Pocos seres humanos han tenido el privilegio de tener una visión del trono de Dios. Entre ellos destacan los profetas Isaías (Isa. 6) y Ezequiel (Eze. 1; 10) y el apóstol Juan (Apoc. 4; 5). De manera diferente y complementaria, pintan magníficos cuadros del esplendor del entorno celestial.
En el caso del Apocalipsis, esta visión es fundamental para comprender el mensaje del libro, pues funciona como un ancla. Para Ranko Stefanovic, “parece que Apocalipsis 4 y 5 es la sección cardinal de todo el libro”, ya que “fijan el escenario para lo que sigue”.[1] Según Elena de White, el capítulo 5 “debe estudiarse detenidamente”, ya que es muy importante para los que “han de desempeñar una parte en la obra de Dios en los últimos días”.[2] Este énfasis se debe especialmente al libro sellado y a su desarrollo.
En la historia de la interpretación adventista, el papel del estudio de estos capítulos se resume a menudo en un debate sobre el momento del conflicto cósmico descrito en esta visión. Sin embargo, el texto es mucho más que este aspecto cronológico.
El marco de la liturgia
Para empezar, Juan miró y vio “una puerta abierta en el cielo” (Apoc. 4:1). Las puertas son puntos de entrada y salida, que incluyen o excluyen a las personas. Aquí, por así decirlo, la puerta estaba abierta para la humanidad, representada por Juan. Hay un “contraste provocador”: el ciclo visionario anterior termina con Jesús llamando a la puerta y esperando que el lector le abra (Apoc. 3:20); ahora, antes de la respuesta, el nuevo ciclo comienza con Jesús habiendo abierto ya la puerta del Cielo.[3] Dios no es el Dios de las puertas cerradas, sino de las puertas abiertas, aunque un día la puerta se cierre.
Además de ser una puerta hacia un espacio diferente, era también una puerta hacia el tiempo, pues la Voz invitaba: “Sube acá, y te mostraré lo que ha de suceder después” (Apoc. 4:1). Situado en la sala del trono, Juan tenía una perspectiva privilegiada para ver lo que ocurría en la Tierra y discernir la silueta de los acontecimientos futuros.
Ciertamente lleno de admiración, el vidente contempla “un trono en el cielo” (Apoc. 4:2). En términos espaciales, el centro del Apocalipsis no es ni Jerusalén, con su templo en ruinas, ni Roma, con sus centros de culto. El centro del “mapa cósmico” que Juan ve y representa en el paisaje apocalíptico es el trono de Dios en el Cielo.[4]
En el Apocalipsis, el término “trono”, símbolo de autoridad, poder y actividad real/legal, desempeña un papel central. Aparece 47 veces en 17 de los 22 capítulos del libro, en puntos estratégicos de su estructura literaria (en referencia a Dios, al Cordero, a sus aliados o a sus adversarios). De este total, el 76,6 % (36 veces) se refiere al trono de Dios.[5] Juan no dice que vio a Dios; prefirió utilizar el circunloquio: “El que estaba sentado en el trono”. Sin embargo, la descripción no deja lugar a dudas: “El que estaba sentado tenía la apariencia del jaspe y la cornalina. Un arco iris, semejante a la esmeralda, rodeaba el trono” (vers. 3).
La gloria de Dios es tan grande que solo puede describirse en términos de semejanza. El jaspe, la piedra más preciosa de la antigüedad y cuyo nombre (jasper) se aplicaba a una gran variedad de gemas, puede ser de color rojo, amarillo, verde, blanco o morado, entre otras variaciones. La cornalina (rubí en algunas versiones) también era una piedra muy valiosa y tiene un color rojo o marrón rojizo. Estas piedras tienen un brillo magnífico, y el “mar de vidrio” (vers. 6), una especie de espejo centelleante como el cristal, reflejaba la gloria indescriptible de Dios y los colores de toda la escena.
