Muchísima gente, en su fuero interno, desea ardientemente la salvación y la vida eterna. Y como nunca han escuchado esa voz que dice: “Este es el camino, andad por él”,[1] se dedican a buscarlo, “si en alguna manera, palpando, pueden hallarle”. Y la promesa dice que “ciertamente no está lejos de cada uno”.[2]

Satanás, oscureciendo la verdad que mediante Cristo conduce al cielo, se esfuerza por presentar una religión falsa, de salvación por las obras, por los méritos personales, en oposición al plan divino de la salvación por los méritos de Jesucristo y por la fe en él.

Desde el Edén perdido hasta el Edén restaurado, la gracia de Dios es revelada en Cristo. Difícilmente hay en la Biblia un versículo o un capítulo que no contribuya de un modo u otro a la gloria de la salvación en Cristo. No obstante, podemos leer la Biblia regularmente y aún no aprender las lecciones y discernir sus enseñanzas. Satanás dispone de mil maneras de neutralizar el mensaje evangélico.

En estos últimos días, el enemigo redoblará sus esfuerzos para engañar hasta a los escogidos, si fuese posible. Al comienzo del período de la iglesia de Laodicea, casi tuvo éxito en llevar al pueblo de Dios a la senda del legalismo estéril y más árido que el desierto. Repetimos aquí, para beneficio de los que no leyeron el artículo anterior, algunas palabras del espíritu de profecía: “Hay verdades que han permanecido durante mucho tiempo ocultas por el manto del error y que deben revelarse al pueblo. Muchos que profesan creer el mensaje del tercer ángel, han perdido de vista la justificación por la fe”[3], y además está esa espantosa revelación de que “nuestras iglesias están muriendo por falta de enseñanza del tema de la justificación por la fe en Cristo”.[4]

Esta doctrina tan importante de la justificación por la fe en Cristo había permanecido oculta durante siglos por el manto de las tradiciones romanas y sus enseñanzas, y fue sacada a luz en el tiempo de la reforma protestante en Europa. Nuevamente fue puesta en peligro, en oscuridad, al comienzo de nuestra iglesia, hasta que Dios mostró el camino correcto. Una campaña ardua y constante de parte de Elena G. de White y de los pastores Jones y Waggoner repuso esta importante enseñanza en su debido lugar céntrico donde debió estar siempre.

Parece que existe una estrecha relación entre las palabras del Testigo fiel, de Apocalipsis 3:17 —“porque tú dices: Yo soy rico, y me he enriquecido, y de ninguna cosa tengo necesidad”—, y las repetidas advertencias del espíritu de profecía en el sentido de prestar más atención al mensaje de justificación por la fe en Cristo. Las palabras citadas no sugieren que somos buenos, que no tenemos necesidad alguna, que Dios nos salvará porque guardamos el sábado o los diez mandamientos o damos el diezmo y no comemos esto ni bebemos aquello, y la realidad es que no nos percatamos, como los judíos, de que corremos el riesgo de despreciar lo más importante: “la justicia, la misericordia y la fe”.[5] No nos entiendan mal. Todo esto es bueno y muy importante, y hasta indispensable. Pero no es suficiente. No va al corazón del problema: Cristo, justicia nuestra.

“Hay almas concienzudas que confían parcialmente en Dios y en sí mismas. No contemplan a Dios a fin de ser guardadas por su poder, sino que confían en la vigilancia contra las tentaciones y en la realización de ciertos deberes a fin de ser aceptados por él. Esta especie de fe no lleva a la victoria. Tales personas se esfuerzan sin obtener resultado alguno; sus almas están en continua esclavitud, y no encuentran descanso hasta que deponen sus cargas a los pies de Jesús”.[6] Damos gracias a Dios por palabras tan animadoras como las que siguen: “La grandiosa obra que se realiza en favor del pecador manchado por el mal constituye la justificación. Aquel que habla verdad lo declara justo. El Señor imputa al creyente la justicia de Cristo y lo declara justo delante del universo. El transfiere sus pecados a Cristo, el Representante del pecador, su Sustituto y Fiador”.[7] Las iniquidades de cada alma del universo son colocadas sobre Cristo.

