La preparación intelectual del pastor

Un pastor está llamado a desempeñar variadas funciones ministeriales. Entre estas funciones, quiero destacar estas: instruir a las personas acerca de la voluntad de Dios en todos los ámbitos (físico, mental, económico y espiritual); capacitar a la iglesia para cumplir la misión de predicar el evangelio; motivar a los miembros a mantener la fe en Cristo y en su Palabra; preservar la unidad del cuerpo de Cristo para el crecimiento del Reino de Dios; y administrar adecuadamente los recursos de la iglesia.

Ten en cuenta que el ministerio pastoral no se limita a una simple actividad, sino que representa una vocación que, junto con el deseo de servir, requiere el desarrollo de muchas habilidades. Para ejercer el ministerio con excelencia, el pastor necesita planificar, administrar, guiar, delegar, y por supuesto, crecer intelectualmente. En cuanto a este último aspecto, nada justifica la falta de preparación; y esto se hace evidente partiendo de los muchos ejemplos bíblicos que enfatizan esta necesidad

Ejemplos en el Antiguo Testamento

Varios personajes bíblicos remarcan la necesidad de preparación intelectual del pastor:

José en Egipto. De niño, José decidió obedecer a Dios y ser diligente en todo lo que hacía. Esto fue evidente en su conducta posterior. Al ser llevado como esclavo, el joven aprovechó todas las oportunidades para crecer intelectualmente. Estando todavía en casa de Potifar, adquirió no solo conocimiento en las ciencias, los idiomas y los negocios de este nuevo país, sino también la educación necesaria para ser el “futuro primer ministro de Egipto”.[1] Pero esto no ocurrió como un milagro espontáneo, sino como el resultado de su laboriosidad y voluntad, combinadas con la bendición divina. Así, José sobresalió en todo, siendo reconocido por Faraón, más tarde, como el más entendido y sabio de Egipto (Gén. 41:39), pudiendo asumir el cargo de gobernador de todo el reino.

Salomón, en el trono de Israel. Considerado el gobernante más sabio que jamás haya existido, Salomón empezó pidiendo sabiduría a Dios, y no dejó de buscarla nunca a lo largo de su vida. Su oración por sabiduría tuvo respuesta. Pero luego de recibir este don divino, no concluyó que ya no sería necesario adquirir conocimientos en las áreas de política, economía, arte, administración, entre otros; todo lo contrario, siguió pidiendo a Dios un corazón lleno de sabiduría y conocimiento (1 Rey. 3:9; 2 Crón. 1:10).

La escuela de los profetas en Israel. Este era un lugar donde vivía, trabajaba y se reunía un grupo de discípulos, recibiendo instrucción de los profetas y profundizando su conocimiento de la Palabra de Dios. Entre los profetas que acogieron discípulos estaban Samuel, Elías y Eliseo, quienes prepararon a jóvenes para servir al Señor. Aprendieron a orar, recibieron orientación política y social, realizaron algún tipo de trabajo manual y estudiaron las Escrituras. Este sistema de enseñanza apuntaba al mejoramiento integral de los estudiantes: sus capacidades físicas, mentales, sociales y espirituales. Así, en la escuela de los profetas se discipuló a hombres capaces de atender todas las necesidades de la nación. En cuanto a la utilidad de estas escuelas, Elena de White escribió: “Las escuelas de los profetas fueron fundadas por Samuel para servir de barrera contra la corrupción generalizada, para cuidar del bienestar moral y espiritual de la juventud, y para fomentar la prosperidad futura de la nación supliéndole hombres capacitados para obrar en el temor de Dios como jefes y consejeros”.[2]

Daniel y sus amigos en Babilonia. Este grupo joven de judíos se destacó en Babilonia por su inteligencia y obediencia al Señor. Además de pertenecer al linaje real y a la nobleza de Israel, eran “jóvenes sin defecto, de buen parecer, entendidos en toda sabiduría, cultos e inteligentes, y aptos para servir en el palacio del rey” (Dan. 1:4). La estrategia del rey Nabucodonosor fue rodearse de jóvenes inteligentes para que lo sirvieran en su gobierno. Así adquirieron en la escuela real conocimientos de ciencia, cultura y economía, además de aprender la lengua de los caldeos. Al ser examinados personalmente por el rey, Daniel y sus tres amigos fueron notoriamente aprobados en los exámenes, obteniendo notas muy superiores a las de los demás alumnos. Inmediatamente “comenzaron a comparecer ante el rey”, asignándoseles puestos de responsabilidad en el gobierno.[3]

Ejemplos en el Nuevo Testamento

El Nuevo Testamento también muestra la necesidad de la preparación intelectual, especialmente por parte de aquellos que predican el evangelio.

