Después de un largo día de trabajo, tres seminaristas y un pastor anciano se reunieron alrededor del pozo de la aldea. Mientras lo observaban calzado de piedra, la conversación se centró en la pregunta de cómo medir la cantidad de agua que contenía éste.

 -No es difícil saberlo -dijo uno de los seminaristas-, yo simplemente calcularía el volumen de una cubeta, la bajaría al fondo del pozo, y contaría los viajes que tendría que hacer para secarlo.

 -Y nos dejaría un pozo seco -murmuró el anciano pastor.

 -No -dijo el segundo-. No es el método que yo usaría. Yo llenaría el pozo con piedrecitas, desplazando el agua hacia arriba, y la mediría al derramarse por el brocal.

 -Y nos dejaría de hecho sin pozo -murmuró el anciano pastor.

 -Sé razonable -dijo el tercero-. Yo calcularía el diámetro del pozo y bajaría una cuerda con un peso hasta el fondo. Al medir la profundidad del agua, podría calcular la cantidad que hay en el pozo.

 -Sin dejamos ninguna duda -murmuró el pastor.

 -Bien, ¿y cómo lo haría usted? -preguntaron los tres seminaristas-. ¿Tiene un método mejor para medir el agua del pozo?

 -Para mí -dijo el anciano pastor lentamente-, también bajaría la cubeta hasta el fondo del pozo, pero solamente una vez. Y al sacarla, tomaría un largo y fresco sorbo.

 -Y al gustar el alivio de ese trago, mediría el agua del pozo: ¿Apagó mi sed? ¿Puso nuevo fulgor en mis ojos? ¿Refrescó mi frente? ¿Aclaró mis pensamientos?

 -Si hizo todas estas cosas, entonces sabría que es buena agua, excelente agua, toda el agua que yo, o cualquier persona de esta aldea, pudiera necesitar.

 -Sólo miden la profundidad del agua del pozo aquellos que nunca han sentido sed.

 Hay una cierta cantidad de humor cuando se le pide a un administrador de la iglesia que diga lo que piensa con respecto al futuro del ministerio pastoral. Los administradores son criticados con frecuencia porque se cree que constituyen un grupo que sólo se preocupa por lo que puede identificarse, objetivarse y cuantificarse, es decir, preocuparse sólo por el volumen del agua que hay en el pozo. Lejos del mundo real, dicen los críticos, los administradores no pueden conocer la suerte de aquellos que “sirven de pie” ante el pueblo de Dios semana tras semana. Algunos sugieren que en nuestro enrarecido y burocrático mundo, nada “real” ocurre jamás.

 Pero queda el hecho de que yo todavía tengo sed, y no sólo de agua fresca que mana del bebedero que está en el pasillo. Al observar a un mundo descontrolado que da tumbos, mientras lucho con situaciones que hasta a Salomón dejarían perplejo, me encuentro más sediento cada día, que anhelaría tomar del agua de la vida sacada del pozo de la salvación. Más insistente aunque la alarma del reloj despertador a las 5:00 de la mañana, o el sonido del timbre del teléfono a la medianoche, es la creciente sensación de que debo beber cada día del agua que Jesús ofreció a la mujer junto al pozo. Sin ella, el ministerio es una playa seca y polvorienta.

¿Estamos apagando nuestra sed?

 Por tanto volvamos al pozo. Sea usted pastor o administrador, obrero bíblico o evangelista, cada ministro bebe de un pozo común. La primera pregunta obligada en cuanto al futuro del ministerio es si estamos apagando nuestra propia sed del agua de vida que Jesús ofrece a sus siervos. Si estamos bebiendo, entonces habrá gozo en la jornada. Si no, entonces no habrá nada que disipe el sabor del polvo y la ceniza en nuestra boca.

 Hay quienes suponen simplemente que todo pastor experimenta una estrecha relación con Jesús, y pasan inmediatamente a otro tema; pero yo, ya no lo hago. En mi propia historia, y en la de muchos pastores muy cercanos a mí, conozco demasiado acerca de las épocas de sequía, los difíciles días cuando somos tentados a construir acueductos para que fluya el agua que raramente probamos. La singular obligación de servir al pueblo nos insta a “poner a los demás primero”, con lo cual queremos decir: dar mayor precedencia a la sed de ellos que a la nuestra. Pero, tan laudable como eso, es el principio de una deshidrataron espiritual.

 El agua de la vida no puede almacenarse o conservarse en contenedores; no puede captarse en ningún recipiente, mientras se espera mañanas de sequía. Como lo dice un autor: “Usted no tiene lo que antes tenía con Dios. Usted sólo tiene lo que recibió hoy de él”.

