La comunicación con otros en favor de Dios es una tremenda responsabilidad. Sea en la predicación o la enseñanza, el obrero cristiano hace frente a gentes para quienes la vida constituye una perspectiva estimulante y a veces amenazadora. No basta la mera presentación de hechos relacionados con la verdad. La verdad debe ser comunicada dentro del contexto del mensaje que se refiere a las necesidades y a la vida de los oyentes. El impacto del mensaje en el núcleo de la persona es lo único que asegura la atención y el interés. Esto no sólo exige que se comprendan las necesidades de los asistentes y el mensaje que las satisface, sino también demanda la posesión de un poder que haga penetrar el mensaje en el individuo.

La necesidad de un poder exterior

Más que ninguna otra cosa el predicador y el maestro tienen la responsabilidad de ayudar a la gente a contemplar la vida situados en la perspectiva de Dios y a ver a Cristo como la solución de los problemas personales. No es cosa fácil emprender esta tarea. En cuanto entra en contacto con el problema, el obrero cristiano experimenta la necesidad de un poder exterior. La experiencia enseña que este poder es asequible a todos los que se sometan a su influjo.

El que predica o enseña el Evangelio cristiano entra en una relación de trabajo con Dios. Dios es el que predica y enseña, y el obrero es la voz y la mente y el corazón que Dios utiliza. Esta es una verdad práctica que siempre debemos reconocer.

No se nos ha llamado a forzar la verdad sobre nuestros oyentes ni a tratar de imponerles las acciones debidas. Nuestra tarea consiste en exponer lo que Dios dice en su Palabra, concienzudamente y con amor, con referencia a la vida. En todas las circunstancias es la fe cristiana expuesta en las Escrituras cristianas lo que los obreros cristianos deben tornar comprensible, y no cierta jerga desmitologizada que se opone a todo lo que dijeron los profetas y los apóstoles.

El poder de Dios únicamente

El Espíritu y la Palabra de Dios son inseparables. El uno complementa al otro. Cuando la predicación de un obrero está dirigida por estos dos instrumentos, los oyentes se sienten compelidos a formular preguntas de importancia eterna. Como ilustración podemos decir que esto ocurrió en muchos casos, como ser, en el día de Pentecostés, en el desierto cerca de Gaza, en una terraza de Jope y en la cárcel de Filipos. Abundantes experiencias contemporáneas sirven para documentar adicionalmente la verdad de que el poder de Dios únicamente puede dar vida a la predicación de su Palabra.

La sierva del Señor subraya con fuerza y categóricamente cuál es el poder necesario para comunicar eficazmente el mensaje divino. Leemos: “La predicación de la palabra sería inútil sin la continua presencia y ayuda del Espíritu Santo. Este es el único maestro eficaz de la verdad divina. Únicamente cuando la verdad vaya al corazón acompañada por el Espíritu vivificará la conciencia o transformará la vida. Uno podría presentar la letra de la Palabra de Dios, estar familiarizado con todos sus mandamientos y promesas; pero a menos que el Espíritu Santo grabe la verdad, ninguna alma caerá sobre la Roca y será quebrantada. Ningún grado de educación ni ventaja alguna, por grande que sea, puede hacer de uno un conducto de luz sin la cooperación del Espíritu de Dios. La siembra de la semilla del Evangelio no tendrá éxito a menos que esa semilla sea vivificada por el rocío del cielo” (El Deseado de Todas las Gentes, págs. 625, 626).

Por lo tanto, en todo tiempo debemos confiar en Dios para llegar hasta los corazones y las mentes con lo que decimos. Únicamente él puede. Las verdades que enseñamos y predicamos son verdades espirituales que deben enseñarse espiritualmente y comprenderse en forma espiritual.

¿Lemas o pasión?

Aquí nos situamos cara a cara con la fuente y el poder reavivador de nuestra obra: el Espíritu Santo de Dios. Demasiado a menudo existe el peligro de poner excesivo énfasis en la organización y el equipamiento y olvidar la dinámica espiritual. Resulta tan fácil sustituir la verdadera pasión por los lemas y los programas, poner énfasis en el equipo de aparatos y accesorios y en los métodos mucho más que en el mensaje, y con esto dejar poquísimo lugar para que el Espíritu Santo dirija nuestras actividades a fin de llevar a cabo los propósitos divinos. No queremos negar con esto la necesidad de organización, de métodos y equipo, pero no importa qué medios se utilicen, es necesario que éstos sean utilizados por Dios.

Dios utiliza la organización. Los planteles administrativos son necesarios a fin de relacionar, dirigir y unificar los procedimientos —todos son medios para lograr un mismo fin. La finalidad deseada es que Cristo sea comunicado a otros.

La predicación como delicada cirugía

Dios también puede utilizar el equipo y los métodos, pero éstos deben ser puestos a su disposición y deben ser bastantes flexibles para poder ser utilizados. La predicación y la enseñanza pueden comparase a delicada cirugía. Se requieren los mejores métodos y el mejor equipo, pero en última instancia no es eso lo que cuenta. Lo que realmente importa es el cirujano que los utiliza.

Más allá de este asunto del método, el equipo y la organización, debe haber una dependencia consciente y constante del Espíritu Santo. Solamente él puede reprochar el pecado y puede conceder justicia y convencer del juicio venidero. Tan sólo él puede llamar a un pecador al arrepentimiento y la fe en Jesucristo. Todo lo que se le entregue, él lo utilizará para producir vidas transformadas y fructíferas que glorificarán a Cristo.

Si el mundo necesitó alguna vez tales vidas, mucho más las necesita ahora. Tiene toda la religión que necesita, todas las fórmulas y respuestas “apropiadas”. Pero el mundo necesita respuestas exactas actualmente, y éstas se encuentran únicamente en Jesucristo. Si no creemos esto, deberíamos retirarnos de la predicación y la enseñanza. Si lo creemos, deberíamos dejar de actuar desmayadamente y consagrarnos a nuestra tarea con dedicación y fe.

¿Necesito un reavivamiento?

A riesgo de caer en una excesiva simplificación, admitamos que si nuestras iglesias, asociaciones e instituciones necesitan un reavivamiento, entonces necesitamos administradores renovados, dirigentes renovados, pastores renovados, oficiales de iglesia renovados y miembros renovados.

En último análisis, esto se convierte en una cuestión personal. Cualquiera sea mi posición, soy yo quien necesita un reavivamiento. Y para ser reavivado, necesito volver atrás —volver a la cruz para recibir perdón, para ser limpiado y para ser llenado por el Espíritu Santo. Debo volver diariamente al lugar de oración para recibir el poder de la renovación espiritual, para ser lleno por el Espíritu Santo, a fin de poder comunicar la verdad con poder.