¿Qué tiene 1888 para decirnos acerca de la relación y la obediencia, lo cognoscitivo y lo afectivo, los conflictos entre los jóvenes y los adultos, los reformadores y la iglesia?

Los líderes de la iglesia de hace cien años han sido acusados de fallar en la conducción de la iglesia en 1888. Sin embargo, existe una pregunta sumamente importante: ¿Aprenderán los líderes de 1988 las lecciones aportadas por las vivencias de hace un siglo atrás, y conducirán a la iglesia como Dios deseó que se la dirigiera entonces?

¿Y a quiénes nos referimos cuando hablamos de líderes? Debemos ir un poco más allá de los administradores e incluir a los pastores, a los ancianos locales y a los miembros de las juntas de iglesia. Si la congregación local es el corazón de la iglesia, entonces, y con seguridad, el pastor y los dirigentes locales son los líderes principales en ella. Para estos líderes de 1988, he aquí algunas lecciones sugerentes de 1888. Muchas de ellas están basadas en los artículos de este número y del anterior de Ministerio Adventista.

Lecciones acerca de la teología

La justificación por la fe es básica para el adventismo. Algunos modernos líderes adventistas, quienes han prestado una atención muy superficial a la justificación por la fe, piensan que el tema simplemente corresponde a nuestro pasado, o que fue meramente un asunto para que a los más pensantes se les pararan los cabellos, y de esta manera comprenden mal el adventismo. Elena de White ha dicho que la justificación por la fe “es verdaderamente el mensaje del tercer ángel”.[1] Con seguridad que ella no lo consideró periférico.

Cuando las aguas teológicas corren tan profunda y tempestuosamente, haríamos bien en ir a su definición sucinta de que la justificación por la fe es toda abarcante: “Justicia es obediencia a la ley. La ley demanda justicia, y el pecador le adeuda esto a la ley; pero es incapaz de pagarlo. El único camino por el cual puede obtener la justicia es por medio de la fe. Por la fe puede llevar aDios los méritos de Cristo, y el Señor coloca la obediencia de su Hijo en la cuenta del pecador. La justicia de Cristo es aceptada en lugar de la falta del hombre, y Dios recibe, perdona y justifica al ser arrepentido y creyente, lo trata como si fuera justo, y lo ama como El ama a su Hijo. Así es como la fe es contada como justicia”.[2]

El verdadero adventismo equilibra lo cognoscitivo y lo afectivo, el conocimiento y el sentimiento, la teoría y la experiencia. Antes de 1888 la Review estaba dedicada casi exclusivamente a probar las doctrinas. Muchos líderes de la iglesia consideraban el estudio de la Biblia como simplemente el medio para aseverar que ellos tenían las doctrinas correctas, y hasta pudieron probarlas enérgicamente.

Llegamos a ser una denominación de polemistas. Nadie podía probar sus doctrinas mejor que los adventistas. Sin embargo, nuestros polemistas ganaban sus debates pero perdían su experiencia cristiana. Por entonces, la prueba había reemplazado a la oración. El argumento había eclipsado la experiencia.

Hoy día algunos parecen enseñar que una comprensión de la justificación por la fe garantizará el reavivamiento en la iglesia. No necesariamente. Se necesita más que argumentos para reavivar a una iglesia. El tema real de 1888 fue si la iglesia se podía mover o no más allá del argumento hacia la experiencia. La iglesia de 1988 debe tener éxito donde la de 1888 falló en manifestar un equilibrio entre estos dos aspectos.

El verdadero adventismo equilibra la relación y la experiencia. En 1888 el adventismo fue parte de una sociedad donde, en general, la ley era respetada y la obediencia esperada. No es extraño, entonces, que en la iglesia se enfatizaran la ley y la obediencia. En 1988 el adventismo forma parte de una sociedad que enfatiza las relaciones amantes y la libertad individual, una sociedad que tiende a tolerar un comportamiento permisivo. No nos extrañe, por lo tanto, que las relaciones hayan llegado a ser más importantes y que la permisividad sea más aceptable en la iglesia.

