Quiero deciros que pronto no se hará más obra en la línea ministerial sino únicamente obra misionera médica” (Counsels on Health, pág. 533).

 Hace un tiempo que estas palabras resuenan en mis oídos y me han hecho reflexionar seriamente. Son claras y definidas. Constituyen otro rayo de luz que penetra la oscuridad del futuro. Puesto que indudablemente nos acercamos rápidamente al día cuando esta predicción divina se cumplirá, nos corresponde considerarla seriamente y prepararnos con diligencia.

 Esta predicción habla de un período cercano, sin duda inmediatamente antes del final del tiempo de prueba, cuando una conspiración de las circunstancias dirigida por el enemigo de toda justicia circunscribirá drásticamente las actividades de los siervos de Dios. Esta declaración no predice una disminución de la cosecha. Por el contrario, un fruto más abundante todavía acompañará la proclamación final del Evangelio. Pero parece claro que la profecía prenuncia una severa limitación del método. ¿Podríamos decir también que nos veremos forzados a adoptar métodos de evangelismo más cercanos a los que empleó el Salvador? ¿Podría ser que la crisis final nos constreñirá a utilizar el brazo médico para obtener las mayores ventajas? Sabemos que este brazo es fuerte y productivo en el presente. Pero se alcanzarán triunfos mayores todavía cuando todos los obreros de Dios lo empleen.

 La sierva del Señor nos recuerda que “es importante que todo aquel que ha de actuar como médico misionero esté preparado para ministrar tanto al alma como al cuerpo” (Id., pág. 507). Los médicos cristianos que atienden el cuerpo no pueden permitirse ignorar la interrelación que existe entre éste, la mente y el alma. Y tampoco los médicos del alma pueden desestimar la intimidad de relación que ésta tiene con el cuerpo. Aunque estas dos clases de obreros de Dios destacan su ministerio peculiar debido a la preparación especializada recibida en el campo de la medicina o de la teología, debería existir una creciente cooperación entre ellos. La obra de Dios progresará hasta el grado en que se establezca unidad y armonía entre estos dos aspectos del servicio.

 La medicina no es solamente la práctica muy especializada de administrar medicamentos o quitar órganos enfermos. También busca la prevención. Mientras la medicina “algunas veces cura y otras alivia, siempre consuela”. El consuelo puede administrarse muy frecuentemente, y se necesita al máximo. Aquí es donde los laicos pueden destacarse, especialmente si quieren estudiar para consolar inteligentemente. Los que no son médicos, enfermeras o aun técnicos de varias especialidades, pueden practicar “medicina laica”. Creo plenamente que el consejo del espíritu de profecía acerca de la obra médica para los laicos fue escrito para nuestro tiempo. Creo también que este consejo puede llevarse a cabo a pesar de la demanda siempre creciente de diplomas y certificados.

 Se nos ha dicho que “todo obrero evangélico debe saber aplicar los sencillos tratamientos que son tan eficaces para aliviar el dolor y curar las enfermedades” (El Ministerio de Curación, pág. 104).

 Todo obrero del Señor sea un ministro esmeradamente educado, un exitoso hombre de negocio, o aun alguien que posea poca educación, debería estar cabalmente familiarizado con la práctica de la medicina que está a su alcance. Debería familiarizarse completamente con los remedios que están a su disposición —aire fresco, luz solar, agua, ejercicio, reposo, sueño y régimen. [Conviene aquí precaver contra el “curanderismo”, que tantos males ocasiona. El autor no busca causar la impresión de que cualquier persona puede tratar con todas las enfermedades; por el contrario, está instando a prepararse, a conocer las causas de las enfermedades, y a aprender la aplicación de algunos tratamientos sencillos que pueden aliviar padecimientos corrientes. No se trata de ocupar el lugar del médico, lo cual sería una pretensión absurda. —N. de la R.]