UNA PREGUNTA

¿Qué es la justificación por la fe? Se la puede definir como “el acto o proceso de la gracia de Dios por el cual el hombre es purificado de sus pecados y hecho justo ante los ojos de Dios”.[8] Concordando con esta definición, tenemos el pensamiento de M. L. Andreasen que es digno de atención: “La obra de Cristo, bajo la acción de la gracia, consiste en tomar a los pecadores y convertirlos en santos”.[9]

Es cierto que necesitamos mucho más conocimiento respecto de este asunto. “Debemos ser iluminados respecto del plan de salvación. No hay ni uno en cien que comprenda por sí mismo la verdad bíblica de este tema (la justificación por la fe) tan necesario para nuestro bienestar presente y eterno”.[10]

SOMOS JUSTIFICADOS

La Biblia dice que somos justificados “gratuitamente” “por la fe”, “por su sangre”, y esto independientemente de las buenas obras o “de las obras de la ley”, “para que ninguna carne se gloríe”.[11] Y por gracia. Completamente por gracia. El hombre no puede hacer nada para merecer este don divino. El hombre natural, no justificado, no convertido, no puede, aunque lo desee, guardar la ley en su sentido amplio y espiritual, porque “el ocuparse de la carne es muerte… y… enemistad contra Dios; porque no se sujeta a la ley de Dios, ni tampoco puede; y los que viven según la carne no pueden agradar a Dios”.[12]  Antes de poder guardar la ley es preciso ser justificados por la fe. Pero para no ser comprendidos mal en el sentido de que no es necesario practicar las buenas obras, nos apresuramos a declarar: “Las buenas obras no salvan a nadie, y no obstante, es imposible que una sola alma se salve sin buenas obras”.[13]  O sea que “el pecador no puede depender de sus buenas obras como medio de ser justificado”.[14] Esto se consigue únicamente por la gracia, por la fe.

EL ESPÍRITU LLAMA

El Espíritu Santo llama a todos al arrepentimiento. Al contemplar el pecador al Hijo de Dios en la cruz, al ver y comprender que “de tal manera amó Dios al mundo, que dio a su Hijo”, se siente atraído por el Salvador. Se arrepiente de sus pecados y puede decir con el dulce cantor de Israel que esperó con paciencia en el Señor y él oyó su clamor. El mismo arrepentimiento es un don de Dios. No lo es menos que el perdón y la justificación, y no puede experimentárselo a menos que Cristo lo dé al alma. Si somos atraídos a Cristo, es por su poder y virtud. “De él viene gracia y contrición, y de él procede la justificación”.[15]

Se nos dice en El Camino a Cristo que muchos fracasan en su vida religiosa. Esperan volverse buenos, aceptables y receptivos, antes de acudir al Maestro. “Quien realmente desea el arrepentimiento, ¿qué debe hacer? Debe ir a Jesús, tal como es y sin tardanza”.[16] “Muchos piensan que deben esperar un impulso especial a fin de poder ir a Cristo. Lo único necesario, sin embargo, es ir con sinceridad de propósito, decidir aceptar el ofrecimiento de gracia y misericordia que se nos hace”.[17]

Como “nuestra pecaminosidad, flaqueza e imperfección humana hacen imposible que aparezcamos delante de Dios, a no ser que nos vistamos con la inmaculada justicia de Cristo” [18], es necesario obtener el perdón de los pecados del pasado. Pero “nadie, fuera de Dios, puede subyugar el orgullo del corazón humano. No podemos regenerarnos”. Y como “en las cortes celestiales no se oirá cantar: a mí, pues que me amé a mi mismo, lavéme y redimíme, a mí pues sea gloria, honra y loor. Pero esto constituye la nota tónica que se oye de muchos labios en el mundo… Todo el Evangelio se reduce a aprender de Cristo, dé su mansedumbre y bondad. ¿Qué es la justificación? Es la obra de Dios que consiste en echar por tierra la gloria humana y en hacer por el hombre lo que a él no le es posible por su propio poder.[19] Y en éste caso hay que aceptar por fe el perdón ofrecido gratuitamente y depender de la justificación por la fe. Es verdad que “Cristo perdona solamente a los penitentes”, pero darnos gracias a Dios porque “al que perdona, primero lo hace penitente”.[20]

