Cuando este número de El Ministerio Adventista salga al público, estaremos viviendo las vibraciones festivas de un nuevo año, con sus sorpresas y oportunidades. El lector ya habrá formulado las resoluciones y los planes para esta nueva jornada, y por eso mismo este editorial le parecerá inoportuno, extemporáneo e innecesario. Sin embargo, nos permitimos destacar a grandes rasgos la imperiosa necesidad de trazar un programa pastoral cuidadosamente elaborado, a fin de cumplir bien, en el curso de 1962, un ministerio fecundo y realizador.

 Es evidente que un pastor no está obligado a ajustar sus actividades a un programa disciplinado y rígido, marcando una ficha en un reloj control con la hora de entrada y salida de sus tareas diarias. Sin embargo, si desea presentarse delante de Dios “como un obrero aprobado”, debe ordenar las diferentes facetas de su trabajo, metodizándolas dentro de los límites señalados por el compás del tiempo.

 Nos parece que el planeamiento de los sermones al comenzar un nuevo año es algo imprescindible, toda vez que sirve de orientación a los hábitos de estudio y lectura. Ciarence Macartney, destacado predicador presbiteriano, en su libro Preaching Without Notes (Predicando Sin Apuntes) observa: “Es muy importante que el predicador planee su trabajo con bastante anticipación”.-

 Henry Sloan Coffin, profesor de Teología Aplicada de Yale, comentando la importancia de organizar un programa definido de sermones, escribió: “Distribuí los temas de las predicaciones todo lo posible, dentro de lo previsible, durante un año completo” (Here is My Method, pág. 53). Este método estimula al predicador a reunir anticipadamente el material que enriquecerá sus temas y lo capacitará para presentar una exposición homilética más brillante.

 Desafortunadamente, algunos predicadores forman el hábito de la improvisación. Predican con inseguridad acerca de asuntos que se inspiran en ideas peregrinas, sin haberlas madurado por el estudio; esto es evidentemente el fruto de la falta de un plan de sermones.

 Conviene destacar también la importancia de trazar un ordenado programa de visitas para 1962. Algunos pastores dedican un tiempo excesivo a las reuniones de juntas y comisiones, en perjuicio de la obra pastoral en los hogares. Sin embargo, más importantes que la agenda de asuntos de la iglesia son las ovejas dispersas que aguardan una palabra de orientación y aliento de su pastor. Andrés W. Blackwood, en su libro Pastoral Leadership (Dirección Pastoral), declara: “En todo tiempo debemos considerar al ministro principalmente un predicador y pastor antes que un administrador y promotor de parroquias” (Pág. 20).

 ¿Por qué hay que organizar un programa de visitas? Conocemos a una piadosa hermana que vive cerca de una iglesia, y que sin embargo durante quince años no recibió una sola visita pastoral. En ese período varios pastores dirigieron la iglesia. Todos manifestaron entusiasmo en el desempeño de sus actividades ministeriales; sin embargo, la falta de un plan de visitas los hizo descuidar la atención pastoral de un alma sufriente que, a tres cuadras de la iglesia, esperó durante años la visita alentadora del pastor.

 La obra de asistir a los miembros de la iglesia en la solución de sus problemas y de ayudarlos en sus inquietudes espirituales, reclama un cuidado diligente. Se impone, pues, la necesidad de trazar un plan para que, durante este nuevo año, ningún alma confiada a nuestros cuidados pastorales quede privada de las bendiciones que resultan de una visita pastoral.

 El pastor debe adoptar un plan de estudio y lectura. Ya no está más bajo la rígida disciplina del colegio, con el deber y la responsabilidad de someterse a exámenes periódicos. Ya no se le exige más el estudio obligatorio de las materias de un curso de teología. Sin embargo, la responsabilidad de predicar “en tiempo y fuera de tiempo” las grandes verdades del Reino, exige una constante renovación de los pensamientos y las ideas. Evidentemente, para lograr tal renovación es imperativo tener un bien pensado programa de estudio, y seguirlo con dedicación y ardor.

 Un hábil y elocuente predicador contaba a un grupo de ministros de la ciudad de Boston (EE. UU.) cómo había logrado que su ministerio fuera más eficiente, leyendo nada menos que un libro por semana. Esta declaración sorprendió a muchos, y un pastor lo interrumpió para decirle:

 —Lo que usted dice es algo imposible. Nunca un pastor común podría leer un libro por semana.

 El orador contestó:

 —Ahí está la razón por la cual es apenas un predicador común.

 Son numerosísimos los libros que tratan de temas religiosos, por esto creemos que es oportuno tener un plan de lectura y estudio. Carlos Jefferson, vibrante predicador evangélico, elegía cada año un libro de la Biblia para someterlo a un estudio profundo. De este modo cada día aumentaba su conocimiento de las Sagradas Escrituras, lo cual lo ayudó a destacarse como un gigante en la predicación.

 Finalmente, el pastor debe tener un plan de evangelismo. “Nuestros planes son, en general, muy restringidos —escribía la mensajera de Dios—. Debemos tener una visión más amplia. Dios desea que pongamos en práctica los principios de la verdad y la justicia en nuestra obra hecha para él. Su obra debe llevarse a cabo en las ciudades, las villas y los poblados… “Debemos abandonar la visión estrecha y realizar planes más extensos. Debe haber un desenvolvimiento más amplio de la obra, tanto en favor de los que están cerca como de quienes están lejos” (Manuscrito 141, 1899).

 Después de haber transcripto las palabras de la inspiración, creemos innecesario insistir en la necesidad de que en nuestra agenda de trabajo figure un programa amplio y audaz de evangelismo. “Los campos están blancos para la siega”, dijo el Salvador. Llevemos a cabo, entonces, los planes realizados con oración, y con el poder de Dios llevaremos nuestros esfuerzos a una culminación feliz.