 Pero aun el empleo de estos excelentes remedios en la curación de la enfermedad no representa todo lo que se implica en la práctica de la medicina laica. Se nos recuerda que “muy escasa atención se suele dar a la conservación de la salud. Es mucho mejor prevenir la enfermedad que saber tratarla una vez contraída” (Id., pág. 128).

 Todos pueden brillar en el campo de la medicina preventiva, especialmente si se realiza un esfuerzo definido para buscar información adicional. Ayudar a alguien a reponerse del efecto de una enfermedad es algo admirable; Dios es glorificado. Pero prevenir la enfermedad es todavía más maravilloso. Deberían estudiarse los remedios sencillos y utilizarse. Pero deberían llevarse a cabo esfuerzos especiales para conocer la verdad acerca de la prevención y enseñarla a otros. Creo que éste es el consejo de Dios.

 La simpatía cristiana junto con la aplicación de sencillos remedios que puede prestar el miembro laico animará, edificará, quitará el prejuicio y llevará la obra de Dios a su culminación triunfante en los mismos días difíciles que nos aguardan.

 Esta obra puede ser hecha por todo?, sea ministro, médico o miembro laico. “Cristo encomienda a sus discípulos una obra individual, que no se puede delegar. La atención a los enfermos y a los pobres y la predicación del Evangelio a los perdidos, no deben dejarse al cuidado de juntas u organizaciones de caridad. El Evangelio exige responsabilidad y esfuerzo individuales, sacrificio personal” (Id., pág. 106).

 No se ha librado a nuestras conjeturas el saber si los ministros deben practicar la medicina laica. Se declara sin ambages que “si nuestros ministros quieren trabajar seriamente para obtener una educación en la línea misionera médica, estarán mucho mejor preparados para hacer la obra que Cristo hizo como un misionero médico” (Medical Ministry, pág. 239).

 Aprecio este definido consejo. Es eminentemente práctico, a pesar de las evidentes limitaciones y dificultades presentadas por las normas vigentes en una sociedad altamente organizada y la búsqueda de licencias y diplomas. Si estamos deseosos por llevar a cabo este buen consejo, Dios señalará con toda seguridad el camino hacia su completa ejecución.

 Un pastor, ¿será realmente más eficiente que un médico laico? La siena del Señor dice: “Un ministro evangélico tendrá el ¿oble de éxito en su obra si comprende cómo tratar la enfermedad” (Id., pág. 245). No sólo tendrá más éxito ahora, sino que estará activo en un tiempo futuro cuando no se tolerará ninguna otra clase de ministerio. Por lo tanto, ¿no nos corresponde a todos como deber buscar instrucción sin tardanza?

 Si nuestras escuelas de medicina y enfermería dedican suficiente tiempo al estudio de los métodos espirituales y evangélicos a fin de capacitar a sus graduados para ser obreros evangélicos eficientes, ¿no convendría que nuestros colegios que enseñan teología dediquen tiempo a la enseñanza de los métodos para conservar la salud? Los principios de medicina y enfermería que capacitarían a nuestros pastores y maestros para realizar una obra equilibrada podrían enseñarse en las instituciones médicas o en las teológicas. Es indudable que lo primero sería preferible porque se tendrían las facilidades necesarias para impartir una instrucción completa.

 “El Señor llama a hombres y mujeres que tengan la luz en nuestras iglesias para que se dediquen a la obra misionera genuina” (Id., pág. 242). Esta luz puede ser impartida en forma inmejorable por pastores bien preparados o por médicos y enfermeras, en las congregaciones que tienen la fortuna de contarlos como miembros. De esta manera toda la feligresía estaría preparada para esa hora inevitable cuando la tarea evangélica quede agudamente circunscripta.

 No esperemos hasta que llegue ese momento. La obra misionera médica ha sido siempre el método de Dios. Si cada iglesia se constituye en una escuela para el desarrollo de las habilidades misioneras médicas, los acontecimientos finales no nos abrumarán.

Sobre el autor: Pastor de la Asociación Sur de California