Un predicador amigo (a quien llamaremos Juan; tuvo “una de esas semanas” en la que hubo toda clase de distracciones diversificadoras. Cuando llegó el sábado de noche, no sólo no tenía preparado un sermón; ni siquiera sabía de qué podía predicar. Al cabo de mucho esfuerzo y transpiración, si no de lágrimas, repentinamente concibió una idea electrizante. Rápidamente comenzó a escribir apuntes mientras el Espíritu le hablaba con tanta claridad. En medio de esta tarea, fue interrumpido por un feligrés. El visitante entró y Juan, el predicador, le dijo: “Escuche un momento algo acerca de lo que predicaré mañana. Comenzó a enunciar entusiastamente las ideas. Mientras hablaba, su amigo parecía cada vez más intrigado. Finalmente le dijo: “Pero Juan, si usted predicó acerca de eso el domingo pasado”. Efectivamente, no era más que el sermón predicado que emergía del subconsciente.
Esto es lo que podríamos llamar un sistema de plan de sermones tipo “basta-al-día-su-afán”. Seguramente Jesús nunca pensaría que sus palabras: “No os congojéis por el día de mañana”, serían aplicadas al problema de la preparación de sermones. La preparación de un sermón por vez —y ello a menudo bien avanzada la semana— es una de las razones por la que los ministros llegan a un estado de abatimiento. Las ansiedades del sermón solas bastan para sumirlos en la desesperación.
Supongamos que este caso es extremo, y que la mayor parte de los predicadores planean sus sermones para una semana, un mes o tres meses. Sea como fuere, la preparación de un plan de sermones es importante para la predicación, efectiva. Si el planeamiento y la organización son importantes para el poder del sermón individual, entonces deben ser tan importantes para el programa de sermones.
Del extremo de planear un sermón cada vez, quiero ir al otro extremo y presentar la programación de los sermones para todo un año.
Durante varios años he planeado en las vacaciones mi programa de predicación para el año siguiente. Es una experiencia refrescante. Proporciona una estimulación mental y espiritual que no es posible obtener en medio de las presiones a que se está sometido en el resto del año. Este estudio y lectura, por lo tanto, en lugar de robar momentos preciosos a la recreación veraniega, puede proporcionar un efecto recreador. Constituye un excelente equilibrio con las actividades físicas usuales de las vacaciones.
Los sermones no los escribo sino hasta poco antes de presentarlos. Sin embargo ya he elegido los textos, las ideas básicas y los títulos, y tal vez hasta el bosquejo lo tengo preparado. A medida que transcurre el tiempo aparecen ideas, ilustraciones y materiales adicionales, y los archivo junto con el sermón. De esta manera el ojo homilético se mantiene abierto, y hace que el sermón crezca y se desarrolle. Una semana antes de predicar el sermón preparo el manuscrito final.
No es necesario decir que un programa de sermones es algo así como un horario de ferrocarril, es decir, “sujeto a cambio sin previo aviso”. Así, siempre me siento libre para cambiar cualquier tema si surge uno más importante. Esto acontece dos o tres veces en el año, y sirve para darle publicidad particular al sermón “especial”.
Consideremos algunas de las ventajas importantes de un plan anticipado de sermones.
En primer término, ahorra tiempo. Comenzar el estudio al principio de la semana sabiendo cuál es el tema del sermón contribuye a economizar mucho tiempo. No es necesario pasar horas y aun días de aflicción procurando decidir qué tema elegir entre varios. Tampoco es necesario detenerse dos o tres veces en el año para planear las predicaciones del mes siguiente o de varios meses-sucesivos.
Destaca el aspecto docente del púlpito. Al antiguo ministro de Nueva Inglaterra se lo llamaba a su iglesia como “pastor y maestro”. Esta función docente del pulpito se ha intensificado en lugar de disminuir con el transcurso de los años. Actualmente el protestante adulto promedio no recibe una educación cristiana correspondiente al nivel de madurez en que se encuentra a no ser por medio del púlpito. Y no recibe una instrucción significativa del púlpito si la predicación se hace al azar, si es incierta. Sería bueno que un ministro después de cinco años de predicación pudiera ver en su congregación un progreso en el pensamiento teológico y en la comprensión de la Biblia, logrados con la ayuda de sus exposiciones. ¿Está desempeñando cabalmente su papel como maestro?
