Me jubilé hace algunos años. En mi país, las reglas son claras: si alguien completa los 65 años, se espera que haya cumplido su tiempo de trabajo; lo que también coincide con el reglamento de la Iglesia Adventista. Así, me convertí en jubilado después de más de cuarenta años de trabajo para mi iglesia en diferentes países. Por lo tanto, lo que voy a decir puede ayudarlo a usted que está cerca de jubilarse o que ya se jubiló en el pastorado. No sé hasta qué punto mi experiencia tipifica la realidad de otros, pero supongo que debe existir alguna semejanza.

Para algunos, la idea de jubilarse suena como música celestial: ¡finalmente, llega el tan ansiado momento! Entonces va a administrar el tiempo según mejor le parezca: con la esposa, con los hijos y, principalmente, con los nietos; va a disfrutar del placer de vivir en una casa que siempre deseó tener. Así comienza el período de jubilación.

El cambio

Esos sueños pueden convertirse en realidad, pero, frecuentemente, permanecen solo como ilusiones por varias razones: puede haber problemas de salud, imposibilidad de comprar la casa de los sueños, los hijos viven lejos. Quizá no sea tan feliz como imaginó porque también, efectivamente, se pierde la interacción social ligada al trabajo. Los recursos económicos de la jubilación pueden no ser suficientes para vivir como se vivía anteriormente. Tan pronto como me jubilé, nos mudamos a un confortable departamento de una pequeña ciudad. Aun cuando permanezco activo (más de lo que imaginé), debo admitir que fui obligado a hacer algunos reajustes con el fin de poder vivir con un salario menor.

Se me hizo muy difícil transitar el cambio, si bien no ha sido tan drástico para mí como lo ha sido para otros. Todavía sigo con muchos compromisos en la iglesia: predico la mayoría de los sábados, dicto algunos seminarios y escribo; recientemente, tuve que asumir temporariamente una función administrativa. Todavía no llegué a tocar fondo, como algunos afirman haberlo hecho, al dejar el trabajo institucional. Pero, incuestionablemente, en los últimos años he sentido la pérdida de muchas cosas. Perdí el sentido de estar comprometido en la vida cotidiana de la iglesia, como lo hice durante años, como presidente de Unión; perdí el compañerismo de los colegas. Sí, perdí las más recientes noticias de la iglesia.

Para algunos, la jubilación los libera del estrés. Cerca del término de la vida ministerial, algunos comienzan a descubrir que se les hace difícil cumplir con las demandas del trabajo. Necesitan el descanso físico de la jubilación, al igual que distanciarse de la agitada rutina diaria. Algunos han llegado al límite de lo que podían dar, viven cansados, y la jubilación parece no llegar nunca. Por otro lado, otros odian la idea de jubilarse. Todavía tienen energías, pero no tienen hobbies ni saben qué hacer durante los días, las semanas y los meses que tienen por delante. La mayoría de nosotros está entre estas dos clases, y puede tener sentimientos encontrados con respecto a este cambio drástico.

Un derecho

Hace algunos años, la condición de la jubilación era considerada de manera diferente de como la vemos actualmente. En el pasado, la iglesia reconocía que, en algún punto, los pastores podrían tener que disminuir su carga de trabajo, para luego detenerse completamente. Entonces, la iglesia necesitaba proporcionarles un medio de apoyo. Por lo tanto, los obreros recibían una “ayuda de costo”, que parecía ser más un gesto de compasión, un favor, que un derecho. En muchos lugares, ese apoyo financiero no solo era muy bajo, sino también sujeto a varias restricciones. A veces, si alguien había trabajado menos de diez o quince años, o sin completar la edad de jubilación, no recibía ayuda ninguna. Solo después del así llamado servicio “fiel”, la ayuda era concedida. Hoy, como regla, casi en todos los lugares del mundo los obreros de la iglesia tienen derecho a los beneficios de la jubilación. Las prácticas reglamentan esos beneficios, y la incertidumbre del pasado desapareció. La actitud de la iglesia en relación con la jubilación también cambió en otros aspectos: si bien el pastorado es una vocación vitalicia, generalmente los miembros y los dirigentes de la iglesia reconocen que una persona que trabajó por un período considerable y alcanzó cierta edad tiene derecho a una nueva fase en su vida. Decir adiós al trabajo de la iglesia cuando la persona completa sesenta años o más de edad, teniendo todavía energía y ambiciones, puede parecer algo negativo, como si esa persona hubiera perdido gradualmente el sentido de su llamado. Las personas pueden lamentar el hecho de que su pastor desee jubilarse, pero normalmente no le atribuyen culpabilidad.

