Frente a los nuevos descubrimientos, los hombres de ciencia ponen en duda antiguos postulados evolucionistas.

     La teoría de la evolución pretende que la vida comenzó en la Tierra cuando una mezcla de sustancias químicas, en un antiguo lodazal ya olvidado, produjo por casualidad células vivas. Durante miles de millones de años esas células habrían evolucionado y habrían dado como resultado las plantas, los animales y los seres humanos que viven actualmente sobre la Tierra. Pero algunos hombres de ciencia están admitiendo ahora, como consecuencia de las nuevas investigaciones llevadas a cabo, que tal evolución, desde las células a los seres humanos, es imposible. La vida y el ecosistema que la sustenta tienen que haber sido creados en muy poco tiempo, posiblemente en algunos días.

     La primera vez que me enfrenté a la teoría de la evolución estudiaba geología en la universidad, en 1964. Y nunca me convencí de su veracidad. La existencia de tantas diferentes especies de animales y plantas, con funciones tan complejas, me convenció de que una Inteligencia suprema tiene que haber diseñado lodo el sistema.

     Mi interés especial en el tema de la evolución versus la creación se reavivó hace pocos años, cuando un grupo de estudiantes cristianos presentó un seminario acerca de las evidencias científicas del creacionismo bíblico. Un notable hombre de ciencia local asistió a la reunión y desafió al director, argumentando que nadie podía creer que un hombre de ciencia con un título de doctor podía tomar en serio la historia de Adán y Eva, o creer que la vida en la Tierra se desarrolló en seis días.

    La posición de ese señor era comprensible. ¿Podría creer un hombre de ciencia que el desarrollo de la vida en la Tierra haya tomado menos de diez mil años? ¿Cómo se podría compatibilizar eso con el registro de los fósiles, o con el contenido de los fósiles en rocas que han sido fechadas en millones de años mediante técnicas radioisotópicas? También está la traslación de los continentes y las formaciones geológicas masivas, tales como el Gran Cañón del Colorado en los Estados Unidos, que causan la impresión de que los continentes son muy antiguos; y sin hablar de las observaciones astronómicas que le dan apoyo a la teoría del big bang (la gran explosión). ¿Cómo podría rechazar un hombre de ciencia todas esas evidencias?

    Estos pensamientos y estas experiencias me indujeron a investigar, y el trabajo realizado dio como resultado un libro titulado In Six Days: Why 50 Scientists Choose to Believe in Creation [En seis días: por qué cincuenta hombres de ciencia decidieron creen en la creación].

    Comencé mi investigación preguntando a los colegas de la Universidad de Newcastle si conocían a algún hombre de ciencia, con título de doctor, que creyera en el relato de una creación especial. Terminé encontrando el nombre de un profesor de Bioquímica de la Universidad de Loma Linda, Estados Unidos. Al ponerme en contacto con él me enteré de que había otros nombres. Un mes después, y centenares de e-mail mediante, ya tenía aproximadamente ochenta nombres de hombres de ciencia que estaban dispuestos a proporcionar —y permitir que se publicaran— las razones por las cuales creían que una creación literal se produjo en seis días.

     Me costaba esperar el momento de leer lo que esos hombres habían escrito, y en cuanto iba examinando el material pude ver cómo se desafiaban eficazmente los argumentos y las evidencias del evolucionismo darwiniano. Nunca había leído nada semejante.

LA BIOLOGÍA DE LA CÉLULA

     Uno de los primeros temas surgió en relación con las investigaciones más recientes acerca de la biología celular. Los estudios acerca de la bioquímica de la célula y la complejidad del almacenamiento de información genética o recuperación del sistema codificado en el ADN (ácido desoxirribonucleico), demuestran que la vida no puede proceder de lo que no tiene vida, aunque para ello se necesitaran miles de millones de años. Ese concepto se conoce como la ley de la biogénesis. Según ella, sólo lo que tiene vida puede dar vida. Décadas atrás, Francis Crick, ganador del premio Nobel por haber descubierto la estructura del ADN, y el astrónomo inglés Sir Fred Hoyler se sintieron impresionados por ese problema.

