El desafío de seguir siendo humano en medio de la persuasión a ser otra cosa.

            Hablando acerca de los problemas de salud que muchos pastores afrontan, un artículo en el Times de Nueva York declaró: “Los miembros del clero ahora sufren de obesidad, hipertensión y depresión en proporciones más altas que la mayoría de los estadounidenses. En la última década, el uso de comprimidos contra la depresión ha aumentado, mientras que su expectativa de vida ha caído. Muchos cambiarían de trabajo si pudieran. Los expertos en salud pública […] advierten que no hay ninguna explicación sencilla de por qué tantos miembros de una profesión que alguna vez estuvo asociada con una longevidad optimista han llegado a ser tan infelices y faltos de salud”.[1]

            Sin embargo, la respuesta a este dilema existe. Propongo que por lo menos existe un factor involucrado: el desafío de permanecer humanos en medio de la persuasión a ser otra cosa. De todas las profesiones involucradas en la vocación y el arte de ayudar a otros seres humanos, ninguna, sino el ministerio, parece demandar una negación de la condición y la experiencia humanas. ¿A qué me refiero con esto?

EL DESAFÍO DE SEGUIR SIENDO HUMANO

            Para comenzar, la mayor fuente de dolor y desilusión en el ministerio actual gira en torno a un enfoque desequilibrado en la formación de la identidad y a conceptos falsos acerca del ministerio. Como soy un supervisor de clínica de educación pastoral, recibo llamadas y escucho historias de muchos colegas en el ministerio que luchan con necesidades humanas básicas. Y, lo que he podido observar es que, muy a menudo, hemos invertido el paradigma de la formación pastoral, poniendo el énfasis en hacer, en lugar de ser. Como resultado, algunas debilidades y dificultades que en­cuentran los ministros surgen a causa de que no se provee cuidado equilibrado para sí mismos y para otros. En otras palabras, los pastores están tan ocupados haciendo que han perdido su sentido de ser. No obstante, quiénes somos guía lo que hacemos; y así, ¿no tendría más lógica que pasemos más tiempo trabajando en la percepción propia y la formación de la identidad ya que, después de todo, estas partes moldean lo que hacemos?

            A riesgo de parecer demasiado simplista, permítanme llevar esto al lugar más básico del desarrollo de nuestra humanidad. Todos somos seres humanos. La tentación y la atracción de ser y vivir una vida como “hacedores” humanos en lugar de “seres” humanos trae una incongruencia a nuestra vida y espíritu. Está en el centro del pecado, como dijo la serpiente en el Edén: “Seréis como Dios” (Gén. 3:5). En otras palabras, “serán capaces de conocer y hacer cosas que están más allá del ámbito de su humanidad, de quién son y qué quiso Dios que fueran”.

            Aceptamos la mentira, y así estamos hoy. “El pecado es infracción de la ley” (1 Juan 3:4), no solo como lo expresan los Diez Mandamientos sino también como lo define la ley de la vida y de cómo Dios nos creó. Si este concepto básico te encuentra desprevenido o te sacude, existe la posibilidad de que ya estés en camino a la debilidad. Hay dos componentes básicos en la expresión “ser humano”. “Humano” es la parte del yo que experimenta todos los aspectos de la intimidad trasmitidos mediante las emociones y los sentimientos, los que, a su vez, crean una percepción de la vida y lo que ella significa. El dolor, el temor, la tristeza, el gozo y el enojo son todos lugares básicos donde los seres humanos encuentran, en última instancia, un sentido del yo.

            La parte del “ser” es el aspecto que da significado al yo, lo que crea el sentido a partir de las percepciones, las relaciones y el ambiente que nos rodea. Un ser humano es un ser que tiene la capacidad de crear propósito y significado en la vida como un ser creado a la imagen de Dios.

LA CAPACIDAD DE HACER COSAS SORPRENDENTES

            No obstante, lo anterior no es tampoco todo lo que tiene que ver con el ser. Dios no nos creó para meditar todo el día bajo un árbol en búsqueda de la percepción pro­pia y su significado, mientras la vida va pasando. Él nos creó con la capacidad de hacer cosas asombrosas como resultado de quiénes somos. Han de ser celebradas y gozadas en su plenitud. Sin embargo, una vida y un ministerio saludables viven con la tensión de descubrir un equilibrio tanto del ser como del hacer. Nuestro desafío y caída vienen cuando vivimos en la polari­dad del ser y/o de la vida: ya sea todo ser o todo hacer.

            Hace algún tiempo, mi esposa tuvo una cirugía de hombro. Poco después, su hombro y su brazo sano habían comenzado a doler. “Tu brazo sano duele”, le dijo el médico, “porque lo estás usando demasiado ahora, para compensar el otro. Cuando sanes y puedas usar ambos brazos otra vez, el dolor se irá”. Mucho del dolor de la vida disminuye cuando aprendemos a vivir en la tensión y la gracia tanto de ser como de hacer.