Algunos interpretan el “arcoíris” como el signo de la alianza con Noé tras el diluvio (Gén. 9:12-17).[6] Sin embargo, la palabra utilizada en el Apocalipsis (iris) no es el término habitual en la época de Juan para traducir “arcoíris”, que es el arco (toxon) de Dios. Además, el arco descrito en el Apocalipsis es de un solo color (esmeralda, una piedra verdosa), y no multicolor como el arcoíris.
Alrededor del trono de Dios, cerca o lejos, Juan vio cuatro grupos: 24 ancianos y cuatro seres vivientes, mencionados en Apocalipsis 4, y miríadas de ángeles y el resto de la Creación, mencionados en Apocalipsis 5. ¿Quiénes son ellos?
La identidad de los 24 ancianos ha sido objeto de especulación y debate, con cuatro hipótesis principales: 1) representantes de una orden angélica llamada “tronos” (cf. Col. 1:16; Testamento de Leví 3:8); 2) símbolos de los doce patriarcas de Israel y los doce apóstoles de Cristo; 3) precursores resucitados de los salvados, ya que sus vestiduras y coronas se asemejan a los trajes que llevan los redimidos; y 4) un “arquetipo celestial de las 24 órdenes de sacerdotes y levitas del templo terrenal”[7] (1 Cor. 24:1-19; 25:9-31). Aunque las interpretaciones 2 y 3 son más comunes en los círculos adventistas, no debemos descartar la hipótesis 4, ya que la visión tiene lugar en el contexto del Templo celestial, que sirvió de modelo y paradigma para el Santuario terrenal.
Los cuatro seres alados, que se asemejan a algunas de las características de los serafines de Isaías 6:2 y 3 y a las criaturas vivientes de Ezequiel 1:5 al 11, ciertamente no simbolizan los cuatro Evangelios, como enseñaban varios teólogos antiguos. Estas figuras parecidas a leones, bueyes, hombres y águilas parecen representar a toda la Creación. Conviene recordar que el propio ser humano fue creado como una imagen-ícono del Creador (Gén. 1:26, 27). En cierto sentido, la Tierra es un tipo/reflejo del Cielo. Estas cuatro criaturas, que tienen el privilegio de estar en el círculo concéntrico más próximo al trono, desempeñan una especie de papel litúrgico, como si fueran los conductores del culto al Creador en el universo. Dictan el ritmo de la alabanza, que nunca cesa.
A su vez, las siete “lámparas de fuego, que son los siete espíritus [pneumata] de Dios” (Apoc. 4:5), se han interpretado como símbolos de la plenitud del Espíritu Santo (cf. 1:4). Esta es una posibilidad. Sin embargo, teniendo en cuenta que Juan utiliza el singular pneuma para referirse al Espíritu Santo,[8] podría estar refiriéndose aquí a los ángeles, que también son “espíritus” (Sal. 104:4; Heb. 1:7). En Apocalipsis 8:2, el autor menciona a los “siete ángeles que estaban ante Dios”. La literatura judía no bíblica también menciona un grupo de siete ángeles que sirven en presencia de Dios.[9]
Tras describir el escenario y presentar a los personajes, Juan cierra el capítulo 4 con dos alabanzas que exaltan la santidad, el poder y la eternidad de Dios, así como su dignidad para recibir todos los honores por ser el Creador. En un mundo inestable, el culto a Dios sirve de ancla para la historia y la existencia. Por eso, la soberanía divina sobre el tiempo y la historia forma parte del motivo de la alabanza.
El lenguaje de ser “digno” (axios) de recibir alabanzas (4:11) no es habitual en los himnos de la Biblia hebrea, pero formaba parte del repertorio político-imperial en el contexto helenístico-romano para exaltar a un dios, al emperador o a un benefactor.[10] El gobernante “digno” era aquel cuya autoridad era legítima y cuyos actos en favor del pueblo correspondían a su poder.
