Como hombres y mujeres profesionales es bueno, a veces, echar una mirada franca a la vida. El papel de un médico o de un ministro ocupa un lugar destacado en la comunidad. Ya seamos médicos, dentistas, pastores o evangelistas, nuestra influencia es grande, a veces casi aterradora. Y todos reconocemos cuán difícil es mantener un equilibrio entre nuestra vida profesional, social y espiritual.

Las personas están confundidas por todas partes. El futuro parece incierto. Nunca desde los días de Noé una generación ha sido llamada a enfrentar problemas como los que debemos enfrentar nosotros por todos lados. No es, sin embargo, una tarea fácil ejercer una influencia constante y positiva para el bien en nuestras comunidades. Y esa influencia es determinada por lo que somos. Pero lo que somos es en gran parte el resultado de lo que somos en nuestras casas. Construir una casa requiere sólo pocos meses, pero formar un hogar es la obra de toda una vida.

El niño Jesús en su hogar

La única vislumbre que tenemos de Jesús en su hogar terrenal es el registro de Lucas, el médico amado. Leemos: “Y el niño crecía y se fortalecía, y se llenaba de sabiduría; y la gracia de Dios era sobre él” (Luc. 2:40). Y en el versículo 51: “Y descendió con ellos [José y María], y volvió a Nazaret, y estaba sujeto a ellos”. ¡Cuánto está implicado en estas breves palabras! Notemos ahora el versículo siguiente: “Y Jesús crecía en sabiduría y en estatura, y en gracia para con Dios y los hombres”. Era un niño normal que se desarrollaba mental, física, espiritual y socialmente. Phillips lo traduce así: “Y así como Jesús continuaba creciendo en cuerpo y en mente, también crecía en el amor de Dios y de los que lo conocían”.

Conoció pocas comodidades materiales, porque su casa era la de un aldeano. Pero había algo en ese hogar que lo significaba todo para este Niño que crecía. Mientras carecía de los adornos de la clase adinerada, o aun media, no carecía de amor. Muchas hermosas mansiones nunca se transforman en hermosos hogares. Están cargadas de delicados ornamentos y muebles costosos, pero las cosas materiales no son las más importantes. Hermosos cuadros y adornos bien colocados pueden hacer atrayentes las habitaciones, pero la felicidad real emana de los corazones de los ocupantes. Solamente las personas pueden hacer un hogar.

Como profesionales que somos no Podemos evitar de influir sobre la comunidad. Pero ¿cómo? ¿Ven las personas en nuestras casas un reflejo del cielo? ¿O estamos tan apremiados por nuestro trabajo que tenemos poco tiempo para la familia y el hogar? En los años de guerra del principio de la década de 1940 muchos hogares se desintegraron. En vez de ser lugares de amor y compañerismo, eran poco más que lugares para dormir.

El amor, y no las posesiones, es el fundamento de un verdadero hogar y de un matrimonio duradero. Una mujer no debería nadar en perfume ni andar vestida de visón para saber que un hombre la quiere. El matrimonio ha sido llamado con propiedad “el primer sistema bipartito de gobierno que haya sido creado, y que nunca fue creado para ser un sistema monárquico”. Es vital que se comprenda el gobierno familiar. Es natural que surjan diferencias de opinión, pero las diferencias proporcionan oportunidades para el crecimiento.

El punto de vista del otro

No siempre es fácil ver el punto de vista del otro, ni viene naturalmente. Es humano ser unilateral. Alguien ha dicho:

“Yo veo dos puntos de vista… el equivocado y el mío”.

Esto es el precursor del desastre. Mientras es necesario que haya dos para hacer un matrimonio, uno solo basta para echarlo a pique. Nunca el mundo estuvo tan inundado de libros sobre el matrimonio y consejos matrimoniales, y sin embargo los hogares desavenidos están a la orden del día, dejando su estela de amargura y dolor.

Cuando los hijos de Israel llegaron a Mara las aguas eran amargas. Pero Moisés echó una rama en el agua y la endulzó para siempre. Sabiendo cómo echar la Rama de Justicia en las amargas aguas del egoísmo y el odio es el secreto del verdadero vivir.