            Hay cuatro polaridades –cuatro áreas de tensión– que deben ser equilibradas.

            Polaridad 1: Condiciones finitas y posibilidades. Cuando Dios creó la raza humana, dijo básicamente: “Aquí están tus posibilidades, y aquí están tus límites. ¿Ves aquel árbol? Mantente lejos de él. ¿Ves el resto de este lugar? Aprovéchalo”.

            En el ministerio, afrontamos la tentación de eliminar nuestra propia condición finita o dejar a un lado nuestras posibilidades, especialmente cuando hay gente alrededor que pide cosas que van más allá de nuestra capacidad y condición humanas. Cuando corremos esos límites, sufrimos al entrar en lugares no realistas del ministerio, o hacemos que otras personas sufran al proveer expectativas y respuestas no realistas. Oigo la tensión y el clamor en la voz de pacientes cuando confrontan un momento fi nito en su enfermedad y preguntan: “Capellán, ¿qué puedo esperar?” Esta es una pregunta normal y saludable que refleja el dolor y la esperanza en el ser humano.

            Polaridad 2: Contingencia y control. Esto es una tensión especialmente difícil en el ministerio, porque, como pastores, estamos rodeados de personas que nos llaman, buscando respuestas, explicaciones y dirección para su vida. Ingresan la euforia y la ilusión del control. Después de todo, estamos adiestrados para descubrir respuestas teológicas a los dilemas y los misterios difíciles de la vida. Entretanto, hay cosas en la vida que no tienen explicaciones. El temor de perder el control, de parecer incompetentes o no espiritualmente astutos, crea presiones que empujan a los ministros a expectativas irracionales e intervenciones grandiosas. En ese lugar de vulnerabilidad humana, las explicaciones llegan a ser más proyecciones de nuestras propias necesidades y deseos que de consuelo, cuidado y apoyo.

            Hay cosas en la vida que pueden ser explicadas, y es posible tener cierto nivel de control sobre ellas. Pero una vida sana se vive en la tensión de adivinar aquellas cosas que están bajo mi control y aquellas que debo dejar en las manos de Dios. La respuesta más honesta y humana que podemos dar a veces, es decir: “No lo sé”. Otra vez, esta pregunta aparece cuando los pacientes preguntan: “Capellán, eso sencillamente sucedió. ¿De qué puedo depender?” Podemos depender del mismo Dios que, cuando su Hijo le preguntó: “¿Por qué me has abandonado?” (Mat. 27:46), no dio explicaciones, sino que lo sostuvo en silencio y fue suficientemente fiel para que su Hijo pudiera también decir: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu” (Luc. 23:46).

            Polaridad 3: Autonomía y depen­dencia. Aquí, los pacientes generalmente preguntan: “Capellán, ¿de qué soy responsable?” Dios nos creó con la capacidad de tomar decisiones, de elegir adónde ire­mos, qué haremos y con quién estaremos. Los bebés nacen, y sus primeros llantos son pedidos de atención inmediata, anunciando al mundo su autonomía como seres humanos. Al mismo tiempo, están dependiendo completamente de otros que le den calor, comodidad y sustento.

            A medida que crecemos, esta dinámica interpersonal cambia de forma, pero no de principios: seguimos ejerciendo nuestra autonomía en niveles nuevos, mientras que necesitamos el apoyo y el consuelo de otros. El aislamiento y la soledad son dos lugares familiares, pero insalubres, adonde van los ministros cuando el equilibrio y la tensión entre la autonomía y la dependencia llegan a estar comprometidos.

            Polaridad 4: Significado e insignificancia. Fuimos creados por Dios como seres que, en su centro, claman por significado y propósito en su vida. Hay capacidades y necesidades intrínsecas que traemos como seres humanos. Sin embargo, hay momentos en los que la vida parece no tener sentido, y el significado que buscamos parece no estar allí.

            Si pienso que todo tiene que tener significado, crearé ese significado por mis propias necesidades y proyecciones, o impondré formas irracionales de significado para evitar mi vulnerabilidad humana y mi dependencia final de Dios. Si, por otro lado, vivo en la polaridad de la insignificancia, corro el riesgo de sospechas, sarcasmo y cinismo constantes. Los pacientes plantean esta saludable tensión cuando preguntan: “Capellán, ¿a quién o en qué puedo confiar ahora?” Esta es una pregunta de fe, y una búsqueda de equilibrio entre el significado y la insignificancia.

