De acuerdo con la mitología griega, Procusto era un bandido que acostumbraba hospedar viajeros en su casa, los cuales eran invitados a pasar la noche en una cama de hierro. Obsesionado porque sus huéspedes tuvieran el mismo tamaño que la cama, si eran muy altos les amputaba las piernas o la cabeza, pero si eran muy bajos los estiraba hasta matarlos. Las víctimas nunca tenían el tamaño exacto de la cama, ya que el anfitrión guardaba en secreto dos camas de distinto tamaño. De acuerdo con la leyenda, Procusto murió en su propia cama a manos del héroe Teseo.
Esa cama injusta nos recuerda, de cierto modo, la ciudad impía del valle de Sidim que odiaba a los extranjeros (Gén. 19), sometiéndolos a sus camas de iniquidad. En la literatura judía, la expresión mittat sedom (“la cama de Sodoma”) se volvió legendaria e incluso dio origen a otra expresión. En la Mishná (Pirkei Avot 5:10) aparece un sutil juego de palabras, utilizando la expresión middat sedom (“la medida de Sodoma”) para describir prácticas egoístas de personas que, en nombre de lo políticamente correcto, maltratan a sus semejantes.
Ambos relatos también ilustran la actitud de quienes quieren, a todo costo, adecuar un conocimiento a su punto de vista, acomodándolo a su “cama” de interpretación. El resultado es una visión parcial, fragmentada y deshonesta. Esta cuestión se vuelve más seria cuando tratamos la verdad revelada en las Sagradas Escrituras. Hoy en día, muchos “Procustos” interpretan la Biblia de manera tendenciosa, utilizando tijeras y cúteres, con la intención de mutilar porciones que consideran obsoletas, ofensivas o políticamente incorrectas. Es extraño percibir que esa práctica ha ocurrido incluso dentro del propio cristianismo.
Hasta hace poco tiempo, muchos jóvenes tenían que defender su fe desde los pupitres de universidades seculares. La expresión “Dios no está muerto” se convirtió en su bandera y hasta terminó siendo la trama de una película. Sin embargo, las nuevas generaciones han sido desafiadas dentro de la propia iglesia por medio de predicaciones, conferencias y transmisiones de tinte progresista que atacan la fe bíblica. Parte del cristianismo actual se ha vuelto fluido, amorfo, fundamentándose en ideologías y no en la Revelación divina. Siguiendo la lógica posmoderna, los proponentes del cristianismo progresista evitan los absolutos y critican cualquier tipo de metanarrativa. Por medio de su “Reforma al revés”, deconstruyen los principios macrohermenéuticos de las Escrituras y crean una fe inocua que carece de fundamentación bíblica. Podríamos decir que se trata de un “caballo de Troya” que está entrando en la iglesia.
En líneas generales, el cristianismo progresista promueve una ruptura con la tradición cristiana más amplia. Sus adeptos asumen una postura crítica y revisionista, cuya agenda consiste en subvertir los fundamentos de la fe y la ética cristiana: la Trinidad, el regreso de Jesús, la autoridad e inspiración divinas, la naturaleza pecaminosa del ser humano, el casamiento heterosexual, entre otros. Alisa Childers, en su libro Another Gospel? [¿Otro evangelio?], afirma que los progresistas son “muy abiertos a la redefinición, la reinterpretación o incluso al rechazo de las doctrinas esenciales de la fe” (p. 29). ¿No sería esta una forma de mutilar el texto bíblico?
En el artículo de tapa de esta edición, el doctor Wilson Paroschi refuta los principales puntos defendidos por este “evangelio diferente” utilizando la espada del Espíritu (Efe. 6:17; Heb. 4:12). Ella sí debe reparar, renovar y reconstruir nuestro corazón engañoso. Solamente las Escrituras pueden realizar el corte que salva.
Sobre el autor: Editor de la revista Ministerio (edición de la CPB)