En el artículo anterior nos referimos a los instrumentos fijos de la iglesia, que se usan en todos los cultos: armonio, órgano, piano. Ocurre, sin embargo, que se ejecutan en la casa de Dios otros instrumentos de una manera ocasional, hecho que a veces da lugar a problemas, pues no siempre su uso redunda en beneficio de la congregación.

No hay ningún instrumento que sea intrínsecamente bueno o malo. Para autorizar o negar su uso dentro del templo, es necesario recordar algunos principios generales y adaptarse a las circunstancias. Siempre se debe tener presente el lugar que ocupa la música en los servicios religiosos. Es un medio y no un fin, debe servir para acercar a los creyentes a Dios, elevar sus mentes, inspirar sus corazones. Toda música que se escucha trae inevitablemente la asociación de ideas y sentimientos. Es imposible cerrar los oídos como se cierran los ojos. Las ondas sonoras hacen su impacto en el oído y éste lo transmite al cerebro, aun contra la voluntad del oyente; por lo tanto, para el que está dentro del templo, le es imposible sustraerse a la influencia de lo que allí escucha.

La conclusión a la que se llega es muy sencilla: toda música que traiga a la mente de los asistentes a un culto, pensamientos, sentimientos, asociaciones de ideas o recuerdos que no los eleven espiritualmente, debe sr evitada, puesto que si no cumple con su objetivo, ha perdido su razón de ser.

Teniendo siempre presente este principio, es posible aun para las personas no especializadas, distinguir entre los instrumentos que son útiles y recomendables para ser usados esporádicamente en las reuniones religiosas. Es imposible hacer una clasificación rígida, puesto que un mismo instrumento puede evocar ideas muy dispares en lugares distintos, sin olvidar que es muy importante considerar también la habilidad del instrumentista para crear una atmósfera armoniosa y espiritual.

Hay instrumentos naturalmente dulces, como la flauta, el violín, el violoncello y otros más, cuya utilidad es indiscutible. Otros son más estridentes, como el trombón y la trompeta; su lugar más apropiado está en las reuniones al aire libre. Lamentablemente, a veces escuchamos dentro del recinto sagrado, instrumentos folklóricos, típicos o propios del “jazz”, como la guitarra, el acordeón, la marimba, el saxófono y otros. Resulta difícil imaginar que el sonido de los mismos evoque ideas elevadas o espirituales. Sin embargo, repetimos que pueden ser de cierta utilidad cuando no se cuenta con nada mejor, en lugares distantes o reuniones en casas de familia. No deben introducirse en los cultos instrumentos exóticos sólo con el objeto de salir de la rutina del armonio o piano, tal vez provocarán curiosidad o admiración, pero es dudoso que puedan agregar algo a la experiencia religiosa.

Debemos evitar los extremismos. Ojalá que tanto los ministros como las demás personas responsables sepan mantenerse en un plano de inteligente ecuanimidad, sin caer en rígidos exclusivismos ni dejarse llevar por la corriente de “puertas abiertas” que permite el uso de instrumentos impropios en los servicios religiosos. Sólo así la música podrá alcanzar su elevado propósito de embellecer y profundizar las horas de culto y devoción.