LLEGAR AL FONDO

            El mayor desafío para los pastores, en la labor de apoyar un sentido saludable de identidad propia, es seguir siendo humanos en medio de la persuasión a ser otra cosa. No abrazar este equilibrio y tensión lleva a la gente a depender de conductas no saludables. Al vivir la vida y el ministerio en las polaridades, yendo de un extremo al otro, nos alejamos del equilibrio, y terminamos en el cinismo, la vergüenza, la depresión y la desesperación. Entonces, comenzamos a depender de cosas artificiales para que nos mantengan en movimiento, tales como comer en exceso, ingerir píldoras contra la depresión, conductas egocéntricas que dañan nuestras relaciones más cercanas y conductas no saludables, que terminan en un sufrimiento y dolor más grandes.

            Cuando los infantes comienzan a caminar, nuestro mayor deseo para ellos es que mantengan el equilibrio, de modo que no caigan y toquen fondo. Pero, cuando crecemos algo sucede: comenzamos a dar por sentado el equilibrio, hasta que un día, cuando caemos, tocamos fondo también. Algunos se dan cuenta del dolor y la gracia recibida al llegar al fondo, y procuran hallar el equilibrio, se levantan y siguen caminan- do. Otros ignoran la necesidad del equilibrio y siguen tratando de caminar de lado, de un extremo al otro, llegando al fondo de vez en cuando. Caerse y sentir el dolor en la sentadera puede ser necesario para levantar nuestras manos a Dios y pedirle que nos levante, y nos enseñe a caminar en equilibrio por medio de su gracia.

CUATRO PRINCIPIOS PARA MANTENER UN SENTIDO DE IDENTIDAD PROPIA

            Primero, afloja el paso y tómate el tiempo necesario para reflexionar en quién eres a los ojos de Dios. “Estad quietos, y conoced que yo soy Dios” (Sal. 46:10). En este versículo se implica que, a menos que tomes tiempo en forma regular para estar quieto, aflojar el paso, descansar, reflexionar y evaluar cuán equilibrada o desequilibrada es tu vida, puedes olvidar que solo Dios, y no tú mismo, es quien pue- de sostenerte.

            Segundo, entrega a Dios la necesidad de sobrepasar los límites que Dios te dio. Este es un proceso continuo de reconocer cada día esas cosas dentro de ti que te empujan a ser lo que no eres y a hacer las cosas para las cuales no fuiste creado. Sospecho que Pablo sabía algo, personalmente, acerca de esta lucha huma­na espiritual cuando escribió en Romanos 6:17 al 19: “Pero gracias a Dios, que, aunque erais esclavos del pecado, habéis obedecido de corazón a aquella forma de doctrina a la cual fuiste entregados; y libertados del pecado, vinisteis a ser siervos de la justicia. Hablo como humano, por vuestra humana debilidad”. Pablo dice luego, en el versículo 23: “Porque la paga del pecado es muerte, mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro”.

            Tercero, recuerda que los seres humanos descubren el significado cuando son capaces de experimentar y expresar sus sentimientos y emociones, y procesarlos por medio de un enfoque equilibrado, racional y reflexivo de la vida. Sé bondadoso contigo mismo, abre tu corazón a las posibilidades de relaciones personales y profesionales saludables que pueden ayudarte a traer una perspectiva a los preciosos momentos de dolor y esperanza, duelo y gozo, aislamiento y comunidad, enojo y alegría, rechazo y aceptación, temor y confianza, perdón y gracia.

            Cuarto, no pierdas de vista el impacto eterno que la presencia de tu preocupación pastoral tiene cuando esa presencia recibe el molde de los dones de tu humanidad. “Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros” (Juan 1:14). Ese versículo invita a la vulnerabilidad y la transparencia humana en el ministerio de llevar las buenas noticias de la salvación, así como lo hizo Cristo cuando vivió sobre la Tierra como uno de nosotros. Cuando ese misterio del evangelio hecho carne toca la raza humana, vemos entonces la gloria de Dios, una gloria que ha tocado y transformado a millones de corazones humanos.

CONCLUSIÓN

            Las palabras de Pablo en 2 Corintios 12:9 y 10 resumen mi oración para los ministros: “‘Mi amor es todo lo que necesitas, pues mi poder se muestra plenamente en la debilidad’. Así que prefiero gloriarme de ser débil, para que repose sobre mí el poder de Cristo. Y me alegro también de las debilidades, los insultos, las necesidades, las persecuciones y las dificultades que sufro por Cristo, porque cuando más débil me siento es cuando más fuerte soy” (DHH)

Sobre el autor: Vicepresidente para misión y ministerio, Hospital de Florida, Orlando, Florida, Estados Unidos.


Referencias

[1] Paul Vitello, “Taking a Break from the Lord’s Work”, New York Times, 1º de agosto de 2010.