Aquí conviene señalar que el Apocalipsis presenta tres tipos de “voces” que se oyen “día y noche”, es decir, sin cesar: voces de proclamación (4:8), voces de aclamación (4:9-11) y voces de acusación (12:10).[11] Estas voces revelan quién es quién y de qué lado está cada persona.
El Cordero y el libro sellado
En el capítulo 5, la escena cambia de enfoque y añade dos elementos: el libro/rollo sellado (biblion) y el Cordero (arnion). El ángel busca a alguien digno de romper los sellos, pero no había nadie en todo el universo digno de abrir el libro ni de mirarlo, lo que hace llorar mucho a Juan (Apoc. 5:2-4), que reconoce las implicaciones cósmicas del libro. “Abrir” aquí no significa simplemente revelar el contenido o satisfacer una curiosidad, sino tener el poder de interferir en el curso de la historia.
Entonces, el vidente ve, de pie en medio del trono, “un Cordero como si hubiera sido inmolado”, con siete cuernos y siete ojos (vers. 6). Esta es la primera de las 29 menciones del “Cordero” en el Apocalipsis. Hay un contraste significativo entre lo que Juan oye (la referencia al León) y lo que ve (un Cordero). “Esto constituye la sorpresa más dramática de la visión: Juan oye hablar del León real victorioso, pero cuando se vuelve para mirar, ve un Cordero sacrificado”.[12]
Aunque muy vivo, el Cordero lleva algunas de las marcas del sacrificio. Esto indica que “venció” (vers. 5) mediante el sufrimiento y el derramamiento de sangre, no mediante el simple uso de poder. Con “siete cuernos” y “siete ojos” (vers. 6; cf. Zac. 4:10), símbolos de poder y conocimiento, identificados por Juan como “los siete espíritus de Dios enviados por toda la tierra”, el Cordero tiene omnipotencia, omnisciencia y omnipresencia.
Al invertir la historia con su muerte, resurrección y exaltación al trono divino, el Cordero se revela digno de hacer lo que nadie más podría hacer: tomar el rollo y abrirlo. Si el objetivo del capítulo 4 es revelar a Dios como Creador del universo, el propósito del capítulo 5 es mostrar la identidad y el papel de Cristo como Redentor de la humanidad.
En el capítulo 5, continúa el énfasis en la soberanía divina. La palabra thronos se menciona cinco veces (5:1, 6, 7, 11, 13). Como en otras partes del Apocalipsis, el Cristo glorificado se sienta en el mismo trono de Dios (Apoc. 3:21; 5:6; 7:17; 22:1, 3), lo que indica una alta cristología y es un argumento visual, retórico y teológico contra las pretensiones imperiales y, sobre todo, satánicas. El Cordero es divino, el dragón no. Cabe mencionar que la noción de un trono doble o dual (bisellium) destinado a dos personas, con otros tronos más pequeños a su alrededor, era bien conocida en la antigüedad.[13]
La historia es tan intensa, tan llena de acontecimientos decisivos, que el pergamino está escrito por ambas caras, un tipo inusual de pergamino cuyo nombre técnico es opistógrafo. De los intentos que ya se han hecho para identificar el rollo (libro de la alianza, libro de la vida, libro de los hechos, documento legal que indica autoridad sobre la Creación), la opción más sólida es que se trataría del libro del destino, que incluye el poder de salvar, juzgar y dirigir los acontecimientos en la Tierra.
J. Daryl Charles, que adopta esta interpretación, comenta: “El rollo de Apocalipsis 5 representa, en esencia, el libro del destino. Según las estipulaciones romanas, el sellado de un testamento se hacía en presencia de siete testigos”.[14] No debemos entender el “destino” como un acto arbitrario de Dios, sino el desarrollo de la historia según su propósito.
