La gente que constituye la iglesia remanente de Dios ha sido instruida en cuanto a la santidad del ministerio. Mediante la enseñanza recibida en la escuela y en el colegio, los jóvenes han sido bien catequizados en lo que atañe a las actitudes que deben tener con respecto a los que han recibido la responsabilidad de cuidar los vasos sagrados de la casa de Dios. Ocasionalmente desde el púlpito se ha instruido a los feligreses para ayudarles a comprender el concepto que Dios tiene de este cometido sagrado y la forma como deben tratar al ungido del Señor. Posiblemente la instrucción que se ha filtrado hacia los feligreses ha sido insuficiente en esta época liberal. Por cierto que los que estudian la Palabra de Dios llegan a la conclusión a que llegó David en la antigüedad, quien expresó su pesar por haber cortado el manto de Saúl, diciendo: “Jehová me guarde de hacer tal cosa contra mi Señor, el ungido de Jehová, que yo extienda mi mano contra él; porque es el ungido de Jehová” (1 Sam. 24:6).

Aunque existe una comprensión tácita entre los laicos y el ministerio de la Iglesia Adventista con respecto a la declaración de David, sin embargo no es infrecuente descubrir que las conversaciones privadas de nuestros feligreses contradicen este punto de vista. Con frecuencia se ha dicho que los almuerzos del día sábado suelen incluir en sus conversaciones una disección del ministro o de su sermón, o bien ambas cosas. Esta murmuración en las tiendas de Israel debería ser una preocupación para los pastores.

Los miembros de nuestra iglesia viven en un ambiente democrático, por lo que piensan que es posible examinar a cualquier persona bajo la lupa de la crítica. Por esto, a pesar de la educación religiosa, emprenden este pasatiempo que consideran inofensivo.

A la luz de los pensamientos expresados más arriba, examinaremos un aspecto de un interesante relato del Antiguo Testamento. Encontramos la historia en Números 35, y se refiere al establecimiento de las ciudades de refugio en Israel. Se trataba de seis ciudades asignadas a los levitas, tres al este y tres al oeste del Jordán, a las que podían huir los que habían dado muerte a una persona. Debido a la costumbre antigua de tomar venganza privadamente, Dios determinó no abolir la costumbre en ese tiempo, sino permitir que el que había muerto inintencionalmente a una persona, encontrase refugio contra su perseguidor. Esto se convirtió en una parte vital de la existencia israelita. Las ciudades se distribuyeron de tal modo que nadie distaba más de media jornada de camino de ellas. Esta práctica se tornó tan importante, que se dispuso un séptimo lugar de refugio los cuernos del altar sobre los que se rociaba la sangre.

A la luz de las observaciones realizadas al comienzo de este artículo, bien podría ser que muchos ministros hayan erigido lugares de refugio en el Israel moderno. Debido a las instrucciones dadas a los que ocupan los asientos de las iglesias adventistas, en el sentido de que no critiquen a los ungidos de Dios, podría ocurrir a los que educamos a los futuros pastores que ciertas situaciones las busquemos como lugares de refugio donde pueda ocultarse con impunidad el que maneja la Palabra Sagrada. Aclaremos esto.

Primero, consideraré en forma de parábola las tres “ciudades” del este del Jordán, porque parecen estar más alejadas de los hábitos comunes de nuestros predicadores. Por lo menos, se espera fervientemente que sea así. La ciudad de refugio número uno, si hemos de decirlo francamente, la constituye el asesinato del idioma. La resistencia a adquirir los elementos fundamentales del idioma y una despreocupación general que puede incluir la incomprensión de la necesidad de tales elementos, bien pueden erigirse como bastión tras el cual ocultarse. ¿Se le negará el derecho, al “vengador de la sangre”, de juzgar correctamente tales flojedades idiomáticas, aun cuando el que las perpetre sea un miembro selecto de la corte del Rey de reyes? La sierva del Señor dijo en 1894: “Casi todos los pastores en el campo, si hubieran utilizado las energías que Dios les concedió, podrían ser no solamente eficientes en leer, escribir, y en la gramática, sino aun en los idiomas” (Testimonios para los Ministros, pág. 194). A esta primera ciudad de refugio podríamos denominarla Deficiencia Gramatical.

El segundo lugar de refugio dista pocos kilómetros del primero, al “este del Jordán”. Su nombre bien podría ser Vulgaridad en el Púlpito. Los mensajeros de Dios pueden “refugiarse” en esta pseudo fortaleza. En sus calles se alinean las piedras de la monotonía, sus casas están edificadas con el frío basalto de Gilboa, y en ellas se respira el aire de la insipidez. Los que huyen a este lugar deberían haber estudiado bien el poste indicador. Allí se lee: “A los que se preparen para servir en la causa de Dios, se les debe enseñar a hablar correctamente en la conversación común y delante de las congregaciones. La utilidad de más de un obrero se perjudica por su ignorancia acerca de la respiración correcta y la pronunciación clara y enérgica. Muchos no han aprendido a recalcar debidamente las palabras que pronuncian. Con frecuencia la enunciación es poco clara” (Consejos para los Maestros, pág. 160). “La capacidad de hablar clara y distintamente, en tonos plenos y nítidos, es inestimable en cualquier ramo de la obra, y es indispensable para los que desean llegar a ser ministros, evangelistas, obreros bíblicos o colportores” (Id., pág. 168)