Jesús y la preparación de los apóstoles. En la época de Cristo, la educación era muy valorada. Según Elena de White, las escuelas se anexaban a las sinagogas o lugares de culto y los maestros eran llamados rabinos, hombres considerados cultos y preparados para enseñar.[4] Jesús fue el más grande de todos los maestros, no solo de su tiempo, sino de todos los tiempos. Enseñaba “como quien tiene autoridad, y no como los escribas” (Mat. 7:29). Su estrategia de enseñanza –aunque menos formal que la de sus colegas– apuntalaba en los corazones el contenido de las Escrituras con un poder sin precedentes. Contaba historias y las aplicaba a la vida cotidiana de las personas. De esa manera, llamó la atención de todos.

Al reunir a los doce apóstoles, Jesús les dio poder para llevar a cabo la misión, dándoles un estudio intensivo durante unos tres años y medio. Esta formación estuvo impregnada de alusiones a las enseñanzas de los profetas, con el propósito de fortalecer la fe de sus aprendices. La promesa del Espíritu Santo enfatizó la continuidad de la instrucción (Juan 16; Hech. 1). Esto redundó en una mayor capacidad intelectual y espiritual en los apóstoles, quienes se convirtieron en hombres de argumentos fuertes y legítimos, capaces de estremecer al mundo con la predicación del evangelio.

Pablo, el misionero capaz. A lo largo de su ministerio, Pablo manifestó no solo fe sino también conocimiento. Llevó el Reino de Dios a muchos lugares y contextos diferentes, sin escaparse de desafíos intelectuales, teológicos y filosóficos (Hech. 17:17, 18). Su capacidad intelectual y razonamiento lógico influyeron hasta en los más cultos. Para llegar a este nivel, el apóstol se preparó de antemano (Gál. 1:14-18). A pesar de tener ya diversos conocimientos, haber sido rabino, versado en la Ley, en los Profetas y haber superado sus conocimientos con Gamaliel –considerado un gran maestro de la época (Hech. 22:3)–, Pablo siguió estudiando aun después de haber sido llamado al apostolado. Cuando estuvo preso en Roma, escribió a Timoteo, su aprendiz: “Cuando vengas, trae la capa que dejé en Troas, en casa de Carpo; y los libros, mayormente los pergaminos” (2 Tim. 4:13).

En la carta a Timoteo, Pablo insiste al joven para que se dedique a la lectura, la exhortación, la enseñanza y la meditación, preparándose así para el desempeño de sus funciones (1 Tim. 4). Timoteo fue llamado a ser líder porque recibió preparación intelectual y espiritual desde temprana edad, aprendiendo a conocer bien las Escrituras y aplicándolas a las personas. Asimismo, los pastores de hoy necesitan prepararse intelectualmente, con miras a mejorar su ministerio y desarrollar la iglesia.

En todos estos ejemplos mencionados, nos damos cuenta de que tanto la preparación inicial como el aprendizaje continuo son necesarios, y están respaldados por la Palabra de Dios. El pastor, además de pedir la sabiduría divina, también debe hacer uso de ella, lo que exige la decisión de buscar una preparación intelectual y espiritual continua (Sant. 1:5). Para el ministro del evangelio, la superación intelectual no es una opción, como tampoco lo es el perfeccionamiento en su comunión con Dios.

Elena de White escribió: “Los mecánicos, los abogados, los negociantes, los hombres de todos los oficios y profesiones, se educan con el fin de llegar a dominar su ramo. ¿Deben los que siguen a Cristo ser menos inteligentes, y mientras profesan dedicarse a su servicio ignorar los medios y recursos que han de emplearse?”[5] Así como los apóstoles buscaban obtener mayor gracia y conocimiento, los ministros de hoy necesitan ser más rigurosos y diligentes en adquirir conocimientos, tanto de la Palabra de Dios como de otras materias útiles, para hacer más accesible y cabal la comunicación y la vivencia del evangelio.