Mucho se ha escrito sobre el rol vital de la madre, pero el papel del padre en el hogar, en construirlo y en mantenerlo unido, es también tremendo. Él es el sacerdote del hogar, y como tal debe atender las necesidades de toda la familia. Lo que somos nosotros y nuestros hijos en el campo social es el reflejo de lo que somos en el campo espiritual.

El hombre es un compuesto misterioso de cuerpo, alma y espíritu, y cada área de su personalidad debe estar sujeta a Dios. Pablo dice: “todo pertenece a vosotros… el mundo, la vida, la muerte, el presente o el futuro, ¡todo es vuestro! ¡Porque vosotros pertenecéis a Cristo y Cristo pertenece a Dios! (1 Cor. 3:23, Phillips).

El concepto de los maniqueos de los primeros siglos era que el cuerpo era impuro; solamente el alma era digna. Este era en gran medida el fundamento de la filosofía griega. Pero en tiempos modernos hombres como Nietzsche y Freud consideraron el alma como a un mito. Muchos filósofos materialistas y psicólogos también han descartado el alma. La civilización está tratando hoy de edificar una sociedad en la cual el cuerpo es la única cosa que cuenta. Pero cuando el amor queda limitado a la satisfacción de los deseos carnales solamente, llega a ser una serpiente, una fuerza apagada, una estrella caída.

Solamente cuando el fuego del amor enciende otros fuegos para Dios pueden subsistir nuestros hogares. O, cambiando la figura: solamente cuando el amor está dispuesto a dar el agua de la vida de sus fuentes para que pueda calmarse la sed de otros, sirve al propósito de Dios. De otra manera se vuelve en contra de sí mismo y termina en el odio y aun en el homicidio.

Estas palabras del espíritu de profecía deberían constituir un desafío para nosotros: “El egoísmo y la fría formalidad casi han extinguido el fuego del amor y disipado las gracias que podrían hacer fragante el carácter. Muchos de los que profesan su nombre [de Jesús] han perdido de vista el hecho de que los cristianos deben representar a Cristo. A menos que practiquemos el sacrificio personal para bien de otros, en el círculo familiar, en el vecindario, en la iglesia, y en dondequiera que podamos, cualquiera sea nuestra profesión, no somos cristianos” (El Deseado de Todas las Gentes, pág. 465).

El amor: un instinto divino

El amor fue implantado en el corazón humano por Dios mismo. Y él no lo dio para la gratificación del deseo egoísta sino para que sirviera a otros. Aun el íntimo amor entre marido y mujer debería ser una expresión de un amor superior —no el Eros de Grecia sino el Ágape del cielo. Cuando esto sucede, entonces con el pasar de los años, el amor de Dios hace más fragante el amor en el hogar, no que el marido y la mujer se amarán menos mutuamente, sino que amarán más a Dios. Y esto será sacrificado. Solamente el amor que es tocado por la cruz puede subir hasta el trono. Un amor tal será vertical. Si permanece en el plano horizontal morirá. El amor matrimonial debería ser la antesala del amor divino. Como pastores y médicos se nos visita a menudo para aconsejar en cuanto a los problemas de la vida; para dar consejos no solamente donde éstos parecen no bienvenidos, sino, debido a las resistencias prácticamente imposibles. Tales situaciones nunca se solucionan en el nivel intelectual. Tenemos que tocar un nivel más profundo, el emotivo.

Hace treinta años una nueva tendencia en arquitectura estaba encontrando favor en Inglaterra. Por siglos las casas habían tenido ventanas pequeñas. Y generalmente tenían pesadas cortinas. Pero se realizó un cambio radical cuando en su lugar se construyó la pared entera de vidrio. ¿Por qué? Para dejar entrar la luz del sol. Londres es famosa por sus días grises, y la gente comenzó a ver la importancia de captar todo posible rayo de sol. Reconociendo que la luz solar es vital para la salud, la gente empezó a instalar amplias ventanas panorámicas. Pero esas grandes aberturas no solamente permiten a las personas mirar hacia afuera; también permiten a los vecinos mirar hacia adentro. Así la familia inglesa antes enclaustrada, llegó a ser parte de la comunidad.

