Pregunta 9

“La circunstancia de haber revelado Dios su voluntad a los hombres por su Palabra no anuló la necesidad que tienen ellos de la continua presencia y dirección del Espíritu Santo. Por el contrario, el Salvador prometió que el Espíritu facilitaría a sus siervos la inteligencia de la Palabra; que iluminaría y daría aplicación a sus enseñanzas. Y como el Espíritu de Dios fue quien inspiró la Biblia, resulta imposible que las enseñanzas del Espíritu estén jamás en pugna con las de la Palabra” (El Conflicto de los Siglos, pág. 9).

 En tanto que los adventistas tenemos en gran estima los escritos de Elena G. de White. sin embargo éstos no constituyen la fuente de nuestras exposiciones. Basamos nuestras enseñanzas en las Escrituras, el único fundamento de toda doctrina cristiana. Sin embargo, creemos que el Espíritu Santo descubrió ante su mente importantes acontecimientos y la llamó a dar ciertas instrucciones para estos últimos días. Y como estas instrucciones, según lo comprendemos, están en armonía con la Palabra de Dios, la única Palabra que puede hacernos sabios para la salvación, nosotros como denominación las aceptamos como consejos inspirados procedentes del Señor. Pero nunca las hemos equiparado con las Sagradas Escrituras, según algunos nos acusan falsamente. La Sra. de White misma estableció la relación de sus escritos con la Biblia:

 “Se presta poca atención a la Biblia, y el Señor ha dado una luz menor para guiar a los hombres y las mujeres a una luz mayor” (The Review and Herald, 20-1-1903).

 “El Señor tiene el propósito de advertiros, reprobaros, aconsejaros mediante los testimonios dados, y de impresionar vuestras mentes con la importancia de la verdad de su palabra” (Testimonies for the Church, tomo 5, pág. 665).

 Mientras los adventistas reconocemos que el canon bíblico se completó hace casi dos mil años, y que no ha habido adiciones a esta compilación de los libros sagrados, sin embargo creemos que el Espíritu de Dios, quien inspiró la Palabra Divina conocida por nosotros como la Biblia, ha prometido revelarse a sí mismo a la iglesia mediante los diferentes dones del Espíritu. El apóstol Pedro al explicar los acontecimientos de Pentecostés citó de la profecía de Joel y aplicó esa profecía a la obra evidente del Espíritu Santo realizada en ese día memorable. Y el apóstol Pablo al hablar de los diferentes dones que Dios había colocado en la iglesia, dijo: “Y él mismo dio unos, ciertamente apóstoles; y otros, profetas; y otros, evangelistas; y otros, pastores y doctores; para perfección de los santos, para la obra del ministerio, para edificación del cuerpo de Cristo” (Efe. 4:11, 12).

 ¿Y por cuánto tiempo continuarían estos dones en la iglesia? “Hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la edad de la plenitud de Cristo: que ya no seamos niños fluctuantes, y llevados por doquiera de todo viento de doctrina, por estratagema de hombres que. para engañar, emplean con astucia los artificios del error” (Vers. 13, 14).

 Mientras los hijos de Dios fueran asediados por los astutos artificios del espíritu del mal, la iglesia necesitaría estos dones especiales. Además, el mismo apóstol declaró que a la iglesia que estaría aguardando la venida del Señor Jesús nada le faltaría en ningún don para que estuviera “sin falta en el día de nuestro Señor Jesucristo” (1 Cor. 1:7, 8).

 No entendemos que estos dones del Espíritu tomen el lugar de la Palabra de Dios, ni que su aceptación haga innecesaria la Escritura de verdad. Por lo contrario, la aceptación de la Palabra de Dios conducirá al pueblo de Dios a un reconocimiento y aceptación de las manifestaciones del Espíritu. Tales manifestaciones estarán, por cierto, en armonía con la Palabra de Dios. Sabemos que algunos sinceros cristianos tienen la impresión de que estos dones cesaron con la iglesia apostólica. Pero los adventistas creemos que el completamiento del canon bíblico no concluyó la comunicación del cielo con los hombres a través de los dones del Espíritu (véase A. G. Daniells, El Permanente Don de Profecía), sino más bien que Cristo mediante el ministerio de su Espíritu guía a su pueblo, edificándolo y fortaleciéndolo, y especialmente así en estos últimos días llenos de desafíos de la historia humana. Y es el mismo Espíritu el que reparte “particularmente a cada uno como quiere” (1 Cor. 12:11). Es Dios quien derrama los dones, y es Dios mismo quien asume la responsabilidad de estas manifestaciones del Espíritu entre los creyentes. Él llama a uno aquí y a otro allí y los constituye depositarios de dones espirituales específicos. Llama a uno para ser apóstol, a otro para ser evangelista, a un tercero como pastor o maestro, y a un cuarto le da el don de profecía.