La ciudad de refugio número tres ha sido llamada la Ciudad de la Mala Conducta en la Plataforma. Ocurre que el israelita que no ha podido llegar a las ciudades uno y dos, con poquísimo esfuerzo logra acceso a este innoble pueblo amurallado. Algunos de los edificios públicos de este refugio han recibido nombres interesantes: Auditorium de los Cuchicheos, Estadio de la Postura Descuidada, Emporio del Estudio de las Notas, Centro del Cabeceo. Puede ser interesante un comentario acerca de la construcción de estos edificios prominentes. Las conversaciones que con frecuencia ocurren entre los participantes de un culto, sentados en la plataforma, deberían eliminarse. Un medio muy sencillo de conseguirlo consiste en invitar a no más de dos o tres personas a la plataforma, y sentarlas alejadas unas de otras. El Estadio de la Postura Descuidada tiene muchos asistentes, desafortunadamente, que no deberían estar allí.

Y ahora hay que cruzar el río Jordán para llegar a las “ciudades de refugio” del lado occidental. El que busque refugio en ellas debería leer el poste de señales que se alza en el vado: “Si corriste con los de a pie, y te cansaron, ¿cómo contenderás con los caballos? Y si en la tierra de paz no estabas seguro, ¿cómo harás en la espesura del Jordán?” (Jer. 12:5).

La primera “ciudad de refugio” al occidente del Jordán la denominaremos Inexactitud. Este lugar es difícil de localizar para la mayor parte de los “vengadores de la sangre”. Los que tienen práctica en seguir la pista por lo general son los únicos que pueden discernirlo o advertir que un matador de hombres ha pasado en su dirección. Algunos dicen que es difícil localizarlo porque está cubierto por la niebla, una especie de miasma dialéctico. Los que han buscado asilo en esta Ciudad de la Inexactitud, tienden a desacreditar la iglesia en general, porque la iglesia a que pertenecen comienza a ser clasificada como un refugio sin erudición. Tal vez el “criminal” en fuga no necesitaba encontrar “refugio” en ninguna de las ciudades del este del Jordán; su lengua voluble resultó una defensa fácil. Pero cuando llegó a una zona más colonizada, las miradas interrogativas, las cejas alzadas y otras muestras de crítica no verbal lo hicieron refugiarse detrás de la cortina de humo de Verbosidad. Esta Ciudad de la Inexactitud es bastante fría, porque los fuegos de la erudición han sido apagados, y en su lugar se han colocado algunos artefactos calentadores, tales como Lenguaje Retumbante, Intolerancia, Rumor y Demagogia.

A unos 45 kilómetros al sur de esta notoria Ciudad de la Inexactitud, está 13 Ciudad de las Declaraciones Fuera de Contexto. El que busca refugio en ella debe someterse a una marca. Esa marca es la letra “F” aplicada en medio de la frente. Los habitantes del lugar dicen que representa la Fe, pero los que estuvieron antiguamente en aquel lugar dicen que es la inicial de Fanatismo.

La tercera ciudad de refugio al occidente del Jordán, hace mucho que se unió a las otras dos en alianza, y se denomina la Ciudad del Enfoque Antagonista Duran e algunos años fue tan notoria la beligerancia de este lugar, que muchos rehusaban su refugio. Con frecuencia los predicadores jóvenes que se aproximaban eran repelidos por los feos rostros que veían en sus almenas, y se habituaron a pasarla por alto para refugiarse en un suburbio cercano llamado el Pueblo de la Aproximación Fácil. Se ha convertido en un refugio popular para los que huyen, porque los que han entrado en él nunca han recibido la pena de muerte. En efecto, numerosos jueces de países extranjeros han sido llamados a mediar en esos casos, y casi invariablemente han absuelto al acusado; de modo que en todo el ámbito de los gentiles, y particularmente en Egipto, estos predicadores y sus puntos de vista han sido bien recibidos. Sin embargo, muy pocos de los llevados a juicio y posteriormente libertados han sido bastante observadores para ver la mirada astuta, el codazo disimulado o las sonrisas de complicidad intercambiados por esos jueces.

Confiamos en que esta parábola un poco satírica no haya sido dicha en vano. Según mi humilde opinión, existe un solo lugar de refugio seguro contra los asaltos de los “vengadores de la sangre” o modernos críticos de la actualidad. Ese lugar es el santuario que se encuentra al pie del altar donde con humilde oración el predicador puede exclamar: “¡Oh, Señor, sé propicio a mí pecador! Instrúyeme en tus caminos. Dame tu Espíritu Santo para predicar siempre como predicó Jesús”.

Sobre el autor: Jefe del Departamento de Oratoria del Colegio de la Unión Canadiense