     Cuando leí eso, comprendí por qué se gastan hoy millones de dólares con el fin de tratar de encontrar vida en el espacio exterior. Los hombres de ciencia saben que para que la teoría de la evolución pueda sobrevivir necesitan encontrar evidencias de que la vida llegó a la Tierra desde el espacio exterior.

     Pero ese descubrimiento incluso podría no ser suficiente para salvar a las presuposiciones evolucionistas de las consecuencias de la Segunda Ley de la Termodinámica. Esa ley excluye totalmente la generación espontánea de la vida. Refuerza lodos los aspectos de la ingeniería, desde el proyecto de un submarino nuclear hasta la fabricación de cohetes. Entre otras cosas, esta segunda ley sugiere que el aumento de la complejidad en los seres vivos no se produce espontáneamente. Por más energía que se emplee, no se produce complejidad. Se necesita la participación de un agente inteligente para que la energía produzca complejidad.

     Por ejemplo, nadie se va a despertar jamás por la mañana, después de haber ofrecido una fiesta y de haber comido mucho la noche anterior, para descubrir que el viento, o cualquier otra forma de energía, pasó por la cocina, lavó todos los platos y los cubiertos, los colocó en su debido lugar, barrió todas las migajas del suelo y vació todos los recipientes de basura. En verdad, esa cocina nunca volverá a estar en orden aunque pasen millones de años, a menos que algún ser inteligente se preocupe por ella y la ordene.

     Del mismo modo, una explosión (de energía) nunca producirá un avión a retropropulsión (o cualquier mecanismo verdaderamente útil), aunque se produjera cada segundo a lo largo de mil millones de años. Además, la célula de una simple bacteria es más compleja, en muchos sentidos, que un avión. Y, como lo predice la segunda ley, las células, cuando mueren, se descomponen.

     La segunda ley tiene que ver con la tendencia universal al deterioro y la decadencia, que incluye la pérdida de la información genética. Eso es precisamente lo que observamos en el mundo de hoy, exactamente lo opuesto de lo que se necesita para que haya evolución.

FECHAS DIFERENTES

     ¿Qué podemos decir de las rocas cuyas fechas de origen están supuestamente probadas por medio de la radiactividad? ¿Constituye eso una fuerte evidencia de los largos períodos de los fósiles, y contradice el relato bíblico de la creación? Nuevamente aquí los estudios más recientes ponen al desnudo otro mito científico.

     Los diferentes métodos de fijación de fechas por medio de la radiactividad producen, y esto no es raro, edades muy distintas para las mismas rocas. Un extenso estudio del método radiactivo para la fijación de fechas encontró un fósil con una edad convencional superior a los 350 millones de años, mientras que el mismo fósil, mediante el método del carbono 14, dio un valor de unos cuatro mil años. Algunos hombres de ciencia admiten ahora que no comprenden realmente el significado de las conclusiones de los métodos radiactivos de fijación de fechas. Hoy se están poniendo en tela de juicio las suposiciones que acompañan a esos métodos.

EL BIG BANG (LA GRAN EXPLOSIÓN)

     Los escritores partidarios de la ciencia popular se refieren a menudo a la teoría del big bang; pero ella también implica serios problemas. Entre otros, viola la ley de la conservación del número del bario. Por esa razón, algunos físicos en lo pasado propusieron otra teoría para salvar la del big bang. Pero esas nuevas suposiciones necesitan de la descomposición de los protones, la partícula elemental que se encuentra en el átomo. Esa es una de las razones por las que las instituciones dedicadas a la investigación han gastado millones de dólares para construir aceleradores de partículas muy cargadas de energía.

     Incluso con ese equipo tan sofisticado, han fallado todos los estudios para descubrir la descomposición del protón. La falta de evidencia experimental para explicar la violación del número del barrio pone en tela de juicio toda posibilidad de que alguna vez se haya producido un big bang como origen del universo.

