Quien se olvida del pasado está condenado a repetirlo.

    ¿Qué viene a tu mente cuando escuchas el nombre Battle Creek? Desde la perspectiva sociopolítica, la palabra “batalla” podría sugerir una guerra importante que ocurrió en algún lugar de los Estados Unidos. Sin embargo, como observó James Nix, la confrontación en la ciudad de Battle Creek fue solamente una pelea entre cuatro hombres: dos topógrafos del gobierno norteamericano y dos indios Potawatomi. Desde el punto de vista comercial, el nombre Battle Creek está asociado a la Compañía Kellogg’s, poderosa empresa multinacional de alimentos, con sede en esa ciudad.

    Desde la perspectiva adventista, sin embargo, ninguna otra ciudad del mundo ha sido sede de tantos eventos significativos en el desarrollo y la consolidación de la Iglesia Adventista del Séptimo Día como Battle Creek. Allí, puedes dar alas a tu imaginación y ver a José Bates golpeando a la puerta de David Hewitt, “el hombre más honesto de la ciudad”, para compartir con él y su familia el mensaje adventista. Puedes imaginar a Elena de White escribiendo, en 1858, su visión del Gran Conflicto, o incluso a los pioneros de la iglesia eligiendo el nombre “Adventista del Séptimo Día”, organizando la Asociación General, abriendo el Instituto Occidental de Reforma de la Salud (luego denominado Sanatorio de Battle Creek), el Colegio de Battle Creek y reorganizando la estructura de la iglesia en el Congreso de la Asociación General de 1901. También puedes imaginar el espíritu político y belicoso que culminó con extraños “incendios”, identificados por Elena de White como juicios punitivos de Dios.

    El nombre Battle Creek genera sentimientos variados en los adventistas del séptimo día. Por un lado, en esa ciudad la iglesia venció muchas batallas y recibió incontables bendiciones. Por otro, algunas tensiones teológicas y conflictos personales terminaron en apostasías trágicas, como los casos de Dudley Canright, Franklin Belden, John Kellogg, Alonzo Jones y algunos otros. ¿Cómo es posible que personas que aman al mismo Señor y leen la misma Biblia luchen, unas contra otras, de manera tan hostil? ¿Qué es lo que lleva a una persona que defendió a la iglesia a luchar contra ella y sus doctrinas? ¿Qué lecciones podemos aprender de las cosas que ocurrieron en Battle Creek?

    En 1 Corintios 10:1 al 10, Pablo hizo una reflexión sobre los cuarenta años de peregrinación de los israelitas en el desierto, y luego agregó: “Y estas cosas les acontecieron como ejemplo, y están escritas para amonestarnos a nosotros, a quienes han alcanzado los fines de los siglos. Así que, el que piensa estar firme, mire que no caiga. No os ha sobrevenido ninguna tentación que no sea humana; pero fiel es Dios, que no os dejará ser tentados más de lo que podéis resistir, sino que dará también juntamente con la tentación la salida, para que podáis soportar” (1 Cor. 10:11-13).

    El apóstol animó a sus lectores a familiarizarse con la historia del pueblo de Dios y a obtener lecciones prácticas de ella. George Santayana (1863-1952) advirtió: “Aquellos que no logran recordar el pasado están condenados a repetirlo”. Siendo este el caso, podríamos hacer la siguiente pregunta: ¿Estamos realmente interesados en ser inspirados y aprender de nuestro pasado?

    Permíteme destacar algunas lecciones que creo que son muy significativas:

    Nuestra historia, permeada por luchas y tensiones, solo puede entenderse dentro de la estructura del gran conflicto histórico-cósmico entre el bien y el mal. Esta estructura puede ayudarnos a develar algunos de los capítulos más complejos de nuestra historia y nos debe auxiliar para percibir que la oración y la espiritualidad, por más importantes que sean, no implican infalibilidad. El hecho de que el Señor haya hablado por intermedio de Balaam (Núm.22-24), y que Satanás haya influido sobre Pedro para que este negase la predicción de la cruz de Cristo (Mat. 16:21-23), debe recordarnos que todos somos seres humanos falibles, cuya fuerza está solamente en el Señor.

    Nuestra autoridad espiritual, académica o administrativa es directamente proporcional a nuestra lealtad a la Palabra de Dios. El Espíritu Santo concedió a la iglesia diferentes dones, talentos y oficios (1 Cor. 12; Efe. 4:11-16). Por eso, debemos respetar a nuestros líderes (1 Tes. 5:12-14; Heb. 13:17). Sin embargo, nuestra autoridad no es inherente a nosotros; ella deriva de Dios y de su Palabra infalible.

    De acuerdo con Alister E. McGrath, “los reformadores argumentaban que la autoridad en la iglesia no deriva del estatus del portador del oficio, sino de la Palabra de Dios, a quien el portador sirve”.[1] Esto significa que nuestras decisiones “tienen autoridad en la medida en que sean fieles a las Escrituras”.