El derecho a la jubilación debe ser considerado importante, y ser respetado. La iglesia no debe presionar al obrero que desee jubilarse, ni tampoco presionarlo para que vuelva a trabajar, en caso de que se haya adaptado al cambio. Lo que el jubilado haga es su decisión personal. Si él parece feliz realizando algunas actividades en la iglesia, eso es una bendición; si escoge no participar en nada, que no sea condenado. Estar jubilado significa que se es señor de su tiempo.

Mirando hacia atrás

Debemos ocupar el tiempo de la jubilación mirando hacia el frente, hacia el futuro. Pero, inevitablemente miramos al pasado porque, en gran medida, continuamos manteniendo nuestra identidad ligada a lo que fuimos y a lo que hicimos. Por otro lado, el pasado generalmente es una miscelánea de cosas buenas y malas. Debemos aceptar el hecho de que no siempre alcanzamos los blancos que nos habíamos propuesto; no debemos sentir amargura por el hecho de que no siempre alcanzamos el éxito. Hasta podemos sentir que nuestros dones no siempre fueron debidamente reconocidos por los líderes. Podemos pensar que, por alguna razón, no tuvimos tanto “éxito”, en comparación con otros colegas. De cualquier modo, debemos estar decididos a no entrar en la jubilación con resentimientos o frustraciones. A fin de cuentas, también vivimos muchas cosas buenas mientras trabajábamos. Fuimos una bendición para muchas personas a las que ministramos. Hicimos muchos amigos, y hay muchas alegrías que recordar. Después de todo, no fuimos los únicos en cometer errores; y podemos estar seguros de la gracia y del amor perdonador de Dios para con nosotros, a pesar de todo.

Muchos de nosotros estamos tristes porque nuestros hijos se desviaron de los caminos en los que fueron enseñados, y perdieron su fe. Esa es una de las experiencias más crueles. Debemos dejar esto en manos de nuestro Señor. En el caso de que hayamos fallado en algunos aspectos (posiblemente, por habernos involucrado tanto con la iglesia que descuidamos a nuestra familia), debemos orar por perdón y continuar sin culpas.

Algunos obreros jubilados comienzan a tener sentimientos diferentes en relación con la iglesia. Ahora se sienten libres para decir cosas que sentían, pero que no podían expresar cuando trabajaban oficialmente. Algunas veces, abandonan toda actividad; incluso, la asistencia a la iglesia se vuelve irregular. Eso es crucial, pues indica que existe la necesidad del apoyo pastoral a los jubilados. Es una actitud preocupante también, porque definirá la manera en la que otros analizarán el pasado del obrero y porque puede quitarle mucha alegría a la jubilación. Un ministerio ejercido durante décadas pudo haber sido una experiencia que ellos soportaron, y no disfrutaron.

De hecho, cuando el pastor jubilado pierde el entusiasmo por la iglesia, muchas personas a su alrededor se ven afectadas negativamente. Pocas cosas son tan desmotivadoras como cuando un líder pierde su camino.

Conviviendo con los cambios

Cuando los obreros permanecen en actividad, están en medio de los cambios que ocurren, y pueden incluso hasta generarlos. Pero al jubilarse, ya no se encuentran en el centro de las acciones, donde los cambios son discutidos y efectuados, y permanecen ajenos a las razones que los motivaron. Con frecuencia, encuentro amigos jubilados extremadamente críticos acerca de ciertos cambios; no comprenden las razones de muchas cosas que ven. Creen que la iglesia está tomando la dirección equivocada, se espantan ante algunas decisiones asumidas por las comisiones y critican abiertamente a los pastores más jóvenes.