La predicación planeada estimula la erudición del predicador. Les da sentido a sus lecturas, tanto como las lecturas dirigidas le dan sentido a su predicación. Puede encontrar necesario incluir en su sermón algunos tópicos que requerirán cuidadoso estudio e investigación. Si es concienzudo, con frecuencia hallará que es conveniente predicar acerca de temas que no son de su predilección. Además, no se atreverá a predicar sin exactitud. Conocerá anticipadamente las fuentes bibliográficas donde documentarse cuidadosamente para presentar los temas con la erudición necesaria.
La predicación planeada añade la dimensión de la información. Es cierto que el sermón debe ser inspirador. Esto es, debería conmover las emociones y la voluntad del oyente para que experimente la necesidad de realizar una decisión y de obrar de conformidad con ella. Esta respuesta al sermón, sin embargo, resultará intensificada si el sermón contiene información —información exacta, erudita, y no simplemente una voz cargada de emoción y una anécdota conmovedora.
La predicación planeada evita “la predicación de una cuerda”. A menudo la obra que se realiza desde el púlpito puede simbolizarse por el cuadro de Watts que muestra un personaje con los ojos vendados sentado encima del mundo, tocando un arpa con una sola cuerda. La predicación que no se somete a un cuidadoso plan corre el peligro de hacer sonar una sola cuerda, siguiendo el hobby o el capricho del pastor. El Evangelio está constituido por muchas cuerdas que deben hacerse sonar si la predicación ha de tener profundidad y lozanía, y abarcar plenamente su riqueza.
El argumento más poderoso en favor de una predicación planeada es que así adquiere la cualidad de la amplitud. Esto es lo opuesto de la predicación “monocorde”. Aquí el predicador puede abarcar con una mirada general todo su programa de predicación. Puede ver no sólo las esferas que reciben demasiada atención, sino también aquellas que son importantes y que se omiten inadvertidamente. Así logrará que cada fase del Evangelio total tenga un lugar en su predicación durante un año.
Hasta aquí las razones para adoptar un plan de predicación a largo plazo. ¿Qué diremos acerca del procedimiento a seguir para establecer este plan?
Un rápido análisis revela siete u ocho áreas básicas hacia las cuales debemos dirigir nuestra predicación. (Podría suceder que otro predicador llegue a una conclusión diferente. Sin embargo, los resultados básicos serán los mismos).
Primero: intereses teológicos. Todo sermón tiene un fundamento teológico sobre el que levanta su estructura pero en el ministerio docente se contempla por lo menos una media docena de sermones que deberían centrarse en un asunto específicamente teológico, como ser “La Persona de Cristo”, “El Significado de la Gracia”, “La Doctrina de la Trinidad”.
Segundo: estudio bíblico. Nuevamente, nuestra predicación posee un respaldo bíblico independientemente del tema, pero cada año habría que presentar varios sermones basados en ciertos libros bíblicos para familiarizar a la congregación con el mensaje, sermones exegéticos basados en grandes capítulos, y de vez en cuando sermones que tomen en cuenta grandes porciones de la Biblia.
Tercero: edificación eclesiástica. El cristiano moderno necesita una educación continua acerca del significado de la iglesia y de sus responsabilidades como miembro. Tenemos una institución que debe mantenerse viva y fuerte, que debe ser dirigida y corregida por medio de la predicación. El cuerpo de Cristo puesto en operación en el mundo tiene muchas responsabilidades. Pueden decirse muchas cosas importantes en este sentido. “La Reforma del Domingo”, “La Responsabilidad Individual”, y otros sermones deberían educar en la edificación eclesiástica.
Cuarto: problemas personales. Aunque algunas veces criticamos el culto que está centrado en la fase de la paz mental, no deberíamos pasar por alto las necesidades reales que lo motivan. Predicamos a personas que tienen serios problemas. Unos pocos sermones escogidos deberían dedicarse anualmente al análisis de estos problemas desde el punto de vista de la fe cristiana. ¿Cómo podría hallarse un alivio genuino para la ansiedad sin comprender la justificación por la fe?
