Trabajo misionero personal y predicación pública, ese es el binomio que hará posibles grandes resultados en la tarea de llevar personas a la salvación.
Al observar la marcha de los acontecimientos que señalan la proximidad del final de la historia terrestre, entendemos que la predicación del evangelio es la profecía más significativa que todavía necesita ser totalmente cumplida, antes de que el Señor Jesús vuelva en las nubes de los cielos para buscar a sus fieles. Y fue con la misión de evangelizar al mundo, llamando su atención a ese acontecimiento, que la Iglesia Adventista del Séptimo Día surgió en el escenario mundial como un movimiento profético, suscitado por Dios.
Al ser originado en 1844 con el fin de proclamar el mensaje de Apocalipsis 14, el movimiento adventista tenía en el evangelismo público su punto fuerte. En aquella época, el crecimiento experimentado fue sorprendente. Dios estaba cumpliendo su propósito a través de los pioneros adventistas. Dirigentes y miembros de iglesia concentraban su atención y sus actividades en la misión de evangelizar. Sin embargo, con el paso del tiempo, las cosas cambiaron; el movimiento creció, y su institucionalización como iglesia se hizo una realidad. Los líderes priorizaron más la administración que la evangelización, y el resultado no fue el más positivo: la iglesia se estancó en su crecimiento.
En el intento de retomar el camino del crecimiento, fueron empleadas varias estrategias, pero los resultados siempre dejaban que desear. Elena de White llegó a quedar extremadamente preocupada por la visible distorsión misionera, y advirtió contra este problema en varias oportunidades: en la asamblea mundial de la iglesia y en diálogos intensos con el entonces presidente de la Asociación General, pastor Arturo G. Daniells. Ella misma, a pesar de su edad avanzada, decidió actuar y realizar evangelismo.
Después de mucho tiempo, felizmente, la iglesia despertó en este sentido; muchos evangelistas fueron llamados por Dios y el evangelismo público nuevamente se fortaleció. Sin embargo, al final del siglo XX, este volvió a pasar por un momento difícil en todo el mundo. Aunque los resultados iniciales fueron numéricamente expresivos, el nivel de evasión comenzó a asustar a la iglesia.
Gracias a Dios, hoy vivimos un nuevo tiempo del evangelismo en América del Sur. Por la gracia de Dios, la iglesia encontró el punto de equilibrio a fin de poder cumplir con mayor eficacia la misión que le fuera confiada por Dios. En ese punto de equilibrio está la perfectamente posible conjunción de evangelismo personal y evangelismo público. Grupos pequeños, clases bíblicas, parejas misioneras y estudios bíblicos individuales forman la base, la preparación, del camino hacia el evangelismo público de cosecha.
Siendo esto así, necesitamos más que nunca fortalecer esa base, para que tengamos campañas de evangelismo público de cosecha cada vez más eficaces y con grandes resultados. Eso significa trabajar más con la iglesia, y esfuerzos para que haya un mayor compromiso por parte de los miembros, llevándolos a entender la belleza y la alegría de llevar a una persona a la salvación.
Trabajando de esta manera, sin duda alguna estaremos haciendo posible el bautismo de muchas personas, que estarán bien preparadas.
Sobre el autor: Evangelista de la División Sudamericana.