De la interminable variedad de plantas y flores —dice Elena de White— podemos aprender una lección de suma importancia. No todos los capullos tienen la misma forma ni color… Hay quienes profesan ser cristianos y piensan que es su deber hacer que todos los demás cristianos sean iguales a ellos”.

            Este consejo es especialmente apropiado frente al debate que prevalece en la actualidad respecto a la ordenación de la mujer al ministerio, un tema sobre el cual la mayoría de las personas posee una opinión definida. Representantes de ambos bandos deliberan apasionadamente sobre el tema. Así fue como los delegados al Concilio Anual de 1994, aguardaban con gran expectación el momento cuando Alfred C. McClure, presidente de la División Norteamericana (DN) pronunciara su discurso.

            La DN, en una sesión especial celebrada poco antes del Concilio Anual, acordó presentar la siguiente recomendación: “Solicitar al Concilio Anual que refiera la siguiente moción para ser considerada en el Congreso de la Asociación General: La Asociación General confiere a cada división el derecho de autorizar la ordenación de individuos dentro de su territorio en armonía con los reglamentos establecidos. Además, donde las circunstancias no recomienden lo contrario, una división podrá autorizar la ordenación de individuos calificados sin consideración a su género. En las divisiones donde los comités ejecutivos tomen los pasos necesarios para autorizar la ordenación de la mujer al ministerio, ellas podrán recibir la ordenación para servir en dichas divisiones”.

Lealtad de la Iglesia

            McClure se puso de pie para presentar la recomendación de la División Norteamericana. Enfatizó que su solicitud tenía el propósito de apoyar a la iglesia mundial y no el de desafiarla. Dijo: “La División Norteamericana es sumamente leal a la iglesia mundial. Creemos en la unidad, y estamos comprometidos con ella. Tenemos el mismo nivel de compromiso con la misión y la unidad de esta iglesia, que el que vemos con placer evidenciado en otras partes del globo. No es nuestro deseo dividir ni causar problemas ni situaciones embarazosas para el cuerpo divino de Cristo. Aborrecemos aquello que pueda acarrear deshonra sobre la iglesia que tanto amamos.

            Nuestra intención no es dominar al resto de la iglesia —después de todo, el 10 por ciento de la feligresía mundial no se podría considerar un porcentaje dominante-. No somos personas abusivas y no quisiéramos que nos consideraran como tales. No pretendemos sugerir que nuestro apoyo a la iglesia mundial quedará sujeto a la aprobación de este asunto. No creemos que sería una conducta adecuada para los integrantes de una familia. Si se nos niega nuestra petición, haremos lo mejor que podamos por seguir siendo una parte responsable de la familia mundial y contribuir con nuestra porción de la carga financiera que el Señor nos ha encomendado como bendición”.

            El presidente de la DN procedió a aclarar que ésta no planeaba ninguna clase de acción unilateral a este respecto. “No nos pondremos rebeldes, ni procuraremos hacer nuestra propia voluntad en desafío de la voluntad del cuerpo. Les aseguro que yo soy un siervo de esta iglesia y haré todo lo que esté en mi poder para mantenemos unidos. Si hubiéramos decidido hacer nuestra propia voluntad a pesar de las consecuencias, no estaríamos presentando esta solicitud. Simplemente les informaríamos acerca de nuestra decisión. Pero, nuestra posición no es tal.

            “Este no es un ultimátum, sino más bien una apelación de lo más profundo de nuestros corazones referentes a algo que consideramos una necesidad muy particular”.

Diversidad en la iglesia

            McClure prosiguió a señalar la diversidad que existe dentro de la Iglesia Adventista del Séptimo Día, por estar compuesta de muchas culturas diferentes. Señaló que las doctrinas esenciales y fundamentales de la iglesia son no negociables y universales. Sin embargo, las costumbres de la iglesia —las áreas eclesiásticas—, pueden diferir de un país a otro. Existen principios universales dados en la Escritura y en el Espíritu de Profecía, pero su aplicación puede diferir de un lugar a otro. Debe existir la unidad, pero ésta no significa necesariamente uniformidad.

La razón de esta petición

            McClure menciona que un antecedente de la ordenación ya había sido acordado hace 10 años por el Concilio Anual. El Concilio Anual de 1984 acordó que, en las divisiones donde se considere aceptable, la mujer podría ser ordenada como anciano local.

“Votado.

  1. Reafirmar el acuerdo tomado por el Concilio de Primavera de la Asociación General de 1975 sobre el papel de la mujer en la iglesia (GCC75- 153).
  2. Recomendar a cada división que ejerza la libertad de hacer provisión, de acuerdo a sus necedades, para elegir y ordenar a mujeres como ancianos locales” (Minutas del Concilio Anual, [1984], pág. 48).

            No era la primera vez que se estudiaba este asunto. El Concilio Anual de 1974 acordó “Solicitar a la Junta Consultiva Ejecutiva del Presidente que estudie más a fondo el asunto de la elección de la mujer para los cargos de la iglesia local que requieran ordenación y que las comisiones de las divisiones puedan ejercer discreción en cualquier caso especial que pueda surgir antes que se haya adoptado una posición definitiva” (Minutas del Concilio Anual [1974], pág. 14).

            Desde aquel tiempo cientos de iglesias de la División Norteamericana han elegido y ordenado a más de 1,000 mujeres como ancianas locales. McClure luego presentó cuatro lecciones de esta experiencia:

  1. Se ha establecido un precedente.
  2. Este no ha significado un problema para las regiones del mundo donde no se ha seguido la misma costumbre.
  3. Ha permitido a Norteamérica y otros países atender ciertas necesidades reales en el desempeño de su misión en sus territorios.
  4. No se puede dar marcha atrás. No es posible anular la ordenación de más de mil mujeres y decirles que ya no pueden fungir como ancianas locales. Pondría en juego la credibilidad de la iglesia y se daría la impresión de no ser justos.

