… porque su juicio se pervirtió mientras estaban en el error, y está ahora debilitado… La santa ley promulgada por Dios desde el Sinaí es parte de él mismo, y únicamente hombres santos, que la observen estrictamente, lo honrarán enseñándola a otros”.
  • Deben tener la aprobación del Espíritu Santo. Después que personas fieles y experimentadas han examinado cuidadosamente a los hombres que han aceptado la sagrada misión de enseñar la verdad bíblica al mundo, “deben ser presentados delante del Señor en ferviente oración para que él indique por medio de su Espíritu Santo si los acepta. El apóstol dice: ‘No impongas con ligereza las manos a ninguno’ (1 Tim. 5:22). En los días de los apóstoles, los ministros de Dios no se atrevían a confiar en su propio juicio para elegir o aceptar hombres que debían asumir la solemne y sagrada posición de portavoces de. Dios. Elegían a los hombres que su juicio aceptaba, y luego los presentaban al Señor para ver si él a su vez aceptaba que ellos salieran como representantes suyos. No debiera hacerse menos hoy” (Testimonios Selectos, tomo 3, págs. 328, 329).[1] En el mismo tomo 3 de Testimonios Selectos, pág. 329, se añaden varias características más.
  • Debe tener dominio propio.
  • Debe ejercer buena influencia.
  • Debe ser un hombre de “buena reputación”, capaz “de atender discretamente el interés después que lo” ha “despertado”.
  • Debe ser un “hombre que se atreva a reprender el pecado con espíritu de mansedumbre” (Obreros Evangélicos, pág. 452).
  • La persona escogida debe “ver el infinito sacrificio hecho por el Hijo de Dios para salvar al hombre caído, y su propia alma se. debe llenar del espíritu del amor imperecedero” (Testimonies, tomo 4, pág. 442). (Véase El Deseado de Todas las Gentes, pág., 753. “Debe tener el amor de Jesús en su corazón”.)
  • Debe ser capaz de enseñar a la gente cómo buscar y salvar a los perdidos. Debe ser capaz de educar a la iglesia para la obra del Evangelio. (El Deseado de Todas las Gentes, pág. 765.)
  • Debe tratarse de hombres que, como Timoteo, busquen el consejo y la instrucción de los ministros de más edad y de buena trayectoria; y que no actúen por impulso, sino con reflexión y serenidad, preguntando a cada paso: “¿Es éste el camino del Señor?” (Los Hechos de los Apóstoles, pág. 169).
  • Debe ser un hombre que esté deseoso de recibir su recompensa, no en dinero, sino en almas. (Manuscrito, 74, 1903.)
  • “Ningún hombre debería ser designado como maestro de la gente mientras sus propias enseñanzas o su ejemplo contradigan el testimonio que Dios ha dado a sus siervos respecto a la alimentación, porque esto traerá confusión. Su descuido de la reforma sanitaria lo incapacitará para presentarse como mensajero del Señor” (Testimonies, tomo 6, pág. 378).

Referencias

[1] Acerca del examen mencionado en este párrafo, Elena G. de White ha escrito mucho. Prestemos atención a las siguientes declaraciones: “Examinados especialmente para ver si tienen una comprensión inteligente de la verdad para este tiempo, de manera que puedan dar un discurso bien hilvanado acerca de las profecías o de temas prácticos” (Testimonios Selectos, tomo 3, pág. 329). “Se impone las manos sobre hombres para ordenarlos al ministerio antes que hayan sido cuidadosamente examinadas sus cualidades para la obra sagrada; pero cuánto mejor hubiera sido hacer esa tarea antes de aceptarlos como ministros” (Testimonies, tomo 4, pág. 407). Al escribir estas palabras, Elena G. de White tenía en mente el carácter de los candidatos. Veamos otra declaración acerca de este asunto: “Aquellos a quienes incumba esta responsabilidad, deben conocer la historia del que pretende enseñar la verdad, desde que profesó abrazarla. Su experiencia cristiana y su conocimiento de las Escrituras, la manera como sostiene la verdad presente, todas esas cosas deben ser comprendidas. Nadie debe ser aceptado como obrero en la causa de Dios antes que haya puesto de manifiesto que tiene una experiencia real y viva en las cosas de Dios” (Obreros Evangélicos, pág. 453). Notemos cómo examinó Pablo a Timoteo: Obreros Evangélicos, pág. 455.