Quinto: la ética cristiana y los problemas sociales. Aquí hay dos esferas que desafían desde todos los periódicos en la forma de la controversia social y los problemas políticos de nuestro tiempo. Por supuesto, no podemos pasarlos por alto. Debido a su carácter polémico y excitante, este campo puede tentarnos a emplear en él todo nuestro tiempo. En realidad, el predicador tímido puede omitirlo por completo, y otro puede valerse de él para disfrazar una predicación superficial. Recordemos dos guías importantes en la predicación acerca de lemas de carácter polemístico. Para ser efectivo, la congregación debería conocer al predicador y creer que es sincero aun en las polémicas. Y el predicador debe conocer los hechos que presenta.
Sexto: temas devocionales. Aquí hay que educar a la congregación acerca del significado del culto y acerca de la manera de adorar. Puede incluir las meditaciones de los Domingos de Comunión.
Séptimo: la predicación acerca de la vida cristiana. Es digno de notarse que aun cuando Pablo trataba los grandes temas básicos de la fe cristiana, hubo veces cuando tuvo que destacar esta fe como aplicable directamente a la vida diaria. Algunos sermones deben omitir el “manjar sólido”, y ocuparse de la vida diaria del cristiano en el hogar, el vecindario y el trabajo.
Octavo: la misión mundial de la iglesia. No nos atrevamos a excluir este tema en nuestras predicaciones. En realidad, cada vez debe destacarse más este aspecto de la iglesia desde el púlpito.
Con estos intereses básicos como guía, llegamos al paso siguiente en la preparación del programa de sermones.
Tomo los tópicos para sermones que he acumulado y los clasifico de acuerdo a estas ocho esferas básicas de interés. Puede haber dos o tres cientos de tales tópicos que se han acumulado durante mucho tiempo, procedentes del estudio de la Biblia, lecturas generales, observaciones, o cualesquiera otras maneras en que hable el Espíritu. Luego se eligen los temas cuya presentación parezca más urgente. Algunas esferas de interés podrán exigir más tiempo que otras, pero hablando en general debería haber un equilibrio relativo; y por cierto que todas estas esferas deberían incluirse en el programa de sermones del año.
Luego, con los temas elegidos se prepara el programa de sermones, sin olvidar las exigencias del calendario de la iglesia. Este calendario, por lo menos debe incluir el adviento y la Navidad, la cuaresma y la Pascua de resurrección. En las iglesias litúrgicas, el calendario de la iglesia debe observarse con más estrictez.
En lo que concierne al calendario secular, tiene poco uso en la preparación de sermones. Sin embargo, puede aprovecharse el Día de la Madre para destacar la vida espiritual en el hogar. Existe el peligro de que ciertas fechas del calendario secular invadan de tal manera la predicación que lleguen a proporcionar un tema especial para cada domingo, desplazando así sistemáticamente el Evangelio.
El período de la cuaresma y el adviento se prestan para presentar en él una serie de sermones, o por lo menos algunos sermones relacionados. Tengo razones para pensar que la congregación ante la cual predico gusta de las series de sermones. Así puedo tener también una o dos series en otras fechas del año. Esto contradice lo que me enseñaron en el seminario, adonde se aconsejaba a los alumnos a desentenderse de las series de sermones. Ahora estoy seguro de que algunas de las predicaciones más importantes que hago, que despiertan el mayor interés, las hago en serie.
En todo esto se advierte claramente que el planeamiento y la preparación de los sermones es un procedimiento altamente individual. Cada predicador desarrolla sus propios hábitos de trabajo. Un predicador amigo mío me dijo que para él sería imposible preparar sus sermones para todo un año siguiendo mi método. Esto sin duda es cierto. Sin embargo tenemos un objetivo común, y éste es fortalecer los púlpitos de nuestras iglesias.
Haya o no un reavivamiento religioso en la actualidad, ciertamente hay más gente que escucha para ver lo que tiene que decir la iglesia cristiana. Esto presenta tanto oportunidades como responsabilidades. El predicador moderno debe presentar el Evangelio en forma efectiva. No podrá lograrlo si carece de un cuidadoso planeamiento.
Como dijo una vez Pasteur a sus ayudantes: “Planeadlo de la manera como queráis mientras lo hagáis bien”.
Sobre el autor: Pastor de la Iglesia Congregacionalista de Manhasset, Nueva York