Preparación teológica e intelectual

Según Edson Queiroz, a fin de que los pastores ejerzan sus funciones ministeriales deben obtener preparación en las áreas espiritual, teológica, psicológica, física, intelectual, transcultural y lingüística.[6] El pastor falto de preparación en estas áreas tiende a fracasar en el campo de trabajo. Muchos afirman que están empoderados por el Espíritu Santo y, por tanto, se eximen de buscar una preparación académica, teológica e intelectual que les facilita cumplir la misión que Cristo les ha asignado. Creo que este no es el camino. Para obtener una adecuada preparación, el pastor debe tener extrema confianza en la Palabra de Dios, pues en ella buscará su fuente de conocimiento. Al respecto, John Stott afirmó que “cuanto más alto sea nuestro concepto de la Biblia, más cuidadoso y concienzudo debería ser nuestro estudio de ella”.[7]

Elena de White aconseja: “El que trabaja para Dios […] necesita hacer un esfuerzo continuo y ferviente para adquirir la preparación que lo hará útil; pero a menos que Dios obre con la humanidad, esta no puede realizar bien alguno. La gracia divina es el gran elemento del poder salvador; sin ella todo esfuerzo humano es inútil”.[8]

La preparación académica también facilita la producción literaria (artículos y libros), dictar conferencias y participar en consejos ministeriales. Para ello, el pastor debe surtirse de una biblioteca bien estructurada, con variadas obras, pertinentes y actualizadas. Bibliotecas físicas y digitales deben ser consultadas constantemente. La lectura de textos que contribuyan al intelecto y amplíen la cosmovisión, capacitarán al pastor para comprender las situaciones y las personas a las que debe predicar. También se recomienda para el crecimiento intelectual el hábito de leer revistas teológicas, comentarios bíblicos, concordancias temáticas y software especializado.

Idealmente, “cada ministro debe destinar ingresos para la adquisición de buenos libros que amplíen el conocimiento y la experiencia. Tales libros deben ser estudiados”.[9] El mismo apóstol Pablo mantuvo –¡y transportó!– una biblioteca personal que era de gran valor y utilidad para cumplir con su misión (2 Tim. 4:13).

Conclusión

Nutrirse para un constante crecimiento espiritual e intelectual es una necesidad y un desafío para el pastor. Además de que el Espíritu Santo nos faculta para llevar a cabo la obra de Dios, la búsqueda del conocimiento es nuestra responsabilidad, y debe continuar a lo largo de la vida ministerial. Esto no se limita a un conocimiento superficial e introductorio, sino que implica la excelencia tanto en el campo teológico como en otras áreas.

Los tiempos que vivimos requieren pastores bien calificados y diferenciados para responder a las demandas de la sociedad en relación con los diversos aspectos de la vida, especialmente la fe cristiana, en la que se basan. Pablo declara que un pastor debe ser reconocido como “un obrero que no tiene de qué avergonzarse, que usa bien la palabra de verdad” (2 Tim. 2:15). Se recomienda que el pastor dedique de dos a cuatro horas al día investigando, estudiando, leyendo y escribiendo artículos o libros que puedan inspirar el crecimiento de la iglesia.

El compromiso diario de buscar el conocimiento a través de la Palabra de Dios y otras fuentes que confirman la fe cristiana provoca el crecimiento espiritual y mental, facilitando la labor del pastor en relación con el cuidado de sus ovejas, la iglesia y la comunidad en la que vive.

Sobre el autor: pastor jubilado, vive en Floresta, Estado de Paraná, Brasil.


Referencias

[1] Elena de White, Patriarcas y profetas (Tatuí, SP: Casa Publicadora Brasileira, 2022), p. 176.

[2] White, Patriarcas y profetas (Buenos Aires: Asociación Casa Editora Sudamericana, 2015), p. 643.

[3] C. Mervyn Maxwell, Uma Nova Era Segundo as Profecias de Daniel (Tatuí, SP: Casa Publicadora Brasileira, 2009), p. 20.

[4] White, Vida de Jesus (Tatuí, SP: Casa Publicadora Brasileira, 2016), p. 30.

[5] 5 Servicio cristiano (Buenos Aires: Asociación Casa Editora Sudamericana, 2015), p. 279.

[6] Edson Queiroz, A Igreja Local e Missões (São Paulo, SP: Vida Nova, 1998).

[7] John Stott, Eu Creio na Pregação (São Paulo, SP: Vida, 2003), p. 193.

[8] Mark A. Finley, O Reavivamento Prometido: Como receber a plenitude do Espírito Santo (Tatuí, SP: Casa Publicadora Brasileira, 2011), p. 60.

[9] White, Obreros evangélicos (Buenos Aires: Asociación Casa Editora Sudamericana, 2015), p. 72.