Es un peligro terrible concentrarse en la obediencia a Cristo y descuidar la relación con El. Igualmente peligroso es concentrarse en la relación y descuidar la obediencia. El diablo no se preocupa en absoluto si el movimiento adventista se va hacia la zanja del lado derecho o del lado izquierdo del camino. Pero está decidido y resuelto a desplazarnos fuera del centro. Elena de White nos tironea hacia ese centro al insistir: “No ganamos la salvación por nuestra obediencia; porque la salvación es el don gratuito de Dios, que se recibe por la fe. Pero la obediencia es el fruto de la fe”.[3]

La justificación por la fe siempre será difícil de enseñar, porque los planes de la gente de la sociedad contrastan con ella. La justificación por la fe enseña que cuando aceptamos a Cristo, El nos salva antes que hayamos hecho algo para merecerlo —la recompensa precede a la obra. Los adventistas no son los únicos que encuentran difícil comprender esta secuencia. Toda la sociedad actúa sobre la suposición completamente opuesta de que la obra precede a la recompensa. En la casa, la mamá nos da la galletita después que hemos sido buenos. En la escuela, pasamos de grado después que finalizamos el curso. En el trabajo, obtenemos el pago después que hicimos nuestra tarea.

Parecida o no a esto, nuestra teología tiende a ser un resultado de nuestra sociología. Muchos cristianos tenderán a volver a la creencia de que la obra precede a la recompensa. Además, en la vida todas las cosas operan exactamente de esta manera. Otros, reaccionando contra la vida y su experiencia de “obras”, o reflejando una educación permisiva, siempre desearán suponer que la justificación por la fe enseña que la recompensa elimina las obras.

Lecciones acerca de las relaciones grupales

Nuestra efectividad como líderes depende menos de lo que decimos que de cómo lo decimos. Enseñar el mensaje correcto con los métodos equivocados consigue resultados errados. Ilustran esta lección los dos jóvenes promotores de la justificación por la fe en 1888.

E. J. Waggoner fue un médico que se convirtió en predicador. Era bajo de estatura, erudito y refinado. Pero rara vez se lo tildó de humilde. A. T. Jones fue primeramente sargento del ejército. Era alto, longilíneo, autodidacta y sumamente apasionado. Tendía a ser un poco abrupto y hasta áspero con la gente.

Más tarde, algunos de los que se oponían a sus mensajes admitieron que sintieron que estaban siendo “aporreados”, especialmente por Jones. Cuán diferente sería la historia de 1888 si los métodos y los temperamentos de Jones y Waggoner no hubieran interferido con sus presentaciones —o si sus oyentes hubieran sido más afortunados en mirar más allá de los mensajeros, a sus mensajes.

La cantidad de verdad que un grupo descubre depende menos de los argumentos presentados que del clima en el cual son presentados. El clima de 1888 fue de desunión y argumentación. La sesión se abrió con un argumento sobre si eran los atamanes o los hunos los que estaban representados por los diez cuernos de Daniel. La doctrina de la justificación por la fe resultó de los estudios sobre Gálatas, pero existía un gran desacuerdo sobre si la ley (referida en Gálatas 3) era la ley ceremonial, como sostenía la “guardia vieja”, o la ley moral, como argüía Waggoner. Por añadidura, Waggoner insistía en que Cristo era “toda la plenitud de la Divinidad”, mientras que muchos de los pioneros creían que la vida de Cristo era realmente una “vida derivada”.

Semejante a una espesa niebla, un espíritu argumentativo se posó sobre la hermosa doctrina de la justificación por la fe, oscureciéndola hasta tal punto que muchos simplemente no la pudieron ver. Los miembros de un grupo deben aprender a quererse los unos a los otros, mucho antes de que puedan aprender muchas cosas los unos de los otros.