Dios nos hace penitentes. Vamos a él tales como somos. Le confesamos nuestros pecados y “él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados”, y “la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado”.[21] Aceptamos por fe esta promesa, y nuestros pecados son puestos en el debe de Cristo y su justicia es imputada a nuestro haber. Cambiamos los “trapos de inmundicia” de nuestra propia justicia por la “justicia blanca e inmaculada” de Cristo. “Si os entregáis a él y lo aceptáis como vuestro Salvador, por pecaminosa que haya sido vuestra vida, seréis contados entre los justos, por consideración a él. El carácter de Cristo toma el lugar del vuestro, y vosotros sois aceptados por Dios como si no hubierais pecado”.[22] Es pues la justificación “el perdón completo y total de los pecados. En el mismo instante en que un pecador acepta a Cristo por la fe, es perdonado. La justicia de Cristo le es imputada, y ya no debe dudar más de la gracia perdonadora de Dios… Únicamente la fe en su sangre puede justificar al creyente”.[23]

HIJOS E HIJAS DE DIOS

Si aceptamos por la fe estas providencias divinas, entonces somos hijos e hijas de Dios. No debe haber más duda. Toda esta caridad, todo este sacrificio lo realizó el Cielo “para que seamos llamados hijos de Dios”. “Amados, ahora somos hijos de Dios”.[24] Y hay una enorme diferencia en la religión del que es hijo y del que no lo es.

“La religión de uno es obligación, formalismo, ritualismo, simple profesión. La del otro es amor mutuo entre él y Cristo.

“Uno trabaja para alcanzar recompensa y respetabilidad, el otro obra porque tiene una experiencia personal con Cristo.”

“La religión de uno es como un casamiento sin amor. La del otro se parece a un casamiento en el que el amor es completo.

“Uno está profundamente ocupado en defender su religión. La preocupación principal del otro consiste en hacer brillar su fe por Cristo.”

“Los esfuerzos de uno quedan tristemente limitados por la flaqueza humana. El otro, reconoce sus flaquezas, pero sabe que el poder de la gracia divina obra en él.”

“El uno contempla a Jesús como un gran Maestro o Redentor de la humanidad. El otro lo considera su Redentor personal.”

“Uno espera ser salvo si es fiel. El otro espera ser salvo porque Dios es fiel.”

“Uno coloca su confianza en los planes y la organización. El otro reconoce la necesidad del Espíritu Santo”.[25]

Cuando reconocemos todo esto, entonces “el deber se torna un deleite, y el sacrificio un placer. El camino que antes parecía envuelto en tinieblas se torna luminoso, porque es alumbrado por los rayos del Sol de Justicia. Esto es andar en la luz así como Cristo está en luz”.[26]

Sobre el autor: Pastor de la Asociación Paranaense, Brasil


Referencias

[1] Isa. 30: 21.

[2] Hech. 17: 27.

[3] Selected Messages, tomo 1, pág. 366.

[4] Citado por T. G. Bunch en Review and Herald, 26-5-1951.

[5] Mat. 23:23.

[6] E. G. de White, By Faith Alone, pág. 76.

[7] Selected Messages, tomo 1, pág. 392.

[8] Autor desconocido.

[9] The Book of Hebrews, pág. 297.

[10] Selected Messages, tomo 1. pág. 360.

[11] Rom. 3:24; 5:1; 5:9; 3:28; 1 Cor. 1:29.

[12] Rom. 8:5-8.

[13] Selected Messages, tomo 1, pág. 377.

[14] SDA Bible Commentary, tomo 6, pág. 1071.

[15] Selected Messages, tomo 1, pág. 391.

[16] Id., pág. 393.

[17] Id., pág. 397.

[18] Id., pág. 333.

[19] Testimonies to Gospel Workers and Ministers, pág. 456.

[20] Selected Messages, tomo 1, págs. 393, 394.

[21] 1 Juan 1:9; 1:7.

[22] El Camino a Cristo, pág. 62, ed. de bolsillo.

[23] SDA Bible Commentary, tomo 6, pág. 1071.

[24] 1 Juan 3:1.

[25] By Faith Alone, págs. 75, 76.

[26] Id., pág. 77.