Una interpretación cristológica de Apocalipsis 14:6 al 12.

¿Qué predicas todas las semanas? La respuesta debe ser obvia: el evangelio de la salvación por la fe en la muerte sacrificial de Cristo. Su obra de salvación debe colorear y determinar el contenido de cada sermón. Un predicador adventista no tiene otra opción, porque en el mismo núcleo del versículo bíblico que resume nuestra misión y nuestro mensaje está el evangelio, es decir, Apocalipsis 14:6 al 13: el mensaje de los tres ángeles. En este artículo, sugiero una interpretación cristológica del pasaje.[1]

Primer mensaje angélico

Los tres ángeles “representan a los que reciben la verdad y presentan el evangelio al mundo con poder”.[2] El fundamento exegético para esa afirmación se encuentra en Apocalipsis 14:6 al 13. El primer ángel proclama el evangelio eterno a la raza humana en el fin del Conflicto Cósmico (vers. 6). El pasaje termina con la bendición del Espíritu Santo para quienes se mantienen fieles a la Ley de Dios y el evangelio de salvación por la fe en la obra salvífica de Cristo (vers. 12, 13). El segundo ángel proclama la ruina del falso evangelio de Babilonia (vers. 8), y en el centro del tercer mensaje hay una referencia maravillosa al Cordero de Dios (vers. 10).

El ángel no describe el contenido del evangelio, pero lo llama “evangelio eterno” (vers. 6). No hay otro evangelio eterno sino el que anuncia al mundo que la salvación viene por medio de Jesucristo (Mat. 24:14). Ese evangelio se presenta en Apocalipsis 1:5, cuando Juan se refiere a Jesús como aquel que “nos amó, y nos lavó de nuestros pecados con su sangre”.

El amor de Dios se manifestó visiblemente en la muerte sacrificial de Cristo. Ese mensaje soteriológico se transmite a lo largo del libro utilizando la imagen del Cordero que fue muerto. Los seres celestiales proclaman que el Cordero es digno de adoración porque murió y, con su sangre, compró para Dios a los que proceden de toda tribu, lengua, pueblo y nación (Apoc. 5:9). Es Cristo, como el Cordero, quien fue exaltado al Trono de Dios (Apoc. 22:3); como Guerrero, quien derrotó al enemigo por medio de su muerte sacrificial (Apoc. 17:14), y comparte esa victoria con su pueblo (Apoc. 12:11). La figura del Cordero es una expresión del amor sacrificial de Dios, y por su medio obtenemos redención.

Los tres mensajes están integrados en un mensaje, el evangelio eterno, que es poderoso y suficiente para salvarnos y terminar el Conflicto Cósmico.

A la proclamación del evangelio le sigue un llamado a los habitantes de la Tierra a temer a Dios (Apoc. 14:7). El concepto de temor a Dios presupone que el Señor es un ser trascendental e imponente, que se manifiesta a la humanidad envuelto en luz radiante e impenetrable y hace temblar la Tierra (Éxo. 19:16, 18, 19). Ese ser majestuoso ofrece a los seres humanos, en un acto de amor, el privilegio de convertirse en su Dios (Deut. 4:20; 5:26, 27; 7:6). Quienes reconocen en él a un Dios amoroso lo demuestran sometiéndose a él y a su voluntad. El primer ángel convoca a los seres humanos a elegir a ese Dios glorioso como su Dios.

La frase “dar gloria a Dios” se utiliza en la Biblia para expresar la disposición de los pecadores a reconocer que son culpables y que Dios es justo al condenarlos (Jos. 7:19; 1 Sam. 6:5; Juan 9:24; cf. Sal. 51:4). A veces, es una expresión de contrición y arrepentimiento que reconoce la justicia de Dios (Jer. 13:16; Apoc. 11:13). El ángel invita a todos, basado en la obra divina de la redención, a arrepentirse y admitir que el Señor es amoroso y justo.

El llamado es urgente porque llegó la hora del Juicio y está en marcha. En la Biblia, el Día de la Expiación era un tipo del Día del Juicio. En Apocalipsis 11:19, Juan es llevado en visión al Lugar Santísimo del Santuario celestial, en anticipación del Día antitípico de Expiación. En Apocalipsis 14:7 se nos informa de que el momento profético, o la “hora”, del Día antitípico de la Expiación llegó. Hay que elegir a Dios y arrepentirse (cf. Dan. 8:14).

