Vivimos en una época de tremendos cambios y oportunidades sin precedente. Barreras centenarias están cediendo. Puertas hasta ahora cerradas se están abriendo ampliamente. Prejuicios que hasta hace poco habían impedido un contacto y un testimonio exitosos, se están fundiendo bajo un nuevo espíritu que incluye el nuevo diálogo. El ecumenismo ha abierto el camino para realizar una comunicación de puntos de vista que no tiene precedente. El tiempo y la marea ascendente de los acontecimientos están proporcionando oportunidades como nunca antes para exponer los principios fundamentales del adventismo en su marco de referencia del Evangelio eterno y con el énfasis característico.

Frente a estos hechos, debemos preguntarnos serenamente: ¿Estamos preparados para aprovechar estas oportunidades providenciales? ¿Contamos con un enfoque adecuado, adaptado a estas oportunidades sin precedente?

Las antiguas técnicas, arrastradas desde antiguo, ya no son adecuadas para enfrentar las condiciones imperantes en la actualidad, ni para responder al nuevo espíritu de investigación que predomina en un mundo frenético. Actualmente, el enfoque antiguo que es en gran parte negativo —y que pone énfasis en las características en que diferimos de todos los demás grupos religiosos—, ya ha sido superado y ha quedado atrás definitivamente. Y así es como debe ser.

Conceptos limitados restringieron la presentación

Es indispensable que repasemos los antecedentes y el origen de ese énfasis. Surgió a raíz de condiciones que imperaron justamente después del gran chasco de 1844, cuando la primera preocupación de nuestros fundadores fue llevar la nueva luz descubierta acerca del santuario, el sábado, la mortalidad del hombre y el espíritu de profecía, a sus hermanos que habían participado en el movimiento milerita. Estos habían pasado por la angustiosa experiencia de prepararse para encontrarse con Dios y la agonía del chasco cuando el Señor no apareció en los cielos para bendecir a su pueblo que lo aguardaba. Ese fue el alcance inicial de sus esfuerzos.

Todavía no sentían preocupación por otras personas fuera de este amplio grupo, y no intentaron llegar a ellos. Sin embargo, gradualmente se interesaron en alcanzar con el mensaje a los que en 1844 no habían llegado a la mayoría de edad, y con ellos a los que no habían rechazado voluntariamente el mensaje de la hora del juicio. Pero su preocupación y su mensaje siguieron siendo los mismos.

Luego, cuando comprendieron que el mensaje del tercer ángel debía seguir a los mensajes del primero y el segundo, y que debía proclamarse a todo el mundo, ellos de todos modos siguieron dando el mismo énfasis restringido e insistieron principalmente en las mismas “verdades probatorias”, las doctrinas que nos diferencian de los demás.

Prosiguió cuando las condiciones cambiaron

Ellos supusieron sencillamente que sus nuevos oyentes eran hombres y mujeres convertidos y con una experiencia cristiana válida, como las personas a quienes predicaban antes. Su gran preocupación consistió en presentar los “mandamientos de Dios”, y particularmente el que atañe al sábado. Esto fue lo predominante. Dieron por sentado que conocían la inseparable “fe de Jesús”. Y esto, precisamente, constituyó el área que descuidaron.

Consideraron que dos semanas era tiempo suficiente para presentar a una persona el conjunto de las doctrinas características de su nuevo mensaje y misión. Y cuando un evangelista dijo que dos semanas no proporcionaban tiempo suficiente y que por lo tanto debía tener tres semanas debido a las condiciones cambiantes, lo ridiculizaron. Y el debate los convirtió en abogados empeñados en la defensa de un caso.

Fue este concepto restringido acerca de nuestro mensaje, con el énfasis en los aspectos que nos diferenciaban de los demás, lo que tornó difícil el camino. Fue mal comprendido e hizo que se erigieran formidables barreras. Con frecuencia se ocultaba nuestra identidad denominacional en un ciclo de conferencias, hasta que se lograba afirmar la “confianza” del público. Con este procedimiento se pensaba evitar y vencer el prejuicio. Pero resultaba justamente lo opuesto. Esta técnica conducía a la incomprensión y al cargo inevitable de que navegábamos bajo una falsa bandera.

Pero ese día ha quedado atrás, en buena medida, a Dios gracias. Nuestros programas de radio y televisión se identifican claramente con la Iglesia Adventista. Muchos evangelistas hacen esto mismo. Ojalá que todas nuestras presentaciones públicas pudieran ser identificadas con la misma claridad. Es indudable que esto disminuiría los motivos de queja. Con nuestro carácter y principios fundamentalmente cristianos que cada vez son mejor conocidos, ahora la gente desea saber qué es lo que realmente creemos y por qué lo creemos. Bien podemos aprovechar esta circunstancia.