 Entendemos que todos estos dones se manifestarán en la iglesia que esté “esperando la manifestación de nuestro Señor Jesucristo” (1 Cor. 1:7). Nuestra interpretación de la profecía bíblica nos conduce a creer que aquellos que constituyen el pueblo remanente de Dios en estos días postreros de la historia de la iglesia harán frente a toda la furia del poder del dragón cuando sale para hacer guerra contra los que “guardan los mandamientos de Dios, y tienen el testimonio de Jesucristo” (Apoc. 12:17). Esa expresión “testimonio de Jesús” está claramente definida, creemos, por el ángel en Apocalipsis 19:10. Le dijo a Juan: “El testimonio de Jesús es el espíritu de la profecía”.

 James Moffat dice, comentando este pasaje: “‘Porque el testimonio o testigo de (i. e. dado por) Jesús es (i. e. constituye) el espíritu de profecía’. Esto… define específicamente a los hermanos que tienen el testimonio de Jesús como poseedores de la inspiración profética. El testimonio de Jesús equivale prácticamente a Jesús testificando (xxii. 20). Es la revelación que Jesús hace de sí mismo (según i. 1, debida en última instancia a Dios) lo que mueve a los profetas cristianos” (The Expositor s Greek Testament, tomo 5, pág. 465).

 El espíritu de profecía está íntimamente relacionado con el don de profecía; el primero es el Espíritu que escribe la profecía, y el otro es la evidencia del don derramado. Van juntos, cada uno inseparablemente relacionado con el otro. El don es la manifestación de aquello que el Espíritu de Dios derrama sobre aquel que, según su buen propósito y plan, elige como el instrumento a través del que ha de fluir tal dirección espiritual. Los adventistas creemos que este don se manifestó en la vida y el ministerio de Elena G. de White.

 Entonces, explicado brevemente, esta es la forma como los adventistas comprendemos los escritos de Elena G. de White. Durante cien años han sido, empleando su expresión, “una luz menor” que conduce a los hombres y mujeres sinceros a “la luz mayor”.

 Para contestar la última parte de la pregunta, que concierne a la feligresía de la iglesia, diremos que mientras reverenciamos los escritos de Elena G. de White, y esperamos que todos los que se unen a la iglesia acepten la doctrina de los dones espirituales como se manifestaron en su experiencia como hacemos de la aceptación de sus escritos. Un asunto de disciplina eclesiástica. Ella misma que explicita en este punto. Hablando de quienes no comprendían plenamente el don, dijo:

 “Los tales no deberían ser privados de los beneficios y privilegios de 5% iglesia, si su conducta cristiana es correcta en otro sentido, y han formado un buen carácter cristiano” (Testimonies for the Church, tomo 1. pág. 328).

 J. N. Andrews, uno de los padres fundadores del movimiento adventista, escribió en 1870:

 “Por lo tanto no probamos en manera alguna al mundo por estos dones. Tampoco en nuestra relación con otros cuerpos religiosos que se esfuerzan por andar en el temor de Dios, en manera alguna hacemos de éstos una prueba del carácter cristiano” (The Review and Herald, 15-2-1870).

 James White. presidente por tres veces de la Asociación General, al hablar de la obra de Elena G. de White, declaró expresamente que los adventistas creen que Dios la llamó para “hacer una obra especial en este tiempo, entre este pueblo. Sin embargo ellos no hacen de la creencia en esta obra una prueba de discipulado cristiano” (The Review and Herald, 13-6-1871, pág. 205).

 Y ésta ha sido nuestra actitud consecuente a través de toda nuestra historia. Sin embargo, si algún miembro de nuestra iglesia pierde la confianza en estos consejos y posteriormente promueve enemistad entre los creyentes, nos reservamos el derecho de privarlo de su calidad de miembro. Pero esta acción no se efectúa debido a su falta de confianza en estos escritos, sino más bien a que la persona desconforme está suscitando contienda entre los creyentes.

 “Después de que los hombres y mujeres han tenido evidencia de que la obra es de Dios, y luego se unen con los que luchan contra ella, nuestro pueblo reclama el derecho de separarse de los tales” (Ibid.).

 F. M. Wilcox, director durante 35 años de la Review and Herald, nuestro periódico denominacional, dice:

 “En la práctica de la iglesia no se ha acostumbrado a privar de la calidad de miembro a alguien debido a que no reconoce la doctrina de los dones espirituales. Un miembro de iglesia no debería ser excluido de la feligresía a causa de su incapacidad de reconocer claramente la doctrina de los dones espirituales y su aplicación al movimiento del segundo advenimiento” (The Testimony of Jesus, págs. 141-143).

 Estas declaraciones reflejan nuestra consecuente actitud mantenida en el curso de los años, y tal es nuestra posición en la actualidad.