El nombre de Miguel Ángel (1475-1564) es bien conocido en el campo de la pintura y la escultura, menos conocido en la arquitectura, pero casi nunca mencionado en el campo de la literatura. Aunque expresó conceptos teológicos en sus pinturas y esculturas, es en su poesía donde revela más claramente sus luchas internas consigo mismo y con Dios. La poesía ha sido utilizada por largo tiempo como vehículo para la expresión subjetiva; sus palabras pueden revelar el torbellino, los conflictos y las convicciones internas que una persona experimenta. Una persona sensible, al enfrentarse y luchar con los cuestionamientos que la perturban acerca de la vida, puede volcarse a escribir poesía como un medio de catarsis personal. Este era el caso de Miguel Ángel.

  Si el teólogo es la persona que lucha por una comprensión significativa de Dios y el hombre y de la interacción entre ellos, entonces Miguel Ángel fue ciertamente un teólogo. Sin embargo, no fue un erudito abstracto que meditara sobre los misterios divinos: más bien se encontró en la caldera de las luchas internas, escribiendo basado en su experiencia y observación personales. Fue un hombre de dos mundos, y conocía muy bien los conflictos entre ellos. Tanto papas como príncipes rivalizaban por su tiempo y talentos en una época en la que la posición social se elevaba al hacer que famosos artistas decoraran todo, desde sus habitaciones a sus tumbas.

  La colección completa de sus poemas (incluso las cartas escritas a sus amigos en forma de verso, una práctica bastante común en su tiempo), pinta a un hombre seriamente envuelto en todos los cuestionamientos, aflicciones y pasiones de la vida. Su poesía, que consiste principalmente en sonetos y madrigales, no es pulida en el sentido común de la palabra. Miguel Ángel no era un poeta comercial que puliera palabras con rima simplemente para ganar dinero. Escribía con el propósito de expresar emociones y preocupaciones individuales.

  La poesía de Miguel Ángel es rica en enunciados poéticos que pueden usarse como ilustraciones en sermones, lecciones en la escuela de iglesia o como punto focal en la devoción espiritual personal. Consideremos específicamente dos temas teológicos que se encuentran a través de la poesía de Miguel Ángel.

La realidad del pecado y el mal personales

  En un soneto hace una interesante observación acerca del proceso del mal. Digo “proceso” porque existe una dinámica del pecado. A menos que se lo detenga, va a continuar creciendo. Miguel Ángel expresó una verdad psicológica espiritual cuando escribió: “…el pecado, cuanto más crece es menos desagradable”.[1]

  En un madrigal posterior incluye una línea acerca del mal, que sería bueno que toda persona recordara: “Porque el mal daña mucho más que lo que el gozo sostiene”.[2] En esta importante y perspicaz observación, Miguel Ángel reconoce que puede haber un cierto “gozo” en hacer el mal. Esa es precisamente su atracción -habrá algo que nos traiga gozo o que nos proporcione algo mejor, conseguiremos o haremos algo que creemos que nos traerá una mayor medida de gozo que aquello que actualmente conocemos. Sin embargo, el resultado final del pecado disminuye grandemente el gozo, porque la herida silenciosa y las antiguas que trae continúan mucho después de que el gozo inicial ha desaparecido. El pecado nos desvió y engañó.

  Miguel Ángel sentía la realidad del pecado en su vida tan agudamente que escribió en un momento de desesperación: “Mi vida ciertamente no es mía sino del pecado”.[3] En una sextina incompleta encontramos una suplicante oración pidiendo la ayuda de Dios para combatir la realidad del pecado y el mal personales:

 Siento que estoy siendo transformado en nada,

 Y que la naturaleza pecaminosa está en todo lugar.

 Oh, despójame de mí mismo y con tu escudo,

 Con tus dulces, misericordiosos y confiables brazos,

 Defiéndeme de mí mismo.[4]

Esto nos lleva a otro tema teológico en la poesía de Miguel Ángel:

La necesidad de cambio personal

  Como el salmista que clamó: “Crea en mí, oh, Dios, un corazón limpio; y renueva un espíritu recto dentro de mí’’ (Salmos 51: 10), Miguel Ángel sintió la necesidad de un cambio personal y una renovación espiritual. Sin embargo, al mismo tiempo se sentía sin las fuerzas necesarias para lograr los cambios por sí mismo.