 El futuro del ministerio adventista está ahora en las manos de cada uno de nosotros, si es que dedicamos o no tiempo personal a estar con Jesús en oración, estudio y adoración. De un extremo al otro de la iglesia, es tiempo de anunciamos unos a otros el requerimiento de que cada pastor adventista sea una persona profundamente consagrada a Dios. Hemos de decirlo con tanta frecuencia que lleguemos a creerlo: un pastor que no ora es un pastor falso, un ministro que no está arraigado en la Palabra es un guía ciego, no importa cuánto talento, sensibilidad humana o habilidad administrativa tenga.

 Mire profundamente al pozo, pastor. ¿Está usted celebrando una conversación diaria con su Salvador de modo que se apague su sed? ¿Está usted encontrando nuevas percepciones y más profundos significados por su estudio de la Palabra? ¿Se ha regocijado hoy a causa de la salvación comprada por la sangre de Cristo? ¿Está su propia vida -su matrimonio, su familia, sus actitudes, sus hábitos- siendo transformada por el poder que Jesús prometió a todos los que le sigan? Juan 1:12).

 Estoy describiendo un tipo de inventario espiritual personal para el pastor, que es mucho más profundo y directo que cualquier otro instrumento que la iglesia pudiera diseñar jamás. Sueño con el día cuando todos los pastores se sientan responsables ante Dios, así como él nos tiene por responsables.

 Muchos pastores me dicen que sienten que la evaluación personal es una de las cosas más benéficas del ministerio. Formularme a mí mismo cada año una serie de preguntas honestas acerca de mi vida espiritual (o cultivar un socio espiritual a quien he alentado a hacerse estas preguntas) es afrontar la vida como cada uno debe afrontarla: con honestidad, humildad y esperanza. Ministrar el evangelio a otros nunca debe ser una excusa para no disfrutar yo mismo de la bondad de Dios o experimentar su poder transformador en mi propia vida.

¿Están creciendo nuestros miembros en gracia?

 Una segunda pregunta surge mientras miro atentamente la profundidad del pozo: ¿Están los miembros de mi iglesia experimentando el gozo y el poder transformador del evangelio como resultado de mi ministerio? Aquí nos sentimos tentados a vacilar y a comenzar a lamentarnos fuertemente por aquellos que quieren llevar un registro de todo y ponerlo en algún tipo de programa. Tememos que al hacer la pregunta relevante, ¿están creciendo nuestros miembros en gracia?, nos desviemos para dar respuestas irrelevantes: estadísticas bautismales, blancos alcanzados y objetivos logrados.

 Pero no puede haber un espejo más fiel de mi propia experiencia con Dios y mi profesión de ministro que la condición espiritual de las personas que son objeto de mi ministerio semana tras semana. Esto no quiere decir que cada miembro responderá espiritualmente o que el pecado no pueda endurecer a algunos creyentes. Y sin embargo, permanece el hecho de que un pastor que ora inevitablemente producirá una congregación que también ora. Un pastor que se regocija en la gracia cultiva un grupo de personas que proclama en voz alta la bondad del Señor. Un ministro que obtiene la victoria sobre sus hábitos y actitudes personales muestra a la iglesia a la cual sirve la realidad de un Señor que transforma. Si mi ministerio es auténtico, si está siendo bendecido por Dios, entonces, debiera dar la bienvenida a la tarea de reproducir en otros mi experiencia personal de salvación y enseñarles a beber del mismo pozo.

 Es mucho más fácil culpar a la iglesia de inmadurez espiritual, que reconocer el hecho de que es probable que yo sea el responsable de crear o mantener esa inmadurez a través de una vida o un ministerio carente de oración. Cuando hago acopio de cualquier objetividad profesional de que soy capaz, y analizo cuidadosamente la condición espiritual de mi pueblo, tengo la oportunidad de ver allí al menos un oscuro reflejo de mis propias luchas espirituales. Observar honestamente la condición espiritual de aquellos a quienes sirvo, es la forma más segura de impulsarme a caer de rodillas, luchar con Dios para que me dé un poder que está más allá de mí mismo y un mensaje que no proceda de mí.

 Para decirlo de otra manera, las preguntas son: ¿Cuántos de mis miembros están experimentando el gozo y el poder transformador del evangelio? ¿Está un número creciente de ellos regocijándose en la seguridad de la salvación a través de la sangre expiatoria de Jesús? ¿Está mi rebaño cavando hondo en la Palabra de Dios como resultado de mi ministerio en favor de ellos? ¿Cuántos están afrontando circunstancias difíciles en su vida con oración y no con sus propias fuerzas? ¿Es mayor este número de lo que era hace seis meses o un año?