Sigve Tonstad critica esta opción por ser demasiado genérica. Además, sostiene que el proceso de ruptura de los sellos carece de sentido a menos que esté relacionado con el contenido del propio libro, lo que ocurre en la apertura de los sellos en los capítulos 6 y 8. Así, sugiere que se trata de un “Libro de la Revelación” y que su contenido lo califica también de “Libro de la Realidad”, al mostrar no solo cómo son las cosas, sino cómo deberían ser.[15] Sin embargo, el “libro del destino” puede utilizarse básicamente en el mismo sentido que el libro de la realidad o el libro de la historia, en los que Cristo dirige el mundo hacia el fin deseado por Dios y desvela a su pueblo los acontecimientos de la salvación y el juicio.
En la segunda mitad del capítulo (Apoc. 5:8-14), encontramos cinco doxologías que exaltan al Cordero por haber redimido a la humanidad (vers. 9). Estos himnos antifonales van in crescendo hasta que todas las criaturas participan en la adoración (vers. 13). Como el número griego “miríada” equivalía a 10.000, Juan impresiona al lector con un número incontable de ángeles cantores (10.000 x 10.000 = 100.000.000; 1.000 x 1.000 = 1.000.000). Esta alabanza no se caracteriza por ser incesante, sino por ser “nueva” (vers. 9), en el sentido de no parecerse a nada que se haya visto antes. Este carácter “nuevo” refleja la constatación de que algo extraordinario ha sucedido y merece una nueva alabanza.
Los himnos, que proceden del Templo del Cielo, no son simples interludios musicales para alegrar el momento, sino reverentes arrebatos de adoración y declaraciones teológicas con reverberaciones cósmicas. Sintetizan la teología del Apocalipsis, destacando la justa victoria de Dios en el conflicto cósmico y lo que hay que celebrar para siempre.
El momento de la escena
Por último, tenemos que definir cuándo tienen lugar los acontecimientos descritos en la visión. Algunos teólogos adventistas sostienen que la visión representa el comienzo del juicio en 1844, de acuerdo con Daniel 7:9 al 14 y 8:13 y 14.[16] Otros sostienen que se trata de la entronización de Jesús cuando ascendió al Cielo después de su resurrección.[17] Tonstad sugiere un momento de crisis incluso anterior: “La entrada de Juan en la corte celestial se produce en el momento en que el concilio busca una solución a la rebelión de Satanás”.[18]
La primera interpretación tiene el mérito de establecer un vínculo con la visión de Daniel 7, incluidos varios paralelismos evidentes, como los tronos, los seres celestiales y los libros. Según Gregory K. Beale, la visión de Apocalipsis 4 y 5 repite catorce elementos de Daniel 7, “en el mismo orden básico”.[19] Sin embargo, mientras que en Daniel se establece una sesión judicial para juzgar al arrogante cuerno pequeño, en Apocalipsis 5 el objetivo es abrir el libro de la historia y revelar las acciones de Dios y del enemigo a lo largo del tiempo. La interpretación de Tonstad, por otra parte, parece desconectada del hecho de que, en ese momento, el Cordero había sido inmolado. Por lo tanto, la interpretación sobre el momento de la entronización parece ser la más viable y la más aceptada por los teólogos adventistas en la actualidad.
Para Ranko Stefanovic, el primer argumento a favor de la visión de la entronización de Cristo, que tuvo lugar en ocasión del Pentecostés, es Apocalipsis 3:21, un “pasaje trampolín” que concluye la sección anterior en la que se habla de tronos y que debe tomarse como un “punto de partida” para las escenas del trono de los capítulos 4 y 5. Además, añade, “el contexto y el lenguaje” de estos capítulos tienen similitudes con las referencias proféticas al futuro rey davídico.[20]
Entre otros argumentos para defender esta misma postura, Norman Gulley señala que “no hay lenguaje de juicio ni escena de juicio” en los capítulos 4 y 5 y “no se menciona naos (lugar santísimo) ni kibotos (arca de la alianza) hasta más adelante en el Apocalipsis”. Por esta razón, “parece que Apocalipsis 4 y 5 es la introducción de Cristo como Rey/Sacerdote corregente en el trono del Padre”.[21] Por lo tanto, Apocalipsis 4 y 5 narran la entronización del Cristo victorioso y glorificado en una ceremonia que marca una etapa decisiva en la historia de la salvación.