¡Oh, hazme de tal modo que te vea en todo lugar!

A ninguno sino a ti llamo e imploro.

Querido Señor, contra mi ciego e inútil tormento,

Sólo tú puedes renovar, dentro, sin Mi voluntad, mi mente, mi lento y pequeño poder.[5]

  Miguel Ángel vivió hasta los 89 años, y un reflexivo soneto escrito nueve años antes de su muerte revela su lucha de toda la vida consigo mismo. Es un soneto inquietante en el sentido de que revela por un lado tanto deseo de transformarse en un “ser mejor”, y por otro lado tanta frustración personal por su incapacidad para lograrlo. Como muchos de nosotros, el mayor problema de Miguel Ángel era él mismo. Este soneto es realmente un poema-plegaria de un hombre que deseaba una mayor comunión con Dios antes de su muerte.

  El mundo con sus fábulas me ha quitado El tiempo que tenía para contemplar a Dios;

 No sólo puse a un lado sus misericordias, sino que con, más bien que sin ellas, me volví malvado.

 Tonto y ciego, donde otros pueden percibir,

 Mi propio error tarde comprendí.

 Al disminuirse la esperanza, se magnifica el deseo

 De que mi liberarás de mi amor propio.

¡Reduce a la mitad el camino, oh, mi querido Señor,

Que sube al cielo! Tendrás que ayudarme

Si voy a subir esa mitad.

Haz que odie el valor del mundo y lo que admiré y honré de su belleza.

Para gustar la vida eterna antes de la muerte. [6]

  A través de una poesía del año 1555, sabemos, sin embargo, que Miguel Ángel conoció por lo menos momentos de solaz y confianza espirituales.

 Si a veces por tu gracia ese celo ardiente,

Oh, mi querido Señor, viene a atacar mi corazón,

El cual da a mi alma solaz y consuelo,

Por cuanto mi propia fuerza no sirve para nada,

Sería correcto entonces volverse al cielo inmediatamente, pues con más tiempo, la buena voluntad tiene menos resistencia.[7]

  Las últimas dos líneas indican que Miguel Ángel conocía la importancia de la respuesta humana a la gracia de Dios. También conocía la tendencia de la naturaleza humana a dilatar el volverse a Dios y la influencia trágica que esto puede tener en la “buena voluntad” de una persona.

 Al año siguiente, 1556, escribió un poemacarta en forma de soneto al obispo Beccadelli en el cual expresa su seguridad de la salvación:

  A través de la gracia, la cruz, y todo lo que hemos soportado.

 Nos encontraremos en el cielo, monseñor, estoy convencido.

  Su poesía lo muestra como un hombre que conocía la derrota personal y la frustración que son el resultado del pecado, pero que también experimentó la obra de Dios a través de la gracia y la cruz, que da una nueva visión de nuestro ser y de lo que podemos llegar a ser. Las agudas observaciones que escribió testifican de su sensibilidad espiritual y su disposición para escudriñarse a sí mismo -algo que podemos no estar dispuestos a hacer. La poesía de Miguel Ángel habla con una firmeza y honestidad que revela aún otra dimensión de un hombre de talentos múltiples. Creo que sus agudas observaciones teológicas en forma de poesía son tan importantes como las obras maestras que dejó al mundo.

  Como muchas de sus obras artísticas, nos lleva a considerar nuestra vida y nuestra relación con Dios, y esto es precisamente lo que un buen teólogo siempre se esfuerza en ayudarnos a considerar.


Referencias:

[1] Creighton Gilbert, trad., y Robert N. Linscott, editor, Poemas Completos y Cartas Seleccionadas de Miguel Angel (Nueva York: Random House), N° 76, p. 54. Todas las citas poéticas son de esta edición y se usan con permiso de Creighton Gilbert.

[2] lbid., N° 122, pág. 86. 3lbid., N° 30, pág. 19.

[3] lbid., N° 30, pág. 19.

[4]  ibid N° 31, pág. 20.

[5] lbid., N° 272, pág. 154.

[6] lbíd., N° 286, págs. 160, 161.

[7] Ibíd., N° 294, pág. 165