El llamado angélico invita a los pecadores a adorar al Creador (Apoc. 14:7), haciéndose eco del lenguaje del mandamiento del sábado, señal y sello del poder santificador de Dios. El séptimo día nos recuerda a aquel que nos creó y que, por intermedio del Cordero, nos redimió. La adoración es un punto clave en el Conflicto Cósmico, y se anima a los seres humanos a adorar a Dios y no al querubín caído y sus aliados (Apoc. 14:9). En el momento en el que el Creador y el sábado han sido rechazados o ignorados, Dios insiste en que todos deben inclinarse ante la Fuente de Vida.

Segundo mensaje angélico

El segundo ángel anuncia la caída de Babilonia, un símbolo de la independencia y de la búsqueda de la autopreservación por medio de las realizaciones humanas (Gén. 11). Las descripciones de las intenciones del querubín caído y del rey de la antigua Babilonia eran coincidentes: ambos querían ocupar el lugar de Dios en la Tierra (Isa. 14:3-23). Sin embargo, el reino literal de Babilonia colapsó. En el tiempo del fin, el dragón creará una Babilonia mística por intermedio de la cual intentará ocupar el lugar de Dios y recibir la adoración que le es debida. Babilonia está constituida por una falsa trinidad: la bestia del mar (Apoc. 13:1) (el cristianismo apóstata de la Edad Media); la bestia de la tierra (vers. 11) (el protestantismo apóstata, representado por los Estados Unidos); y el dragón (la obra de Satanás por medio del espiritismo).

Babilonia es el intento del dragón de unificar al cristianismo apóstata por medio de eventos milagrosos que tienen por objetivo legitimar su afirmación de ser de origen divino. Ella ofrece al mundo su evangelio corrupto, al que se lo llama “vino” (Apoc. 14:8). Jesús dio vino a sus discípulos como símbolo de su muerte sacrificial (Mat. 26:27, 28). En el tiempo del fin, Babilonia ofrece a la humanidad su propio vino, un medio de salvación por medio de la sumisión al querubín caído. En estos últimos días, el dragón cambiará de muchas maneras el mapa religioso, político, filosófico y económico por medio de la realización de milagros que persuadirán a muchos de que él es, de hecho, Dios. Debemos anticipar cambios radicales en el mundo, cuya magnitud es difícil de imaginar.

La Babilonia mística aún se está revelando. Los tres espíritus demoníacos que salen de la boca del dragón, de la bestia y del falso profeta van al mundo a fin de unirlo para la batalla del Día del Señor (Apoc. 16:13, 14). Mientras tanto, los mensajes de los tres ángeles se proclaman con el objetivo de preparar al mundo para la venida del Señor. Como resultado de los dos movimientos, el mundo quedará polarizado entre aquellos que serán fieles al Cordero y los que serán fieles al dragón. Pero la victoria del Cordero, el verdadero evangelio, está asegurada, y Babilonia caerá para no levantarse más (Apoc. 16:19; 17:14; 19:20).

Tercer mensaje angélico

El mensaje del tercer ángel es el último llamado de Dios a los habitantes de la Tierra para que elijan el lado del Cordero en el Conflicto Cósmico. Es una cuestión de lealtad y compromiso final. Mientras que el dragón anuncia que aquellos que no lo adoren y que rechacen el nombre y la marca de la bestia serán exterminados (Apoc. 13:15-17), el tercer ángel anuncia que quienes se alineen con el dragón enfrentarán la ira de Dios en el Juicio Final (Apoc. 14:9-11).

La lealtad al dragón y sus aliados exige el recibimiento del nombre de la marca de la bestia. Los impíos se identificarán con el carácter y las aspiraciones de la falsa trinidad. La lealtad se expresa en acciones que manifiestan la naturaleza del objeto de lealtad. Apropiarse del nombre y de la marca de la bestia significa que pertenecen al dragón y supuestamente serán protegidos por él. Al someterse a la autoridad de la falsa trinidad, la voluntad de Dios se vuelve irrelevante para los impíos.

