Muchos adventistas parecen genéticamente incapaces de creer nuestras doctrinas singulares en el contexto del cristianismo ortodoxo.

El diablo ha dirigido una de sus saetas más agudas hacia el santuario celestial, con su juicio iniciado en 1844. Esta columna adventista, edificada sobre Cristo, nutrirá tanto la seguridad de la salvación como la ferviente observancia de los mandamientos. Sin embargo, separada de la cruz, la doctrina del santuario/juicio se convierte en una herejía desalentadora y destructora de la fe.

El tormento eterno es una terrible doctrina del diablo, pero al menos no perturba a los fieles con dudas acerca de su propia condenación. La doctrina del santuario/juicio que me enseñaron, sin embargo, les informa a los santos que luchan, pero que todavía no son victoriosos, que si sus nombres ya pasaron ante el juicio celestial, pero fueron reprobados, ellos siguen desempeñando sus responsabilidades pero ya están condenados.

“¿Qué caso tiene?” se lamentaban muchos de mis compañeros adolescentes después de las clases de Biblia. “¿Para qué tratar de ser como Jesús si ya hemos sido condenados en el juicio?” No es extraño que algunos hayan dejado de ascender la escalera hacia el trono de la gracia en el santuario celestial. Preocupados maestros y pastores redoblaron sus esfuerzos para salvar a sus jóvenes y evitar que abandonaran la iglesia volviéndose a las drogas. Por lo general fue en vano.

Personas jóvenes y adultas se han vuelto débiles, con una religión impulsada por la culpabilidad y asentada sobre la vergüenza, y la tendencia es simplemente desertar. Una vida desordenada o un estilo de vida libio reflejan con frecuencia un legalismo consumado. Algunos adventistas abandonan la creencia en Dios y dejan la iglesia; otros siguen asistiendo pero se divorcian de los aspectos disfuncionales de la religión que les producen dolor, como por ejemplo, la perversión perfeccionista de la doctrina del santuario/juicio.

¡Qué desgracia! Los Adventistas del Séptimo Día tienen tanto que enseñarle al mundo. No falta nada en nuestro mensaje; Dios nos ha dado un paquete complete de verdades. Sin embargo, hemos tenido un problema para conectar la doctrina adventista con la fe cristiana, mezclado con un deseo de debatir en vez de sentarse a los pies de Jesús y aprender de Al. El episodio de 1888 era, supuestamente, el remedio para todo eso.

Pero no lo fue. Buscando un reavivamiento medicinal, algunos adventistas quieren dirigir a la iglesia hacia atrás, a los buenos días de antaño, cuando la mayoría de los miembros creía básicamente la misma cosa y pocos desafiaban nuestras doctrinas fundamentales. Sin embargo, una insistente pregunta aflora a nuestra mente: Si los buenos días de antaño fueron así de buenos, ¿por qué todavía estamos aquí? Pensemos en esto. ¿Por qué cinco generaciones sucesivas han fracasado y no han podido cumplir nuestra misión como iglesia remanente, perdiéndose en el desierto de áridas posibilidades?

Fervientes voces nos invitan a volver atrás, hacia el adventismo histórico, quizá inconscientes de que ningún adventista de la actualidad cree exactamente como creían nuestros pioneros. Por ejemplo, la mayoría de ellos comía carne de puerco, al menos hasta la visión sobre la reforma pro salud en la década de 1860. Junto con su consumo de carne inmunda, también sufrían indigestión espiritual a causa de una cristología, soteriología y pneumatología insalubres. No fue sino hasta las décadas de 1860 y 1890 cuando los adventistas oyeron Claras enseñanzas acerca del ABC del cristianismo: Quién era Jesús, qué había acontecido realmente en la cruz, y la condición de persona del Espíritu Santo. La antigua herejía del arrianismo subsistió con nosotros hasta el siglo veinte. Igualmente serias herejías permanecen con nosotros; muchos adventistas parecen genéticamente incapaces de creer nuestras doctrinas singulares en el contexto del cristianismo ortodoxo.

Los mensajes de los tres Ángeles

Algunos sugieren: “Olvidemos esta discusión acerca del evangelio. ¡Volvamos a nuestro negocio y prediquemos el mensaje de los tres ángeles!”

¿Y qué implica eso? El mensaje del primer ángel proclama “el evangelio eterno’ en el contexto del juicio investigador (Apoc. 14:6). ¿Cómo podemos hacer esto a menos que estemos seguros de lo que es el evangelio? El mensaje del segundo ángel nos llama a salir de Babilonia, la cual representa un sistema organizado de justificación por las obras, como lo simboliza el rechazo histórico del evangelio por parte de Roma. Si nosotros no hemos rechazado personalmente una religión basada en las obras, ¿podemos decir claramente que ya hemos salido de Babilonia? Es mejor que aclaremos que significa ser salvos por la fe y luego saber en dónde caben las obras.

¿Y cuál es el mensaje del tercer ángel? La justificación por la fe “ciertamente”[1] como dice Elena G. de White. Pero ¿qué es justificación? Pregúntele a varios pastores, y puede ser que obtenga varias respuestas incompatibles. No es extraño que con frecuencia tengamos muy poco poder en nuestra proclamación: “Es precioso el pensamiento de que la justicia de Cristo nos es imputada, no por ningún mérito de nuestra parte, sino como don gratuito de Dios. El enemigo de Dios y del hombre no quiere que esta verdad sea presentada claramente; porque sabe que si la gente la recibe plenamente habrá perdido su poder sobre ella”.[2]

Obviamente, aclarar nuestra confusión con respecto a la justificación y a la justicia imputada debería ser una prioridad absoluta no sólo para la paz y el poder personales, sino también para nuestro testimonio al mundo.

¿Cuánto más?

En nuestro entusiasmo por el adventismo histórico, tengamos cuidado de no volvernos demasiado históricos, no sea que neguemos los fundamentos de la fe cristiana. Ya hace 150 años que Dios le confió a este movimiento un mensaje y una misión especiales. ¿Cuánto tiempo mis nos demoraremos antes que los habitantes del mundo escuchen finalmente lo que Dios quiere que les digamos?

¿Hasta qué punto llegaremos para que las piedras comiencen a clamar?


Referencias

[1] Elena G. de White, Evangelismo (Buenos Aires: Asociación Casa Editora Sudamericana, 1978), pág. 143.

[2] ____Obreros evangélicos (Buenos Aires: Asociación Casa Editora Sudamericana, 1974), pág. 169.