Los obreros jóvenes y los adultos se necesitan mutuamente. En el Congreso de 1888 la oposición más poderosa hacia Jones y Waggoner vino de parte de Urías Smith, el editor de la Review, y de G. I. Butler, el presidente de la Asociación General, quien estaba ausente pero hizo saber su posición vía telégrafo. No hubiera sido fácil para Smith y Butler, los cuales tenían 56 y 53 años, respectivamente, recibir instrucciones de los 38 y 33 años de Jones y Waggoner, respectivamente. Pero permanece el hecho de que los hombres más jóvenes, orgullosos y apasionados, básicamente tenían razón.

Aun hoy es difícil para los obreros antiguos recibir instrucciones de los más jóvenes. Pero es importante que lo hagan. Los ministros jóvenes, por lo general, ocupan posiciones pastorales. Los líderes más antiguos pueden no haber estado tan relacionados con la iglesia local y sus necesitados por muchos años, y los más sabios saben que los más jóvenes merecen ser escuchados.

El joven necesita de la sabiduría del adulto, pero éste necesita de la vitalidad y el idealismo del joven. Un joven puede asirse fuertemente de una verdad nueva con excitación y entusiasmo. Pero si un adulto ha de abrazar una nueva verdad, primero debe rechazar el error antiguo que enseñó por años —y hacer esto es difícil. Butler y Smith testifican de ello.

O. A. Olsen, quien fue elegido en el Congreso de 1888 para reemplazar a Butler como presidente de la Asociación General, más tarde citó a Elena de White al decir que los obreros más jóvenes eran los que deberían “planificar, proyectar y ejecutar”, mientras miraban a los obreros más antiguos como “consejeros y guías”.

Cuanto más alto ascendemos y más envejecemos, más defensores llegamos a ser del statu quo. De hecho, no todos los líderes son culpables. De todas maneras, la tentación y la tendencia son muy reales, y aquellos que las resisten exitosamente deben ser especialmente admirados y respetados.

G. I. Butler, como presidente de la Asociación General, y Urías Smith, como editor de la Review por cerca de 25 años, instantánea e instintivamente defendieron el statu quo. Ambos fueron hombres honestos, astutos, consagrados a la iglesia. Ambos, más tarde, aceptaron la justificación por la fe. De todas maneras, al principio ambos estuvieron tan ocupados en defender la ortodoxia que perdieron la posibilidad de apropiarse de la nueva verdad.

Esta es la tentación de todos los líderes, ya sea en 1888 o en 1988, ya sea en una oficina de asociación/misión o en la iglesia local. El presente estado de cosas nos ha creado una cierta posición y un cierto grado de poder. El cambio amenaza ambas cosas. Y así, aunque tendemos a negar estas razones, quienes somos líderes alguna vez encontramos muy difícil aceptar ideas nuevas. Existe un tiempo para defender. Pero nuestra iglesia adopta una posición firme en favor de la verdad progresiva. Los líderes de hoy, como los de 1888, dañarán realmente a la iglesia si gastan tanto esfuerzo defendiendo lo que es de modo que no pueden oír lo que debería ser.

Lecciones acerca de la naturaleza de la reforma

Los reformadores pocas veces están completamente acertados —o equivocados. Los reformadores necesitan recordar que rara vez están totalmente acertados. Es un error insistir en que la enseñanza de Jones y Waggoner, en 1888 y sobre la justificación por la fe, contiene todo lo que la iglesia de 1988 necesita sobre el tema. En tanto que hicieron una contribución distintiva, lo suyo fue sólo el comienzo, y no sin problemas. Elena de White concordó con su énfasis global, pero no con toda su teología sobre cada interpretación escritura. Tendieron a enfatizar la justificación como subjetiva e infundida dentro del individuo. Esto preparó el camino para su posterior aceptación del panteísmo.