Dos motivos de incomprensión

Pero había razones fundamentales que explicaban nuestro énfasis y procedimientos pasados y también ciertos silencios. Esto fue ocasionado, al principio, por puntos de vista disímiles acerca de la preexistencia y completa divinidad de Cristo, sostenidos por algunas personas, y por su fracaso en reconocerlos como “toda la plenitud de la Divinidad”. Esta división de conceptos condujo a una disminución del énfasis sobre la primacía de la persona de Jesucristo y su importancia majestuosa. Nuestra posición firme y verdadera fue puesta en peligro debido a la visión estrecha de una minoría que atrajo la malquerencia de este punto contra todo el movimiento. Así fue como la “fe de Jesús” quedó postergada debido a las circunstancias.

Una segunda concepción estrecha, semejante a la anterior, fue sostenida durante varias décadas por el mismo grupo minoritario. Se refería a que la expiación se limitaba únicamente a la obra de nuestro Sumo Sacerdote celestial en el lugar santísimo del santuario celestial, y que no tenía relación alguna con la transacción de la cruz, la que consideraban sencillamente como el sacrificio previsto para el perdón del pecado y la salvación de la humanidad. Y eso ocurrió en la tierra el año 31 DC. Pero sostenían que el sacrificio estaba separado de la expiación, la cual se efectuaba únicamente en el cielo, y no comenzó hasta 1844.

Estos dos conceptos se clarificaron sólo gradualmente y fueron corregidos por hombres que, mediante el estudio de la Palabra, captaron y proclamaron la gloriosa verdad más amplia de las dos fases del sacrificio expiatorio de Cristo, y nos colocaron en una luz más exacta y real ante las religiones del mundo. Ese énfasis comenzó por el año 1888, e indujo a otros a considerarnos como verdaderos cristianos en lo que atañe a nuestras creencias fundamentales. Y esto es atestiguado poderosamente por Elena G. de White.

Los antiguos prejuicios basados en esas concepciones menores erradas, no se disolvieron hasta tanto fueron corregidas y se hizo saber esto públicamente en los círculos eruditos. El viejo embuste según el cual éramos un “culto anticristiano” fue abandonado por los que estaban bien informados, y fuimos considerados verdaderos cristianos, a pesar de nuestro énfasis en el sábado y el santuario, y de nuestra posición sobre la inmortalidad condicional.

Llamamiento a dar un nuevo énfasis

Desde hace décadas, Dios ha llamado a destacar a Cristo en toda su plenitud, y poner énfasis en el acto de la expiación realizado en la cruz, con la consiguiente aplicación de sus beneficios posibilitados por el ministerio de nuestro Sumo Sacerdote delante del Padre, con la consumación de esta obra expiatoria de Cristo y la eliminación definitiva del pecado expresada bajo el simbolismo de los acontecimientos que ocurrían en el día de la expiación. Esta es la directiva celestial destinada a nosotros en la actualidad:

“No destaquéis las características del mensaje que son una condenación de las costumbres y prácticas del pueblo, hasta que tengan oportunidad de comprender que somos creyentes en Cristo, que creemos en su divinidad y su preexistencia” (Testimonies, tomo 6, pág. 58).

“No presentéis desde el comienzo las características más objetables de nuestra fe, no sea que cerréis los oídos de aquellos a quienes estas cosas llegan como una nueva revelación… Presentad la verdad como está en Jesús. No debe haber un espíritu combativo ni de oposición en la tarea de promover nuestra fe” (Evangelismo, págs. 141, 142).

“Cuando entramos en un lugar, no deberíamos erigir barreras innecesarias entre nosotros y otras denominaciones, especialmente los católicos, de modo que piensen que somos sus enemigos declarados” (Id., pág. 144).

Cuando obedecemos estos consejos inspirados y tomamos en cuenta estas claras especificaciones, tenemos un nuevo éxito. No nos vemos trabados por los antiguos impedimentos. Ese es el modelo divino para nosotros como obreros. Hermanos en el ministerio, ha llegado la hora de acentuar lo positivo, y de presentar el Evangelio eterno delante del mundo. Debemos presentar la “fe de Jesús” inseparablemente junto con los “mandamientos de Dios” —siempre en una equilibrada relación.

Descartemos completamente el énfasis desproporcionado e inadecuado. Sin disminuir nuestro testimonio específico acerca del sábado, el santuario, la naturaleza del hombre, el espíritu de profecía, etc., debemos ocupar nuestro debido lugar como los de Cristo más notables de la actualidad, presentándolo como el “centro de cada doctrina”, el palpitante corazón de todo nuestro sistema de verdad. Debemos aparecer delante del mundo como los expositores sobresalientes de la totalidad del Evangelio y de sus verdades eternas.