 Nadie está mejor preparado para hacer estas preguntas, y al mismo tiempo contestarlas, que el pastor. Los administradores y aquellos que sirven a la iglesia en ministerios especializados no pueden conocer la matriz de la dinámica familiar, las consideraciones históricas o la cantidad de dones que singularizan el carácter de cada congregación local. Los que servimos a la iglesia en funciones no pastorales tenemos una obligación especial de crear un clima de candor y ánimo en cada región, de modo que ningún pastor deje de hacer y contestar estas importantes preguntas.

 Si es cierto que la iglesia no puede lograr lo que Dios espera de ella si no es responsable -y yo creo que así es-, entonces debemos aseguramos de que nada estorbe la tarea. Ningún pastor debiera temer jamás que la evaluación honesta de la iglesia a la cual sirve le producirá otra cosa que no sea reconocimiento y aprecio.

¿Cómo nos relacionamos con la gran comisión?

 Una tercera pregunta emerge cuando miramos hacia el interior del pozo: ¿Dan evidencia los que son objeto de mi ministerio que comprenden su relación vital con la gran comisión?

 El adventismo del séptimo día ha enfatizado correctamente durante los últimos 135 años la tarea de hacer discípulos, y lo hemos hecho con un vigor y entusiasmo que nos ha llevado a casi cada nación del globo. Ser adventista -con nuestro compromiso especial con el sábado de Dios, con nuestra singular comprensión del ministerio de Cristo en el santuario celestial, con nuestra percepción profética del futuro de este mundo- es tener una pasión por aquellos que pasarán a una eternidad sin Cristo a menos que les comuniquemos la verdad tal cual es en Jesús.

 Yo, como líder espiritual que tiene la carga de hacer discípulos, debo escuchar la pregunta: ¿Estoy formando personas que demuestran una pasión por las almas? ¿Escuchan también el llamado de ir y hacer discípulos aquellos que me escuchan predicar y enseñar las buenas nuevas del evangelio? ¿Mi pasión por los perdidos se está convirtiendo en la pasión de ellos también?

 Para pensar y hablar así se requiere un paradigma diferente del cuidado pastoral que muchos de nosotros hemos conocido. El ministro considerado simplemente como un tranquilo conductor de almas, que se contenta con sólo ver que su rebaño experimenta el crecimiento biológico, no puede ser un modelo satisfactorio para el ministerio. Pero el pastor como entrenador de equipo, modelo, director técnico, guía, y compañero en la obra de las misiones, les da a los miembros un poder motivacional y espiritual que surge directamente de la autoridad de la Palabra de Dios.

 Escuché recientemente a un grupo de laicos decir que estaba enojado porque su pastor los regañaba y les reñía constantemente. Les dijo que era negocio de él como pastor, no de ellos como laicos, dar los estudios bíblicos y preparar a las almas para el bautismo. Ellos sentían la frustración que muchos miembros del pueblo de Dios sienten cuando escuchan el llamado de Jesús, y sin embargo, confrontan la realidad de que su iglesia no está preparada para enjaezar sus energías. Los que hemos sido llamados al ministerio profesional debemos vencer cualquier inseguridad que sintamos cuando la misión “se nos escapa de las manos”. Las tendencias demográficas de nuestro movimiento mundial y el confiable consejo que consideramos tan valioso nos señalan un futuro en el cual tanto el crecimiento cuantitativo como el cuantitativo de la iglesia será tan explosivo y rápido, que todas nuestras visiones centradas en el ministerio serán inútiles o algo semejante a eso.

Conclusión

 Quizá al leer esto algunos irónicos digan que veo el futuro del ministerio adventista como un cofre de interrogantes. Eso deja la impresión de que tengo dudas acerca del futuro de la iglesia o del triunfo final de Cristo en este mundo. Nada puede estar más lejos de la verdad.

 Pero es cierto que el poder de las preguntas correctas -bien formuladas y correctamente contestadas- formarán nuestro destino más que cualquier otro elemento que yo conozca.

 Una brisa refrescante está soplando a través de nuestra fe y nuestra profesión precisamente ahora, permitiéndonos soñar nuevos horizontes y lanzar una nueva visión de servir al pueblo de Dios. Quiero ser parte del plan de vanguardia de Dios para su pueblo, no importa cuál sea el costo para mis antiguos paradigmas u opiniones acariciadas.

 Y si las preguntas -piadosas y bíblicas- ayudan a que eso ocurra entonces, les doy la bienvenida. Y espero que usted también haga lo mismo.

Sobre el autor: es ex presidente de la Asociación General de los Adventistas del Séptimo Día, Silver Spríng, Maryland.