“…es bueno cantar salmos a nuestro Dios”.

En cierto sentido, hay dos maneras de estudiar y considerar la Biblia. Algunos apenas si vislumbran en ella una arcaica colección de escritos que revela ciertos aspectos de la vida de los hebreos, con algunos trozos literarios. Mientras que muchos devotos cristianos y judíos consideran a la Escritura Sagrada como la Palabra de Dios, sin preocuparse muchas veces de los valores artísticos que encierra. Sin embargo, debemos recordar que el 40 por ciento del contenido del Antiguo Testamento es poesía, y de altísimo valor literario. Tal vez la dificultad reside en el hecho de que dependemos de las traducciones para el estudio de la Biblia.

El hebreo es un idioma de gramática relativamente simple, sin embargo permite los más variados matices expresivos en frases breves y sencillas, pero poderosas, que se encadenan magistralmente formando las más diversas figuras de dicción y pensamiento. Es por ello que la belleza literaria de la Biblia no se halla tanto en la rima o algún otro de los elementos formales, como en la fuerza expresiva del contenido, que se enriquece así en profundidad y claridad.

Si hay un trozo que resume las virtudes literarias de la Biblia, son los Salmos. Con justísima razón escribió Fenelón: “Jamás oda alguna, griega o latina, alcanzó la grandiosidad de los salmos”. El libro de los Salmos puede ser considerado el himnario de los hebreos y es una riquísima fuente de inspiración para los cristianos.

La palabra “salmo” deriva del nombre como se llamó a estos poemas en la Versión de los Setenta, y que en hebreo se designan como “Libro de Alabanzas”. Se han hecho muchas conjeturas acerca de los autores de los Salmos y hasta hubo quienes admitieron que sólo escasamente una docena de ellos datarían del período pre-exílico. Sin embargo, se acepta actualmente que casi la mitad pertenece a David, y el resto a otros siete autores conocidos y numerosos desconocidos, habiendo sido recopilados antes del siglo III A.C.

Tradicionalmente se divide a los Salmos en cinco libros, cada uno de los cuales termina con un “Amén”, simple o doble. Los libros son:

Primero: Salmos 1 al 41.

Segundo: Salmos 42 al 72.

Tercero: Salmos 73 al 89.

Cuarto: Salmos 90 al 106.

Quinto: Salmos 107 al 150.

Desde un punto de vista temático, se pueden agrupar de diversas maneras, una clasificación muy útil es la siguiente:[1]

  1. De la Naturaleza. Sal. 8, 19, 29, 104.
  2. Históricos y nacionales. Sal. 46, 68, 79, 105, 106, 114.
  3. Didácticos. Sal. 1, 15, 35, 71.
  4. Mesiánicos. Sal. 2, 22, 69, 72, 110.
  5. Penitenciales. Sal. 6, 32, 38, 51, 102, 130, 143.
  6. Imprecatorios. Sal. 35, 52, 69, 83, 109.
  7. De oración, alabanza y adoración. Sal. 16, 55, 65, 86, 89, 90, 95-100, 103, 104, 107, 142, 143, 145-150.
  8. De Peregrinación. Sal. 120-134. (Cantos de la Ascensión o Salmos del Peregrino).
  9. Alfabéticos o acrósticos. Sal. 9, 10, 25, 34, 37, 111, 112, 119, 145.

Desde que los Salmos fueron escritos para ser cantados, tienen algunas anotaciones musicales. Así la inscripción: “Sobre no destruyas” que aparece en los Salmos 57, 58, 59 y 75 se refiere a una melodía que llevaba ese título. También se supone que las palabras: “Ajeleth Sahar” (Sal. 22), “la paloma silenciosa en paraje muy distante” (Sal. 56), “Muth Labben” (Sal. 9), “Sosannim” (Sal. 45 y 69), “Mahalath” (Sal. 53) y otras más, son los nombres de diversas melodías que se usaban para cantar los salmos.

Hay evidencias bíblicas de que los salmos fueron usados como el núcleo de la música sagrada entre los hebreos. También conocemos las recomendaciones de los apóstoles San Pablo y Santiago a los creyentes cristianos sobre el uso de los salmos.

Al sobrevenir la Reforma, sus gestores se percataron muy pronto de la importancia del canto congregacional. Lutero encarga la composición de himnos y la adaptación de los salmos. Pero es Calvino quien lleva a la Salmodia a una posición preponderante y casi exclusiva. El ilustre reformador se explica así en el prefacio del célebre “Salterio de Ginebra”: “Lo que dice San Agustín es verdad, que no puede cantarse a Dios cosa digna de su nombre, si no se la ha recibido de él. Porque, después de haber buscado aquí y allá, no hemos hallado mejores canciones ni más apropiadas para ese uso, que los Salmos de David, los cuales el Espíritu Santo ha dictado y hecho, y por ello cuando los cantamos, tenemos la certeza de que Dios pone sus palabras en nuestros labios, como si él mismo cantara en nosotros para exaltar su gloria”. Dicho salterio, publicado en 1562, contenía los 150 salmos en versión métrica francesa; 49 fueron versificados por Clemente Marot y los 101 restantes por Teodoro de Beza. Había 65 melodías diferentes, pues a veces se adaptó más de un salmo para la misma tonada. Los autores son desconocidos, excepto Mateo Greiter, que escribió una música usada en los Salmos 36 y 62. Se atribuyeron, con cierto fundamento a Luis Bourgeois la mayoría de las melodías restantes, aunque éste se retiró de Ginebra en 1557, o sea 5 años antes de la aparición del Salterio.

Exactamente en la misma fecha, aparece en Inglaterra una versión métrica inglesa de Sternhold y Hopkins de los salmos, los cuales fueron recibidos también con gran entusiasmo.

A partir de esa época, numerosos poetas y músicos en todos los países han realizado versiones de los salmos. Por su interés histórico sobresale el “Salterio con Melodías” publicado en 1612 por Ainsworth, y que fue llevado a América por los Padres Peregrinos. Marca la introducción de la Salmodia en América.

Transcurren los años, y aparecen cada vez más himnos y corales “de composición humana”, los cuales reemplazan gradualmente a los Salmos en los servicios religiosos. La Himnodia se impone en Inglaterra bajo el poderoso influjo de Watts y los Wesley y pronto inunda a América. La Salmodia es preservada por los Calvinistas y Presbiterianos sobre todo, aunque no es exclusiva como anteriormente.

Llegamos así al momento actual. Después de meditar en las bellezas y profundidad de los Salmos, queremos cantarlos en nuestras iglesias, pero, ¿dónde están? No los encontramos en nuestro himnario. ¿Será que el pueblo que espera la Segunda Venida del Señor no tendrá nunca la oportunidad de cantarlos? En medio de la ola de vulgaridad que nos envuelve, la mayor bendición sería poder cantar nuevamente las inmortales palabras que a través de los siglos han sido el consuelo y la inspiración de los santos. Es nuestra esperanza que algún día podamos hacerlo.


Referencias

[1] SDA Bible Commentary, tomo 3, págs. 623- 625.