El mundo está en crisis, pero hay un medio infalible de sobrevivir a ella.

            ¿Y qué señal habrá de tu venida?” (Mat. 24:3), preguntaron los discípulos a Cristo. Ellos esperaban una respuesta específica, pero el Maestro les contestó: “Mirad que nadie os engañe” (vers. 4), palabra que él utilizó tres veces en Mateo 24. Cristo estaba preocupado porque “grandes señales y prodigios” pudieran engañar, incluso, “a los escogidos” (vers. 24).

            Junto a la advertencia en contra de los engaños, Jesús mencionó la ocurrencia de crisis antes de su Venida: Buenas, hambre, terremotos, persecuciones, apostasía (vers. 6, 7, 9, 10, 12). También exhortó a sus seguidores a que estudien la abominación en Daniel (vers. 15; refiriéndose a Dan. 9:27; 11:31; 12:11), y guarden el sábado (Mat. 24:20).

            Finalmente, Jesús respondió la pregunta de los discípulos: “Entonces aparecerá la señal del Hijo del Hombre en el cielo; y entonces lamentarán todas las tribus de la tierra, y verán al Hijo del Hombre viniendo sobre las nubes del cielo, con poder y gran gloria” (vers. 30). Su gloria es como el relámpago que cruza los cielos (vers. 27). Un Cristo falsificado, que surge en el desierto o en el interior de la casa, no habrá venido del cielo en poder y en gran gloria (vers. 24-26). Pero un Cristo falso puede engañar a las personas (vers. 24) y robar la salvación a cada una de ellas.

            Escribió Elena de White: “No se le permitirá a Satanás contrahacer la manera en que vendrá Jesús […]. El acto capital que coronará el gran drama del engaño será que el mismo Satanás se dará por el Cristo […]. Satanás les impedirá que logren la preparación necesaria para estar firmes en aquel día”.[1] No es de asombrarse que Cristo haya hablado de engaño. El verda­dero Segundo Advenimiento será precedido por la mayor crisis. Para ser relevante, el engaño de Satanás debe preceder al genuino. Lo que Cristo está diciendo es: “No se dejen cautivar por un Cristo falso en la Tierra. Miren al Cristo que muestra la Biblia, y eviten la gran crisis”.

            En el verdadero Segundo Advenimiento, Cristo enviará a sus ángeles “con gran voz de trompeta” (vers. 31), para reunir a su pueblo (vers. 31). El apóstol Pablo agrega que ese pueblo encontrará a Cristo en los aires y permanecerá junto con él en el cielo (1 Tes. 4:16-18). La reunión con Cristo será en el cielo, no en la Tierra. De esa manera, quien reivindique ser el Cristo en la Tierra es un engañador. Cristo no vendrá a la Tierra para inaugurar o para gobernar un reino ya establecido.[2] La señal es Jesús que vuelve en el cielo. Por encima de todas las otras señales, Cristo quería que sus discípulos conocieran la señal.

            El mundo y la iglesia están enfrentando eventos grandiosos a medida que alcanzamos el final del tiempo y la crisis final que lo precede. Este artículo mostrará diferentes aspectos de la crisis del fin del tiempo, y señalará el camino para que podamos sobrevivir a ella.

MIRAR A CRISTO

            La idea de mirar a Cristo, y no a la crisis, está presente en las Sagradas Escrituras. Cuando el pueblo de Dios estaba en la tierra de la promesa, los moabitas y los amonitas fueron a guerrear contra el rey Josafat y contra Judá. Ellos formaron un gran ejército (2 Crón. 20:1, 2). Alarmado, Josafat buscó al Señor en oración y con ayuno: ” ¡Oh Dios nuestro! ¿No los juzgarás tú? Porque en nosotros no hay fuerza contra tan grande multitud que viene contra nosotros; no sabemos qué hacer, y a ti volvemos nuestros ojos” (vers. 12). Él miró al Cristo pre encarnado, no a la crisis, y la victoria fue grande.

            Cuando el ejército egipcio persiguió a los israelitas que tenían delante de ellos el Mar Rojo, estos quedaron sin salida; y su aniquilación parecía inminente. “Temieron en gran manera” (Éxo. 14:10). “Moisés [sin embargo,] dijo al pueblo: No temáis; estad firmes, y ved la salvación que Jehová hará hoy con vosotros; porque los egipcios que hoy habéis visto, nunca más para siempre los veréis. Jehová peleará por vosotros, y vosotros estaréis tranquilos” (vers. 13, 14).

            Ellos debían mirar a Cristo, no a la crisis. ¿Acaso se habrían olvidado de lo que Cristo había hecho por ellos? ¿No los había protegido en Gosén, cuando eran derramadas las plagas? (Éxo. 8:22, 23). ¿No habían sido cuidados los primogénitos por la sangre del cordero, mientras morían los primogénitos egipcios (Éxo. 12:6-13)? La liberación en el Mar Rojo será repetida en el Armagedón. En comparación con la mayoría militar opuesta a los israelitas en el Mar Rojo, casi podemos afirmar que el mundo entero estará contra el pueblo de Dios en el tiempo del fin (Apoc. 13:3, 4; 16:12-16).

LA CRISIS DEL “LADRÓN DE NOCHE”

            Aunque Cristo haya dicho que el fin vendrá cuando el evangelio sea predicado en todo el mundo (Mat. 24:14), será una sorpresa, semejante al diluvio global. Por esa razón, él nos aconsejó que seamos vigilantes (vers. 42): “También vosotros estad preparados; porque el Hijo del Hombre vendrá a la hora que no pensáis” (vers. 44), como ladrón en la noche (1 Tes. 5:2; 2 Ped. 3:10; Apoc. 3:3).