Esto es más urgente ahora que nunca antes, porque ciertos sectores infortunados del protestantismo cada vez niegan más la encarnación, el nacimiento virginal y la actual deidad de Cristo, la cruenta expiación, la resurrección literal y el segundo advenimiento literal antes del milenio. Este es nuestro día de oportunidad y obligación. Debemos colocarnos en la brecha. Esta es nuestra mayor comisión, nuestra misión del día. Este es el mensaje del tercer ángel en verdad.

La experiencia ha demostrado que cada vez que ponemos énfasis en las verdades eternas del Evangelio perdurable, la gente está dispuesta y ansiosa por escuchar —y obedecer. Luego desean conocer el resto de nuestra fe. Y no vacilan en seguir el ejemplo de Jesús —incluso la observancia del sábado. Tenemos la obligación de dar todo el consejo de Dios en la forma más llamativa y simpática. Debemos presentar un Evangelio positivo y Salvador, y no presentar meramente —o principalmente— una advertencia negativa. Y somos responsables delante de Dios de la presentación de este énfasis debido.

Éxito con dos grupos contrastantes

La prontitud con que la gente desea escuchar este nuevo énfasis, adecuado a la actualidad, se manifestó con fuerza dos veces en el término de una semana. Un domingo tuve el privilegio de presentar la fe adventista a un grupo integrado por matrimonios jóvenes, en la Iglesia Luterana de la Trinidad, en Washington. Realicé el enfoque positivo, dirigido a un grupo de protestantes luteranos.

Los resultados fueron satisfactorios. Hubo una nueva comprensión del adventismo y se nos relacionó con las verdades fundamentales del protestantismo primitivo que compartimos con todos los cristianos evangélicos. Luego procedimos a explicar las verdades en que diferimos y que nos convierten en cristianos adventistas del séptimo día. Estas son verdades que debían presentarse en los “últimos días”, en el “tiempo del fin”, en la “hora del juicio de Dios”, pero no todavía en los días de Lutero. Comprendieron nuestra posición y el resultado de esa comprensión fue halagador. Entendieron la significación de las verdades especiales del adventismo destinadas a la actualidad.

Luego, un sábado de tarde, tuve el privilegio adicional de presentar la fe adventista a un grupo de 35 alumnos sacerdote de una universidad católica, también en Washington, que fueron a nuestro colegio de la Unión de Columbia, en Takoma Park. Este fue el resultado directo del énfasis que los católicos ponen en el nuevo diálogo. Allí en la capilla del Edificio H. M. S. Richards, en el mismo centro del campo del colegio, presenté nuestra fe adventista en comparación y en contraste con la fe de otros protestantes y de los católicos. Utilicé otro enfoque, pero también positivo e igualmente eficaz para este grupo insólito con el que nuestros propios alumnos teológicos entraban en contacto por primera vez.

Otra vez los resultados fueron muy halagadores. Sin comprometer nuestra fe, pero aprovechando ciertos tremendos hechos históricos, primero en la iglesia primitiva y luego en la historia protestante, se aclararon nuestro lugar y relación con la fe católica y la fe protestante popular, y resaltó la verdad.

Aprovechemos las oportunidades

Hasta donde yo sepa, ésta fue la primera vez en los Estados Unidos que un representante adventista tuvo la oportunidad de presentar un esquema de la fe adventista a un grupo como ése, durante 45 minutos, ubicándola en el marco de los siglos y basándola en las especificaciones y el reconocimiento del gran plan profético de Dios, con cada acontecimiento anticipatorio ocupando su debido lugar, y todo esto apuntando a un clímax escatológico.

Así fue como este grupo de católicos recibió una descripción exacta y favorable de lo que es el adventismo; y además escuchó una exposición de nuestro mensaje específico y de su lugar estratégico a la luz de los siglos. Así se abrió el camino para futuros contactos y ulteriores análisis de nuestra fe y de nuestro lugar singular en el cristianismo.

El jefe del grupo recibió algunos juegos de las obras Prophetic Faith of Our Fathers y Conditionalistic Faith of Our Fathers, para que las ubicara en las bibliotecas de la universidad de donde procedían estos alumnos. Los alumnos aseguraron que consultarían esos libros y que analizarían extensamente la exposición escuchada.

De modo que repito fervientemente que ahora es el momento de aprovechar las oportunidades y de dialogar aprovechando el nuevo espíritu de este tiempo. Ahora es el momento de dar un gran paso adelante. No debemos defraudar a nuestro Dios en esta hora favorable. Debemos ser testigos eficaces. Debemos adaptarnos a las condiciones cambiantes sin comprometer nuestra fe adventista. El nuestro debe destacarse como el mensaje evangélico más bíblico, lógico, histórico, atrayente y estimulante que se haya presentado en este mundo. En esto consiste el desafío que se nos lanza.