De cualquier forma, los líderes necesitan recordar que los reformadores rara vez están completamente equivocados. Cualquiera que es capaz de conseguir la atención y el apoyo de grupos bastante grandes, y en un considerable período de tiempo, ya sea que tenga o no la verdad, posee algo que la gente desea. Los líderes, que sienten que los reformadores están equivocados, deben hallar un camino correcto para satisfacer las necesidades que el reformador está encontrando.

Los reformadores tienden a tener una visión de túnel. Tan fundamental y todo abarcante como lo es la justificación por la fe, aquellos que la miran como el todo y la única cosa a tener en cuenta deberían ser alertados por la eventual apostasía de Waggoner y Jones. Es posible concentrarse incluso sobre la doctrina más bella, y enfatizarla tan exclusivamente, que nuestro cristianismo se desequilibra. Esta clase peculiar de enfatizar condujo a Martin Lutero a rechazar el libro de Santiago.

Posteriormente Waggoner desarrolló una teología permisiva que excusaba su relación romántica con otra mujer que no era su esposa, y que luego también excusó la disolución de su matrimonio y el casamiento con la otra mujer. Ambos, Waggoner y Jones, estuvieron del lado de Kellogg en el cisma de 1903, en Battle Creek.

Ser un reformador es terriblemente peligroso. Lo normal es llegar a estar tan absorbido en el área que se está reformando que se rechaza cualquier otra cosa. El énfasis excesivo, aun en lo mejor, puede ser muy malo. Es semejante a una cierva tuerta que, debido a su impedimento, está terriblemente nerviosa ante la posibilidad de ser sorprendida por un enemigo. Al andar encuentra una gran pradera protegida, de un lado, por un río, y del otro, por dos altos farallones. Ella está segura de que si mantiene su ojo sano dirigido hacia la abertura entre los farallones, estará vigilando el único lugar por donde podría venir el peligro. Pero cierto día un cazador se deja arrastrar por la corriente río abajo en su canoa y la mata de un tiro. Ella había estado tan segura de que conocía dónde se manifestaría el peligro, y se había concentrado tan exclusivamente en aquella única área, que el enemigo sigilosamente se presentó por su lado ciego.

Confiar en Elena de White. El paso del tiempo e innumerables investigadores han probado que lo de ella fue el equilibrio más perfecto entre el argumento y la experiencia, entre defender los mojones antiguos y apropiarse de una nueva luz. Sólo ella parece haber tenido una comprensión plena de lo que estaba sucediendo en 1888.

¿De dónde obtuvo tal excepcional visión? No de la consulta con los otros líderes, porque al principio muchos estaban equivocados. No de la lectura de un libro, porque el libro no se había escrito. Dios estaba obrando.

La iglesia no ha fallado completamente. Los críticos de la iglesia están en lo correcto al decir que no se ha hecho todo lo que debió hacerse, o no se fue todo lo que se debió ser a partir de 1888. Pero qué vergüenza para quienes arguyen que la iglesia sólo ha conocido el fracaso desde entonces.

La iglesia, sin duda, ha crecido en cantidad. En aquella oportunidad fueron menos de cien los delegados al Congreso de la Asociación General. Hoy, las comisiones son tan grandes que ya no podemos reunirlas en una iglesia pequeña, a no ser que nos esforcemos por conseguir los espacios más grandes del mundo para nuestros congresos. En 1890 había menos de treinta mil adventistas del séptimo día en el mundo. Hoy hay más de cinco millones. Y la iglesia está orando para que Dios la lleve a bautizar dos millones de preciosas almas entre 1985 y 1990, e invito a quienes dicen que la iglesia está fallando a formar parte de este éxito.

Ahora bien, la cantidad no lo es todo, pero seguramente nadie diría que Dios no estuvo bendiciendo a su iglesia. ¿Y no concordaríamos en que la teología y predicación adventistas son mucho más cristocéntricas hoy que en 1888? Pero la iglesia no ha tenido buen éxito en despertar de su laodiceanismo, y esto no debe tomarse a la ligera. En resumen, la iglesia no ha tenido éxito completamente, pero tampoco ha fracasado totalmente.