La ruptura de los sellos por el Cordero, en los capítulos 6 y 8, está marcada por la palabra “¡Ven!”, que desencadena fenómenos extraordinarios en el mundo, hasta que Cristo mismo llega finalmente y completa la reescritura de la historia. En el último sello, marcado por el silencio en el Cielo, otro ángel arroja el incensario con fuego sobre la Tierra, provocando “truenos, voces, relámpagos y un terremoto” (8:5). Ante este escenario futuro, lo mejor es aprovechar la puerta abierta hoy y buscar refugio cerca del trono de Dios y del Cordero.
Sobre el autor: Editor emérito de la CPB.
Referencias
[1] Ranko Stefanovic, La Revelación de Jesucristo: Comentario del libro del Apocalipsis (Berrien Springs:
Andrews University Press, 2013), p. 166.
[2] Elena de White, Testimonios para la iglesia (Miami: APIA, 1998), t. 9, p. 213.
[3] Craig R. Koester, Revelation: A New Translation with Introduction and Commentary (New Haven:
Yale University Press, 2014), pp. 366, 367.
[4] David A. deSilva, Discovering Revelation: Content, Interpretation, Reception (Grand Rapids: Eerdmans,
2021), p. 89.
[5] Laszlo Gallusz, “Thrones in the Book of Revelation, Part 1: Throne of God”, Journal of the Adventist
Theological Society 23 (2012), pp. 30-71. Cf. Laszlo Gallusz, The Throne Motif in the Book of
Revelation (Londres: T&T Clark, 2015).
[6] deSilva, Discovering Revelation, p. 92.
[7] Ibíd., p. 94.
[8] Cf. Apoc. 2:7, 11, 17, 29; 3:6, 13, 22; 14:13; 22:17.
[9] Testamento de Leví 3:4-6; 1 Enoc 20:1-8; Tobías 12:15.
[10] Russell Morton, “Glory to God and to the Lamb: John’s Use of Jewish and Hellenistic/Roman Themes in Formatting his Theology in Revelation 4–5”, Journal for the Study of the New Testament 83 (2001), p. 99.
[11] Sigve K. Tonstad, Revelation (Grand Rapids: Baker Academic, 2019), pp. 108, 109.
[12] Buist M. Fanning, Revelation (Grand Rapids: Zondervan Academic, 2020), p. 218.
[13] Darrell D. Hannah, “The Throne of His Glory: The Divine Throne and Heavenly Mediators in Revelation and the Similitudes of Enoch”, Zeitschrift für die Neutestamentliche Wissenschaft 94 (2003), pp. 68-96.
[14] J. Daryl Charles, “Imperial Pretensions and the Throne-Vision of the Lamb: Observations on the Function of Revelation 5”, Criswell Theological Review 7 (1993), p. 89.
[15] Tonstad, Revelation, pp. 119, 120.
[16] R. Dean Davis, The Heavenly Court Judgment of Revelation 4–5 (Lanham: University Press of America, 1992); Alberto R. Treiyer, The Day of Atonement and the Heavenly Judgment: From the Pentateuch to Revelation (Siloam Springs: Creation Enterprises International, 1992).
[17] Richard M. Davidson, “Sanctuary Typology”, en Symposium on Revelation – Book 1, ed. Frank B.
Holbrook (Silver Spring: Biblical Research Institute, 1992), pp. 112-126.
[18] Tonstad, Revelation, p. 112.
[19] Gregory K. Beale, The Book of Revelation (Grand Rapids: Eerdmans, 1999), p. 315.
[20] Para analizar todo el argumento del autor, ver Stefanovic, La Revelación de Jesucristo, pp. 165-179.
[21] Norman R. Gulley, “Revelation 4 and 5: Judgment or Inauguration?”, Journal of the Adventist
Theological Society 8 (1997), p. 79.