UN DESIGNIO INTELIGENTE

     Algunos estudiosos han hecho un planteo diferente y han decidido analizar ciertos ejemplos naturales que presuponen un designio inteligente. Por ejemplo, el sistema de “radar” del delfín es tan exacto que supera la mejor tecnología, al respecto, de la marina norteamericana. Puede detectar un pez del tamaño de una pelota de golf a setenta metros de distancia. Eso le muestra al mejor especialista en la teoría del caos que el delfín fue matemáticamente programado para recibir la mejor información.

     Ese sistema de “radar” incluye las lentes de sonido, una complicada estructura que le permite al delfín focalizar las ondas de sonido emitidas para ir a donde él quiere. Esas lentes de sonido dependen del hecho de que la composición del tejido adiposo (graso) contribuye a que las ondas sonoras viajen a través de él de diferentes maneras. Los compuestos grasos, o lípidos, deben estar ordenados en la secuencia correcta para captar el eco del sonido. Cada lípido es único y diferente de los demás. Ese lípido es el resultado de un complicado proceso químico, que requiere un número diferente de enzimas.

     Para seguir con ejemplos parecidos al del delfín, los complejos ojos compuestos de algunos tipos de trilobites, artrópodos ya extintos, supuestamente invertebrados primitivos, implican una sorprendente planificación. Contienen tubos que apuntan en diferentes direcciones, y poseen lentes especiales que captan la luz desde cualquier distancia. En el diseño de esas lentes encontramos una capa de calcita ubicada sobre otra de quitina, con índices precisos de refracción.

     Hay también entre ellos un límite ondulante, de precisión matemática. El que proyectó esos ojos tiene que haber sido un experto en física, que aplicó lo que hoy conocemos como leyes físicas, incluido el principio del menor tiempo de Fermat, la ley de la refracción de Snell y la ley del seno de Abbé.

     Los ojos de las langostas son únicos, modelados en una escuadra perfecta con relaciones geométricas precisas en cada unidad. Los telescopios y los rayos X de la NASA son copias de ese modelo.

LA CREACIÓN EN SEIS DÍAS

     Pero el punto esencial es este: ¿Sobre qué base podemos nosotros defender la creación llevada a cabo en seis días? ¿Por qué no diez meses o diez mil años? Los colaboradores cuyos ensayos tuve la oportunidad de leer sugieren que hay abrumadoras evidencias científicas de que la vida tuvo que originarse muy rápidamente, porque se necesitan organismos y ecosistemas completos para la supervivencia de lo que tiene vida, lo que concuerda perfectamente con el relato de la creación del Génesis.

     Muchos hombres de ciencia creen hoy en Dios. Un estudio publicado en la revista Nature [Naturaleza], en 1997, reveló que el 39,3 % de los hombres de ciencia norteamericanos creen en un Dios personal con quien pueden ponerse en comunión por medio de la oración. ¿Cuántos de esos hombres de ciencia también aceptan el relato de la creación? Nadie lo sabe realmente, pero muchos de mis colaboradores me dicen que se burlaron de ellos en la universidad cuando defendieron la posición creacionista, lo que no es sorprendente.

     El libro In Six Days: Why 50 Scientists Choose to Believe in Creation demuestra por qué notables hombres de ciencia creen que no se puede dejar a Dios fuera de nuestro pensamiento. En verdad, insistir en causas materiales para cada cosa, incluso cuando las evidencias señalan a un Creador inteligente, suena a religión y no a ciencia. Pero esa clase de pensamiento penetra hoy en nuestros colegios y universidades. Y también conduce a otro pensamiento ilógico: el origen espontáneo de la vida.

     En efecto, si a los estudiantes se les enseña que ellos son un conjunto complejo de sustancias químicas, cuyo origen es un accidente cósmico, no es sorprendente que algunos de ellos terminen viviendo como si no valieran nada; como si la moral, los valores, y hasta la violencia y la promiscuidad no significaran nada.

     Todos los que creen que son descendientes de Adán y Eva, y lo aceptan, hechos a imagen y semejanza de Dios, se sienten bien consigo mismos y con el mundo.

Sobre el autor: Doctor en Filosofía, director de Investigaciones Científicas del Hospital Adventista y de la Compañía de Alimentos de Nueva Gales del Sur, Australia.