Lecciones acerca de la renovación personal

Lo que la iglesia más necesita no es más pruebas o planes, sino más poder. Con toda su organización y sus instituciones admirables, la iglesia actual está tentada a confiar en sus propios planes al realizar los negocios de Dios. Estos no necesitan de planes, programas y una comprensión abarcante de la verdad. El Espíritu Santo no reemplaza planes. Por lo tanto nunca debemos permitirnos confiar en los planes para reemplazar nuestra confianza en el Espíritu Santo. Depender más y más de nuestros planes para cumplir la comisión del Evangelio, antes que en el poder del Espíritu Santo, viola el mismo principio sobre el cual se basa la salvación por la fe. Deja a la iglesia preocupada en las obras.

Los líderes no deben simplemente entender la justificación por la fe. Deben experimentarla. Quienes dicen que la iglesia rechazó la justificación por la fe hace cien años atrás, y que lo que la iglesia necesita ahora es aceptarla, están en lo cierto sólo parcialmente. Algunos líderes la aceptaron en 1888. Y entre aquellos que permanecieron como líderes, casi todos la aceptaron en los años siguientes. Pero muchos de aquellos que no lo hicieron, gradualmente desaparecieron del cuadro de liderazgo.

El movimiento hacia su aceptación comenzó con líderes tales como S. N. Haskell, G. B. Starr, A. T. Robinson, M. C. Wilcox, W. W. Prescott y W. C. White. Eventualmente se amplió para incluir a quienes primeramente hablan sido los voceros de la oposición: J. H. Morrison, Smith y Butler.

Jones, Waggoner y Elena de White fueron invitados por la iglesia para viajar por todas partes llevando el mensaje, especialmente entre 1888 y 1891. A ambos hombres se les concedió una considerable responsabilidad en la iglesia. Con el tiempo, Jones llegó a ser el editor de la Review, con Uirias Smith como su asistente. A. V. Olsen, elegido presidente de la Asociación General en 1888, sirvió hasta 1897, y entusiastamente fomentó las instituciones ministeriales enfatizando la justificación por la fe.

El problema que siguió al congreso de 1888 no fue tanto quiénes rehusaron aceptar la justificación por la fe, sino que aquellos que la aceptaron sin experimentarla, o la experimentaron pero fracasaron, continuaron en esa experiencia. El interrogante de nuestros líderes hoy no debe ser tanto si han aceptado o no la justificación por la fe, sino si la están o no experimentando. Debe llegar a ser, para cada uno de nosotros, no una teoría para examinar, sino una unión con Cristo para experimentar.

Los ministros deben encabezar la marcha hacia el reavivamiento. ¿Qué les parece esto, mis queridos ministros? A medida que dirigen las conmemoraciones de 1888 en 1988, ¿están experimentando lo que están enseñando? ¿Están practicando lo que están predicando? ¿Están acercándose más estrechamente a Cristo?

Nuestra relación con El crece de la misma forma como lo hace una relación con cualquier otra persona —a través del tiempo que pasamos juntos. Solemos estancarnos alegando que no tenemos tiempo. Por supuesto que estamos ocupados. Un ministro nunca consigue algo hecho. Pero recordemos, casi siempre encontramos tiempo para las cosas más importantes para nosotros, y casi siempre no disponemos de tiempo para las cosas menos importantes. Nuestra primera prioridad debe ser tener una relación de amor más íntima con Cristo, y amar lleva tiempo.

Sobre el autor: Floyd Bresee, doctor en Filosofía, es el secretario de la Asociación Ministerial de la Asociación General.


Referencias

[1]  Review and Herald, 10 de abril de 1890. Las referencias son escritos de Elena de White.

[2] Ibid., 4 de noviembre de 1890.

[3] El camino a Cristo, pág. 60