Hay en nuestro medio una oveja que no tiene pastor. Camina sola, por regla general tiene que llevar sola sus problemas y los ajenos. No tiene a quien confiar sus cuitas y congojas, no tiene con quien descargar su corazón. A veces teme hablar con algún compañero por temor a no ser bien comprendido. Lleva el peso de los problemas de los demás y los mantiene sigilosamente en su corazón, tratando de encontrar una solución para todos. Pero, ¿quién lleva los problemas del pastor? ¿quién les da solución? ¿quién lo orienta en sus dificultades personales, familiares, y con quién conversa de las inquietudes de su espíritu? ¿quién sabe de las horas solitarias y los momentos de desvelo y angustia que debe soportar el hombre de Dios?
La confianza mutua como ministros es nuestra gran necesidad. Vivimos en días de tensión y ansiedad. El mundo está sumido en un clima de desconfianza. La sospecha atormenta la mente de los hombres. No se encuentra una base sólida para levantar el edificio de la confianza y la amistad. La angustia y la aflicción absorben el corazón de los hombres y amenazan introducirse en el corazón del ministro.
Esta falta de confianza tiene un efecto desastroso en los corazones humanos y también amenaza la estabilidad del ministerio. El movimiento adventista está basado en la confianza en Dios, en la confianza mutua y la confianza en la organización. Desapareciendo esto desaparece un don inapreciable.
El ministro ha sido separado del mundo y dedicado a Cristo; su relación con Cristo debe ser tan íntima que pueda llevar sus propios problemas a Jesús en primer lugar, y confiar que él los solucionará. En los momentos de desánimo y adversidad debe saber que hay Uno que está siempre listo para ayudarlo. Aunque viva en el anonimato humano -quizás en algún lugar apartado o distante—, y se crea olvidado de los hombres, debe recordar que Aquel que lo envió nunca se olvida de sus fieles siervos, que es un representante de Cristo en ese lugar y esto es lo importante. Sus conversaciones con Jesús deben ser frecuentes y cordiales. Debe llevar sus problemas personales a él por medio de la oración, y con toda seguridad conseguirá la paz del corazón.
Además, tenemos como ministros un deber hacia nuestros compañeros. Se trata de un deber sagrado de compañerismo hacia aquellos que han dedicado sus vidas a la misma causa. Es triste decir que a veces falta esto y reina un espíritu de desconfianza y rivalidad. Con frecuencia el ministro no se siente libre de acercarse a otro ministro y abrir su corazón, confiar sus cuitas personales, sus pecados, por temor a que en un momento dado sus secretos puedan ser ventilados en algún lugar. Compañeros en el ministerio, esto no debiera ser así. Hay un ser humano que también quiere y necesita el calor de la amistad de sus colaboradores: es el pastor. También él quiere hablar con otro sin la menor duda de que se levanten sospechas sobre él. El anhela recibir consejo y orientación en cuanto a su vida íntima, su familia, etc.
Ante todo debemos ser cristianos y la mejor definición del cristianismo es amar al prójimo como a uno mismo, y uno de esos prójimos es el pastor. No importa el lugar donde estemos ni el puesto que ocupemos o la raza a que pertenezcamos. Dios exige esto como un principio fundamental. Debe existir confianza entre nosotros como ministros de Cristo.
Vivimos en el período más crucial de la historia del mundo y de la iglesia. Este será un período de luchas, tensiones y recelos. Estas luchas serán lanzadas contra el ministerio. El diablo está airado contra los pastores.
Dios tiene un mensaje: “No perdáis, pues, vuestra confianza que tiene grande galardón”. No permitamos que la desconfianza o las sospechas minen el poder del ministerio. No deben existir recelos, no se debe juzgar ni impugnar los motivos, no debe faltar la fe en el compañero ni amor mutuo entre los que son portadores del estandarte de Cristo. Presentemos un frente común ante el mundo y los sofismas y desconfianzas.
Cada ministro quiere ser un hombre de éxito, pero recordemos que el éxito de otro es nuestro propio triunfo, y el fracaso de otro nuestro propio fracaso. Algunos ministros se pierden a lo largo del camino pues no han tenido confianza y valor para abrir su corazón a otro compañero en busca de orientación; faltó el consejo, faltó una palabra de amor en el momento oportuno. Todos queremos ir al cielo, todos queremos estar con Jesús; debemos por lo mismo ayudarnos mutuamente en esta lucha. Diariamente debemos orar a Dios para que utilice al compañero con creciente poder en la predicación del mensaje de paz. El amor y la confianza manifestados por el ministro hacia el ministro darán éxito y poder a nuestra obra.
El compañerismo no es algo que podamos exigir por derecho propio. Aun nuestra posición en la obra de Dios puede no calificarnos para merecerlo. El compañerismo es algo que se debe merecer, así como la confianza y otros sentimientos. El compañerismo engendra compañerismo, y la confianza, confianza. Es un sentimiento mágico como el amor. Cuanto más confianza y compañerismo manifestemos hacia los demás, tanto más aumentados retornarán ambos hacia nosotros. El verdadero compañerismo crea fe en la sinceridad y los motivos del compañero.
Quiera el Señor bendecir al ministerio adventista, quiera derramar la unción del Espíritu Santo sobre esa “Alma Solitaria” y quiera ayudarnos a ser colegas en el ministerio. Cuando venga el Gran Ministro, Cristo Jesús, que pueda decirnos “Bien buen siervo y fiel”, has sido una ayuda para tu grey, has ganado muchas almas para el reino de los cielos y también has ayudado a tu compañero en los momentos difíciles, y también él con su grey están aquí para gozar de la vida eterna.
Que el corazón del ministro sea un cofre cerrado del cual no salgan los secretos de sus colegas en el ministerio.