El aspecto teológico

            McClure siguió su discurso tratando el aspecto teológico. Reconoció abiertamente que esto lo había estado inquietando por bastante tiempo. Le inquietaba más, aún, que los teólogos no se pudieran poner de acuerdo en este respecto. Han pasado más de 20 años desde que se estudió por primera vez este tema, y los teólogos todavía no pueden llegar a un acuerdo. La iglesia, sin embargo, cruzó un puente teológico cuando permitió que la mujer fuera ordenada para fungir como anciana local. Es ilógico permitir la ordenación de la mujer como anciana de iglesia, calificando este hecho como bíblico, y a la vez negarle la ordenación pastoral y citar a las Escrituras en apoyo de la negativa.

            Por más de 20 años la iglesia ha animado a las mujeres a que acepten la invitación del ministerio pastoral y a que asistan al seminario con el fin de cursar sus estudios. McClure siguió: “¿Qué clase de mensaje le damos a las jóvenes cuyo deseo es responder al llamamiento de Dios cuando les damos la bienvenida en las instituciones educativas, les ofrecemos entrenamiento en salones que comparten con compañeros varones a quienes en pocos años se les ofrece el reconocimiento completo de su vocación, mientras que a ellas [las mujeres] se les da a entender que son inferiores al no ofrecerles la aprobación completa de la iglesia”?

            Actualmente hay por lo menos 25 damas que sirven en capacidad de pastoras en Norteamérica, y otras 25 en capacidad de capellanas en instituciones de salud. Se les han otorgado todos los privilegios de la ordenación con excepción de la facultad para organizar iglesias y la de ordenar a otros. La iglesia las ha reconocido aún más, creando una credencial especial para ellas.

En el futuro

            McClure hizo muy claro que ha llegado la hora de moverse nuevamente, ya sea hacia adelante o hacia atrás. Es insostenible retener la misma posición que hasta el momento se ha mantenido. Norteamérica no ha tomado ninguna acción en desacuerdo con la iglesia mundial. Ha aplicado cada una de las acciones del Concilio Anual, consistentemente con las normas establecidas. Gracias a esto, hoy día se encuentra en una posición que muchos interpretan como discriminatoria, no ética e inclusive, inmoral. Algunos preguntan por qué razón las mujeres y los hombres que realizan una misma función, no pueden recibir la misma ordenación. No existe una respuesta válida que resista un escrutinio serio. McClure luego concluyó con esta poderosa apelación:

            “Por lo tanto, venimos ante ustedes pidiéndoles su comprensión y ayuda. Rogamos a nuestros hermanos y hermanas de la iglesia mundial, que traten de escuchar, que se pongan en nuestro lugar y que vean la razón por la cual hacemos esta petición mientras procuramos no la disensión ni la desunión (¿será en realidad la Iglesia Adventista tan frágil como para dividirse por este asunto?), sino para facultar a las personas para cumplir su misión.

            “Elena de White lo explicó adecuadamente cuando dijo: ‘No se ate mano alguna, no se desanime a ninguna alma, no se calle ninguna voz; permítase a cada individuo que trabaje en privado o en público, para ayudar al avance de esta gran obra’ [Review and Herald, 9 de julio de 1895]”.

            Entonces el Concilio Anual votó poner esta petición de la División Norteamericana a consideración del Congreso de la Asociación General en Utrecht.

Esta edición especial de Ministerio

            ¿Después de todo, qué es la ordenación? El Dr. V. Norskov Olsen, ex presidente de la Universidad de Loma Linda, rastrea la teología e historia de la ordenación desde el Antiguo Testamento hasta la Reforma. Muestra claramente que una separación entre el clero y el lateado es un concepto ajeno al Nuevo Testamento. La Reforma nos dio la salvación solamente por gracia, y marcó el inicio del sacerdocio de todos los creyentes. Muchos creen que se necesita una nueva reforma que eliminaría la distinción artificial entre los que han sido ordenados y los no ordenados, y demostraría que todos fuimos llamados a ser ministros, todos somos llamados a testificar, todos somos llamados a compartir el evangelio de Jesucristo. En la iglesia de hoy, Dios ha puestos diversos dones espirituales, de los cuales el pastorado es uno. Cada persona deberá ejercer sus dones espirituales para la edificación del cuerpo sin referencia a rango. Lea en este número el artículo, “Llamado a ser un ministro”.

            Kit Watts, redactora asistente de la Adventist Review [Revista adventista], presenta la historia del surgimiento y la caída de las mujeres adventistas en el liderazgo. ¿Sabía usted que hubo una época cuando 20 de los 60 tesoreros de asociación eran mujeres? En 1915 aproximadamente dos terceras partes de los 60 dirigentes educativos y más de 50 de los 60 directores de escuela sabática eran mujeres. Antes del fin del siglo pasado, tres de los tesoreros de la Asociación General fueron damas. Inclusive, una mujer fungió por un tiempo como presidenta interina de la Asociación General. Es un artículo fascinante. También lo son los que por falta de espacio no podemos mencionar.

            En toda esta discusión jamás deberíamos perder de vista una gran verdad —a Cristo Jesús. Él es el camino, la verdad y la vida. Sin él no somos nada. Estamos aquí para compartir a Jesús y ganar a cuantos podamos para él. La iglesia existe con un solo propósito: levantar la cruz de Cristo, y cooperar con Dios en la evangelización del mundo. La mejor decisión que podemos hacer en Utrecht debería ser la decisión de ayudar más efectivamente en la evangelización del mundo.