    En los escritos inspirados encontramos leyes/normas, principios y consejos que deben permanecer como tales. Para la interpretación de los escritos inspirados (la Biblia y los escritos de Elena de White) es crucial identificar y distinguir entre (1) leyes/normas, (2) principios y (3) consejos. Los liberales tienden a rebajar las leyes/ normas al nivel de simples consejos. Los fanáticos tienden a elevar los consejos al nivel de las leyes/normas. Debemos permitir que cada una de estas categorías permanezca como tal, sin moverlas a una categoría a la cual no pertenecen. Esa no es una tarea fácil, pero puede ayudarnos a evitar muchas tensiones doctrinarias, teológicas y administrativas.

    Muchas crisis en la iglesia se agravan por la tendencia humana de exagerar las causas. “Curvar madera” es una técnica de la ebanistería en la cual se arquea o se curva un pedazo de madera hasta que queda de la forma deseada. Esta técnica puede funcionar bien con la madera, pero no con cuestiones de verdad y principios. Como afirman William Struck Jr. y E. B. White, en el clásico libro The Elements of Style [Los elementos del estilo]: “Cuando tú exageras, los lectores se colocan inmediatamente en alerta, y todo lo que precede a la exageración, junto a todo lo que le sigue, generará sospecha en sus mentes, porque perderán confianza en tu juicio o postura”.[2] Y esto empeora cuando las personas terminan rotulándose unas a otras.

    Debemos ser lo suficientemente maduros para lidiar con asuntos extremadamente controvertidos sin confundir las cuestiones (que deben ser abordadas) con las personas (que deben ser amadas). En el mundo competitivo en el que vivimos, la tendencia humana lleva a minar la reputación de las personas que no ven las cosas desde nuestra perspectiva. ¡Las tensiones sobre puntos discutibles pueden transformarse fácilmente en una guerra de personalidades, con vencedores y perdedores!

    Recuerda que incluso los discípulos de Jesús discutieron acerca de quién sería el mayor entre ellos (Mar. 9:33, 34). Aún peor, dos de los discípulos se le acercaron con un pedido político: “Concédenos que en tu gloria nos sentemos el uno a tu derecha, y el otro a tu izquierda” (Mar. 10:37). Pero Jesús respondió: “Sabéis que los que son tenidos por gobernantes de las naciones se enseñorean de ellas, y sus grandes ejercen sobre ellas potestad. Pero no será así entre vosotros, sino que el que quiera hacerse grande entre vosotros será vuestro servidor” (Mar. 10:42, 43).

    Jamás debemos olvidarnos de la dirección divina. El Señor nos confió responsabilidades diferentes, y somos considerados responsables por ello. Pero, infelizmente, a lo largo de la historia cristiana hubo personas que se comportaron como “salvadores” autoproclamados de la iglesia. Nunca debemos olvidar que tenemos solo un Salvador y Señor, que es Jesucristo. ¡Él está conduciendo a su iglesia! “Los anales de la historia sagrada fueron escritos no meramente para que los leamos y nos maravillemos, sino para que obre en nosotros la misma fe que obró en los antiguos siervos de Dios. El Señor obrará ahora de una manera que no será menos notable doquiera haya corazones llenos de fe para ser instrumentos de su poder”.[3]

    En 1982 Elena de White escribió: “No hay necesidad de dudar ni de temer que la obra no tenga éxito. Dios encabeza la obra y él pondrá en orden todas las cosas. Si hay que realizar ajustes en la plana directiva de la obra, Dios se ocupará de eso y enderezará todo lo que esté torcido. Tengamos fe en que Dios conducirá con seguridad hasta el puerto el noble barco que lleva al pueblo de Dios”.[4]

    Aproximadamente diez años después les escribió a los ministros que estaban trabajando entre los exesclavos en la región sur de los Estados Unidos: “Se suscitarán dificultades que probarán su fe y su paciencia. Háganles frente valerosamente. Miren el lado brillante de las cosas. Si es estorbado el trabajo, asegúrense de que no sea por culpa de ustedes, y sigan adelante, regocijados en el Señor”.[5] ¡Haremos bien en seguir estos consejos!

Sobre el autor: Director asociado del Ellen G. White Estate


Referencias

[1] Alister E. McGrath, O Pensamento da Reforma (San Pablo: Cultura Cristã, 2014), pp. 122, 123.

[2] William Struck Jr. y E. B. White, The Elements of Style (Nueva York: Macmillan, 1959).

[3] Elena de White, Profetas y reyes (Florida, Bs. As.: Asociación Casa Editora Sudamericana, 2008), p. 130.

[4] White, Mensajes selectos, t. 2 (Florida, Bs. As.: Asociación Casa Editora Sudamericana, 2015), p. 487, 488.

[5] White, Testimonios para la iglesia (EE.UU.: Asociación Publicadora Interamericana, 2008), t. 7, p. 232.