De hecho, no todos los cambios son buenos. Pero, en general, los obreros jubilados deben relajarse con respecto a esto. La iglesia continuará cambiando, ya sea que lo queramos o no. Nuestros colegas más jóvenes realizarán cambios constantemente, a medida que enfrenten nuevos desafíos del ministerio contemporáneo. Podemos tener nuestras dudas y preocupaciones, pero nuestra actitud básica debe ser de apoyo. Y debemos resistir todo impulso de interferir abiertamente u organizar cualquier forma de protesta.

Miembros activos

Existe un cambio que puede ser doloroso, pero que es inevitable. Muchos de nosotros teníamos visibilidad en la iglesia, por causa de la función que ejercíamos. Después de la jubilación, algunas veces podemos ser invitados a predicar o a participar de otras reuniones. Pero preparémonos: eso no siempre sucederá. Después de algún tiempo, las personas que nos invitaban no estarán más en los cargos y sus sucesores no nos conocerán. O, gradualmente, podemos dejar de ser el orador más buscado, porque (tal vez, imperceptiblemente) ya no mostramos el mismo grado de originalidad ni la misma energía que antes. Escuchemos a las personas que intentan decirnos que nuestro tiempo ha pasado, y estemos preparados para parar antes de que comiencen a decir a nuestras espaldas que ya no debemos ser invitados a predicar.

Hay un aspecto importante que nunca debemos perder de vista: continuamos siendo pastores, aun cuando ya no recibamos invitaciones para actividades públicas. Como pastores ordenados, se nos puede pedir que oficiemos alguna ceremonia de casamiento, bautizar a alguien con quien tengamos lazos especiales o presidir la Santa Cena. Fuera de eso, nuestra función pública llegó a su fin.

No obstante, no solo somos pastores sino también miembros de la iglesia. Todo miembro de la iglesia tiene un llamado a estar activo y a usar lo mejor de sus talentos en la medida que tenga disposición física y de tiempo. Siempre existe un lugar en que una persona jubilada puede ser útil y ser miembro activo del cuerpo de Cristo.

Diviértase

Si bien no todos tendremos un extenso período de jubilación con buena salud, muchos sí lo tendrán. Si estamos en esa categoría, aprovechemos la oportunidad de hacer las cosas que nos gustan. Tenemos todo el derecho de decir “No” a ciertos pedidos y demandas, aun cuando a algunos les cueste. No tenemos que estar preocupados todo el tiempo. Debemos disfrutar la compañía de nuestro cónyuge al máximo; debemos disfrutar de nuestro hogar, nuestros hobbies y nuestros libros. Debemos cultivar nuestras amistades y permanecer activos en la iglesia local. Debemos jubilarnos alfabetizados en computación, y encontrar medios para desarrollar nuestras habilidades digitales. El correo electrónico, Skype, Facebook y otras redes sociales de Internet son excelentes a fin de que los jubilados se mantengan actualizados y en contacto con familiares, amigos y la iglesia.

Pero, por sobre todo, cuide de su vida espiritual. Los mejores años de crecimiento espiritual están por delante. Ahora tiene la oportunidad de leer y de estudiar como nunca antes. Tendrá tiempo de escribir aquel libro que siempre deseó hacer, pero que pospuso por sus otras ocupaciones.

Una cosa más: cuídense entre sí su cónyuge y usted. Cuente las bendiciones. Un día, uno de los dos irá al descanso, dejando en soledad al otro. Permanezca ligado a sus amigos y colegas que ya pasaron por esa experiencia. Ore por ellos. Haga lo posible por amenizar su soledad; cuando le suceda lo mismo, podrá esperar el mismo amor y atención de parte de otros. La muerte nos llegará a todos, tarde o temprano. Pero, mientras Dios nos conceda la vida, hagamos de ella lo mejor, especialmente en los años de la jubilación.

Si somos bendecidos para llegar hasta la jubilación, enfrentaremos algunos nuevos desafíos y nuevas alegrías. Como sucede en toda nueva etapa de la vida, enfrentaremos cosas que están más allá de nuestro control. Pero, la cuestión crucial es la actitud que tengamos ante ellas. Su jubilación será lo que usted le permita que sea. Permita que el Señor lo ayude a que sea lo más fructífera y recompensadora posible.

Sobre el autor: Pastor y administrador, jubilado, reside en Bruselas, Bélgica.