            Pero ¿cómo podrán los adventistas del séptimo día experimentar la crisis del ladrón en la noche en el segundo advenimiento de Cristo? ¿Acaso no esperarían ellos su retorno después de la ley dominical, del decreto de muerte y de las plagas? Sin duda alguna, no serán sorprendidos. Pero ¿qué decir, si la experiencia del ladrón en la noche ocurriese antes del Segundo Advenimiento? ¿O, acaso, de la lluvia temprana?

            Hay dos venidas de parte de Dios en el final del tiempo: la venida de la lluvia tem­prana y la venida de Cristo. Así como Cristo vendrá por segunda vez, el Pentecostés es la segunda venida del Espíritu Santo. La preparación para la venida del Espíritu Santo es nuestra mayor necesidad hoy. Por esa razón, el llamado al reavivamiento y a la reforma es tan oportuno. Debemos estar listos para ser sellados por el Espíritu Santo, a fin de que estemos preparados para la segunda venida de Cristo.

CÓMO EVITAR LA CRISIS

            Cristo habló de las diez vírgenes, que representan a aquellos que creen en la Segunda Venida. Pero cinco de ellas no tenían aceite (Mat. 24:1-4). Las vírgenes necias eran superficiales, sin preparación, y quedaron afuera del cielo (vers. 9-13). Aparentemente, estaban inconscientes de su crisis, pero no miraban a Cristo. Por algún tiempo, estuvieron satisfechas con su condición. Eran vírgenes que esperaban al novio. Pero estaban satisfechas solamente con un poco del aceite divino, cuando era necesario mucho aceite. Todavía tenían una llama burbujeante, pues sus lámpa­ras aún no estaban totalmente apagadas (Mat. 25:8). Ellas no eran candidatas para el sellado.

            Los cristianos del final del tiempo tienen una forma de piedad, pero niegan el poder de esta, de Dios (2 Tim. 3:1-5). Cristo habla de la iglesia del fin del tiempo como laodicense, que piensa que no necesita de nada, pero que realmente necesita de todo lo que cuenta para la salvación. Conserva a Cristo fuera de su vida (Apoc. 3:14-21). Es derrotada por la crisis de autosatisfacción; no busca la sabiduría ni la dirección de Dios.

            Mirar a Cristo, no a la crisis, incluye el conocimiento y la experiencia que les permitirán ser sellados (Apoc. 7:1-3). Elena de White define el sellado como “un afian­zamiento en la verdad tanto intelectual como espiritual, de modo que sean ina­movibles”.[3] Así, el sellado comprende un profundo estudio y amor por la verdad. El sellado ocurre mediante el derramamiento de la lluvia tardía. Sin el sello —o sin la lluvia tardía del Espíritu Santo—, nadie podrá sobrevivir frente a los tiempos de prueba. Pero las buenas nuevas son que todo aquel que esté sellado podrá ser acepto. Busca el don divino del sellado, y transfórmate en un ser humano inamovible durante la crisis venidera.

            Mirar a Cristo, no a la crisis, significa mirarlo a fin de obtener conocimiento de él y tener una experiencia con él. Cuando recibimos ese doble don, nos encontramos escondidos en Cristo, quien dijo: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar” (Mat. 11:28). Sin embargo, ir a él no es suficiente: necesitamos permanecer en él. “Permaneced en mí, y yo en vosotros […] porque separados de mí nada podéis hacer. […] Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid todo lo que queréis, y os será hecho” (Juan 15:4, 5, 7).

            Continúa diciendo el Señor: “Como el Padre me ha amado, así también yo os he amado; permaneced en mi amor. Si guardareis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; así como yo he guardado los mandamientos de mi Padre, y permanezco en su amor. Estas cosas os he hablado, para que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea cumplido” (vers. 9-11).

MANTENIENDO LA MIRADA

            La primera cosa que necesitamos hacer cada día es establecer tiempo para meditar en Cristo. Entonces, necesitamos comulgar con él durante el día, y alegramos en su amor, tan abarcador. Si queremos pasar la eternidad con Cristo, necesitaremos ahora tener tiempo con él cada día. Al hacerlo, crecemos tan profundamente en nuestro amor por él que nada, ninguna crasis, “nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro” (Rom. 8:39).

            Hay un principio en las Sagradas Escrituras que señala que por la contemplación de Cristo somos transformados. Esa es una buena noticia para aquellos que se preocupan por la crisis venidera. El apóstol Pablo dice al pueblo de Dios: “Mirando […] la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor” (2 Cor. 3:18). Esa declaración está en tiempo presente continuo, en el original griego. Cada día, espaciándonos en el superabundante amor de Cristo (ver 1 Juan 3:1), somos transformados a semejanza de él. Por eso, el apóstol Juan menciona: “Cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque lo veremos tal como él es” (1 Juan 3:2). Ese es el resultado de mirar a Cristo, y no a la crisis. Él prometió: “He aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo” (Mat. 28:20). Esforzaos y cobrad ánimo; no temáis, ni tengáis miedo de ellos, porque Jehová tu Dios es el que va contigo; no te dejará, ni te desamparará” (Deut. 31:6).

Sobre el autor: Profesor de Teología en la Universidad Adventista del Sur, Tennessee, Estados Unidos.


Referencias

[1]  Elena de White, El conflicto de los siglos, pp. 797- 799.

[2] Por ejemplo, en el siglo IV, Agustín consideraba que el milenio (o reino) tenía la duración de la Era Cristiana. En nuestra era posmoderna, los movimientos de Reforma Emergente y Nacional Apostólica defienden la cons­trucción del Reino en la Terra, en preparación para la segunda venida de Cristo.

[3] Elena de White, Eventos de los últimos días, p. 223.