Uno de los mayores problemas que aquejan prácticamente a todos los campos misioneros es encontrar jóvenes calificados que respondan al llamamiento del ministerio. La atmósfera materialista que penetra al mundo y se introduce en la iglesia está a la base misma del problema. El materialismo —un opio para la vida espiritual de la iglesia y del individuo— ha inducido a algunos de nuestros jóvenes más promisorios a seguir las profesiones liberaos en lugar de responder al llamamiento de Dios al ministerio.

 Elena G. de White declara lo siguiente: “No se desvíe a nuestros jóvenes del propósito de entrar en el ministerio. Hay peligro de que por medio de brillantes presentaciones algunos sean apartados de la senda en la que Dios les pide que anden. A algunos que debieran estar preparándose para entrar en el ministerio se los ha estimulado a seguir un curso de medicina” (Obreros Evangélicos, pág. 64). Notemos estas palabras: “A algunos… se los ha estimulado” no a entrar en el ministerio sino a ingresar en otras profesiones. Necesitamos doctores, enfermeras, profesores y técnicos, pero existe el peligro de estimular a ingresar en estas profesiones a jóvenes que han sido llamados por Dios al ministerio.

 Uno podría preguntarse: “Si es Dios quien llama a los hombres al ministerio, ¿por qué es necesario estimularlos e inspirarlos para que acepten esté llamamiento? Si verdaderamente han sido llamados, ¿no responderán por sí mismos?” Se cuenta el caso de un joven de Londres que estaba desorientado en lo que concernía a su vocación. Acudió a Spurgeon en busca de consejo. Le preguntó con vacilación: “¿Cree usted que yo debería ser un predicador?” A lo cual este venerado hombre de Dios contestó: “No, si usted puede evitarlo”.

Necesidad de estímulo

 Esa contestación puede justificarse bajo ciertas circunstancias, pero hablando en general, nuestros jóvenes necesitan consejo y dirección y estímulo cuando se trata de aceptar el llamamiento de Dios a entrar en el ministerio. Leemos: “Vi que Dios había encomendado a sus ministros el deber de decidir quién es apto para la sagrada obra” (Testimonies, tomo 1, pág. 209). Esta es una responsabilidad enorme.

 Posiblemente hayamos estado esperando que los jóvenes vengan hasta nosotros y nos digan que han sido llamados por Dios, cuando somos nosotros quienes debemos ir hacia ellos.

 En la más grande de todas las conversiones, la de Saulo de Tarso, Dios le encomendó a un dirigente de la iglesia de Damasco que le dijera a Saulo que había sido llamado por Dios al ministerio. En nuestras iglesias hay muchos jóvenes que esperan ese mismo consejo y orientación.

 Los hombres no nacen como ministros. Pablo habla de esto en Efesios 3:7: “Del cual yo soy hecho ministro por el don de la gracia de Dios”. Los ministros son hechos ministros por la gracia de Dios. No depende solamente del talento y las capacidades. Cuando Dios se encarga de un hombre, también lo rehace.

 Como lo señalamos previamente, la raíz de nuestro problema es el materialismo pero hay otros factores que contribuyen a excluir del ministerio a muchos jóvenes capaces. En muchos campos misioneros el ministerio no ha sido exaltado ante los ojos de nuestro pueblo como Dios hubiera querido que se lo exaltase. Dios, hablando por boca de su sierva, dice: “La más elevada de todas las ocupaciones es el ministerio en sus varias modalidades, y siempre debe recordarse a la juventud que no hay obra más bendecida de Dios que la del ministro evangélico” (Obreros Evangélicos, pág. 64). Nuestro fracaso en la tarea de hacer comprender esto a nuestros jóvenes y a sus padres ha hecho que muchos se dediquen a otras profesiones.

Es triste decirlo, pero en el ministerio hay algunos que no son el ejemplo y la inspiración que deberían ser para nuestros jóvenes. El resultado es que muchos dicen: “Si eso es ser un pastor, yo no quiero saber nada del ministerio”. En años pasados se han tomado para el ministerio algunas personas que no estaban preparadas y que carecían de una dedicación y consagración suficientes, para suplir la falta de pastores. Y con el correr de los años no han podido mantener el paso con los tiempos cambiantes. Es indispensable que a nuestros ministros se les proporcione la mejor educación posible en los campos donde viven, y se les proporcione las mismas oportunidades de adquirir una preparación más avanzada que se les concede a los obreros que trabajan en otras especialidades. Si dotamos al ministerio con las normas debidas, encontraremos que muchos jóvenes talentosos responderán al llamamiento de Dios a predicarla palabra.