Esos nuevos diseños eran parábolas para mí. Hay momentos cuando apreciamos la intimidad, pero, como esas nuevas casas, nuestras vidas deben también estar abiertas a la comunidad y especialmente abiertas a la luz de la presencia de Dios. No podemos vivir nuestras vidas en un solo nivel. Como nuestro Señor, debemos desarrollarnos física, mental, social y espiritualmente.

Dando el ejemplo a los hijos

Volvamos ahora nuestra atención a nuestros hijos. Si ellos deben crecer para respetarnos, no debemos olvidar que los niños son naturalmente adoradores de héroes. Por los primeros pocos años el padre y la madre parecen casi divinos. Si queremos que conserven ese cuadro de nosotros, no debemos darles nunca ocasión de perder su confianza en nosotros. Como padres debemos cuidar la forma cómo nos tratamos el uno al otro y cómo nos conducimos delante de nuestra familia.

Un día me llamaron para aconsejar a una esposa con problemas, y ella me dijo: “Pero, ¿cómo podemos llevarnos bien? Somos tan diferentes”. Por supuesto, somos diferentes. Los hombres son hombres y las mujeres son mujeres. Debemos tener en cuenta esas diferencias. Se ha dicho que las mujeres sienten mientras que los hombres piensan. Pueden llegar ambos a la misma conclusión exactamente, pero bien podría ser que por un camino enteramente distinto.

Las mismas diferencias entre nosotros pueden ser utilísimos materiales de construcción en el desarrollo de un verdadero hogar. Las diferencias en las áreas de lo físico y lo mental son lo que le dan colorido al hogar y añaden riqueza a la vida. Que sean como arranques poéticos echados en la prosa de la vida diaria. No es cosa de poca monta para una familia el estar en una comunidad incrédula como representantes de Dios, viviendo en obediencia a su voluntad.

Hay una señal en cierta carretera: “Disminuya la velocidad. ¿Qué va usted a hacer con el medio minuto que gana?” Sí, disminuir. Estudien las necesidades sociales y espirituales de su familia y su comunidad. La Escritura dice: “Y poderoso es Dios para hacer que abunde en vosotros toda gracia, a fin de que, teniendo siempre en todas las cosas todo lo suficiente [esto es, lo vertical], abundéis para toda buena obra [o sea, lo horizontal]”. Una cuenta bancaria nutrida es una seguridad para una familia, pero la mayor seguridad de todas para un niño es conocer el gozo y la estabilidad de un verdadero hogar.

Nuestra proyección a la comunidad

Es fácil, y quizá más placentero, pero es incorrecto para nosotros vivir para nosotros mismos. Jesús dijo: “Cuando hagas comida o cena, no llames a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a vecinos ricos; no sea que ellos a su vez te vuelvan a convidar, y seas recompensado. Mas cuando hagas banquete, llama a los pobres, los mancos, los cojos y los ciegos; y serás bienaventurado; porque ellos no te pueden recompensar, pero te será recompensado en la resurrección de los justos (Luc. 14:12-14).

Notemos este comentario de El Ministerio de Curación, págs. 272, 273: “Estos [los pobres, los mancos, los cojos] son huéspedes que no os costará mucho recibir. No necesitaréis ofrecerles trato costoso, y de mucha preparación. Necesitaréis más bien evitar la ostentación. El calor de la bienvenida, un asiento al amor de la lumbre, y uno también a vuestra mesa, el privilegio de compartir la bendición del culto de familia, serían para muchos como vislumbres del cielo”.

Alcanzar a la comunidad en esta forma es un privilegio y una responsabilidad. No hace mucho bauticé a un distinguido comerciante y a su esposa, quienes fueron llevados al conocimiento del mensaje de Dios para esta hora precisamente por vivir al lado de uno de nuestros médicos. Los contactos sociales de esta atenta familia impresionaron de tal manera a esos vecinos, quienes pertenecen a una elevada estera social, que ellos quisieron saber que los nacía diferentes”. “Podíamos sentir el calor y la amistad de ese distinguido médico y su amable familia”, me dijeron. El amor de ese hogar piadoso extendiéndose a la comunidad fue el mayor argumento en favor de la verdad. Como dijo Edgar Guest. Prefiero ver un sermón antes que escuchar

uno cada día”.