La marca de la bestia es la falsificación del sello de Dios, el sábado. El domingo se convierte en el símbolo de autoridad del dragón sobre aquellos que lo siguen, su autoridad para cambiar la Ley de Dios, y eso facilita su adoración. Adoramos al Creador en el séptimo día —sábado—, y al final del Conflicto Cósmico los impíos adorarán a la criatura por medio de su obediencia al domingo.

El tercer ángel anuncia que aquellos que son leales al dragón experimentarán la ira de Dios (Apoc. 6:16, 17). Entonces el ángel procede a explicar cómo es la ira divina, utilizando el lenguaje del vino, el fuego y el azufre. De acuerdo con el ángel, la ira de Dios es como el vino que no fue mezclado con agua, cuyo poder intoxicante aumenta por la adición de ciertas especias. El punto de la metáfora es que la ira escatológica del Señor no se mezclará con su misericordia, es decir, no habrá espacio para el arrepentimiento. Los impíos caerán y no se levantarán nuevamente.

La segunda metáfora se toma de la experiencia de una persona que ha sido expuesta al azufre. Se compara la ira de Dios con el dolor intenso que siente una persona cuando el azufre en llamas cae sobre su piel. ¡Es extremadamente doloroso! Hay un segundo punto en esta metáfora, a saber, que lo que se quema perece para siempre. La ira de Dios resultará en la muerte eterna de los impíos.

La intensidad del sufrimiento de los impíos en el Juicio Final se describe como un tormento, un dolor sobre el cual la persona no tiene control y que experimentará durante un período de tiempo no especificado (Apoc. 14:11). Esa experiencia ocurre “delante de los santos ángeles y del Cordero”. Los estudiosos sugieren diferentes maneras de interpretar esa frase, ignorando la obvia. La imagen se toma de la venida de Cristo con sus ángeles en la parusía. Es el lenguaje de una cristofanía, utilizada aquí para indicar que Cristo aparecerá a los malvados durante el Juicio Final. ¡Estarán ante el Cordero que fue muerto! Mirarán la cruz de Jesús, rechazada por ellos, donde se reveló el magnífico amor de Dios por el Universo.

Esa es la mejor y única evidencia que Dios presenta al tribunal cósmico para demostrar que el ángel caído estaba equivocado, y que él es, incuestionablemente, un Dios amoroso y justo. En la presencia del Cordero, los impíos se ven como realmente son: miserables pecadores con un profundo sentimiento de culpa, percibiendo que estarán eternamente separados del Padre. La comprensión de esa separación eterna es realmente muy dolorosa, un tormento. En la Cruz, Jesús experimentó el dolor lacerante de la separación de Dios para que nadie más tuviera que pasar por eso. Sin embargo, los impíos despreciaronla sangre del Cordero que fue muerto, y serán atormentados por el amor que eligieron ignorar. Paradójicamente, el amor de Dios, que constituye la alegría de los mundos no caídos y despierta la gratitud más profunda en los corazones de los redimidos, es un tormento para los impíos, Satanás y sus ángeles.

El Conflicto Cósmico termina pacíficamente con el reconocimiento universal y la declaración de que el Señor es un Dios de amor. El poder persuasivo del sacrificio del Cordero derrota a las fuerzas del mal. Juan anticipó ese momento cuando escribió: “Y a todo lo creado que está en el cielo, y sobre la tierra, y debajo de la tierra, y en el mar, y a todas las cosas que en ellos hay, oí decir: Al que está sentado en el trono, y al Cordero, sea la alabanza, la honra, la gloria y el poder, por los siglos de los siglos” (Apoc. 5:13).

Los tres mensajes angélicos se fusionan en un mensaje, el evangelio eterno, que es poderoso y suficiente para salvarnos y terminar el Conflicto Cósmico. Tal vez sería bueno preguntar nuevamente: ¿Qué llevarás al púlpito la semana que viene? Predica al Cordero.

Sobre el autor: exdirector del Instituto de Investigación Bíblica de la Iglesia Adventista del Séptimo Día.


Referencias

[1] Este artículo es un resumen de “The Closing of the Cosmic Conflict: Role of the Three Angels’ Messages”, por publicarse en Artur Stele (ed.), The Word: Searching, Living, Teaching, v. 2 (2021).

[2] Elena de White, La verdad acerca de los ángeles (Florida, Bs. As.: Asociación Casa Editora Sudamericana, 2014), p. 251.