La actitud del pastor

Una de las mayores influencias que obran en pro o en contra de la decisión de un joven entrar en el ministerio es la actitud de su pastor hacia el ministerio. ¿Está absolutamente seguro de que Dios lo ha llamado? ¿Mantiene una conexión personal diaria y viviente con su Dios y Salvador? ¿Conoce y comprende la emoción de pescar hombres? ¿Se goza en su trabajo o lo encuentra fastidioso? Si fuera posible hacer retroceder el tiempo, ¿volvería a aceptar el llamamiento al ministerio? Si contesta afirmativamente a estas preguntas, entonces puede estar seguro de que Dios puede usarlo para inspirar a los jóvenes a entrar en este ramo de la obra.

 Es de la mayor importancia que el pastor enseñe a los jóvenes bajo su cuidado cómo pescar hombres. Si un joven experimenta una vez la emoción de una “pesca”, será más fácil ayudarle a reconocer el llamamiento de Dios cuando llegue. Cuando Jesús llamó a los primeros en entrar al ministerio, les dijo sencillamente: “Venid en pos de mí, y os haré pescadores de hombres”. Ya habían visto a Jesús; lo conocían; sabían que tenía lo que a ellos les faltaba, y estuvieron dispuestos a dejarlo todo para seguirle. Debemos impartir esta misma confianza a los jóvenes de nuestras iglesias, puesto que somos los representantes de Cristo en el mundo.

 Muchos jóvenes que deberían estar preparándose para el ministerio están empeñados en otras carreras porque nosotros, como ministros y profesores, hemos fallado en el cumplimiento de nuestra parte. Notemos esta aguda declaración tomada del libro Fundamentals of Christian Education, págs. 113, 114: “Hay muchos que deberían ser misioneros y que nunca llegan al campo porque los que están relacionados con ellos como dirigentes de la iglesia o de nuestros colegios no sienten la responsabilidad de trabajar con ellos, de presentarles los derechos que Dios reclama sobre todas las facultades, y no oran con ellos y por ellos y el importante período que decide los planes y el curso de la vida pasa y las convicciones se debilitan; otras influencias e intereses los atraen, y la tentación a buscar posiciones mundanas que, según piensan, les proporcionará dinero, los arrastra hacia la corriente mundana. Estos jóvenes podrían haber sido encauzados hacia el ministerio si se hubieran trazado planes bien organizados. Si las iglesias cumplen con su deber en los diferentes lugares. Dios colaborará con sus esfuerzos mediante el Espíritu Santo, y proporcionará hombres fieles al ministerio”.

Razones para rechazar el ministerio

En esta notable declaración se dan seis razones por las cuales estamos perdiendo a muchos de nuestros mejores jóvenes para el ministerio. Primero, porque sus pastores y profesores no sienten la responsabilidad de trabajar con ellos. Segundo, no les mostramos los derechos que Dios tiene sobre ellos. Tercero, no oramos con ellos y por ellos. Cuarto, permitimos que los atraigan otras influencias e intereses. Quinto, a causa de este fracaso, la tentación a buscar posiciones mundanas y dinero predomina en sus vidas. Sexto, ha habido una falta de planes bien organizados para dirigirlos hacia el ministerio. Esto debería ser un desafío para cada predicador y profesor a realizar esfuerzos sinceros y consagrados para conducir a nuestros jóvenes a un punto donde reconozcan el llamamiento de Dios antes de que sean entrampados por la “red de materialismo” de Satanás.

 Como se señala tan claramente en el pasaje inspirado anterior, es el deber del pastor, del profesor, de los dirigentes de la iglesia —sí, de la iglesia como una totalidad— ayudar a nuestros jóvenes a comprender la responsabilidad que tienen de responder al llamamiento que Dios les hace a dar este mensaje a un mundo condenado y perdido. Por la gracia de Dios debemos capacitarlos para comprender que “la obra mayor, el esfuerzo más noble a que puedan dedicarse los hombres, es mostrar el Cordero de Dios a los pecadores” (Obreros Evangélicos, pág. 19).

 Llenos de convicción, de seguridad, con una gran preocupación por las almas en nuestros corazones, debemos hacer un llamamiento a nuestros jóvenes y decirles: “¿No os ha llamado Dios a pregonar este mensaje?”

Sobre el autor: Presidente de la Misión de Taiwán